Esteban Salazar Chapela

"La eternidad no existe —escribía Sebastián Escobedo una de las primeras mañanas de septiembre, perfilando unas ideas que se le ocurrieron hacía ahora más de un mes, cuando vio por primera vez la grande estatua de Victor Hugo—. Generalmente se cree que la eternidad está ahí ajena a nosotros, como está el mar, una montaña, un río o una estrella. Pero esto no es verdad. La eternidad no existe por sí misma, ni vive fuera de nosotros, ni —esto es importantísimo— podría vivir sin nosotros. La eternidad la sostenemos los vivos con nuestros hombros vivos, de suerte que si nosotros retirásemos el hombro, si todos los seres desaparecieran del planeta la eternidad se vendría abajo y desaparecería con nosotros. Esta eternidad o estas eternidades de que hablamos todos los días, por ejemplo la eternidad del nombre y de la fama...
[...]
Escobedo puso expresión de sorpresa y extrañeza, pero Clovis había dicho una verdad como un templo, si bien la había expresado vagamente o imperfectamente. Su padre era un dentista bastante próspero de Exeter. Toda su ilusión fue que su hijo único ingresara un día en Oxford o en Cambridge. Pero pronto se vio que ello sería imposible. Clovis no hacía más que crecer corporalmente al paso que culturalmente crecía muy poco. Y no era que el chico fuera tonto ni en sentido estricto retrasado, era que el chico resultaba ser de asimilación lenta. Tampoco se podía decir que fuera desaplicado, pues él hacía cuanto podía, pero desgraciadamente podía poco. Ingresar en una buena escuela para pasar después a una universidad fue la batalla siempre perdida de tres años consecutivos. Al fin su padre le dejó en la escuela en que estaba hasta que Clovis iba a cumplir diecisiete. Entonces el niño regresó a casa como un hombrón a quien todas las butacas casi le venían chicas y todas las habitaciones pequeñas y cuyo destino más apropiado parecía ser el boxeo o por lo menos Scotland Yard. Su madre le dijo por estos días a su marido: «Puesto que no podrá entrar en una universidad, que estudie otra cosa. Chartered accountant (contador colegiado) no está mal.» «Te lo dejo en tus manos», le contestó él a su mujer, pues ya había renunciado a la conducción pedagógica de Clovis. Su desilusión de padre le había hecho cobrar a su hijo la antipatía casi que se pueda tener por un extraño. En cuanto Clovis compró los primeros libros y ojeó lo que se exigía para contador colegiado vio que aquello era una montaña para él, vio que nunca vencería en los exámenes. Comenzó a estudiar por dar satisfacción a su madre, pero sabiendo muy bien que no iría jamás a ninguna parte con estos estudios, como acababa de darle a entender a Escobedo. Al cabo de un año su madre percibió la situación y desahogó su pecho con su hermana Florence, quien vivía desde hacía doce años en Chicago, casada con un americano director de una grande empresa. Florence no tenía hijos y vio en seguida con ilusión tener en casa a su sobrino. Contestó a vuelta de correo: Mándamelo sin pérdida de tiempo. América forma a los hombres maravillosamente. Lo que no pueda hacer América con un chico no lo puede hacer nadie en el mundo."

Esteban Salazar Chapela
Después de la bomba



"¿Quién soy yo? Un español ¿Qué hago yo aquí, en esta isla felpuda, bajo este cielo generalmente perla? Algo parecido a esperar. ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué no estoy en el Paseo de la Castellana, en la Rambla de las flores o en el parque de María Luisa? Porque si aparecieras por uno de esos parajes, te matarían."

Esteban Salazar Chapela
Perico en Londres




–Socorrito y yo –le dije a Palomino– trabajamos juntos unos años en la editorial Carabela [CIAP]…

–Hombre, la Carabela –contestó Palomino–. El gerente de esa editorial, don Manuel Picazo [Ortega Pichardo], estuvo si lo pasean o no lo pasean. Se salvó por chiripa, no sé si usted lo sabe.

–No he sabido nada de él desde mucho antes de la guerra.

–Sí, estuvo en capilla y lo sacó de allí ese escritor de teatro… ¿cómo se llama?, ese escritor que estrenó dos obras que hicieron mucho ruido, Santa Isabel de Ceres, Los gorriones del Prado…

– [Alfons] Vidal y Planas.

–Ése. Él me lo contó pocos días antes de venirme a Valencia. Desde su prisión, donde ya llevaba dos días, don Manuel consiguió enviarle unas líneas a Vidal y Planas. Este Vidal es un anarquista de lo más sentimental, bondadoso y puro que puede darse.

[…]

Como les decía, Vidal recibió las líneas, corrió al sitio donde tenían metido a don Manuel y preguntó a sus correligionarios, pues todos eran allí anarquistas: «¿Y por qué lo vais a matar? Este hombre no se ha metido en nada ni es peligro ninguno para la causa» «Pero sabemos (le explicaron) es un inmoral…». Lo iban a matar por inmoral. La réplica de Vidal fue muy buena: «Compañeros, si vamos a matar en España a todos los inmorales no quedaremos nadie para contarlo». El razonamiento surtió efecto y le dieron el preso.

Esteban Salazar Chapela
En aquella Valencia













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