Mercedes Salisachs

"A mí no me han hecho críticas malas. A mí lo que han hecho es silenciarme. Como si no existiera. Yo hubiera preferido una mala crítica, pero que supieran que existo.”

Mercedes Salisachs



"A veces pienso que, lejos de vivir una democracia, España vive una «dictocracia» llena de desafueros que nunca disminuyen."

Mercedes Salisachs



"Al entrar en su cuarto, le pareció que todo en él se había trastocado. Hacía unas horas lo había dejado sombrío, indeciso. Después todo fue concreto.
Gilbert Teran había quedado en el hall del hotel mientras ella había subido a cambiarse de traje. Todos los fragmentos de la conversación que había sostenido con él en el restaurante de la piscina, se acumulaban ahora en su cerebro, con la misma intensidad que, tiempo atrás, se le habían acumulado los silencios de Ricardo.
Mientras comían, había estallado una tormenta. También su conversación fue tempestuosa. Era como si el compás de aquella tormenta estuviera en sus palabras. Y de pronto había comprendido que si estaba hablando de aquel modo eufórico y alegre, era únicamente porque Teran estaba allí frente a ella.
Se miró al espejo y se encontró bonita. Gilbert tenía razón: era bonita. Ni siquiera su nariz le pareció ya deleznable.
Tenía el cerebro ligeramente hueco y sonoro. Apenas había comido, y el vino le produjo efecto. Pero su belleza repentina no era debida al vino.
Iba a ser difícil olvidar aquel almuerzo junto a la piscina. Algo se había transformado en ella. Afortunadamente, fue la primera en proponer: «Seamos buenos amigos y nada más».
Con Ricardo era siempre difícil arrancar una conversación: todo lo asía por los extremos, buscaba el doble sentido y la moraleja. Con Gilbert era diferente. La conversación se hacía fácil y copiosa, Ricardo se quedaba a menudo silencioso, como si lo que Bibiana acabara de decir fuera indigno de recibir respuesta. Con Gilbert podía hablar y hablar sin miedo, sin sentirse acechada, censurada, sin que tuviera que medir el alcance de sus palabras.
Y cuando discurrían, todo, aparte de ellos dos, se esfumaba.
Contempló su traje playero sobre la silla. Se colocó otro gris de seda estampada. Hacía tiempo que no sentía el gusto de estar elegante. Gilbert merecía aquella elegancia. Iba a llevarla a cenar… Dios sabía dónde.
Sus cabellos le caían sobre el peinador. Él le había dicho: —No deberías teñirte nunca esas canas."

Mercedes Salisachs
Carretera intermedia



“Al fin y al cabo, los curas son hombres como los demás.”

Mercedes Salisachs
La gangrena, 1975
Tomada del libro GuiaBurros Las mejores citas (Las Mejores Citas De Pensadores Españoles) de Delfín Carbonell, página 25



"Bousset se volvió de espaldas a las célebres «figuritas» y me miró fijamente: el rostro severo, el rictus como de enfado y su porte erguido, levemente vencido hacia delante, adoptando una postura propia de un hombre entre asombrado y reverente: «Cuando su padre me habló de usted, nunca imaginé que sus alabanzas pudieran ser algo más que simples arrebatos propios de un amor de padre. Ahora comprendo que no sólo no estaba equivocado, sino que se quedó corto».
No pude contestarle. Fue Bárbara la que lo hizo por mí. «A veces las ignorancias de los que nos rodean, acaban por aniquilar las verdades más relevantes», —exclamó. Y enseguida añadió—: «Juana se mueve en un mundo totalmente opuesto al arte».
Recuerdo la mano de mi padre posándose sobre mi cabeza: «Creo que mi hija merecía la opinión de un verdadero experto. Sobre todo porque aunque ella no me lo ha dicho, seguramente había adoptado la decisión de abandonar la escultura. —Y tras una ligera pausa decretó—: Hubiera sido un crimen que renunciara a su verdadera vocación».
Roger Bousset ya no me miraba. Sus ojos de nuevo escudriñaban con atención aquel montón de trabajos que yo había arrinconado junto con los objetos que ya no servían o carecían de valor. Sin palabras, sin aspavientos, sin dar muestras de asombro, pero censurando abiertamente el holocausto al que mis obras habían sido condenadas, dijo entonces que semejante atropello se iba a acabar: «Debo mantener una larga charla con usted —exclamó y volviéndose hacia mí—: Esas joyas no merecen el destino que usted ha decretado para ellas. —Y sin alisar su ceño, siguió argumentando—: Como experto en la materia, me veo obligado a liberarlas de su encierro. Su padre tiene razón, sería un crimen que usted dejara de trabajar».
Debo admitir que al oírlo fue como escuchar un sonido musical hecho sólo de palabras. Nada era ya lo mismo en el descenso angustioso que experimenté al escuchar la confesión de mi marido. De improviso todo se volvía luz, todo se prestaba a derrumbar obstáculos, amenazas y desprecios.
No recuerdo con exactitud lo que le dije. Probablemente ni siquiera le di las gracias. Lo abracé. Lo abracé como sin duda los moribundos que Sergio resucitaba con la magia de sus manos lo abrazaban a él, tras recobrar el derecho a vivir.
Eso era lo que yo experimentaba en aquellos momentos: un extraño resurgir tras una larga etapa de agonía. Un saberme rescatada de no se sabía qué lugar cavernoso que olía a tumba mohosa.
Fue lo mismo que despertar en una dimensión a la que yo había ya renunciado. Sergio no estaba. En aquellos momentos Sergio y sus manejos quirúrgicos ni siquiera existían. Sólo existía una mano acariciando mis trabajos y una voz que se empeñaba en ahogar las frases que pudieran anular las que durante varios años había ido apagando cualquier resquicio de esperanza."

