J. D. Salinger

Citas de libros de J. D. Salinger:



"Aquel hotel estaba lleno de maníacos sexuales. Yo era probablemente la persona más normal de todo el edificio, lo que les dará una idea aproximada de la jaula de grillos que era aquello."

Jerome David Salinger


“Buscaría un empleo. Pensé que encontraría trabajo en una gasolinera poniendo a los coches aceite y gasolina. Pero la verdad es que no me importaba qué clase de trabajo fuera con tal de que nadie me conociera y yo no conociera a nadie.”

J. D. Salinger



“Confía en tu corazón. Eres un artesano digno de crédito.”

J. D. Salinger



“¡Cuánta emoción puede ocultarse debajo de un paraguas! Acompañe a Dorotea al cine, bajo un enorme aguacero.”

J. D. Salinger



“Dijo que no estaba equipado para la vida porque no tenía sentido del humor.”

J. D. Salinger




“Durante años estuve seguro de que el ratón vuelve cojeando a casa desde la rueda incendiada del parque de atracciones, con nuevos e infalibles planes para matar al gato.”

J. D. Salinger




“El verdadero poeta no elige los materiales, el material claramente lo elige.”

J. D. Salinger




“En el fondo se trataba de la mirada, no tan paradójica, de un amante de la intimidad que, cuando ha visto invadida su intimidad, no aprueba del todo que el invasor se levante y se vaya, un, dos, tres, así como así.”

J. D. Salinger


"Era un taxi viejísimo que olía como si alguien hubiera acabado de vomitar dentro. Siempre me toca uno de ésos cuando voy a algún lado de noche. Pero más deprimente todavía era que las calles estuvieran tan tristes y solitarias a pesar de ser sábado. Apenas se veía a nadie. De vez en cuando cruzaban un hombre y una mujer abrazados por la cintura, o una pandilla de tipos riéndose como hienas de algo que apuesto la cabeza a que no tenía la menor gracia. Nueva York es terrible cuando alguien se ríe de noche. La carcajada se oye a millas y millas de distancia, y hace que uno se sienta aún más triste y deprimido. En el fondo, lo que me hubiera gustado habría sido ir a casa un rato y charlar con Phoebe. Pero, en fin, como les iba diciendo, subí al taxi, y pronto el taxista empezó a darme un poco de conversación. Se llamaba Howitz y era mucho más simpático que el anterior. Por eso se me ocurrió que a lo mejor sabía lo de los patos.
-Dígame, Howitz -le dije-. ¿Pasa usted muchas veces junto al lago del Central Park ?
-¿ Qué ?
-El lago, sabe. Ese lago pequeño que hay cerca de Central South Park. Donde están los patos. ¿ Sabe, no?
-Sí. ¿ Qué pasa con ese lago ?
-¿ Se acuerda de esos patos que hay siempre nadando ahí ? Sobre todo en primavera. ¿ Sabe usted por casualidad dónde van en invierno ?
-Adónde va , quién ?
-Los patos. ¿ Lo sabe usted, por casualidad? ¿ Viene alguien a llevárselos a alguna parte en un camión o se van ellos por su cuenta al sur, o qué hacen ?
El tal Howitz volvió la cabeza en redondo para mirarme. Tenía muy poca paciencia, pero no era mala persona.
-¿ Cómo quiere que lo sepa? -me dijo-. ¿Cómo quiere que sepa semejante estupidez ?
-Bueno, no se enoje por eso.
-¿ Quién se enoja ? Nadie se enoja.
Decidí que si iba a tomarse las cosas tan a pecho, mejor era no hablar. Pero fue él quien sacó de nuevo la conversación. Volvió otra vez la cabeza en redondo y me dijo:
-Los peces son los que no se van a ninguna parte. Los peces se quedan en el lago. Esos sí que no se mueven."

Jerome David Salinger
El guardián entre el centeno



“Ese es el gran problema. Nunca puedes encontrar un lugar que sea agradable y tranquilo, porque no existe. A veces puedes pensar que sí existe pero una vez que estas allí alguien se acerca sigilosamente y escribe -jódete- en tus propias narices.”

