Bernhard Schlink

"A veces, las despedidas nos permiten ver con claridad lo que dejamos atrás y apreciarlo y evaluarlo. Pero la mayoría de las veces necesitamos más distancia, y decir adiós es solo el comienzo de un largo proceso de reafirmación de lo que dejamos atrás. Depende de qué tipo de despedida sea, una que acaba o una que también comienza algo, una que se nos impone o una que elegimos tener, una dolorosa o una liberadora. Hay muchos tipos de despedidas, al igual que ocurre con los colores."

Bernhard Schlink



"A lo mejor es que la única felicidad verdadera es la que dura siempre."

Bernhard Schlink



"A veces un final doloroso hace que el recuerdo traicione la felicidad pasada. A lo mejor es que la única felicidad verdadera es la que dura siempre. Porque solo puede tener un final doloroso lo que ya era doloroso de por sí, aunque no fuéramos conscientes de ello, aunque lo ignorásemos. Pero un dolor inconsciente e ignorado, ¿es dolor?"

Bernhard Schlink



"Al escribir nos basamos en lo que hemos experimentado, pensado, sentido y observado. Observamos desde la proximidad temporal y espacial, y también desde la distancia temporal y espacial. Por supuesto, escribir y recordar están relacionados."

Bernhard Schlink



"Algunas historias quieren ser contadas como novelas, otras más cortas, no. Yo no decido eso, las historias lo hacen."

Bernhard Schlink



"Durante mucho tiempo, nuestra cultura solo vio y respetó a los ganadores, no a las víctimas. Eso ha cambiado y es bueno. Pero como suele suceder, hay situaciones sobregiradas. Al igual que antes uno se preguntaba si el ganador merecía ganar, ahora uno se pregunta si la víctima merece o no la derrota."

Bernhard Schlink




"El primer día de las vacaciones de pascua me levanté a las cuatro. Hanna tenía turno de día. A las cuatro y cuarto cogía la bicicleta y se iba a las cocheras del tranvía, y a las cuatro y media salía con el primer tranvía hacia Schwetzingen. Me había contado que en el viaje de ida el tranvía solía ir vacío. No se llenaba hasta el viaje de vuelta. Me subí en la segunda parada. El segundo vagón iba vacío, y en el primero estaba Hanna al lado del conductor. Dudé si sentarme en el vagón delantero o en el trasero, y me decidí por este último. Prometía más intimidad, un abrazo, un beso. Pero Hanna no vino. Por fuerza tuvo que verme esperando en la parada y subiendo al tranvía. Al fin y al cabo, el conductor había parado para que yo subiera. Pero ella se quedó de pie junto a él, hablando y bromeando. Lo veía perfectamente. El tranvía pasaba sin detenerse por todas las paradas, una tras otra. No había nadie esperando. Las calles estaban vacías. Todavía no había salido el sol, y bajo el cielo blanco todo estaba cubierto de una luz pálida: las casas, los coches aparcados, los árboles cargados de hojas verdes y los arbustos florecientes, el depósito del gas y, a lo lejos, las montañas. El tranvía avanzaba despacio, seguramente porque el horario estaba hecho teniendo en cuenta los tiempos de parada, y el conductor tenía que reducir la velocidad para no llegar a destino antes de hora. Me sentí encerrado en aquel lento tranvía en marcha. Al principio me quedé sentado, pero luego me puse de pie e intenté fijar la vista en Hanna, para que se diera cuenta de que la estaba mirando por detrás. Al cabo de un rato se dio la vuelta y me miró como sin querer. Y siguió hablando con el conductor. El viaje continuó. Pasado Eppelheim, los raíles no discurrían ya por en medio de la calzada, sino por un terraplén paralelo a la carretera. El tranvía cogió más velocidad, y ahora avanzaba con el traqueteo propio de un tren. Yo sabía que el recorrido pasaba por varios pueblos hasta acabar en Schwetzingen. Pero me sentía excluido, expulsado del mundo normal en el que la gente vivía, trabajaba y amaba. Como si estuviera condenado a un viaje sin rumbo ni final a bordo de un tranvía vacío."

Bernhard Schlink
El lector


"En cambio, nunca estaba demasiado cansada para ir a pasear por los cementerios de la ciudad. Había aproximadamente una docena y la señorita Rinke los conocía todos, aunque algunos le gustaban más que otros: el cementerio de la montaña, el cementerio militar, el cementerio judío y el cementerio campesino, que se extendía ante las puertas de la localidad. Del cementerio de la montaña, el más grande de la ciudad, le gustaba la diversidad de los caminos, monumentos fúnebres y mausoleos; del cementerio militar, el terreno, que primero ascendía y luego descendía, de tal modo que parecía dirigirse hacia el cielo a través del campo cubierto de cruces de hierro; del cementerio judío, la sombra bajo los árboles antiguos, altísimos, y del cementerio campesino, las amapolas y los acianos que crecían en los márgenes de los campos vecinos. Las flores del cementerio de la montaña también le gustaban mucho, pero todavía le gustaba más la nieve que en invierno cubría los caminos y las tumbas y que se posaba sobre la cabeza, los hombros y las alas de las estatuas de ángeles y mujeres.
Allí no hablábamos demasiado, o mucho menos, en cualquier caso, que en nuestras caminatas por otros entornos. Ocasionalmente la señorita Rinke se detenía, comentaba algo acerca de una lápida, un nombre, una planta, me miraba y yo le contestaba. Pero por lo general solo se oían nuestros pasos, los pájaros y de vez en cuando el tintineo de alguna herramienta de jardín, el zumbar de la máquina que utilizaban para trasplantar las tumbas o las palabras discretas y los cantos de algún grupo de dolientes.
Yo creía saber por qué a la señorita Rinke le gustaban los cementerios. A lo largo de su vida había perdido a tantas personas cuyas tumbas le resultaban inaccesibles o desconocidas que paseando por entre tumbas de extraños tenía ocasión de hablar con sus muertos, con Herbert, con Eik, con su vecina de la región del Memel, con su abuela y con sus padres, de quienes apenas hablaba, pero que aún recordaba. Y no me costaba nada entenderla: a mí también me gustaba visitar la tumba de mis abuelos para recordarles todo lo que les debía y decirles que los echaba de menos. Pero cuando le conté todo esto a la señorita Rinke, resultó que para ella los cementerios eran otra cosa.
Resultó que no conversaba con sus muertos entre las tumbas de los extraños. Si le gustaban los cementerios era porque allí todos eran iguales, los poderosos y los débiles, los pobres y los ricos, los queridos y los desatendidos, los que habían triunfado y los que habían fracasado. Y eso no lo cambiaban ni los mausoleos ni las estatuas de ángeles ni las lápidas suntuosas. Todos estaban muertos y nadie podía ni quería ser más grande de lo que era: allí las ambiciones exageradas ya no existían."

Bernhard Schlink
Olga



"Fue conduciendo a lo largo de la calle principal. Le hubiera gustado dejar los soportes y los travesaños en la pila de la que los había sacado, pero la fiesta del pueblo había acabado y ya habían recogido todo.
Desde el almacén llamó a la compañía telefónica y dio el aviso de que la línea no funcionaba. Le aseguraron que aquella misma tarde mandarían a alguien para repararla.
Ya en casa, fue de una habitación a otra. En el dormitorio descorrió las cortinas y abrió la ventana, hizo la cama y dobló el camisón y el pijama. Ante el cuarto de trabajo de Kate, se detuvo en la puerta: ella lo había recogido todo. La mesa no tenía nada encima, aparte del ordenador, la impresora y un montón de papeles impresos. Los libros y los papeles que había por el suelo estaban ahora en las estanterías. Parecía como si Kate no sólo hubiera acabado el libro, sino también una etapa de su vida, y eso le llenó de tristeza. La habitación de Rita olía a niña pequeña. Cerró los ojos, inspiró y le llegó el olor de los ositos que Rita no le dejaba lavar, el de su champú y el de su sudor. En la cocina metió la vajilla y las ollas en el lavaplatos y dejó todo lo demás: el jersey, como si Kate pudiera aparecer en cualquier momento y se lo fuera a poner; los lápices de colores, como si Rita fuera a sentarse enseguida en la mesa para seguir dibujando. Sintió frío y subió la calefacción.
Salió a la puerta. Ningún juez le quitaría a Rita. En el peor de los casos, una buena abogada le conseguiría una pensión alimenticia generosa. Viviría solo con Rita en la montaña. Rita crecería con una madre a cinco horas en coche. ¿Kate quiere llevar las cosas al límite? Pues ya verá lo que va a conseguir.
Miró hacia el bosque, al prado con los manzanos y los lilos y al lago con el sauce llorón. ¿Ya no patinarían los tres sobre el hielo cuando el lago se hubiera helado? ¿Ya no se tirarían los tres en trineo por la colina de la otra orilla? Aunque Rita pudiera arreglarse sin su madre en el aspecto emocional y él sin Kate en el aspecto económico, no quería perder aquella vida que en verano le había parecido a veces como si hubiera sido siempre su vida y como si fuera a seguir siéndolo para siempre."

Bernhard Schlink
Mentiras de verano



"Hay muchos tipos de despedidas y formas de vivirlas. Pueden ser tristes dolorosas, destructivas, pero también liberadoras y estimulantes. En cada despedida algo se termina, pero también puede empezar algo, pueden ser voluntarias o necesarias."

Bernhard Schlink



"La "banalidad del mal" realmente capta una verdad sobre el mal."

