Yu Hua

"A Primer Júbilo le pareció que el hombre tenía razón. Asintió y se llevó el boniato a casa. Cuando llegó, los demás ya se habían ido. Se sentó solo y puso el boniato aún caliente sobre la mesa. Lo peló con mucho cuidado. Vio que por dentro era todo amarillo anaranjado, como un sol, y aspiró el cálido aroma rebosante de dulzor. Tomó un bocado, y el dulce aroma le invadió la boca.
Apenas comió cuatro bocados, el boniato se acabó. Primer Júbilo se quedó allí sentado, recorriéndose la boca con la lengua para sentir el remanente de dulzor del boniato, hasta que ya sólo le quedó saliva. Sabía que no quedaba boniato, pero tenía ganas de más, de modo que miró la piel y se metió un trozo en la boca. En medio del sabor a quemado, percibió el aromático dulzor, y acabó comiéndose toda la piel.
Pero tenía ganas de más y se dio cuenta de que no había comido lo suficiente. Entonces se levantó, salió y se dirigió de nuevo al puesto de Wang Er el Barbas. Los Wang habían acabado de tomarse la sopa y estaban los seis lamiendo sus cuencos. Primer Júbilo los miró con los ojos como platos.
—Me he quedado con hambre —le dijo a Wang Er el Barbas—, dame otro boniato.
—¿Cómo sabes que te has quedado con hambre?
—Porque después de comérmelo tengo ganas de más —contestó Primer Júbilo.
—Pero ¿estaba rico el boniato?
—Sí —asintió Primer Júbilo.
—¿Rico normal o riquísimo?
—Riquísimo.
—Entonces es normal —explicó Wang Er el Barbas—. Pasa con todas las cosas ricas: que luego tienes ganas de más.
A Primer Júbilo le pareció que el hombre tenía razón y asintió.
—Vuelve a casa, anda —dijo Wang Er el Barbas—, que ya no tienes hambre.
Y Primer Júbilo volvió a casa, se sentó ante la mesa, pero al verla tan vacía le entraron ganas de comer. Entonces pensó en su familia. Los imaginó a los cuatro sentados en el restaurante, cada uno con su bol de tallarines humeantes, cuando él sólo había comido un boniato más pequeño que su mano. Se echó a llorar sobre la mesa, primero en silencio, pero luego a sollozos.
Al cabo de un rato de llanto, pensó de nuevo en su familia, que debía de estar en ese mismo momento comiendo tallarines en el restaurante, y dejó de llorar. Le pareció que tenía que ir a reunirse con ellos, que tenía que comer también un cuenco de tallarines humeantes, y salió de casa.
Ya había anochecido. En las calles, debido a la escasez de fluido eléctrico, las farolas no alumbraban más que luciérnagas. Primer Júbilo se apresuraba, jadeante, pensando: «Deprisa, deprisa». No se atrevía a correr, porque Xu Sanguan decía, y también Xu Yulan, que si uno corría después de comer algo, enseguida le entraba hambre. Así que, al mismo tiempo, iba pensando: «No corras, no corras, no corras...». Iba con la cabeza gacha, mirándose los pies, todo recto en dirección al este. Sabía que en el cruce se encontraba un restaurante llamado Liberación. Por la noche, las luces del Liberación eran lo más luminoso del cruce.
Primer Júbilo iba con la cabeza gacha, animándose a ir deprisa, con lo que pasó de largo el cruce sin darse cuenta y siguió derecho hasta que la calle se convirtió en una callejuela. Se detuvo, estuvo mirando a diestra y siniestra un rato. Se dio cuenta de que había pasado el restaurante Liberación y desanduvo el camino, esta vez sin atreverse a bajar la cabeza, mirando cada poco por dónde iba, hasta que llegó al cruce. Vio que el Liberación estaba cerrado a cal y canto; dentro no se veía ni una luz. Pensó que el establecimiento ya había cerrado, y que su familia ya había acabado de cenar. Estuvo un rato junto a un poste de la luz, llorando a lágrima viva. En ese momento, pasaron dos transeúntes.
—¿Quién es este niño que llora? —preguntaron.
—Un hijo de Xu Sanguan —respondió Primer Júbilo.
—¿Quién es Xu Sanguan?
—El de la fábrica de seda —contestó.
—¿Qué haces a estas horas fuera de casa? —preguntaron—. Anda, vuelve ahora mismo.
—Quería ver a mis padres —dijo él—, se han ido a un restaurante a tomar tallarines.
—¿Se han ido a un restaurante? —dijeron—. Entonces ve al Victoria, el Liberación lleva dos meses cerrado.
Primer Júbilo se encaminó inmediatamente hacia el norte. Sabía dónde estaba el Victoria, junto al puente de la Victoria. Volvió a caminar mirándose los pies, porque así iba más deprisa. Recorrió toda la calle, luego una callejuela, luego otra calle, vio el río que atravesaba la ciudad y lo bordeó hasta el puente.
Las luces del restaurante Victoria relumbraban en la noche, inundando de alegría a Primer Júbilo, como si ya hubiera comido los tallarines. Ahora sí, echó a correr. Pero, cuando llegó a la entrada del restaurante, no vio a Xu Sanguan, ni a Xu Yulan, ni a sus hermanos. Sólo había dos empleados barriendo. Ya lo habían limpiado casi todo y estaban llegando a la puerta.
Como Primer Júbilo estaba en el umbral, la basura barrida fue a parar a sus pies."