J. D. Salinger




“Estaba guapísima. De verdad. Llevaba un abrigo negro y una especie de boina del mismo color. No solía ponerse nunca sombrero pero aquella gorra le sentaba estupendamente. En el momento en que la vi me entraron ganas de casarme con ella. Estoy loco de remate. Ni siquiera me gustaba mucho, pero nada más verla me enamoré locamente.”

J. D. Salinger



“Estaba un poco nervioso. Empezaba también a excitarme, pero sobre todo tenía los nervios de punta. Si he de serles sincero les diré que soy virgen.”

J. D. Salinger



"La cosa más hermosa del mundo, en una familia bastante numerosa que se dirige a una fiesta o aún a un restaurante cualquiera, son las posiciones impacientes y desdeñosas de todos los cuerpos en el living cuando esperan a que el más lento esté pronto. ¡Mentalmente le imploro al conmovedor autor de pelo gris del futuro, que comience el relato con las hermosas posiciones de los cuerpos; en mi opinión, el mejor asunto con el que empezar! Les doy mi palabra de honor que el vislumbre de esa velada es una soberbia alegría, de principio a fin. Me resultan magníficos los destinos hermosos y abiertos que encuentra cada persona en la vida, si solo espera con suficiente paciencia, flexibilidad y fortaleza ciega. Les, si has retornado del lobby, sé que mantienes honorablemente cierto escepticismo respecto a Dios o la Providencia, o cualquier denominación que quieras aplicarle que te resulte menos enervante o embarazosa, ¡pero te doy mi palabra de honor, en este día bochornoso y memorable de mi vida, que uno no puede ni siquiera encender un cigarrillo al azar a menos que nos sea dado el artístico permiso del universo! El término permiso es demasiado amplio, más bien quiero decir que la cabeza de alguien debe asentir antes de que el cigarrillo pueda ser tocado por la llama del fósforo. Lamento con toda mi alma reconocer que esta descripción también es demasiado amplia. Estoy convencido que Dios, amablemente se pondría una cabeza humana, capaz de asentir, en beneficio de algún admirador que disfrutara imaginarlo de esa manera, pero yo, personalmente, no soy partidario que Él luzca una cabeza humana y probablemente me diera la vuelta y me fuera si Él se pusiera una para mi dudoso beneficio. Esto es una exageración, seguramente. Sería el menos capacitado para separarme de Él, aún si mi vida dependiera de ello.
Es entretenido darse cuenta que estoy sentado aquí, de pronto, sólo en este abandonado bungalow, llorando o sollozando, como prefieran denominarlo. Pasará en un momento, no lo dudo, pero es triste y cansador darse cuenta, en indefensos interludios, en qué medida soy un joven cansador; el setenta y cinco u ochenta por ciento de mi vida, me dedico a sobrecargarlos sin compasión, a todos y cada uno, hijos y padres, con una carta larguísima, llena hasta el tope con el flujo incesante de mis palabras y pensamientos. Siendo franco, no es tanto culpa mía, sino de algo, entre muchas otras cosas, que rompe los ojos, y es que es muy fácil para un niño de mi dudosa edad y experiencia caer fácilmente en el mal gusto, las vacuas palabras y el indeseable ánimo presuntuoso. Con Dios como testigo, afirmo que estoy tratando de solucionarlo, pero es una lucha sin cuartel hacerlo sin ningún maestro al cual pueda recurrir con abandono y confianza absolutas. Si uno no tiene un maestro magnífico, está obligado a contar solo con su propia mente y es algo peligroso si uno ha nacido cobarde de corazón, como es mi caso. De todos modos debo decir, en mi propia, transparente defensa, que he estado aquí yaciendo todo el día recordando vuestros rostros, Bessie y Les, combinados con los rostros frescos y acechantes de los niños, por lo que la necesidad de estar en exagerado contacto con ustedes es circunstancial. "¡La maldición abraza, la bendición relaja!" gritó el espléndido William Blake. Esto es bastante cierto, pero no es muy fácil en familias espléndidas y gente amable que se pone un poco nerviosa o se desgasta cuando su amoroso hijo mayor y hermano maldice los abrazos por todo el lugar.
La razón por la que estoy en cama es bastante sorprendente, y he demorado en demasía mencionarla, pero no atrae mi interés personal tanto como debiera. El día de ayer estuvo sembrado de una desventura tras otra. Después del desayuno, cada Enano e Intermedio del campamento entero fuimos obligados a ir a recoger fresas, en la que era tal vez la última oportunidad de la temporada. En el transcurso de la mañana, me lastimé la maldita pierna. Viajamos millas y más millas hasta donde se encontraban los campos de fresas, en una pequeña, destartalada y anticuada carreta enloquecedora, una farsa tirada por dos caballos para la cual se necesitaban por lo menos cuatro. La carreta tenía una ridícula pieza de acero que le salía del centro de una de las ruedas de madera, y penetró en mi muslo, o en el fémur una buena pulgada y tres cuartos o dos pulgadas, mientras estabamos empujando la endiablada carreta que se empantanó en el barro; había llovido torrencialmente el día anterior, volviendo el camino intransitable en una expedición para recoger fresas.
En un arranque de enloquecido melodrama, fui llevado urgentemente a la enfermería, situada posiblemente a tres millas del lugar, en la parte trasera de la demencial motocicleta del Sr. Happy. El viaje tuvo sus fugaces momentos cómicos. En primer lugar, lamento decir que es muy difícil para mi, evitar sentirme despectivo y amargo en presencia del Sr. Happy. Estoy tratando de solucionarlo, pero ese hombre provoca que salgan a relucir reservas de malicia que pensé había purgado de mi sistema hace años. En mi tal vez débil defensa, digo que un hombre de treinta años no puede forzar a unos inútiles niños pequeños a empujar una condenada carreta para sacarla del barro cuando hubiera sido necesario un equipo de cuatro o seis jóvenes y vigorosos caballos para lograrlo. Mi malicia emergió como una víbora."