Bernhard Schlink



"La comprensión lleva a la tentación de disculparse, en lugar de justificarse. La tentación de disculparse -hay un dicho "tout comprendre c'est tout pardonner" (puede soportarse, puede resistirse)-. Y ciertamente no es una razón para renunciar a la comprensión. ¿Cómo se supone que vamos a aprender del destino de las personas, las instituciones y el curso de la historia si no los entendemos?"

Bernhard Schlink



"Las ventanas no expandían el espacio hacia el exterior, hacia el mundo, sino que lo capturaban, lo reducían a un cuadro colgado en la pared."

Bernhard Schlink



"Los estratos de nuestra vida reposan tan juntos los unos sobre los otros que en lo actual siempre advertimos la presencia de lo antiguo, y no como algo desechado y acabado, sino presente y vívido."

Bernhard Schlink




“No olvidé a Hanna, desde luego, pero en algún momento su recuerdo dejó de acompañarme a todas partes. Quedó atrás, como queda atrás una ciudad cuando el tren sigue su marcha. Está allí, en algún lugar de nuestra espalda, y si hace falta puede uno coger otro tren e ir a asegurarse de que la ciudad todavía sigue allí. Pero ¿para qué hacer tal cosa?”

Bernhard Schlink
El lector





"Por la tarde, en mi oficina, escribí una carta a Vera Soboda contándole que el blanqueo de dinero en Weller & Welker se había terminado; que el banco había sido como una casa de locos en la que los locos habían encerrado a médicos y enfermeras y se habían hecho pasar por ellos; que Samarin, el cabecilla de los locos, había muerto y que Welker volvía a ser el médico de la institución. La comparación de Nägelsbach me había gustado.
En el casillero había una carta de Welker. Me daba las gracias y adjuntaba un cheque de doce mil marcos. Además, me invitaba a la fiesta de retorno a su casa de la Gustav-Kirchhoff-Strasse, el sábado de la semana siguiente.
Me pregunté si aún debería presentarle la factura detallada, tal como habíamos quedado cuando me propuso el trabajo. Por lo general, tras cerrar un caso, suelo entregar a mi cliente un informe por escrito. ¿Estaba cerrado aquel caso? Mi cliente ya no quería nada más de mí. Me había dado las gracias, me había pagado y la fiesta a la que me había invitado era una fiesta de despedida. Por su parte el caso estaba cerrado ¿Y por la mía?
¿Quién le había dado a Schuler un susto de muerte? Samarin no lo había admitido, pero tampoco lo había negado expresamente. Yo no podía creer que se lo hubiera quitado de en medio sólo por el asunto del dinero. De lo contrario, no habría mencionado que Schuler le había enseñado a leer y a escribir. Si lo había matado, o había ordenado que lo matasen, era que detrás del asunto del maletín con el dinero había algo más. ¿Y cómo podrían haber dado a Schuler un susto de muerte?
¿O me estaría engañando? ¿Sería que me negaba a admitir que había sido yo el causante de la muerte de Schuler y por eso buscaba una conspiración o una intriga, cuando lo único que había era la debilidad y la confusión propias de su edad, y mi lentitud de reflejos? Un organismo agotado, un mal día, una cantidad de dinero apabullante... ¿No era todo eso suficiente para provocar en Schuler aquel estado en el que vino a mi encuentro?
Me puse de pie y me dirigí a la ventana. Allí era donde estuvo su Isetta, allí me había dado el maletín, allí había trazado la larga línea diagonal por la calle y había pasado entre el semáforo y el árbol a la zona verde. Allí, contra aquel árbol, había encontrado la muerte. El semáforo se ponía rojo, ámbar y verde y luego, de nuevo, ámbar y rojo. Yo no podía apartar la mirada: era la lamparilla funeraria de Adolf Schuler, profesor jubilado.
Tanto si había sido Samarin quien le había propinado un susto de muerte como si había sido su avanzada edad la que le había sumido en aquel estado deplorable, yo podría haberlo salvado y no lo había hecho. Tenía una deuda con él. No podía cambiar nada sobre su muerte, pero podía aclarar el porqué de la misma. Era como una misión que se me hubiera encomendado.
Rojo, ámbar, verde, ámbar, rojo. No, no sólo debía a Schuler la aclaración de su muerte, sino que también me debía a mí mismo solucionar mi último caso. Porque así era: aquél era mi último caso. Aparte de aquel trabajo, resultado de un encuentro casual en la cima del Hirschhorn, hacía meses que no me habían encargado ningún otro. Tal vez me volvieran a pedir que hiciera averiguaciones sobre falsos enfermos, pero eso ya no me apetecería.
Es una lástima que uno no pueda elegir su último caso: la cima, el broche de oro que cierre y culmine todo lo hecho. Sin embargo, el último caso es tan azaroso como todos los demás. Así son las cosas. Uno hace esto, hace aquello y, de pronto, ya se ha pasado la vida."

