Salvador Salazar Arrué

"Como el alfarero de Ilobasco modela sus muñecos de barro: sus viejos de cabeza temblona, sus jarritos, sus molenderas, (...); así, con las manos untadas de realismo; con toscas manotadas y uno que otro sobón rítmico, he modelado mis Cuentos de Barro.

(...) Pobrecitos mis cuentos de barro... Nada son entre los miles de cuentos bellos que brotan día a día; por no estar hechos en torno, van deformes, toscos, viciados; porque, (...) ¿Qué sabe el rojizo tinte de la tierra quemada de lakas y barnices?; y el palito rayador, ¿qué sabe de las habilidades del buril?... Pero del barro del alma están hechos; y donde se sacó el material un hoyito queda, que los inviernos interiores han llenado de melancolía. Un vacío queda allí donde arrancamos para dar, y ese vacío sangra satisfacción y buena voluntad.

Allí va esa hornada de cuenteretes, medio crudos por falta de leña: el sol se encargará de irlos tostando."

Salvador Salazar Arrué



"Creo que no hay pintor que no tenga una percepción consciente del mundo astral, porque el ojo se va haciendo a medida que uno trabaja en la pintura; se va tornando capaz de percibir el color como lo ve uno directamente en el mundo astral."

Salvador Salazar Arrué



El chucho

Por el camino polvoso,
al mediodía,
al medio del camino,
con la cola escondida
y la oreja tímida.

Por el camino desolado,
enclenque, descolorido,
con dos ojos pintados sobre los ojos...
Atemorizado,
enjiotado,
ahuesado de hambre, pasa...

No lo llames;
huirá despavorido.
Creerá que es pieda
el pan en tu mano.
Está escaldado,
apedreado,
molido a puntapiés
por los truhanes y borrachos
de los pueblos;
apaleado
por la placera
y las puyas largas
de los carreteros bribones.

Chuchito bueno,
chuchito triste,
afligido,
chuchito mío sin dueño:
ésta es la montaña,
no temas,
la isla en el mar del cielo,
no temas,
la tierra de arboledas y de trinos,
de místicas cigarras
encendidas en llama sonora,
votiva,
ante el altar del infinito...

Éste es el mundo -nomasito...;
tierra de desiertos caminos
y niños cantureros
que juegan con piedritas
y semillas, por los matorrales;
tierra de las lluvias lejanas
y los ranchos tranquilos.
No temas
'Amarillo',
'Canijo', 'Cujinicuil'
como te llames,...si te llamas...
Quédate en algún rincón
de cocina,
oyendo moler,
oliento el humo del horno,
masticando la tortilla tiesa,
Chuchito peregrino
del miedo supino;
ánges de la suprema desdicha
que todo has aguantado y sufrido:
quédate un rato, al menos,
a la sombra del tamarindo,
royendo el hueso del mediodía...
Deja ya de temer,
deja ya de huir,
ten valor
de resistir
la mano de amor
que quiere peinarte dulcemente
la cabeza afiebrada.
Aprende a cerrar los ojos
adormeciéndote,
confiado al fin...

Como se te da el agua del charco
quiero darte mi cariño.

Salvador Salazar Arrué




El matadero

Hay un solar,
una galera de teja.
Es casa sin paredes.
Los muebles: varas de tarro
atadas de pilar a pilar.
Las cortinas, de carne olisca,
las alfombras de cuero estacado.
Casa acalambrada, hedionda…;
casa mala, de matar la res;
rastro, rastro de sangre…
Hay charcos rojos en el suelo.
Hay postes con ergástulas:
altares del Diablo
donde adoran rezando las moscas
negras,
rizadas como barbas de mono,
barba que se desplaza como gusanos
de gusanera.

En el solar hay tres palos mochos
donde se están, llorando apersogadas
las víctimas.
La res presiente la muerte,
avisada por el zumo
de su propia sanguaza.

El matador
es un hombre gordo,
bofo,
de voz delgada (voz amujerada)
y delantal overo,
en rojo barrioso
y amarillo-verde
de huevo-huero y bilis.
Es panzón y sonríe
con boca de chancleta.
Tiene manos peludas
y atamaldas.
¡Qué pobre hombre feo
y espantoso!,
si Dios lo perdona…,
¡que lo perdone!…
Amanece
con un quinqué y un cuchillo
largo, largo…
Anda entre berridos
arrastrando su sombra
larga larga…
Le ayudan dos mozos
descamisados,
prietos como él.
Le siguen los pasos
tres perros
gordos, gordos, pesados y sanguinolentes
como él.

