Hubert Selby

“Compró los cigarrillos; luego se volvió y las miró. Sí que tenía un buen par.  No gigantescas, pero muy bien.  Y su cintura era maravillosamente esbelta, y cuando se volvió pudo ver que eran firmes, realmente firmes, y no simplemente sujetas por el sostén. Eso es todo natural. Pero sin caerse. Y su boca era adorable. Oh, apuesto a que muerde. Sus muslos deben de ser tan suaves…”

Hubert Selby



"¿Cuándo fue más feliz?
Hubert Selby: Antes de nacer…"

Hubert Selby


Un penique por tus pensamientos

Hubert Selby




"El estrés de la guerra, las condiciones de higiene, la mala alimentación… Pasé cerca de cuatro años en el hospital. Me extirparon diez costillas y todo el rollo…"

Hubert Selby



"Empecé a escribir porque quería hacer algo con mi vida antes de morir. Porque me moría. Se convirtió en una forma de vida. Creo que esto fue lo más importante. Todo el mundo necesita una razón para vivir. Puede que no exista razón para esta vida, pero todos necesitamos una razón para vivir. Tiene un gran poder curativo… Si no me hubiera dedicado a escribir, tal vez habría estallado o quién diablos sabe…"

Hubert Selby



"Empecé a morir treinta y seis horas antes de nacer. Cuando nací era un caso desesperado: azulado por la cianosis, era algo extraordinario… Mi madre padecía toxemia, no sabía qué hacer con la lactancia y el médico le dijo: “No se preocupe, él succionará todo el tóxico …” Así empece la vida… Cabreado."