Jerome David Salinger
Hapworth 16, 1924


“La diferencia entre la alegría y la felicidad es que la alegría es un líquido y la felicidad un sólido.”

J. D. Salinger
Nueve cuentos



“La miré un buen rato. Estaba dormida con la cabeza apoyada en la almohada y tenía la boca abierta. Tiene gracia. Los mayores resultan horribles cuando duermen así, pero los niños no. A los niños da gusto verlos dormidos. Aunque tengan la almohada llena de saliva no importa nada.”

J. D. Salinger




“La vida es una partida y hay que vivirla de acuerdo con las reglas del juego.”

J. D. Salinger



“La voz humana conspira para profanar todo en la Tierra.”

J. D. Salinger





“Las mujeres. ¡Dios mío! Le vuelven a uno loco. De verdad.”

J. D. Salinger




“Lo que distingue al hombre insensato del sensato es que el primero ansía morir orgullosamente por una causa, mientras el segundo aspira a vivir humildemente por ella.”

J. D. Salinger




“Lo que haría sería hacerme pasar por sordomudo y así no tendría que hablar. Si querían decirme algo, tendrían que escribirlo en un papelito y enseñármelo. Al final se hartarían y ya no tendría que hablar el resto de mi vida. Pensarían que era un pobre hombre y me dejarían en paz.”

J. D. Salinger



“Lo que más me gusta de un libro es que te haga reír un poco de vez en cuando.”

J. D. Salinger




“Los extremos son siempre arriesgados y normalmente funestos y los peligros de cualquier contacto prolongado con la buena poesía es formidable.”

J. D. Salinger




“(Los libros) Que de verdad me gustan son esos que cuando acabas de leerlos piensas que ojalá el autor fuera muy amigo tuyo para poder llamarle por teléfono cuando quisieras.”

J. D. Salinger




“Los peces son los que no se van a ninguna parte. Los peces se quedan en el lago. Esos sí que no se mueven.”


J. D. Salinger




“Los poetas se toman siempre el tiempo tan a pecho. Siempre están metiendo sus emociones en cosas que no tienen ninguna emoción.”