Mercedes Salisachs
Entre la sombra y la luz


"Cuando la noche recuperó su palidez, supo que no estaba solo con la niña, que, en realidad, nunca lo había estado. Vigilaba una creación inmensa, un futuro eterno, y un interminable desfile de generaciones pasadas. Todo aquello acabaría tarde o temprano pidiéndole cuentas por lo que acababa de hacer.
También él se las estaba pidiendo a sí mismo; de un modo subjetivo, resignándose a su estupor, sin molestarse en buscar una disculpa. No podía pensar. Pensar equivalía a dejar que aflorase el eterno, el constante, el inolvidable «punto de partida». Y en aquellos instantes, más que nunca, debía procurar olvidarlo.
De improviso la noche era pálida. La tensión había cedido y el tinte de la tierra se volvía normal. Todo era calma y regularidad.
Todo salvo sus ideas. Allí no había ni tormenta ni calma. Había muerte voluntaria y decidida, más pálida aún que la propia noche.
Veía los argumentos de veinte siglos disueltos en aquella palidez. Era difícil coordinar las causas de su disolución. Era difícil y era angustioso.
Pero la conciencia y el sentido de la vida (la cotidiana, la doméstica) volvían a él a ramalazos inevitables, escuetos, poniéndole a flote a pesar suyo, obligándole a pensar y a «darse cuenta» de lo que había hecho.
Dolía pensar.
Algo en la boca le producía náuseas; un pedazo de trenza. Se apartó y escupió.
La niña abrió los ojos.
Recordó que apenas se había defendido. Había intentado gritar, pero él consiguió ahogar aquellos gritos con su propia boca.
No por besarla, sino por apagar sus gritos.
Tenía unos labios pequeños e indecisos. Era una boca demasiado insípida para ser besada.
Podía haber pertenecido a una muñeca de goma.
Resultaba extraño tenerla allí, tan cerca, tan íntimamente cerca.
Le miraba (otra vez), fijamente con una mirada seca; sin lágrimas y sin brillo, dolida, estoica.
Podía ser una mirada interrogante. Acaso una pregunta directa a los entresijos del hombre, a todos sus misterios."

Mercedes Salisachs
Más allá de los raíles



"Cuando se aproximaba Navidad, las calles de la ciudad se remozaban. Incluso las voces del tránsito adquirían una cadencia distinta, activa, armónica. Las ilusiones obligadas lo absorbían todo. Se apuraban las ideas para superar la celebración de las fiestas; nadie vivía al margen de ellas. Se prolongaban las luces en los escaparates de las tiendas lujosas, se renovaba la semilla de todos los años en cualquier rincón propicio. A pesar de las restricciones energéticas se multiplicaban los letreros luminosos, y pese al frío, se intensificaba el interés por los espectáculos.
Tres noches a la semana, las Ramblas arrastraban coches y tranvías hasta el Liceo. Los guardias vestidos de gala imponían un orden difícil. Los botones abrían y cerraban portezuelas esperando una propina que casi nadie prodigaba. Los pies de las señoras pisaban colas, y las colas arrastraban suciedades. Las sedas crujían al unísono en el obligado ir y venir. Olía a gasolina y a perfumes. Dos horas de silencio expectante en la calle. Pasaba la noche. Pasaba el silencio.
Después el volcán del teatro expelía su lava humana. En el pórtico se agrupaban los escotes, las alhajas y las pecheras. Se hablaba alto, se tarareaban las arias recién oídas.
Frente a la masa elegante, los otros.
Eran los oscuros. Los que vivían ignorados. De vez en cuando una dama atravesaba la barrera de esos ignorados. Dejaba una estela de brillo y perfume que hipnotizaba unos segundos a la masa.
Era el lugar de cita de muchos novios, o el punto de partida de algún ratero, o el palco teatral de algún solitario.
Casi ninguno estaba allí por casualidad. Iba allí a «ver» de verdad a los que veía siempre en revistas o periódicos.
Pablo y Julita habían dejado la moto para deambular mejor por las calles. Llegaron junto a «los oscuros» en el preciso momento en que salía la gente del teatro."