Yu Hua
Crónica de un vendedor de sangre



"Cuando un escritor escribe una nueva obra, lo mejor es que se olvide de las obras que ha escrito antes. Aunque esto para mí también tiene un problema y es que a veces me surgen nombres de personajes o argumentos que ya había escrito con anterioridad, pero que había olvidado completamente."

Yu Hua



"Era asombroso el respeto que manifestaba mi abuelo en sus tiempos. De hecho, era su manera de expresar, inconscientemente, su gratitud hacia el destino. Mi abuela había sido una joven criada con mimo. A los dieciséis años, sentada en un palanquín y calzando diminutos zapatos bordados, se había casado con un hombre. Pero, dos años después, había sido obligada a dejar la gran mansión de su esposo y, muerta de sueño, se fue con un pelagatos, mi abuelo, más pobre que una rata, que la llevó al erial que era Nanmen. El linaje deslumbrante de mi abuela hizo sombra a Sun Youyuan toda su vida.
Esa mujer, que murió cuando yo tenía tres años, siempre mantuvo unos hábitos poco acordes con nuestro entorno familiar de aquella época, demostrando así que la vida opulenta que había llevado otrora no había desaparecido por completo. En el frío gélido del invierno, en casa se encendía el brasero a pesar de nuestra pobreza, y mi abuela se pasaba el día junto a éste, con los ojos entornados, como si no tuviera nada que hacer. Durante toda su vida, tomó un baño de pies bien caliente antes de irse a dormir. Sus pies diminutos y deformes adquirían gradualmente en el agua un color rosado, esa imagen quedó para siempre grabada en mi memoria. Eran pies que jamás se habían metido en un arrozal, aunque había pasado más de treinta años durmiendo con un campesino. Esos vicios de aristócrata indolente lograron mantenerse a flote durante décadas sin encontrar obstáculo alguno. Mi abuelo, tan irascible a los ojos de mi padre, a los míos era un hombre que se quedaba humildemente esperando con los brazos caídos, junto a la jofaina en que mi abuela se daba su baño de pies.
Una mañana de invierno, mi abuela no se despertó a la hora de levantarse. Su muerte, sobrevenida sin el menor indicio, dejó a mi abuelo aturdido de dolor. Cuando se encontraba con alguien del pueblo, esbozaba una sonrisa medrosa, como si en casa hubiera sucedido algo escandaloso en lugar del fallecimiento de su esposa.
Me parece que presencié la siguiente escena: mi abuelo Sun Youyuan de pie, en medio de la ventisca, con una chaqueta guateada, de un negro lustroso de puro sucio, sin botones, atada con un cordel de esparto. Debajo no llevaba nada, y su pecho quedaba al descubierto en el gélido frío invernal. El anciano encorvado, con las manos metidas en las mangas, dejaba que los copos cayeran sobre su pecho y se derritieran al contacto con su piel. En su rostro sonriente, sus ojos enrojecieron y las lágrimas le rodaron por las mejillas."

Yu Hua
Gritos en la llovizna



“La literatura no puede cambiar la sociedad, pero sí puede modificar la forma en que el lector ve esa sociedad.”

