Robert Saladrigas

"A estas alturas de mi vida no leo a críticos españoles ni extranjeros porque creo que puedo confiar en mi propio criterio ya formado (para bien y para mal) y  soslayar  posibles influencias.  Espero no parecer arrogante. Simplemente prefiero correr mis propias aventuras.  Por  el mismo motivo nunca leo los prólogos; soy partidario de los epílogos que no condicionan la lectura. Para terminar, creo que hoy no sería capaz de leer un libro como “Anatomía de la crítica” de Northrop Frye o, por ejemplo, cualquier otro de Derrida."

Robert Saladrigas


"Detesto las normas, los cánones y los consejos vengan de donde vengan. ¿Quién los dicta, desde qué pretendida altura  y con qué propósito? Lo que es útil para uno puede no serlo para otro. ¿Qué tiene en común Updike con Edgar Allan Poe, con Forster  o con Coetzee?  Cada uno representa un concepto distinto de la estética literaria. En el mundo del arte no hay reglas. Por fortuna es un espacio de libertad que es, o debería ser, de libertad absoluta. Por otro lado, no creo en el mito de la objetividad.¿ Desde cuándo he de ser objetivo ante una tela de Matisse o leyendo e intentado desentrañar los significados de un poema de Verlaine? Y ¿quién mejor que un escritor para intentar, eso sí,  mediante un ejercicio de honestidad, entender las claves de otro escritor?"

Robert Saladrigas




"En cualquier época  la crítica, de aquí y de todas partes, siempre ha sido severa con  los productos de su tiempo. Quizás se deba a que,  actitudes  esnobs aparte, es indispensable la distancia para valorar justamente la vigencia o no de una creación."

Robert Saladrigas



"La autoridad del crítico se fundamenta en su ética y, por supuesto, implica su derecho a equivocarse. En mi caso lo que busco es transmitir al lector las sensaciones que me ha producido una obra. ¿Acaso no hago lo mismo al recomendar una película, una obra de teatro, un concierto, algo que me ha conmovido e intento explicar a otros por qué?"

Robert Saladrigas



"Pienso que nunca me habría decidido, si esta mañana no me hubiera levantado de la cama con una espesa jaqueca que casi no me dejaba mover los párpados, y un regusto a huevos podridos en el paladar que me obligaba a eructar. Lo malo es que el nauseabundo olor del aliento contribuye a descomponerme el estómago. En la velada de ayer en casa de Emmanuelle bebí whisky y ginebra en cantidades considerables, pero no recuerdo haber abusado más que otros días y nunca me levanto con un malestar tan acentuado. Sin vestirme, con la bata encima del pijama, me he puesto las gafas oscuras, he encendido un cigarrillo -la primera bocanada de humo me ha producido náuseas-, y me he tendido en el sofá y monsieur Cayette estará recortando el césped de su finca de Fontainebleau. Así de tópica es la distracción de los fines de semana del hombre que me paga y me "adora", ya que, según él, no sabría cómo arreglárselas sin mí precisamente ahora que madame Cayette, que no quiere vivir en París, mejor dicho que no puede vivir respirando un día tras otro esa atmósfera contaminada que nos llena de mierda los pulmones y por esa razón, dictamina madame Cayette, hay tanta gente tuberculosa y tantos enfermos de los bronquios."

Robert Saladrigas
Jardín de nieblas









No hay comentarios: