Elena Santiago

"Cuando entran sentimientos, imaginación, realidad, tendencias, pensamientos., pasan las páginas sin abismos. Sí en camino. Lo demás es lograr crearse. Recibir lo fingido o lo existente, lo inventado, real o aparente, o lo acaecido. El amor y la soledad, el llanto o la risa. Tanto, que puede asomar lo colmado de vida. Las horas, son hondas, y ya finalmente están."

Elena Santiago



"¿Cuánto hay de mi vida en ese mundo literario? Entera vida. A escondidas escribía seriamente desde los 11 años (mi madre lo sabía y me leía). Tanteé al saber que pedían cuentos. Algo asustada envié a los dos. Ambos, fueron premiados. Lo más grande ocurrió que, al correr a dárselos a mi sorprendido padre, al finalizar de leerlos, quedó muy emocionado. Fue un día especial, magnífico e inolvidable."

Elena Santiago



"El mundo actual es una tragedia. De muy enteras penas."

Elena Santiago




"El mundo actual es una tragedia. Escribiría de él acercándome a sostener lo que queda de amor, comprensión y respeto."

Elena Santiago



El viento

El aire bufando en las rendijas de la casa, diciendo palabras suyas (una de ellas: bufando). A ella la estremecía y se le antojaba que las ráfagas llevaban demasiada prisa, tan suelta en un encuentro con  el  tejado y los ventanales de los antepasados.

Y sonaba en el desván oscurecido el polvo sobre baúles y sombreros  antiguos, más cartas de amor de siglos atrás, sin perturbarse. Qué gran olvido el de aquellos papeles amarillentos, alguna fotografía, zapatos,  y aquella  tarjeta especial,  amorosa y romántica, desde París. Murmuraba  el viento que sonaba, con la extrañeza de que se mantuvieran vivas las cartas. Acercando el temblor de  amores antiguos. Seguirían de momento. Pero una limpieza hasta el fondo…  fue dejando  la forma de la muerte.

Asistieron  momentos de intensidad y emociones y  se abrió levemente una claridad del único ventanuco  que aun con rejas, se convertía en camino lúcido.

Invariablemente nos salvaría aquel ventanuco asomando su luz. Alentaba en el desván.  Hasta en el polvo envejecido.  Era, a pesar de lo oscuro, un reflejo sin dudas  en sentimientos vivos, y salvaba de cualquier estremecimiento o susto, entre la nostalgia decaída.

Elena Santiago




Es Navidad

La Navidad nieva que nieva la montaña, nieva que nieva la magia de los Magos. Es frecuente que estos días tomemos dirección a los recuerdos y hagamos un viaje a un pasado abarrotado de niñez. Es un viaje con destino, porque la infancia la tenemos cada vez que la buscamos. Así, tomé camino hacia lo que más necesitaba y en las horas del viaje se me adormeció el pasado colgado del pensamiento y mecido por el movimiento del tren.

Al llegar, llovía. Y era tan gris el final de la tarde, que gris fue cada paso. Y melancólica la llegada al frío de la casa, que es casa de verano y el frío la deja tiritando. Me asomé al jardín, tan habitado bajo lo mustio. Tan habitado el árbol centenario de flores blancas y grandes en verano. Los pasos del desván, los pasos del miedo, callados. Y más silencio en la escalera de subida a la galería cálida. Silbaba el viento en las rendijas y contra el tejado, viento de Galicia huracanado, y llegué a pensar que olía a eucaliptos.

Me senté donde siempre me siento a mirar lo que miro desde niña. Llovía y goteaban los bordes del tejado sobre el empedrado del patio y la hortensia encogida.

Quería yo ver nevar, como nevaba entonces (cuando la Navidad estaba entera) hasta cubrir la existencia (cuando la existencia estaba intacta). Nevado el magnolio y lo mustio y lo derrotado que tenía al jardín con la cabeza baja. Copos libres bajando en un juego que iba adueñándose del mundo allí encerrado, concediéndole una belleza acostumbrada.

Lloraba el pavo del vecino, lloraba su destino el pavo, a punto de acabar. Pensaba yo que la nieve lo cubría todo, menos las lágrimas. Me llegaban los cánticos desde la iglesia de San Juan ensayando Noche de paz. Noche de amor. Tanta paz y tanto amor que falta nos hacía para todos los días. Por los niños que mueren de hambre. Por los inmigrantes perdidos. Por los violentos que agreden la convivencia.