Hubert Selby



"Harry estaba de buen humor cuando llegó a casa. Después de lavarse manos y cara le contó a su mujer lo que había pasado y cuando ella le dijo que tuviera cuidado, que podría perder el empleo, Harry se rió y le dijo, nunca me podrán echar. Si tratan de echarme toda la fábrica irá a la huelga y la empresa lo sabe. No me podrán joder. Cuando terminó de cenar fue al bar y les contó a voces a los chicos cómo le había plantado cara al rompehuevos de la fábrica, puntuando la historia con risotadas.
Mary ya se había acostado cuando Harry volvió a casa, pero a él le daba igual que estuviera despierta o no, de todos modos durante un rato no le tocaría los huevos. Se desnudó y se dejó caer en la cama y miró a Mary para ver si despertaba, pero ella soltó un gruñido y encogió las rodillas acercándoselas todavía más a la barbilla. Harry se quedó quieto a su lado, de cara a Mary, y se durmió.
A la mañana siguiente Harry subió a la sexta planta antes de ir a su torno. Se aseguró de que el nuevo no trabajaba con el acero inoxidable. Sonrió al ver que no estaba en su torno y se quedó un rato por allí para asegurarse de que no le engañaban; y antes de irse fue a ver al capataz y le dijo que quería hablar con él más tarde. Hizo la ronda por el resto de la planta y cuando volvió a su torno habían pasado más de dos horas. Apretó el botón y se puso a trabajar. Se acercó el capataz y le preguntó cuándo tendría listo el trabajo, lo demás ya está terminado y sólo estamos esperando esta pieza. Harry le dijo al capataz que estaría lista cuando la terminase. El capataz lanzó una ojeada a la pieza, calculando cuánto tardaría en terminarla, y se fue. Harry se quedó unos minutos mirándole, jodido pelotas, luego volvió al trabajo.
Cuando Harry volvió de comer subió otra vez a la sexta planta y luego hizo su ronda habitual. Volvió a su torno y terminó el trabajo. Luego fue una vez más a la sexta planta. El nuevo había vuelto a su torno, pero en su máquina había una plancha de cobre. Harry se le acercó. Eso está mejor. Ayer estuviste a punto de perder los papeles, tío. El nuevo se limitó a mirar a Harry, con ganas de decirle lo que pensaba de él, pero se calló, pues por la mañana le habían advertido que Harry había retirado el carnet, más de una vez y sin motivo alguno, a más de un obrero. Harry se rió y se alejó. Volvió a su trabajo, sintiéndose omnipotente. No le interesaba especialmente el nuevo, pero estaba contento de que le hubiera servido para mandar a tomar por el culo a su jefe. Se quedó trabajando el resto del día, pensando de vez en cuando en lo de ayer y en que el convenio entre la empresa y el sindicato expiraba dentro de quince días y los comités que negociaban no habían llegado a un acuerdo para un nuevo convenio, seguro que habría huelga. Harry estaba tan contento de ir a la huelga —de cerrar la fábrica, de poner piquetes y ver como sólo entraban en la fábrica vacía los directivos y se sentaban en sus despachos y pensaban muy preocupados en todo el dinero que estaban perdiendo mientras él cobraba su sueldo del sindicato—, que de vez en cuando se reía para sus adentros y a veces le apetecía gritar tan fuerte como pudiera, ya os podéis joder, hijoputas. Vais a ver lo que es bueno. Os vamos a hundir la empresa. Pronto os tendremos de rodillas suplicándonos que volvamos al trabajo. Os vais a enterar de lo que es bueno.
Harry se sentía mejor de día en día. Paseaba por la planta saludando a los chicos, diciéndoles cosas por encima del ruido; pensando que pronto estaría todo en silencio. Toda la jodida fábrica parada. Y se imaginaba que billetes de dólar con alas salían volando por las ventanas desde los bolsillos y las carteras de un jefe muy gordo y calvo que fumaba un puro; y pensaba en hijoputas de camisa blanca y corbata y trajes muy caros sentados ante una mesa de despacho vacía abriendo sobres de paga vacíos. Se imaginaba gigantescos edificios de cemento que se venían abajo y planchas metálicas volando entre ellos y a él suspendido en el aire destrozando los edificios. También podía verse aplastando cabezas y cuerpos y tirándolos por las ventanas y viéndolos destrozarse contra las aceras de abajo y él se partía de risa mientras miraba los cuerpos flotando en charcos de sangre que tragaban los desagües, y él, Harry Black, de treinta y tres años, mecánico del taller 392, miraba y se partía de risa.
De noche, después de la cena, iba al local vacío que estaba preparando el sindicato para que sirviera de cuartel general durante la huelga. Trabajaba poco y hablaba un montón.
Dormía mejor, profundamente y sin sueños; pero antes de dormir se quedaba tumbado de lado y dejaba que imágenes de fábricas vacías, edificios que se hunden y cuerpos aplastados pasasen por su mente, más reales, más vívidas, los contornos y las imágenes definidos con mayor claridad, la carne más blanda, más fláccida que nunca; la punta de los puros encendidos, el olor a puro y a loción de afeitar más molesto que nunca. Luego las imágenes se entremezclaban lentamente unas con otras y se ponían a dar vueltas formando una imagen amorfa y demasiado iluminada y Harry sonreía con gesto torcido y se dormía.
El último día del convenio Harry silbaba al trabajar. No era un auténtico silbido, sino un siseo continuo que a veces casi se convertía en silbido. No habían firmado un nuevo convenio y aquella noche había reunión del sindicato. Cuando terminó la jornada de trabajo Harry salió de la fábrica muy contento, dando palmaditas en la espalda a muchos compañeros con el más intenso sentimiento de camaradería que era capaz de sentir, diciéndoles que no olvidasen la reunión y que quería verlos a todos a la entrada. Algunos hombres se pararon en el bar antes de ir a casa y tomaron unas cuantas cervezas con mucha parsimonia, mientras hablaban de la huelga, preguntándose cuánto duraría y qué conseguirían. Harry pidió una cerveza y se paseó por el bar dando una palmadita o apretando un hombro, sin hablar mucho, o diciendo simplemente, ya llegó el momento o, esta noche será el momento de la verdad. Anduvo como media hora por allí y luego se fue a casa."