Esta casa es una llaga
en el cerro.
La mantienen los dianches,
la custodian los zopes
en largos retenes,
por turnos,
entre graznidos y pleitos
y aletazos de escoba rota,
sobre los pedregales
y los basureros.

Un día el matador
se ahogará con su propia saliva,
alzando los brazos y dando trapiés,
rojo de asfixia.
Caerá donde destazan
y está mojado-caliente,
sanguinolente,
pestilente.
Un día se vendrá el temblor,
o el huracán, o el incendio
y la casa maldita
perecerá entre el polvo y el humo
y la res no llorará ya
nunca más, nunca más, nunca más…

Salvador Salazar Arrué




El ojo de agua
              
Entre cañas,
entre yerbas,
abrazando furtivo la paloma del cielo...

Escondido,
tembloroso,
ambicioso,
lúbrico...

Agua pechuga;
agua pluma;
agua...

¡Ladrón de luz, niño malo,
devuelve al aire
la mensajera luminosa,
la mensajera de amor,
la cristófora-colomba
que escondes contra el pecho!

Salvador Salazar Arrué




"Era ya medio día cuando un extraño rumor le puso en sobresalto. Dos saurios, con las cabezas fuera del agua le contemplaban moviendo la cola con lento ondular que estelaba el agua verde. Era su quietud casi cariñosa, como en muda oración y protección. Tendidos largos en la calma del agua cortaban con sus masas oscuras la reverberación, como manchas en una gigantesca esmeralda. Uraco les miraba con repugnancia. Sentía su cuerpo maltrecho y atrofiadas las articulaciones. No podía apenas moverse y veía con espanto las fauces cada vez más cerca de sus piernas.
¿Iba pues, a morir de tan cruel manera? Comenzó a rezar sin tratar ya de levantarse. Pero los saurios en vez de morderle se arrastraban a sus pies y le acariciaban como mejor podían, chafando con sus trompas ásperas sus pantorrillas.
Uraco comprendió: aquellos bichos le adoraban como a un dios, ¡Verdad!... Los reptiles son seres que adoran a Satanás. Gruesas lágrimas brotaron en sus ojos y quiso hacer con los dedos la señal de la cruz, pero estaba todo él entumecido y no lo pudo lograr Un día topó en la pradera con un piquete de soldados que iban a Jutiapa a las órdenes de un sargento llamado Fernán Pereda. Trató de huir, pero fue cogido y conducido con las manos atadas y a pie entre dos caballos.
Al llegar a Jutiapa nadie hubiera podido reconocerle. El polvo le había puesto gris y estaba tan flaco y extenuado por la fatiga que sólo un milagro le mantenía en pie.
A los pocos días se le dejó libre y fue tenido por loco al principio y después por santo. Todos los días se le veía por la plaza haciendo penitencia, arrodillado en una piedra angulosa y golpeándose el pecho fuertemente con ambos puños, elevada la faz al cielo, corriéndole las lágrimas por las descarnadas mejillas.
En aquel lugar vivía un mestizo llamado Orlando, hijo de una liberta anciana, hombre corpulento y bien intencionado que hacía el oficio de herrero.
Orlando acogió a Uraco en su choza; cuidando de é1 como de un hermano, compartiendo con él el pan de su casa y protestando de la ayuda que el buen fraile le prestaba casi forzosamente tirando todo el día del fuelle de la fragua.
Cierta vez pasó por el camino una comitiva, llevando en una litera a una enferma.
Venía de muy lejos y estaba compuesta de caballeros, soldados y frailes. La enferma era la mujer de Oidor Álvaro Gómez de Abaunza y había sido secuestrada, como consecuencia de un ardid tramado por el Gobernador Valverde, mortal enemigo del Oidor. La joven acababa de ser rescatada, pero con tan mala suerte, que una flecha envenenada le había herido ligeramente el muslo y durante la jornada la acción del veneno la había postrado y la había puesto mala.
Se detuvo el cortejo a la sombra de una ceiba y dos caballeros, desmontando se llegaron a la herrería donde el buen Orlando castigaba a la sazón la punta de una lanza.
Uraco, con los ojos extraviados, miraba lánguidamente las brasas que ardían torturadas por el fuelle y tiraba de la cuerda.
Al ver llegar aquella gente el herrero suspendió su trabajo y vino a recibirles en actitud servicial."