Mercedes Salisachs
La sinfonía de las moscas



"El amor verdadero dura más allá de la muerte. El enamoramiento dura más o menos cuatro años. Pero la gente no sabe distinguir entre el sentimiento y el instinto. Consideran que los impulsos sexuales pueden ser causa de amor. En realidad el amor verdadero está más allá del sexo."

Mercedes Salisachs



"En aquellos instantes el futuro no era ni podía ser más que una utopía. Sólo «era real» el momento. El calor de aquel cuerpo fundido al calor del mío. Tener conciencia de que se estaba empezando algo que ya no podría malograrse. Y sobre todo, comprender que, tras un largo y difícil peregrinar hacia una renuncia mil veces superada, por fin había conseguido alcanzar la plena y convincente meta de poder hablar, de sentirme libre y de desvelar lo que venía oprimiéndome desde aquella mañana en la Feria del Libro.
Ignoro cuánto tiempo estuvimos así: abrazados, fingiendo seguir el ritmo de una música lenta que sólo servía para continuar unidos y trasmitirnos aquella extraña sensación que nos imbuía una ingravidez gloriosa.
Fue al cambiar el ritmo de la música, cuando nos separamos. Recuerdo que durante unos instantes, muy breves, quedamos frente a frente, su mirada clavada en la mía, su escote jadeante, y el esbozo de su sonrisa transformado en un interrogante que no se atrevía a convertirse en palabras: agarré su mano y la saqué del ruedo donde la gente, alocada, comenzaba a contonearse sin más aliciente que el de agitar el cuerpo al capricho de unas disonancias musicales, moviendo con desidia pies, brazos y piernas por hacer algo; por sentirse independientes y fingir que bailando de ese modo (en solitario y obedeciendo cadencias sin compases) se podía ser también muy feliz."

Mercedes Salisachs
Desde la dimensión intermedia



"Fui censurada porque tras la guerra todo suscitaba suspicacia. Tuve libros prohibidos que hoy serían considerados dignos de ser leídos por adolescentes."

Mercedes Salisachs




"Había contestado sin esfuerzo, mirando a Caifás fijamente y anulando toda clase de dudas. Era una respuesta-condena, alejada de todo reto y de toda evasión. Una respuesta que volvía ocioso cualquier comentario como no fuese el de su propia sentencia.
Quedó todo el mundo en suspenso, pendiente del reo y de Caifás: «Ahora se producirá el milagro». De lo contrario, la respuesta de aquel hombre iba a fulminar de cuajo su vida. Declararse Dios, en pleno Sanedrín, era lo mismo que declararse reo de muerte.
Poco a poco la palidez de Caifás se iba pigmentando de rojo. Capa y rostro eran ya una sola cosa. Y el milagro no se producía. Todo continuaba igual: la calabaza en el suelo, la vara junto a los pies desnudos, las cadenas colgando, la túnica manchada.
Comenzaron de nuevo los insultos.
[...]
La masa volvía a su cauce. De nuevo era suya. La había recuperado cuando había estado a punto de perderla. «Un simple ademán, una pregunta». Y la presa era suya, completamente suya.
Todas las bocas se abrieron para acusarlo. La sentencia fue unánime. Nicodemo y José de Arimatea se miraron asustados. Se iban. Se iban sin disimular su miedo.
Lidia lloraba. Decepcionada, fracasada, y Silo se había tapado los oídos como si no pudiera soportar aquel griterío.
Caifás se crecía. La capa incompleta dejaba en él una huella arrogante."

Mercedes Salisachs
El declive y la cuesta



"Interesa más airear libros con criterios destructivos, aunque estén escritos con los pies."

Mercedes Salisachs



"La soledad es mi gran amiga. Mis coloquios con ella se convierten en libros."