Bernhard Schlink
El fin de Selb



"¿Por qué lo que fue hermoso, cuando miramos atrás, se nos vuelve quebradizo al saber que ocultamos verdades amargas? ¿Acaso porque en semejante situación no se puede ser feliz? Y, sin embargo, ¡éramos felices!"

Bernhard Schlink




“Sé que me pareció hermosa. Pero no consigo evocar su hermosura.”

Bernhard Schlink
El lector





"Si aquellos que cometieron crímenes monstruosos fueran monstruos, el mundo sería fácil."

Bernhard Schlink




"Siempre escribí, cuando era alumno en la secundaria y en la universidad…poemas malos y cuentos, incluso obras de teatro, y luego, cuando empecé a escribir como investigador del Derecho, pensé que la alegría de escribir iba a ser suficiente en sí misma. Y realmente disfrutaba escribir sobre temas legales, y disfruto escribir ensayos y textos académicos hasta el día de hoy. Pero siendo un profesor joven, me di cuenta de que faltaba algo en mi vida. Así que probé esto y lo otro, y finalmente me di cuenta de que tenía que volver a escribir."

Bernhard Schlink



"Tener una imagen de alguien es una manera de intentar asir a esa persona."

Bernhard Schlink



"Toda la escritura es autobiográfica. O sea, uno escribe sobre lo que sabe, y también uno escribe para… Quiero decir, escribir, como leer, es un proceso a través del cual uno intenta comprenderse a uno mismo y al mundo. Uno lo hace cuando lee, cuando escribe. Y entonces, por supuesto, siempre es autobiográfico también."

Bernhard Schlink



"Todos los días esperaba con ilusión el momento de contarle un cuento antes de dormir. Tras la primera historia de hombre que regresa a su hogar, él siempre quería oír una nueva. La historia en la que el hombre que regresa pone a prueba a su mujer, que no lo reconoce, cortejándola, lo que ella rechaza por fidelidad. O aquella en la que él comprueba su fidelidad explicándole que su marido ha encontrado la felicidad conyugal y familiar lejos de casa, y ella escucha con tristeza, pero sin celos y llena de amor. O aquella en la que él encuentra a su mujer con otro y sigue su camino sin que lo reconozcan ni darse a conocer, porque lo habían dado por muerto y no desea perturbar la nueva felicidad que ha encontrado la mujer tras el largo luto. En una historia, uno declaró falsamente que el marido regresado está muerto y éste se venga matándolo, y en otra el autor de la mentira es el nuevo marido, y el regresado se da a conocer y lucha y vence y salva a la mujer de una dicha nueva falsa proporcionándole la verdadera. A Max le encantaba la variante del hombre que regresa el día de la boda, ve a la pareja caminando hacia el altar y tiene que decidir en el acto qué hacer. También le gustaba la variante en la que ambos hombres traban conocimiento y buscan juntos una salida a su desesperada situación.
Además había historias del hombre que regresa con otra mujer porque estando lejos le informaron por error de la muerte de su esposa o porque la otra mujer le ayudó a huir o le salvó de algún otro peligro. Había otras del hijo que regresa con y sin hermano malo, con y sin madrastra malvada, con padre bondadoso o severo. Había historias de marido, padre o hijo que regresa y tras la prolongada ausencia se siente tan extraño en casa, se adapta tan mal, y se muestra tan reservado, tan injusto o tan malvado, que induce a los demás a que lo echen de casa. Cuando Max se empeñaba en oír una historia nueva, me daba cuenta de las muchas que conocía. Y, tras buscar, hallé y leí muchas más aún.
¿Debía volver a trabajar y viajar más cuando Max se fuera? ¿O buscar las últimas mujeres de Ulises? ¿Reunirme con más frecuencia con los amigos? ¿Aprender a jugar al tenis o al golf? Durante el trayecto a casa comprendía que ninguna de esas opciones me convencía. Pero ¿qué podía hacer si no?
Debe de ser la crisis de los cuarenta, me dije, y al etiquetar mi problema me sentí mejor durante un instante. Pero después pasó y me vi a mí mismo: un hombre de más de cuarenta años, empleado en una editorial, moderado éxito y moderadas ganancias, coche corriente, piso apañado, sin familia, sin compañera, sin perspectivas de cambio para bien o para mal. Cuando empezaba a autocompadecerme, recordé a Aquiles muerto, que dice a Ulises en el Hades que prefiere vivir siendo jornalero antes que príncipe en el reino de los muertos."

Bernhard Schlink
El regreso



"Un adiós y sobre todo un adiós triste puede hacernos recordar despedidas anteriores y también despedidas tristes anteriores. Pero no tiene por qué ser así necesariamente, también hay despedidas en las que solo se mira hacia adelante."

Bernhard Schlink
















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