J. D. Salinger



“Me alegro de que inventaran la bomba atómica: así si necesitan voluntarios para ponerse debajo cuando la lancen, puedo presentarme el primero.”

J. D. Salinger




“Me dieron una habitación inmunda con una ventana que daba a un patio interior, pero no me importó mucho. Estaba demasiado deprimido para preocuparme por la vista.”

J. D. Salinger




“Me latía el corazón como si fuera a escapárseme del pecho. Al menos me habría gustado estar vestido. Es horrible estar en pijama en medio de una cosa así.”

J. D. Salinger




“Me parece muy gracioso que cada vez que el diablo anda suelto por aquí, siempre viene de ese lugar donde estás echado. Y siempre eres tú quien lo ocupa.”

J. D. Salinger



“Me paso el día entero diciendo que estoy encantado de haberlas conocido a personas que me importan un comino. Pero supongo que si uno quiere seguir viviendo, tiene que decir tonterías de ésas.”

J. D. Salinger
El guardián entre el centeno



“¿No es el verdadero poeta, el verdadero pintor un vidente? ¿No es en realidad el único vidente que tenemos sobre la tierra?”

J. D. Salinger




“No estás estropeando nada —dijo en voz baja—. Sólo me interesa averiguar a qué diablos te refieres. Quiero decir, ¿Es preciso ser un maldito tipo bohemio o estar muerto, por el amor de Dios, para ser un verdadero poeta?”

J. D. Salinger



“No había más que darle un toquecito ligero en la espalda de vez en cuando. Y cuando se daba la vuelta movía el trasero a saltitos de una manera graciosísima. Me encantaba. De verdad. Para cuando volvimos a la mesa ya estaba medio loco por ella.”

J. D. Salinger



“No sé por qué hay que dejar de querer a una persona sólo porque se ha muerto. Sobre todo si era cien veces mejor que los que siguen viviendo.”

J. D. Salinger



"Nunca sabrá lo mucho que me animó recibir su carta. No debería sentirse abominable en absoluto. Fue todo culpa mía por ser tan loco, así que no se sienta de ese modo en absoluto. Aquí nos ponen películas una vez a la semana y en realidad no está tan mal. Tengo treinta y un años de edad y soy de Seattle. Llevo cuatro años en Nueva York y creo que es una gran ciudad, sólo que de vez en cuando se siente uno bastante solo. Usted es la chica más guapa que he visto nunca, incluso en Seattle. Me gustaría que me viniera a ver algún sábado por la tarde durante las horas de visita, de 2 a 4, y yo le pagaré el billete de tren.
[...]
Shirley habría enseñado también esta carta a todas sus amigas. Pero ésta no la contestaría. Cualquiera podía ver que este Horgenschlag era un tonto y después de todo, ella había contestado a la primera carta. Si contestaba a esta carta idiota la cosa podría eternizarse durante meses y todo eso. Había hecho por el hombre cuanto había podido. Y vaya nombre. Horgenschlag.
Mientras tanto, Horgenschlag lo está pasando fatal en la cárcel, aun cuando les pasan películas una vez a la semana. Sus compañeros de celda son Snipe Morgan y Slicer Burke, dos chicos de los bajos fondos, que ven en la cara de Horgenschlag cierto parecido con un tipo de Chicago que una vez se chivó de ellos. Están convencidos de que Cararrata Ferrero y Justin Horgenschlag son una, y la misma, persona."

Jerome David Salinger
El corazón de una historia quebrada



“Qué terrible es gritar te amo y que la otra persona en el otro extremo grite ¿qué?”

J. D. Salinger




“¿Sabes de qué me sonreía? Habías escrito que eras escritor de profesión. Me pareció el eufemismo más gracioso que jamás haya oído. ¿Desde cuándo el escribir es tu profesión? Nunca fue otra cosa que tu religión.”

J. D. Salinger




“¿Se acuerda de la manzana que Adán comió en el jardín del Edén, como se cuenta en la Biblia? -preguntó-. ¿Sabe lo que había en esa manzana? Lógica. La lógica y además cosas intelectuales. Eso es lo único que tenía adentro.”