Mercedes Salisachs



"Observar el diminuto jardín frente al Banco de Bilbao casi con ternura: «Si volviera a ser niña me convencería de que ese fragmento de grama y esos pequeños arbustos son parte de un parque.» Un parque extenso, lleno de seres microscópicos pugnando por alcanzar cimas altas como los humanos.
Eso era lo que solía hacer ella cuando descubrió la vida: imaginar imposibles poéticos y vivirlos a su modo como si fueran reales.
Decirse que la imaginación puede modificar la vida. Y esforzarse en verlo todo distinto de como lo ha visto hasta ahora.
Contemplar las enormes palmeras que se extienden a lo largo de la acera simultaneándose con los sicómoros y las farolas que antiguamente se encendían con gas. Pensar que todo tiene un significado; que nada está ahí fortuitamente. Que acaso lo que va encontrando a su paso tiene la misión de guiarla, de hacerle ver que los impulsos no deben coartarse, que ella no está ahí, avanzando hacia las Ramblas, para ser una más en el engranaje absurdo que arrastra a los restantes peatones.
Sobre todo, hay que desligarse de cualquier convencionalismo. Por ejemplo: esos espacios publicitarios ostentando carteles enormes, falsamente optimistas, anunciando productos de belleza o bebidas sin alcohol. Nada en esos letreros es real. Lo real es lo que no se explica. Lo que jamás se anuncia: esa boca vacía de alimentos, ese corazón vacío de amor, esos ojos vacíos de compasión...
Detenerse ahora frente al delfín negro que se alza frente al Banco Atlántico. Imaginarse montada en él para surcar mares nuevos y llegar a tierras desconocidas. Tierras donde se desconozca el dolor, el cansancio, el egoísmo, la majadería, la falsedad, la injusticia.
Tierras vírgenes de tiranías, en donde respirar no suponga pagar un tributo a toda clase de muertes."

Mercedes Salisachs
El volumen de la ausencia



"Pero su presencia era ya una tortura. Todo en ella me asqueaba. Las bolsas de sus ojos, su incesante repetirme que me quería, que no podía vivir sin mí, su columna vertebral, cada vez más descarnada, las clavículas prominentes que se empeñaban en abultar más que los senos, su cuerpo de mujer madura, su olor agrio a hembra mal lavada. Era peor que sentirse perseguido. A veces me sentía incapaz… cerraba los ojos pensaba en Estrella."

Mercedes Salisachs
La gangrena



"Pero ya es una carretera. Una carretera de verdad, asfaltada, trazada con amplitud, orillada por setos gigantes.
También el resto del monte ha sido civilizado. Para evitar los desprendimientos de tierra, se han plantado palmeras y cactos, defendidos por pedruscos enormes. Sin embargo, la lluvia reciente ha provocado grietas que arrastran tierra, ramas y agua por los acantilados. El coche ruge.
Otra vez el mismo letrero: «Peligro. Desprendimientos.» Pero el coche no se detiene: prosigue, ligero, monte arriba. Son letreros que no afectan: advertencias inad­vertidas, como las que señalan la conveniencia de beber agua con cloro.
A medida que el vehículo gana en altura, la tierra se ve más seca y la atmósfera parece despejarse. No obs­tante, la niebla persiste. Es una niebla ligera que no empaña la visibilidad, pero que se mete pulmón aden­tro y dificulta la respiración.
No tardan en llegar a lo alto del monte. Miramar está ante ellos, con su edificio intacto, la escalinata húmeda y una hilera de coches detenidos bordeando la acera.
[...]
Tiene ahora aquellos errores clavados en la me­moria: casi los revive: Su amistad con Tina, su absurda fe en Rogelio, su esperanza de ver, algún día, a Rosario transformada en un ser normal, en una cuñada razo­nable... Toda su juventud ha sido un manojo de utopías, de mentiras trastocadas, de imprecisiones tor­turantes.
Recuerda los interminables y angustiosos almuerzos familiares presididos por el tío Lorenzo y por la tía Felicitas, los despropósitos de Rosario, los silencios de Rogelio cuando veía a su hermana en trance de reba­jarla delante de sus hijos... Y evoca aquella mañana. Una mañana de verano, soleada y alegre, suplicándole a Rogelio: «Dime lo que ocurre entre nosotros: yo no puedo saberlo.»
Pero Rogelio se había reído de ella y le había dicho: «Tu imaginación te pierde, Marina.» Y ella había pen­sado que, efectivamente, su imaginación la perdía y que debía cambiar."

Mercedes Salisachs
Adagio confidencial 


"Sin fe sería una peonza que baila y cae."

Mercedes Salisachs



"Vivir sin reflexionar es beber con un vaso vacío."

Mercedes Salisachs






















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