Salvador Salazar Arrué
El Cristo Negro



La brisa

Sopla la caña de la brisa leve
y hay la melodía que se irisa;
se danza con la dicha de la brisa
y hay dicha en la hoja que se mueve.

Al soplo de esta música en “crechendo”
la espiga ensaya un ritmo trascendente
aprendido en la fuga de la fuente
y se sabe fugar, permaneciendo...

Sobre el juncal que cimbra con delicia,
ondulando la luz, en su caricia
despierta melodías olvidadas

y se mueven sus manos angelinas,
que interpretan llanuras y colinas,
con prisa de palomas desaladas.

Salvador Salazar Arrué





"La laguneta se iba durmiendo en la anochecida caliente. Rodeada de bosques negros iba perdiendo sus sonrojos de mango sazón y se ponía color de campanilla, color de ojo de ciego. El camalote anegado en los aguazales le hacía pestaña. El cielo brumeaba como quemazón de potrero, donde eran brasas los últimos apagos del poniente. Abajo había, en balsa de ramalada, dos garzas blancas; la una, mirando atenta la gusanera del viento en el vidrio verde de las ondas; la otra, mirando como asustada el cielo en donde apuntaba una estrella con inquietudes de escama cobarde.
Guelía a mumuja de palo podrido, a zompopera, a chira de mateplátano, a talepate y a julunera triste. Había ahogados en todas las oriyas, ahogados hamaqueantes, sobreagüeros, de troncón y de basura. En las pes­caderas, las varas ensambladas estaban prietas sobre el claror, y se refle­jaban culebriando guindoabajo. Pringaba jenjén y zancudo. A lotra oriya se oiba patente el butute del guauce, llamando a la pareja para beber som­bra. En el escobillal oscuro de la noche, el cielo y el agua quedaban traba­dos, como guindajos arrancados a una sombrilla de seda desteñida. El día se alejaba, lento y cabecero, echando polvo con las patas como los toros cimarrones.
Llegada la noche, un tufo a tigre sopló los matorrales, la laguneta sonaba como una cuerda diagua a cada respiro, y de cuando en cuando se oían los chukuces de las mojarras asustadas.
La ranchería del vallecito estaba en una ensenada oscurecida de tama­rindos y voladores. Había ranchos hojarasquines, y ranchos palma barrendera, coludos como pajuiles, y ranchos empalizados a través de cuyas paredes de esqueleto, la luz candilera —esa tristura de querencia nocturna— se filtraba a los patios de barro desnudo, alargándose en capri­chosas luminarias.
Los chuchos empezaban a ladrar con persistencia; con su quejumbre peculiar, los tuncos revolvían las sobras de huate que bueyes forasteros habían dejado al pie de los morros, de troncos limados por las cornamen­tas. Una guitarra escondida roía el sueño de la noche. Venía saliendo la luna con una fogarada platera que daba gusto. La luz chele y tristona se tendía en los playones bocabajo, alagartada entre los troncos torcidos, chafando las trompas de los cayucos varados en seco. Los jocotes botaban sus frutas de rato en rato, en el blando estiércol espolvoreado. Iban los pri­meros temblores de luz, estremeciendo a lo ancho el agua friolenta."

Salvador Salazar Arrué
Bajo la luna



"La libertad es más factible en la pobreza que en la opulencia."

Salvador Salazar Arrué



Lo que dice el caracol
               
Undilanilodano, el niño eterno
de la prístina mitología de la Bruma,
región enhiesta y aquilina del Continente Crisoprasio,
de que el pasado canta y cuenta,
sopla de su carrizo cristalino
(hecho del solicuerno
del unicornio marino)
las innumerables pompas de espuma
que el viento del Tiempo avienta
en el infinito Espacio:
los planetas,
los mundos,
las estrellas,
el Sol...