Yu Hua


"Lin Hong estaba completamente inmersa en su felicidad. Su apuesto marido la llevaba todas las mañanas a la fábrica de géneros de punto en su bicicleta Eternidad, brillante y a la moda. Cuando se internaba en la fábrica, se volvía repetidas veces para ver a Song Gang de pie junto a la bicicleta, diciéndole adiós con la mano. Cuando salía de la fábrica a última hora de la tarde, él la esperaba, sonriendo ampliamente. Lin Hong ignoraba que él estaba ayudando a Li Guangtou, y cuando lo descubrió, Song Gang llevaba haciéndolo un mes.
La primera vez que Lin Hong se dio cuenta de que el dinero y los cupones de cereales faltaban del bolsillo de Song Gang, sonrió para sí y, sin decirle nada, los reemplazó por otros veinte centavos y otros dos cupones de cereales. Song Gang estaba cerca y tampoco dijo nada, aunque la sonrisa cordial de ella lo hizo sentir muy incómodo.
Lin Hong seguía ignorando que Li Guangtou se apropiaba diariamente del dinero y de los cupones de cereales de Song Gang. Todos los días, sin falta, sustituía el contenido de los bolsillos de su marido. Al principio estaba encantada porque parecía que él cuidaba mejor de sí mismo, y por fin había reconocido que cuando tenía hambre debía comprarse algo para comer. Pero poco a poco empezó a encontrar extraño que hubiera pasado de no querer nada a gastarse todo lo que llevaba consigo, sin conservar siquiera el cambio. Consideraba que, con independencia de lo que comprara para comer, al menos debería quedar algo de vuelta. Lo miraba con recelo, pero él evitaba su mirada. Por último, se lo preguntó directamente:
-¿Qué comes todos los días?
Song Gang abrió la boca, pero de ella no salieron palabras. Lin Hong repitió la pregunta, él se limitó a mover la cabeza y dijo que no había comido nada. Ella se lo quedó mirando atónita, pero él de nuevo evitó su mirada. A desgana, confesó:
-Se lo he dado todo a Li Guangtou.
Lin Hong se quedó sin habla en medio de la habitación. Sólo entonces recordó que Li Guangtou se había convertido en un mendigo, porque hasta ese momento había olvidado completamente su existencia. Su mundo lo ocupaba solamente Song Gang, y ahora aquel cabrón de Li Guangtou se metía por medio una vez más. Cuando Ling Hong calculó que en el transcurso del último mes Li Guangtou se había quedado con unos seis yuanes suyos, no pudo contenerse y se puso a gritar. Repitiendo seis yuanes una y otra vez para sí, observó que si hubieran ahorrado esa cantidad, les habría bastado para vivir los dos un mes entero.
Song Gang bajó la cabeza y se sentó en el borde de la cama, incapaz de mirar a su esposa. No levantó la cabeza ni la miró a los ojos hasta que ella se echó a llorar y le preguntó cómo pudo hacer algo así."

Yu Hua
Brothers


"Los escritores que vivimos en China podemos escribir tanto historias del pasado como de la realidad del presente."

Yu Hua




"Meses atrás había bastado una orden del jefe de equipo para destrozar las ollas, y ahora bastó también su orden para ir a comprarlas. El grano que quedaba en la cantina se distribuyó a cada familia según el número de miembros. Lo que nos tocó sólo daba para comer tres días. Y aún hubo suerte de que sólo faltara un mes para la cosecha del arroz; pero a ver cómo íbamos a aguantar ese mes.
En el pueblo, empezaron a dar puntos de trabajo a los labradores. Yo fui considerado un trabajador de fuerza, y me dieron diez puntos. Si Jiazhen no hubiera estado enferma, le habrían dado ocho, pero tal como estaba sólo podía con tareas fáciles, así que no le dieron más que cuatro. Menos mal que Fengxia ya era mayor. Para ser mujer, era muy fuerte, así que cada día le daban siete puntos.
Jiazhen sufría pensando que sólo había conseguido la mitad de puntos, no se le quitaba de la cabeza. Siempre tenía la sensación de que podía con el trabajo más pesado, y hasta fue varias veces a decírselo al jefe de equipo. Le decía que sabía que estaba enferma, pero que de momento todavía era capaz de hacer trabajo pesado.
-Dadme los cuatro puntos –decía- cuando de verdad ya no pueda.
El jefe de equipo se lo pensó y consideró que tenía razón.
-Entonces ve a la siega del arroz –le dijo.
Jiazhen fue a los arrozales con su hoz. Al principio, trabajaba muy rápido, tanto que al verla pensé que el médico se había equivocado. Pero, cuando acabó la primera hilera, ya se tambaleaba un poco; y al segar la segunda ya iba mucho más lenta. Fui a verla y le pregunté:
-¿Estás bien?
Tenía la cara toda sudada.
-Ocúpate de lo tuyo –me regañó poniéndose derecha-. ¿Para qué vienes?
Jiazhen tenía miedo de que, al ir yo a verla, los demás se fijaran en ella.
-Tienes que cuidarte –le dije.
-Vete ahora mismo –me dijo muy nerviosa.
No me quedó más remedio que alejarme, moviendo la cabeza. Al poco rato, oí un ruido, ¡patapum!, y pensé: “Malo.” Levanté la cabeza, vi que se había caído al suelo, y fui hasta ella. Aunque se había levantado, le temblaban las piernas. Además, al caer se había dado con la hoz en la frente y le salía sangre. Me miró y forzó una sonrisa. Yo, sin decir nada, la levanté a caballo y fui hacia casa. Ella no se resistió, pero, a medio camino, se echó a llorar."

Yu Hua
¡Vivir!


"Mi escritura, o lo que quiero expresar, es como estar en un barco que estuviera lleno de muchas cosas. Todo lo que ocurre en China es como si fuera ese barco lleno de mercancías. Si en China no ocurrieran esas cosas, probablemente mis obras no hubieran tenido la misma evolución."

Yu Hua


"Sí soy optimista sobre el futuro de China. Creo que la humanidad siempre progresa hacia adelante y, aunque se producen intervalos con idas y venidas, en términos generales siempre se evoluciona, siempre se avanza. En relación a las reformas en China la evolución siempre será hacia delante y no hay vuelta atrás."

Yu Hua








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