Kate Wilhelm

"A la mañana siguiente, cuando los muchachos se reunieron para comenzar la expedición a Filadelfia, Mark no estaba entre ellos. Su mochila había desaparecido y no pudieron encontrarlo. Gary y sus hermanos se consultaron enfadados y decidieron que irían sin él. Tenían buenos mapas, corregidos por el mismo Mark. Los chicos estaban bien entrenados. No había razones para depender de un chico de catorce años. Se marcharon, pero con un mal presentimiento.
Mark los observó desde lejos, y durante todo el día se mantuvo a una distancia prudencial. Cuando acamparon por la noche, su primera noche en el bosque, él estaba en un árbol cercano.
Los chicos estaban bien, pensó satisfecho. Mientras no se separa a los grupos de hermanos, están bien. Pero los hermanos Gary estaban muy nerviosos. Se sobresaltaban ante los ruidos.
Aguardó a que se hiciera el silencio en el campamento y luego, desde lo algo de un árbol donde podía verlos sin ser visto, comenzó a gemir. Al principio, nadie prestó atención a los ruidos que hacía, pero finalmente Gary y sus hermanos comenzaron a examinar ansiosamente los árboles y sus propios rostros. Mark gimió más fuerte. Los chicos comenzaron a moverse. Casi todos estaban durmiendo cuando empezó, pero ahora se movían inquietos.
— ¡Woji! —Se quejó Mark, cada vez con mayor volumen—. ¡Woji! ¡Woji!
Dudaba de que alguien siguiera durmiendo.
— ¡Woji dice volved! ¡Woji dice volved!
Disimulaba la voz ahuecándola y poniendo las manos delante de la boca. Repitió muchas veces las palabras y terminaba cada mensaje con un quejido agudo. Después de un rato, agregó otra palabra:
— ¡Peligro, peligro, peligro!
Se detuvo abruptamente en mitad del cuarto "peligro". Hasta él tenía conciencia ahora de que el bosque escuchaba. Los hermanos Gary fueron con antorchas a la zona que rodeaba el campamento buscando algo, cualquier cosa. Mientras buscaban, se mantenían juntos. La mayoría de los chicos estaban sentados lo más cerca posible del fuego. Pasó mucho tiempo antes de que volvieran a acostarse y a intentar dormir. Mark dormitaba en el árbol, y cuando despertaba volvía a repetir la advertencia, deteniéndose de nuevo en la mitad de una palabra, aunque no estaba seguro de la razón por la que eso era peor. Nuevamente buscaron sin éxito, avivaron las hogueras y los chicos se sentaron, sintiendo mucho miedo. Antes del amanecer, cuando el bosque estaba más oscuro, Mark empezó a reírse con una risa aguda e inhumana que parecía retumbar en todas partes.
El día siguiente amaneció frío y lluvioso, con una niebla espesa que sólo se aclaró un poco en el transcurso del día. Mark rodeaba al vacilante grupo, murmurando cosas por la derecha, desde atrás, por encima de sus cabezas. A media tarde apenas avanzaban y los chicos hablaban abiertamente de desobedecer a Gary y volver a Washington. Mark notó, satisfecho, que dos de los hermanos de Gary apoyaban a los rebeldes ahora."

Kate Wilhelm
Donde solían cantar los dulces pájaros



"Ella recobró su tono glacial, e hicieron arreglos para la llegada de los niños y la hora en que él debía devolverlos. Como libros de biblioteca, pensó él. Como meros libros de biblioteca.
Cuando colgó, miró el apartamento y quedó azorado ante la mugre y el total descuido. Otra lámpara, pensó. Necesitaba una segunda lámpara, por lo menos. Tal vez dos. Anna amaba la luz. ¿Una novia? Quería reír, y también llorar. Tenía una firma, unas cartas de amor escritas para otro hombre, una mujer que acudía a sus sueños y le hablaba con las frases de sus cartas. ¡Una novia! Cerró los ojos y vio el nombre: Anna. La A mayúscula, un volcán en erupción elevándose a la estratosfera; las n, gráciles y uniformes; la pequeña a final, que se resistía a estar quieta y quería echarse a volar, y de la cual nacía una airosa línea curva que encerraba el nombre entero y cruzaba la primera letra para convertirla en A y así formaba una paleta perfecta. Una representación gráfica de Anna, remontándose al cielo, pintando, creando arte con cada jadeo, cada movimiento. Para siempre tuya, Anna. Para siempre tuya.
Inhaló hondamente y trató de hacer planes para el fin de semana con los niños, para el resto del mes, el verano, el resto de su vida.
Al día siguiente compró una lámpara, y camino de su casa entró en una floristería a comprar plantas. Ella había escrito que la luz del sol transformaba en gemas las flores del antepecho. Las puso en el antepecho y subió la persiana; la luz del sol transformó los capullos en gemas. Apartó los ojos, apretando los puños.
Volvió a su trabajo; la primavera se convirtió en un verano caluroso y húmedo como sólo podía serlo en Nueva York, y se sorprendió yendo de una exposición de arte a otra. Se burlaba de sí mismo, y se maldecía por hacerlo, pero asistió a inauguraciones, examinó la obra de artistas nuevos, y sus firmas, una y otra vez. Si los investigadores avezados no lograban encontrarla, se dijo, y si el FBI no podía encontrarla, era un tonto en pensar que tenía alguna probabilidad. Pero iba a las exposiciones. Se sentía solo, se dijo, y trataba de interesarse en otras mujeres, en cualquier otra mujer, y seguía asistiendo a las exposiciones.
En otoño fue a la inauguración de la exposición de otra nueva artista, esta vez una profesora de arte. Se maldijo por no haber pensado antes en eso. Ella podía ser una profesora. Hizo una lista de las escuelas y recorrió la lista, perfeccionando una historia mientras visitaba a la gente. Estaba juntando firmas de artistas para un artículo que pensaba escribir. Era una historia aceptable. No le sirvió de nada."

Kate Wilhelm
Siempre tuya Anna



















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