El Caracol,
si escuchas sus querellas
de motivos profundos,
como escuchamos los poetas,
te lo dirá con labios de marea,
con voz desvanecida
(rumor de lejanía tormentosa)
con silbo de serpiente caudalosa.
Y allí resuena el arpa citerea
y la flauta panida
cantando dolorosa,
adolorida,
como cantan los labios de la herida.

Undilanilodano,
el niño sobrehumano,
un ser algebraico,
filarmónico y neumático
que con el soplo espiritual
llena –de potentísima ilusión
y sentimiento errático
de rotación y traslación-
las innúmeras pompas de jabón
del Cosmos Sideral:
los planetas,
los mundos,
las estrellas,
el Sol...

Ligeras,
efímeras siluetas
estos mundos fecundos,
vagabundos,
theorías de aves pasajeras,
esferas,
irisadas y bellas
pompas de evanescente tornasol,
sólo son notas sueltas, se diría,
en la pauta del siglo y del minuto,
componiendo la vasta sinfonía
del Silencio Absoluto,
melodía de gratos manantiales
cantada por los ángeles divinos
en coros aurorales.
lo dice el Caracol
con labios nacarinos:
"los planetas,
los mundos,
las estrellas,
el Sol..."

Salvador Salazar Arrué




"No me preocupa que mi obra sea reconocida universalmente. Me interesa que la conozcan mis paisanos."

Salvador Salazar Arrué




"Nosotros los soñadores no pedimos nada porque todo lo tenemos."

Salvador Salazar Arrué




Semos malos

Goyo Cuestas y su «cipote» hicieron un «arresto», y se «jueron» para Honduras con el fonógrafo. El viejo cargaba la caja en la bandolera; el muchacho, la bolsa de los discos y la trompa achaflanada, que tenía la forma de una gran campánula; flor de «lata» monstruosa que «perjumaba» con música.

-Dicen quen Honduras abunda la plata.

-Sí, tata, y por ái no conocen el fonógrafo, dicen...

-Apurá el paso, vos; ende que salimos de Metapán trés choya.

-¡Ah!, es que el cincho me viene jodiendo el lomo.

-Apechálo, no siás bruto.

«Apiaban» para sestear bajo los pinos chiflantes y odoríferos. Calentaban café con ocote. En el bosque de «zunzas», las «taltuzás» comían sentaditas, en un silencio nervioso. Iban llegando al Chamelecón salvaje. Por dos veces «bían» visto el rastro de la culebra «carretía», angostito como «fuella» de «pial». Al «sesteyo», mientras masticaban las tortillas y el queso de Santa Rosa, ponían un «fostró». Tres días estuvieron andando en lodo, atascado hasta la rodilla. El chico lloraba, el «tata» maldecía y se «reiba» sus ratos.

El cura de Santa Rosa había aconsejado a Goyo no dormir en las galeras, porque las pandillas de ladrones rondaban siempre en busca de «pasantes». Por eso, al crepúsculo, Goyo y su hijo se internaban en la montaña; limpiaban un puestecito al pie «diún palo» y pasaban allí la noche, oyendo cantar los «chiquirines», oyendo zumbar los zancudos «culuazul», enormes como arañas, y sin atreverse a resollar, temblando de frío y de miedo.

-¡Tata: brán tamagases?...

-Nóijo, yo ixaminé el tronco cuando anochecía y no tiene cuevas.

-Si juma, jume bajo el sombrero, tata. Si miran la brasa, nos hallan.

-Sí, hombre, tate tranquilo. Dormite.

-Es que currucado no me puedo dormir luego.

-Estírate, pué...

-No puedo, tata, mucho yelo...

-¡A la puerca, con vos! Cuchuyate contra yo, pué...

Y Goyo Cuestas, que nunca en su vida había hecho una caricia al hijo, lo recibía contra su pestífero pecho, duro como un «tapexco»; y rodeándolo con ambos brazos, lo calentaba hasta que se le dormía encima, mientras él, con la cara «añudada» de resignación, esperaba el día en la punta de cualquier gallo lejano. Los primeros «clareyos» los hallaban allí, medio congelados, adoloridos, amodorrados de cansancio; con las feas bocas abiertas y babosas, semiarremangados en la «manga» rota, sucia y rayada como una cebra.

