Esther Seligson

A LOS PIES DE UN BUDA SONRIENTE

Pero un buen día
cuando llegues a olvidar,
te va a sorprender la realidad.
(Pura López Colomé, Intemperie)

Para Sergio A. Vega

I

Vengo de un largo
trayecto de abandonos
no soy la única
lo sé no lo presumo
pero son mis pies los míos
los que recorren y recorrieron
el camino mis pies y no otros
mi cansancio y fatiga
intemperie de abrazos
sin consuelo
ensimismada.

Esther Seligson



¿Cómo se arma un libro?
Igual que un barco,
le respondí a mi nieta
requiere de muchas travesías
de algún naufragio
tocar puertos seguros
una tempestad de tanto en tanto
marineros solidarios
paciencia inquebrantable
(...) muchas plegarias por equipaje
y al timón
la providencia.

Esther Seligson
de Negro es su rostro / Simiente, Fondo de Cultura Económica, 2010



Cultivé lo transitorio, el asombro, la escritura a mano,
leer y releer vigilia insomne, macetas en cada rincón posible,
añoranzas de un edén inexistente….

Esther Seligson




Días de polvo

A gente entende pouco do semelhante. Cada um de nos é um enigma que a maior parte das vexes fica por decifrar.
Miguel Torga
Estás tan lejos me dicen tan sola
y respondo nunca lo suficiente
nunca lo bastante lejos la soledad
siempre hay quien la interrumpe el teléfono
el cartero vecinos y esa necia costumbre
de procurarse víveres no nunca lo bastante
sola lo suficientemente lejos transijo
pago cuentas hago la fila en el correo
saludo sonrío tampoco el mar que me acompaña
está solo cuántos veleros barcos lanchas
guardacostas lo ocupan

A veces nos salamos el mar y yo
muy de mañana en un llanto mutuo
remojo los piés en su espuma fría
y escucho la risa de Adrián que se revuelca
me digo entonces que aún estoy cerca
demasiado cerca
que me ha anclado el dolor a la orilla
a este cuerpo nunca suficientemente solo
ligero lejano
ay tan presente

Esther Seligson



II. Despertar del cuerpo

Pero el ojo es a veces la prisión del cuerpo, una idea solamente sin el tacto, sin la mano que se hunde en las paredes de la carne, poco a poco, y las va demoliendo hasta que ceden, puro sudor, y gotean y se escurren, ámbar derretido entre los dedos que se abren en mil pupilas y hurgan y escarban y retienen de la piel el calor, el olor, la suave apariencia, microscópica red de cristales y nervios, caleidoscopio que gira en el borde de las yemas y que las uñas modulan, tintineo de prismas que se ensanchan y multiplican, reticulares, hasta incorporar la imagen de lo tocado al espejo que toca, la palma que se extiende y esparce su abanico de retinas y de antenas para absorber del cuerpo que exploran sus radiaciones, el pulso de su deseo, iridiscencia de ondas que recogen, simultáneas, el mutuo placer radiado y cautivo.

Porque el ojo no es siempre el guardián del cuerpo, su celoso reflejo, no es él quien despierta de su vigilia a la carne, sino el tacto, caja de resonancias, llamado a la aprehensión lenta de pausas sonoras, aquellas que la piel emite dándose a conocer en la humedad de los labrios, en la aspereza de la lengua, en sus papilas tentáculos, ávidas bocas que pulsan e impulsan las cuerdas de la sensación, golpetear de ébanos, laminillas de maderas finas y pulidas que los cuerpos guardan en sus secretos resquicios y que vibran con aires del viento cuando el calor del tacto las inflama o el crepitar de dientes que se hunden lentos, buscando también el aprendizaje, rompen su silencio y entonan salmos que se adhieren al paladar, a la laringe, para serle devueltos a la carne en la saliva, en la húmeda membrana de sabores, claustro donde florecerán, repetidas al infinito, las voces que el tacto despereza y disemina.

Pues el mirar no es por fuerza decir, nombrar una a una las partes de un cuerpo como quien desgrana entre los dedos un fruto o hilvana cuentas de espléndido brillo, palabras que son sólo un largo y sostenido braceo entre pleonasmos cuando no hay presión que destile el zumo, apretura que alambique la jugosa esencia de la carne que un suspiro resume o un quejido condensa, vapor que tornará a licuarse en el contacto de las pieles, en sus roces y enlaces, en el juego de enigmas que las sangres plantean alborotadas por la caricia, alborozadas en el deseo y que no resuelven vocales y consonantes, o imágenes de complicada estructura, sino apenas el tacto, el quieto penetrar de un cuerpo en el otro, el suave oscilar de la mano, su vaivén pendular, el zureo del espasmo final que se vuelva y devela el misterio, el impronunciable secreto de lo que se tocó y ha sido tocado hasta su misma fuente, insondable.

