Michel de Saint-Pierre

"Aceptemos por un instante la discusión sobre el fondo, es decir, sobre la reforma litúrgica. Ha sido objeto de un texto conciliar. Lo hemos leído y releído; nos es dilecto, y aún más: nuestros corazones, ya lo he dicho, se expanden en él totalmente… En él encontramos el firme deseo -que hacemos nuestro con fervor- de ayudar a la Iglesia a despojarse de cierto «viejo manto regio» como ha dicho el Papa Pablo VI, y el de abrir ampliamente a los fieles el acceso íntimo a las ceremonias del culto y a la comprensión de los textos litúrgicos. Esto es admirable, y jamás, en ninguno de nuestros libros, en uno solo de nuestros artículos, se podrá encontrar otra actitud que no sea la de una adhesión profunda, que va mucho más allá de una simple aceptación. Pero también hallamos en el texto del Concilio el elogio de los Santos que deben volver a ocupar su sitio en nuestros santuarios y en nuestros corazones; hallamos allí un luminoso homenaje a la Virgen María, nuestra Madre; y hallamos también aclaraciones terminantes sobre el respeto que debemos a las venerables tradiciones cristianas, sobre la belleza de la lengua latina y su empleo, sobre los esplendores del Tesoro del arte y del Tesoro espiritual acumulados, entrojados por la fe de los hombres en dos mil años de cristiandad. Por tanto, las «fantasías» y las «extravagancias», para emplear las palabras de nuestros arzobispos, que han acompañado a menudo la sedicente aplicación de los textos conciliares entre nosotros, por los que yo he llamado los nuevos curas, todo esto no tiene nada que ver estrictamente con el espíritu del Concilio. Pero el extraño odio al latín o al gregoriano, manifestado por tantos sacerdotes, es él mismo una actitud anticonciliar."

Michel de Saint-Pierre
Los Nuevos Curas





"Creo, amigo mío, que esta carta pesa. ¡Y empiezo a creer que ese Mansigny era un santo varón! El «testimonio» en cuestión, para hablar como el autor de la carta, engrosará la colección de elogios que ya he recogido. ¡Cáspita! ¡Me gustaría saber por qué ese demonio de mujercita ha roto sin embargo el conjunto! Nos presenta la confesión más detallada y extensa, no exige la presencia de su abogado en sus primeras confidencias, tiene el aspecto de decirlo todo plantando en los ojos de uno la mirada más límpida que he visto en mi vida... Es bella sin ser provocativa, conmovedora sin lagrimear, pero si relee sus declaraciones, fuera del hecho de reconocer que ha hecho «pimpam» contra su marido, no dice nada, no explica nada, ¡se ríe de nosotros! Y ese Damiens, ¿qué papel desempeña exactamente? ¡Reconozcamos que no ha presentado la menor dificultad al responder a nuestras preguntas! Ya lo ha oído: lo mejor sería arrestarle. De creerle, Laurent Mansigny era un seductor profesional y al mismo tiempo una especie de verdugo chino. Engañaba descaradamente a su mujer y afilaba el ingenio para hacerla sufrir. Damiens nos ha proporcionado muchos detalles al respecto, pero no encontramos a nadie que confirme lo que él cuenta. ¿Qué peso tendrá su declaración ante cualquier clase de Jurado cuando el fiscal, blandiendo la prueba del adulterio, lo haya puesto en la picota como amante de la bella Carol? ¡No entregaré al ministerio fiscal más que lo que se me haya comunicado, diantre! Podría darme por satisfecho ahora mismo con los informes y declaraciones que tengo, pero algo me hace temer que este condenado expediente no está completo. ¡Honoré, le digo que el joven Le Hucheur no significará nada contra la parte civil, que ha elegido a Rennenski como letrado! Conozco a ese Rennenski: es un bello cuarentón tenebroso, con plateados aladares, que explota maravillosamente sus orígenes eslavos, su voz aterciopelada y su perversidad innata. Le gusta intervenir como acusador, le gusta castigar. Es un engendro de la Inquisición. Nuestra joven asesina se verá en apuros."

Michel de Saint-Pierre
La acusada









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