Estaba en la casa que me acoge cada vez con más sentimiento, y, en contra de mis deseos, no nevaba. Sentía yo la ausencia de la nieve, sentía yo la ausencia… Subí al desván, la puerta terca se abrió a trompicones. Al fondo el ventanillo rayado de lluvia, permitía apenas un cuadrado de claridad hacia dentro. Entre el serrín de un cesto inmenso fui encontrando a la tía Tula que caminó toda su vida en mi infancia hacia un Belén nevado de harina. El hombre de la barba blanca llevando una calabaza, el que arrastraba un burro cargado de leña, la castañera con el fuego encendido, el molinero con unos ojos en negro, muy pintados en la cara. Jesús y María pidiendo hospedaje en la soledad del mundo. Los pastores alrededor de la hoguera y del milagro anunciado por el ángel. Las lavanderas en un río de agua de papel pintado. Y las casas, ahora apagadas, encendidas habían estado en el paisaje inventado, entre montañas y senderos de musgo, cerca del río o perdidas por las cumbres. En lo más alto, las cabras y el perro y el pastor de capa parda. Tan sabido, sin renuncias.

Entre el serrín, mis manos buceando en el pasado, escuchando el ruido del agua entre las tejas y el ruido suave y cálido de un tiempo exclusivo que estaba entre el serrín y también vivo, iluminado. Era como cuando se obraba la maravilla de encenderse el nacimiento bellísimo que construía nuestra madre y el mismo hormigueo que transmitía el musgo húmedo en algún punto del cable eléctrico enterrado. Lo mágico daba calambre, pensábamos.

Volví a mi sillón en la galería, a mirar los tejados y la lluvia, cuando apareció un sol decidido en una rendija de nube. Las gotas brillantes en el cristal, casi herían. Goteaban aún los tejados, y la nostalgia. Pensé que podría hacer una fotografía a la deslumbrada imagen. No era de nieve como hubiese querido, pero era rotunda y exclusiva.

Y la hice.

Acaban de traérmela, revelada. Sorprendida miro la imagen del instante de agua y luz y melancolía. Las gotas, en el cristal, simulan copos de nieve, intensos, absolutos, sobre un fondo que es tejado oscurecido.

Es un milagro. Un regalo. Es Navidad.

Elena Santiago




"Escribiría acercándome a sostener lo que va quedando de amor, comprensión y respeto, urgentemente. Porque la realidad actual tiembla tanto que no podría escribirlo."

Elena Santiago




"Escribo y escribo. Mi memoria no cesa y mi tiempo tampoco. Sea periodismo o literatura (mi mente elige algunas variantes imaginadas) me acompaña en todo lo que es vida. El lenguaje. El ver más allá… Y el pensamiento y las sensaciones, a punto."

Elena Fernández Gómez más conocida por el seudónimo de Elena Santiago





Páginas que hacen camino

Aquel hombre había acabado por entender y aceptar que él tenía algo de escritor. También era poeta, aunque no se había dado cuenta. Había nacido así y con placidez se aceptó. Reconocerse y consentirse podía ser soberbia o resignación. Él no se veía ahí.

El bosque era su imagen predilecta. Donde perderse y donde encontrarse. El mundo guardaba mucha miseria sin embargo la naturaleza se entregaba en cualquier hora y estación. Ya de niño juntaba las horas para pensar y estar seguro de que quería ser árbol y ver desde lo alto. Abajo, los caminos, estaban llenos de huellas torcidas. Las que consideraba certeras  eran pocas.

Amó más la tierra que el libro, pero ¿acaso la tierra no era un libro con cientos de páginas y mil poemas.  Estaban en el aire. Estaban en los rincones. Y alrededor y dentro, en síntesis del amor y el bien. Del amor y el mal. Buscaba  encontrarse con lo que más se mostraba.

El aire bufando en las rendijas de la casa y llorando momentos sentidos de quien busca el amante. Su silla esperándolo. Sus luces y sus primeras horas. La montaña y el mar ahogados de  sensaciones. La lluvia era un llorar por las madres muertas. Y la nieve. Y el silencio.