Un cuerpo no se alcanza en intervalos de mirares, en acechos de esperas. No se aparta a un cuerpo para mirarlo mejor; se le acerca, por el contrario, se anula el espacio que lo circunda y se cierra la brecha que distancia, pues un cuerpo pide ser dicho en su inmediata fluidez, y, corriente que no cruza dos veces por el mismo lugar, ser instante de plenitud única y fugaz exhalación de néctares y olores, frágil tallo que el embate cimbra y dobla sin quebrar sobre su propio eje, oscilar de cadencias en la epidermis, ruptura de luces recorriendo subterráneos placeres, iluminándolos hasta unificarlos en una doble recta, horizonte que se hunde vertical hacia el punto donde irá a recogerse el gozo de simultáneos acercamientos, acoplamiento de cercanías palpadas, besadas, humedecidas en mutua entrega de recíprocos abandonos. El espacio de un cuerpo no se extiende más allá del abrazo que lo restringe, ni se abre fuera de su límite, igual se cierra un prisma sobre sus propias caras y en ellas se recoge, se recibe y se refleja.

Un cuerpo no es un laberinto donde se pierde otro cuerpo tanteando a ciegas; es, por el contrario, un lento ascender en círculos concéntricos y un aún más lento ascenso aglutinante, confluir de centros, de andares, caminar de pasos, de afanes y sumas, derroche y destreza de giros y periferias que se estrechan en sabio orden configurando un diagrama, sendero que el tacto recorre con parsimonia gozosa como quien deja correr entre los dedos uno a uno los granos de arena, las gotas de agua para recogerlas, una a una también, en un vasto cuenco de aguas donde se hunden raíces, partículas de corteza, de alas, de polen, de ojillos luminosos ocupados en ensanchar sus ondas hasta el límite que las cerca, y rebotar, retornando en nuevas ondas a un núcleo imaginario, al punto cero equinoccial de los cuerpos que se tocan.

Pero hay veces en que tocar es apenas ir palpando sin extenderse por superficie alguna, tan callado va el tacto sin llegar, en su busca de espacios que se cimbren, a ningún centro, a ninguna conclusión, a nada que no sea la pura sorpresa de lo cercano, cercano al silencio más profundo, al abismo intocable donde el otro cuerpo cae, rotundo, inmóvil, guija desmayada que no rueda ni roza paredes y que va creciendo hasta tornarse lejana de tan próxima, vacío que se incrusta en el vacío para hacerse piedra, grieta mineral de donde brote, quizá, súbito manantial de llantos. Y es que, a veces, nada está al alcance tan alejado como un cuerpo que el mirar recorre y el palpar penetra, nada es tan impalpable como el doloroso grito del cuerpo que pide y calla y despierta la misma no saciada necesidad en la otra carne igualmente intocada.

¿Pues no es acaso el despertar despertar a la nostalgia, a la conciencia de la esencial privación, del irreparable rompimiento con el ancho cuerpo del origen? ¿Acaso no era la vigilia dulce sueño de no nato, nocturna espera irrealizada y, por lo mismo, anhelo de verdor y de esperanza? Un cuerpo que se mira y que se habla, que se hace canto y se nombra es, al fin y al cabo, el cuerpo de un deseo, una pasión que se desborda. Pero un cuerpo que ha sido tocado hasta el centro mismo de su ruptura con el centro y que despierta, indefenso, a la luz, y nace para abarcar la posibilidad múltiple del ser, sólo puede despertar a la carencia, a la incansable búsqueda del Otro y palpar en el reencuentro, idéntica Nostalgia.

Esther Seligson




ISLAS A LA DERIVA

El Yo es, por definición, puro silencio interior.
(Teilhard de Chardin)

I

Yo soy mi propio mar
el barco en que navego
el puerto la escala
el adiós el encuentro
el viaje y el trayecto
no hay errancia
sólo un perpetuo zarpar.
También soy mi propia isla.

Esther Seligson




Oración del retorno

El fondo de las cosas no es la muerte o la vida
El fondo es otra cosa
que alguna vez sale a la orilla
Roberto Juarroz
Poesía Vertical

I 

Soy el agua entre meandros de brillo desnudo
soplo que traza huellas en silencio mientras corre
libre el aliento del sol
inflama mi cuerpo de rocío
y nube 

Entre remolinos desquiciados soy viento
que revuelve hojas secas papeles
los brazos extiendo infinitos
y beso con húmedo enlace
del espacio cualquier resquicio 

Viña madura me enracimo bóveda
agua desnuda fluyo fama estrella fruto
respiro sin argucias
el lodo ocre que me habita.

II 

Hacia ti Madre camino de nuevo firme pisada
no busco albergue o nido
como bozo joven la piel doliente renace
la voz rajada canta
diría que vuelvo del infierno
si no fuera tan obvia escena pero es clara aún
la ceniza en mis ojos la huella de cal en los huesos
un sabor a chamusquina en la garganta
un dejo de carbón en mis palabras 

De entre las viejas heridas he trillado el rencor
la oscura rabia del niño huérfano
he separado las cáscaras
astillas de la memoria
culpable
la nostalgia
no retorno virgen no
ni siquiera más sabia sólo apenas
un poco más maleable
arcilla arcaica para Tus manos Madre
barro liviano y espeso
sin litigios 

Litoral a Tus pies me inclino
Tú botarás el navío
Tú trazarás la ruta.