J. D. Salinger


"Seymour dijo en una ocasión que todo lo que hacemos en nuestra vida es ir de un pedazo de tierra santa a otra."

Jerome David Salinger


“Si el sentimiento, en última instancia, no vuelve mentirosa a alguna gente, los abominables recuerdos seguro que sí.”

J. D. Salinger




“Soy un paranoico al revés. Siempre sospecho que la gente está planeando algo para hacerme feliz.”

J. D. Salinger




 “Supongo que ningún escritor jamás se deshace de sus viejas corbatas amarillo azafrán. Tarde o temprano aparecen en su prosa y maldito lo que puede hacer al respecto.”

J. D. Salinger



"Sybil hundió los dedos en el flotador de goma que el joven usaba a veces como almohadón.
—Necesita aire —dijo.
—Es verdad. Necesita más aire del que estoy dispuesto a admitir —retiró los puños y dejó que el mentón descansara en la arena—. Sybil —dijo—, estás muy guapa. Da gusto verte. Cuéntame algo de ti —estiró los brazos hacia delante y tomó en sus manos los dos tobillos de Sybil—. Yo soy capricornio. ¿Cuál es tu signo?
—Sharon Lipschutz dijo que la dejaste sentarse a tu lado en el taburete del piano —dijo Sybil.
—¿Sharon Lipschutz dijo eso?
Sybil asintió enérgicamente. Le soltó los tobillos, encogió los brazos y apoyó la mejilla en el antebrazo derecho.
—Bueno —dijo—. Tú sabes cómo son estas cosas, Sybil. Yo estaba sentado ahí, tocando. Y tú te habías perdido de vista totalmente y vino Sharon Lipschutz y se sentó a mi lado. No podía echarla de un empujón, ¿no es cierto?
—Sí que podías.
—Ah, no. No era posible. Pero ¿sabes lo que hice?
—¿Qué?
—Me imaginé que eras tú.
Sybil se agachó y empezó a cavar en la arena.
—Vayamos al agua —dijo.
—Bueno —replicó el joven—. Creo que puedo hacerlo.
—La próxima vez, échala de un empujón —dijo Sybil.
—¿Que eche a quién?
—A Sharon Lipschutz.
—Ah, Sharon Lipschutz —dijo él—. ¡Siempre ese nombre! Mezcla de recuerdos y deseos. —De repente se puso de pie y miró el mar—. Sybil —dijo—, ya sé lo que podemos hacer. Intentaremos pescar un pez plátano.
—¿Un qué?
—Un pez plátano —dijo, y desanudó el cinturón de su albornoz.
Se lo quitó. Tenía los hombros blancos y estrechos. El traje de baño era azul eléctrico. Plegó el albornoz, primero a lo largo y después en tres dobleces. Desenrolló la toalla que se había puesto sobre los ojos, la tendió sobre la arena y puso encima el albornoz plegado. Se agachó, recogió el flotador y se lo puso bajo el brazo derecho. Luego, con la mano izquierda, tomó la de Sybil.
Los dos echaron a andar hacia el mar."

Jerome David Salinger
Un día perfecto para el pez plátano



“Tenía ganas de rezar o algo así, pero no pude hacerlo. Nunca puedo rezar cuando quiero. En primer lugar porque soy un poco ateo. Jesucristo me cae bien, pero con el resto de la Biblia no puedo.”

J. D. Salinger




“Todo lo que hace la gente es tan...No sé...No erróneo, ni siquiera malo, ni estúpido necesariamente. Pero sí tan pequeño y sin sentido y...Que inspira tristeza. Y lo peor es que si se vuelve bohemio o algo chiflado, está siendo conformista como todos los demás, sólo que de un modo diferente.”

J. D. Salinger


"Todo lo que sé es que me estoy volviendo loca -declaró Franny.- Estoy harta de tanto ego, ego, ego. Del mío y del de todo el mundo. Estoy harta de que todo el mundo quiera llegar a alguna parte, hacer algo diferente, ser alguien interesante."