Hubert Selby Jr.
Última salida para Brooklyn



"Hizo una pausa dramática antes de continuar. Bajó la mirada hasta sus manos, escudriñó luego los rostros de los senadores, impertérrito y a la vez consciente de la presencia de micrófonos, cámaras, focos y ojos; consciente de estar a punto de testificar ante una comisión especial de investigación en el Senado de los Estados Unidos; consciente de que el país entero, incluso el mundo, estaría atento a lo que él tenía que decir. Aún así mantuvo la calma, esa calma que llega con la determinación de quien ha decidido pasar a la acción. Una determinación tan firme fundada en una causa tan justa que da igual hasta que tu vida pueda estar en peligro pues la calma no se desvanece a la primera de cambio, por mucho que tu vida se encuentre bajo amenaza las veinticuatro horas del día, siempre alerta, en sueños, al transitar por una calle concurrida, o a solas en tu habitación. Una amenaza que perdura incluso en las más suntuosas estancias del Senado de los Estados Unidos. Y ese continuo peligro de muerte le hacía cobrar mayor consciencia de la necesidad de seguir luchando contra la injusticia a toda costa, fueran cuales fueran los peligros y las consecuencias. La suerte estaba echada y él había aceptado el desafío.
Bajó la cabeza y aguardó el final del largo aplauso, la mirada baja, mientras la sala al completo reverberaba de reconocimiento. Continuó: Ya les he relatado mi experiencia y de ella han podido extraer los suplicios y atrocidades a los que fui sometido. El terror, la humillación. Pero nada en comparación con lo que otros han tenido que llegar a soportar, como por ejemplo el caso de una señora joven que nos llamó particularmente la atención al señor Lowry, al señor Preston y a mí. Decidimos ir los tres a visitarla y llevar con nosotros a otros agentes sociales. La señora estaba en una institución para enfermos mentales. Fuimos a verla casi un año después y aún así era incapaz de mantener la calma sin la ayuda de un cóctel de sedantes. Hasta aquel momento había recibido más de cien sesiones de electroshock sin resultados definitivos. En ocasiones ha presentado mejorías transitorias, un par de semanas, para luego recaer en nuevos episodios de paranoia, hasta hacerse necesario su aislamiento e incluso volverle a aplicar los electrodos. El martes hablamos por última vez con el personal del sanatorio y el pronóstico seguía siendo el mismo... no hay esperanza. Los médicos dicen que pasará el resto de sus días internada y que pasará la mayor parte del tiempo enajenada. Sólo tiene 24 años, ¿se dan cuenta?, y está condenada a pasar lo que le queda de vida encerrada en un pabellón psiquiátrico, y en régimen de aislamiento la mayor parte del tiempo."