Pero Honduras es honda en el Chamelecón. Honduras es honda en el silencio de su montaña bárbara y cruel; Honduras es honda en el misterio de sus terribles serpientes, jaguares, insectos, hombres... Hasta el Chamelecón no llega su ley; hasta allí no llega su justicia. En la región se deja -como en los tiempos primitivos- tener buen o mal corazón a los hombres y a las otras bestias; ser crueles o magnánimos, matar o salvar a libre albedrío. El derecho es claramente del más fuerte.


Los cuatro bandidos entraron por la palizada y se sentaron luego en la plazoleta del rancho, aquel rancho náufrago en el cañaveral cimarrón. Pusieron la caja en medio y probaron a conectar la bocina. La luna llena hacía saltar «chingastes» de plata sobre el artefacto. En la mediagua y de una viga, pendía un pedazo de venado «olisco».

-Te dijo ques fológrafo.

-¿Vos bis visto cómo lo tocan?

-iAjú!... En los bananales los ei visto...

-¡Yastuvo!...

La trompa trabó. El bandolero le dio cuerda, y después, abriendo la bolsa de los discos, los hizo salir a la luz de la luna como otras tantas lunas negras.

Los bandidos rieron, como niños de un planeta extraño. Tenían los «blanquiyos» manchados de algo que parecía lodo, y era sangre. En la barranca cercana, Goyo y su «cipote» huían a pedazos en los picos de los «zopes»; los armadillos habíanles ampliado las heridas. En una masa de arena, sangre, ropa y silencio, las ilusiones arrastradas desde tan lejos, quedaban abonadas tal vez para un sauce, tal vez para un pino...

Rayó la aguja, y la canción se lanzó en la brisa tibia como una cosa encantada. Los cocales pararon a lo lejos sus palmas y escucharon. El lucero grande parecía crecer y decrecer, como si colgado de un hilo lo remojaran subiéndolo y bajándolo en el agua tranquila de la noche.

Cantaba un hombre de fresca voz, una canción triste, con guitarra.

Tenía dejos llorones, hipos de amor y de grandeza. Gemían los bajos de la guitarra, suspirando un deseo; y desesperada, la «prima» lamentaba una injusticia.

Cuando paró el fonógrafo, los cuatro asesinos se miraron. Suspiraron...

Uno de ellos se echó a llorar en la «manga». El otro se mordió los labios. El más viejo miró al suelo «barrioso», donde su sombra le servía de asiento, y dijo después de pensarlo muy duro:

-Semos malos.

Y lloraron los ladrones de cosas y de vidas, como niños de un planeta extraño.

Salvador Salazar Arrué
Cuentos de barro





"Soy un hombre antigregario, mi naturaleza de artista me hace apartarme de todo lo que es grupo, casta, secta, partido, conciudadanía e ismos en general..quiero ir libremente, sin compromisos de partido, reservándome el derecho de estar al margen de todo lo que sea reglamentación, canon o condición; mi calidad de artista me da tal derecho."

Salvador Salazar Arrué



"Vivimos una época en que la nobleza está diluida entre las castas y en la cual un mentecato tiene permiso de enriquecerse y hacerse una grandeza comprada. Creo firmemente que el sostener con gozo la pobreza es signo de la fuerza y que es débil aquél que la teme y la evade cobardemente. La pobreza aguarda en ella riquezas enormes. La libertad es más factible en la pobreza que en la opulencia. El amor que a ella se acerca es siempre auténtico y uno lo sabe."

Salvador Salazar Arrué




"Yo era pequeño, bajo, corto… En mi casa rezaban tiernos novenarios para cambiar mi estatura de enano… Efraín era largo, alto, con un cabello ondulante color naranja y miel… A Salazar Arrué le miraba algo de arcángel, un aura rara lo ponía en soledad, aislado del contorno. Tenía algo de aire de la palma de Sonsonate y algo de infancia retenida…"

Salvador Salazar Arrué



"Yo no tengo patria, yo no sé lo que es patria. ¿A qué llamáis patria vosotros los hombres entendidos por prácticos? Sé que entendéis por patria un conjunto de leyes, una maquinaria de administración, un parche en un mapa de colores chillones...no tengo patria pero tengo un terruño... No tengo El Salvador... tengo Cuscatlán, una región del mundo y no una nación."

Salvador Salazar Arrué


















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