J. D. Salinger



"Único hijo de un acaudalado matrimonio de misioneros, el "hombre que ríe" había sido raptado en su infancia por unos bandidos chinos. Cuando el acaudalado matrimonio se negó (debido a sus convicciones religiosas) a pagar el rescate para la liberación de su hijo, los bandidos, considerablemente agraviados, pusieron la cabecita del niño en un torno de carpintero y dieron varias vueltas hacia la derecha a la manivela correspondiente. La víctima de este singular experimento llegó a la mayoría de edad con una cabeza pelada, en forma de nuez (pacana) y con una cara donde, en vez de boca, exhibía una enorme cavidad ovalada debajo de la nariz. La misma nariz se limitaba a dos fosas nasales obstruidas por la carne. En consecuencia, cuando el "hombre que ríe" respiraba, la abominable siniestra abertura debajo de la nariz se dilataba y contraía (yo la veía así) como una monstruosa ventosa. (El Jefe no explicaba el sistema de respiración del "hombre que ríe" sino que lo demostraba prácticamente.) Los que lo veían por primera vez se desmayaban instantáneamente ante el aspecto de su horrible rostro. Los conocidos le daban la espalda. Curiosamente, los bandidos le permitían estar en su cuartel general-siempre que se tapara la cara con una máscara roja hecha de pétalos de amapola. La máscara no solamente eximía a los bandidos de contemplar la cara de su hijo adoptivo, sino que además los mantenía al tanto de sus andanzas; además, apestaba a opio. Todas las mañanas, en su extrema soledad, el "hombre que ríe" se iba sigilosamente (su andar era suave como el de un gato) al tupido bosque que rodeaba el escondite de los bandidos. Allí se hizo amigo de muchísimos animales: perros, ratones blancos, águilas, leones, boas constrictor, lobos. Además, se quitaba la máscara y les hablaba dulcemente, melodiosamente, en su propia lengua."

Jerome David Salinger
El hombre que ríe



“Verás, yo pongo la mano en la espalda de mi pareja, ¿No? Pues si me da la sensación de que más abajo de la mano no hay nada, ni trasero, ni piernas, ni pies, ni nada, entonces es que la chica es una bailarina fenomenal.”

J. D. Salinger
El guardián del centeno




“Yo tenía veintiún años y era tan independiente como sólo puede serlo un escritor joven, inédito, novato.”

J. D. Salinger



"Zooey giró en redondo para mirar a su madre. Y en este momento la miró exactamente del mismo modo como la habían mirado, en un momento cualquiera, en un año cualquiera, todos sus hermanos y hermanas (y en especial sus hermanos). No sólo con asombro objetivo ante la revelación de una verdad, fragmentaria o no, a través de lo que a menudo se presentaba como una masa impenetrable de prejuicios, frases hechas y monotonía, sino con admiración, afecto y, en la misma medida, gratitud. Y, tanto si era extraño como si no, la señora Glass aceptaba invariablemente este «tributo», cuando se le ofrecía, con un hermoso talante. Miraba a su vez con gracia y modestia al hijo o la hija que le había dedicado esta mirada. Ahora obsequió a Zooey con esta expresión graciosa y modesta.
—Es cierto —dijo, sin sombra de acusación en la voz—. Ni tú ni Buddy sabéis hablar con la gente que no os gusta. -Reflexionó—. Mejor dicho, a quien no amáis —rectificó, y Zooey siguió contemplándola, sin afeitarse—. Esto no está bien —continuó, triste y gravemente—. Cada vez te pareces más a Buddy cuando tenía tu edad. Incluso tu padre lo ha advertido. Si alguien no te gusta a los dos minutos, le descartas para siempre. —La señora Glass paseó su mirada abstraída por las baldosas del suelo, hasta la alfombrilla azul. Zooey se mantenía lo más quieto posible, para no interrumpir su estado de ánimo—. No se puede vivir en el mundo con simpatías y antipatías tan marcadas —dijo la señora Glass a la alfombra de baño, y entonces se volvió de nuevo hacia Zooey y le dirigió una larga mirada, muy poco o nada moralizadora—. A pesar de lo que tú puedas creer, jovencito —añadió."

Jerome David Salinger
Franny y Zooey















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