III

Hacia ti Madre se desvían mis raíces
fragante el limo que las anuda pisando voy el umbral
donde Tus pasos se hunden
renuevo púrpura
con el velo de Tu majestad me vestiré
descalza para no profanar Tu recinto
humilde
suplicante me inclinaré 

Negro es Tu rostro Madre
lo pulieron sin piedad mis sueños
oscuro como la disolución bruñida luz de plata
Tus pezones dibujé con cera fina
zarcillos
se engalana entre Tus muslos la mago que hurga
secretos parajes sobre el abismo que Te habita
sombra líquido silencio
tejí amarras en Tus cabellos trenzados 

Zarpar al centro de Tu centro
perder en el origen la desconocida errancia
en maderas de ébano tallé
el contorno de Tus labios
no sonreías Madre no
cruel
absorta me devoré a mí misma
y al hijo no nacido

Inmenso es el baile de la muerte
el ritmo pendular con que trasiega
ribeteada de flores la guadaña
rasga la pasión del centinela
confunde el pudor de la doncella
alas lleva el esqueleto en cada vértebra
el filo de una luz nítida
que se diría invisible. 

IV 

De la cosecha Madre resérvame las espigas doradas
la risa abierta del niño
la piedra angular quemada antes de la lluvia verde
el arrebato del primer abrazo
en la primera noche matriz azul 

Del despertar de los capullos Madre
dame las hebras de rocío
sus gotas de pulido ámbar
el suave tejido de la mariposa efímera
la celebración de sus nupcias con la vida
que el crepúsculo me encuentra ahíta
de espesas mieles 

Empuñaré la hoz con el ímpetu viril del guerrero
ceñida con cinturón de acero
colocarás mi cuerpo en la Torre de los Buitres
maderas de bosque resinoso calcinarán la ofrenda
y en cuanto a los restos
que sean primicias en Tu templo.

Esther Seligson




Oración del retorno

IX

Cautiva de tanto sueño contrariado
hoy quiero libre ofrecerles perdón
a final de cuentas sin duda recibí la parte de felicidad
que en este mundo me corresponde

A tus pies ofrendo Madre
la servidumbre de mis reproches
quémala
la carcoma de repetirme en la misma letanía de dolor
quémala
la turbia resaca de remordimientos
quémala
la viciosa costumbre de esperar lo improbable
quémala
la excusa del miedo que paraliza cobarde
quémala
la bastarda disculpa del amor rechazado
quémala
la mezquina astucia de apresar el tiempo
quémala
la distorsión que se juzga fiel certera
quémala
la calculada incapacidad de reparar el daño
quémala
quema las escorias que lazan mi vuelo
y bendice Madre lo que aún me queda por andar…

Esther Seligson




Rescoldo para una evocación

-Madre, abre tus brazos nuevamente,
desnúdame, mar adentro, con las yemas de los dedos.

Soñaba.
Me soñaba hundida en el destello de sus ojos.
Abismo en el abismo, a tragos cortos inhalaba
mi exhalación, y mamé de su cólera el sosiego.

Con trece espinas de luz tañía el Danzante la rosa.
Con trece pétalos penetró mis sentidos: gavilla descendí, líquida de polen.

Con veintiséis pistilos colmó toda hondura y grieta.

Las aguas anegaron la memoria inútil, la casa
en ruinas, la raíz expuesta.
Limpia de cicatrices, vine a ser un resplandor
en el santuario, un cántico entre mis auroras dando
tumbos en la hoguera.

"Sacerdotisa en el centro del Árbol Yo soy la Reina de Bastos La totalmente Ella misma Si vienes tocón mutilado a ofrecer astillas Te abrasaré Si fueres tronco entero Tu grosura hermosearé Por mí se llega a la plegaria quieta."

La hora del silencio borra mi huella.
Las arenas queman la planta del pie. El bullicio
de la fiesta bate en pleno.

Hoy me duele la vida como si fuera un tajo
de cuchillo en las muñecas.
Me abruman los hechos de violencia que cunden
el filo de mi propia recóndita agresión.

La hora del silencio.
Esa fracción de segundo cuando pausa la mar

y sobre el lomo de las olas somnolean las barquillas.

Esther Seligson




"Soy un reflejo del son en las aguas..."

Esther Seligson



“Y sin embargo, podré afirmar, frente al Ángel de la Misericordiosa Guadaña, que intensamente amé e intensamente fui amada, y ése es el resplandor de pureza que llevaré para iluminarme en el tránsito a la región de los no vivientes, ésa la moneda bajo la lengua para pagarle mi pasaje en la barca de Caronte.”

Esther Seligson



“Yo soy como Antígona, de los que plantean las preguntas hasta el fin.”

Esther Seligson




















































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