Hubert Selby
La Habitación



"Lo primero que hizo fue encender la televisión, luego preparar otra cafetera y mirar con desprecio a la nevera que todavía estaba enfurruñada en silencio mientras olía el aroma de la derrota. Sara estuvo ocupada en la cocina frotando, secando, ordenando, mirando continuamente el reloj para ver si era hora de cenar. Finalmente las manecillas del reloj formaron una línea recta y Sara se sentó excitada a la mesa con su pastilla naranja. Se la metió en la boca, tomó algo de café y luego volvió a barrer y limpiar y fregar mientras tarareaba, hablando consigo misma, con el televisor, e ignorando deliberadamente la nevera. De vez en cuando se recordaba lo del agua y bebía un vaso pensando en estar delgada y ser una señora estupenda. Por fin la energía empezó a decaer y fue consciente del hecho que tenía los dientes apretados y los chocaba unos contra otros, pero eso fue bastante fácil de olvidar cuando se instaló en su butaca de ver la tele, o al menos intentarlo. Se movía nerviosa sin parar y se retorcía y se levantaba por esto o aquello, o por otro café o por agua, notando una especie de hormigueo bajo la piel y una ligera y vaga sensación de aprensión en el estómago, pero no lo bastante intensa para molestar de verdad. Sólo era consciente de que no se sentía tan bien como por la tarde, pero todavía se sentía mejor, más viva, de lo que se había sentido en muchos años. Lo que había perdido merecía la pena. Un pequeño precio que pagar. No dejaba de pensar en la pastilla verde y aunque al programa que estaba viendo le faltaba la mitad para terminar, se levantó de la butaca y tomó la pastilla verde y volvió a su butaca de ver la tele. Tomó unos cuantos vasos de agua más y decidió que mañana tomaría menos café. El café no sienta bien. El té es mejor. Si algo no va bien probablemente se deba al café. Tomó algo más de agua visualizando que disolvía la grasa de su cuerpo y se la llevaba lejos… lejos… muy lejos…
Tyrone había pillado dos buenas cantidades más y por la noche él y Harry estaban preparados para los grandes negocios. Continuaron teniendo cuidado con el material, limitándose a darle sólo algún tiento, lo suficiente para mantenerlos tranquilos allí en la calle, pero no lo bastante para embotarles los sentidos. Tenían que mantener el tipo, pero era duro. Durante el día habían recibido llamadas telefónicas y estaban listos para colocar al menos la mitad del material antes incluso de haberlo cortado. Después de hacer varias ventas Harry llamó a Marion para enterarse de quién más había llamado y qué estaba pasando. Aquello suponía tal follón que Marion sugirió que se limitaran a tener el material allí hasta que pusieran teléfono en casa de Tyrone. Todo esto de andar por ahí y recibir mensajes es absurdo. Y parece como si tú estuvieras corriendo riesgos innecesarios, Harry, por cómo estás haciendo las cosas ahora. Harry se mostró de acuerdo inmediatamente con la sugerencia y decidió mantener al margen el apartamento de ella hasta que instalaron el teléfono en casa de Tyrone unos días después. Entonces todo fue más fácil y cómodo. Ellos todavía se andaban con mucho cuidado con lo que usaban para sí mismos, y el material que estaban ligando todavía era tan bueno que podían cortarlo cuatro veces y seguía siendo bueno. La gente esperaba su mierda. Empezaron a cortarla cinco veces y ganaban mucho más dinero. Los billetes se apilaban por miles y alquilaron una caja de seguridad, bajo un nombre falso, y guardaron el dinero allí. Ganaban más de mil dólares diarios y decidieron que era el momento de aflojar algo y conseguirse algo de ropa decente que ponerse cuando salían. Pero parecía que nunca tenían tiempo para salir así que empezaron a utilizar un par de intermediarios como Gogit para que salieran con algo de material por la noche y volvieran al día siguiente con la pasta, que repartían a mitad con aquellos tipos. De pronto, o eso pareció, el mundo había dado la vuelta y todo era un camino de rosas. Entonces, la botella en lugar de estar medio vacía de repente estaba medio llena, y cada vez se encontraban más cerca de la cima."

Hubert Selby
Réquiem por un sueño


"Y entonces el trayecto de vuelta a casa… y venga y zaca y pumba y la hostia puta, joder, y erre (me cagüen to) que erre y dale que dale y esa tos, la madre que me parió… Sí, eso es, mastícalo bien, pedazo hijoputa. Paséate el gargajo por toda la boca, pedazo de… ajjj, qué animal. Pero al menos ya he terminado por hoy y no tengo que escuchar las gilipolleces de la oficina ni a esas aturdidas hembras cotorreando sobre lo bien que se lo pasaron el viernes, que si el sitio era precioso, que si imagínate: hubo un tiempo en que el dueño de todo era un solo hombre, ¿y verdad que la comida estuvo fenomenal? y bla, bla, bla…
... Me lo paso por el forro los cojones. Esta noche me voy al cine con los amigos o algo. Mañana será otro día… ¡o eso espero! La gente no estará tan alterada por la cena de empresa y seré capaz de volver a coger el ritmo –gracias a Dios que el hijoputa de los golpecitos se ha bajado ya, debería estar prohibido que esos cabrones viajen en metro– y de intentar pensar en algo para el nuevo caso, el Langendorff, y entonces veremos qué es lo que el viejo Wentworth tiene que decir… Sí… Será algo más que una nochecita en la ciudad… "

Hubert Selby
El demonio









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