Súbitamente recitaba despacio como si eligiera más un aroma que una palabra que llegaba. Los libros aunque algunos como contaba Torga : “Hay libros que son como almas en pena”, hay otros verdaderamente plenos, intensos, emocionantes, dentro de una belleza de lenguaje. Y los poemas. Versos y alma y cuanto no se pronuncia, alzándose a la ternura o la desgracia.

Páginas camino adelante o atrás (todo es vivir y es literatura). En ocasiones caían pájaros. A veces se alzaba el trigo. Algún sollozo. O el canto del mirlo como un dios pequeño. Y ahí estaba el estremecimiento  de valores, el mito, o el estremecimiento del frío o del olvido.

Lo peor es silbar a nuestros perros cuando ya no se tienen. Querer salvar el pozo cabeza abajo, si ya no se tiene. Encerrarse en el pensamiento y dormirse. Esconderse en los sueños, cuando ya no quedan. Si quería escribir como quien labra la tierra, finalizaba por labrar hasta su propia sombra. Escuchaba la soledad y cuanto iba siendo. No sabía  hallar la excepción pero no temía el final.  La vida continuaba siendo intensa y dándose en mensajes. Para seguir escribiendo o para acabar siendo otro.

De niños cuidaba el ángel de la guarda con algunos arreglos. Cada vez menos, porque iban quedando pocos. Hasta ellos estaban siendo despedidos y unos se fueron al Vaticano y otros a humildes ermitas entre montañas.  Entre la paz y las maravillas. Igualmente llegaron a la fila de los parados, para hacer compañía y vender sus alas si falta hiciera.

La infancia y la juventud un arrullo de voz ronca de tanto contarlas. Y diciendo: “Juventud, divino tesoro,   ¡ya te vas para no volver!    Cuando quiero llorar, no lloro…   y a veces lloro sin querer”.

Lo decimos teniendo cercano a su autor Rubén Darío hablando de juventud, sin embargo, muchos,  nos quedamos en la infancia. Para repetir conmovidos: “Y a veces lloro sin querer”.

Y seguir hacia alguna parte.

Elena Santiago




"Ya la fiebre se le iba pasando. Solo Val era real. Lo demás era mundo desfallecido. Con horas sin escrúpulos.
Colmaba Selma cualquier hora. A punto, ni un olvido de Melita viva, tan cercana. Meli con aquella sonrisa que era como una necesidad de su cara.
Aquella muerte a Ike y a Valen continuaba haciendo que se sintieran llenos de grumos.
Antes del caos y la mala suerte de la familia, Ada batallaba con Samuel. No quería que le dijera esa zozobra de la vida de que la monotonía iba reuniendo acoquinados, o ahorcados o algo parecido (no se acordaba ella muy bien). Porque había personas que no pensaban así. Ella no pensaba así. Aun teniendo las horas tan iguales a una escalera. Sube y baja. O baja y sube.
Era la escalera de la casa de nogal con barandilla de hierro muy labrada. Pero la desgracia iba a hacerles sentir que hasta las cosas se habían quedado calladas, aunque sin desvirtuar su significado. La casa, sostenida también por los recuerdos, desplegaba una añoranza.
[...]
Quizá fue aquel silencio porque estaba distraído con un próximo viaje.
Existía Roma. Existía Budapest. Pero ya tenía menos sentido su existencia.
Tendría que haber nacido Samuel llamándose Béla Bartók en 1881 y haber fallecido en 1945 en Nueva York. Vivir para la música. Negarse a conocer otra vida.
Estos argumentos aparentemente clarividentes acababan por ser no solo irreales, sino sin sentido alguno. Era necesaria la realidad para estar. Y los sueños para pasearlos al caer la tarde. Ahí estaba la montaña preservando su belleza. Sin caerse sobre sí misma enlodándose. Una lección para no olvidar.
La casa de Meli, Melita, había sido cerrada, clausurada. Era una casa robada. El crimen también robaba sus habitaciones, su luz, sus pequeños ruidos. Robaba los desayunos largos. La risa y algunas caricias… Robaba los espejos de aquellas imágenes. Los almohadones caídos, apretados por los sueños de los dormidos en la siesta."

Elena Santiago
Nunca el olvido













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