Valentine de Saint-Point

El Títere y la Muerte

La sombra se cernía sobre la caverna
y la fiesta fue dichosa.
En el centro, un títere era el sujeto
que concitaba nuestra atención.
Permanecimos cada una a su lado,
la Muerte y yo misma, asiéndolo cada una de un brazo.
Mi aliento final significaría ser encerrada
en esa flácida e inanimada máscara.
Incliné mi cuerpo por completo, como un estruendo
de glacial viento, pugnando con todas mis fuerzas
contra la Muerte, que se ufanaba ante su emergente victoria.
Si mi esfuerzo no daba resultado, sabía que todo estaba perdido;
férreo era mi deseo de vivir y el precio de mi vida
sería muy costoso. 

Valentine de Saint-Point seudónimo de Anna Jeanne Valentine Marinne de Glans de Cessiat-Vercell



La danza de los títeres

Moriré en un día festivo,
mientras los títeres danzan.
No me uniré a la danza,
ni señalaré esos días de celebración.
Moriré en un día festivo,
mientras los títeres danzan.

Mientras ellos gritan alborozados,
víctimas de su caduca dicha,
no lloraré ni gritaré
en medio de la exiliadora moral.

Tan falso es su engaño
que mi voz no puede escucharse.
En medio de tan falaz artificio,
la vida misma no es audible.

Mi silencio, el deceso del ruido,
el silencio por el cual vivo,
esa soledad que me alimenta,
mi silencio, la muerte del ruido.

Oneroso es mi abandono,
amarga su fatalidad;
prolífico y cruel destierro,
pura crueldad.

Moriré en un día festivo,
mientras los títeres danzan.
No me uniré a la danza,
ni señalaré esos días de celebración.
Moriré en un día festivo,
mientras los títeres danzan.

Valentine de Saint-Point


Manifiesto de la mujer futurista
(Respuesta a Marinetti)

Glorificamos la guerra, única higiene
del mundo, el militarismo, el patriotismo,
el gesto destructivo  portador de felicidad,
las bellas ideas  por las que vale la
pena morir, y el desprecio a la mujer.
Marinetti: Manifiesto fundador del futurismo

La humanidad es mediocre. La mayoría de las mujeres no son ni superiores ni inferiores al hombre. Son iguales. Ambos merecen el mismo desprecio.

La humanidad entera no es sino fermento de culturas, fuente de genios y héroes de ambos sexos. Pero en la humanidad, como en la naturaleza, hay momentos más propicios para un florecimiento así. En los veranos de la humanidad, cuando la tierra es caldeada por el sol, los genios y los héroes abundan.

Estamos en el comienzo de una primavera. Falta efusión solar, es decir, una gran cantidad de sangre proyectada.

Las mujeres no son más responsables que los hombres por el enlodazamiento que padece lo joven, rico en savia y sangre.

Es absurdo dividir a la humanidad en hombres y mujeres, pues la humanidad está compuesta de feminidad y masculinidad.  Cada superhombre, cada héroe, independientemente de su grandeza, genio o poder, es la prodigiosa expresión de una raza y una época en la medida en que está compuesto a la vez de elementos masculinos y femeninos, de feminidad y masculinidad, o sea, es un ser completo. Un individuo exclusivamente viril no es otra cosa que una bestia; un individuo exclusivamente femenino no es otra cosa que una hembra. Y al igual que con los individuos, sucede con cualquier colectivo y momento de la humanidad. Los períodos fecundos, cuando la mayor parte de los héroes y genios surgen de la tierra en toda su ebullición, son ricos en masculinidad y feminidad.

Los períodos bélicos con héroes infatuados por el hálito marcial fueron exclusivamente períodos viriles; aquellos que negaban el instinto heroico y, retornando al pasado, se aniquilaban a sí mismos en sueños de paz, fueron períodos en los que la feminidad era dominante.

Vivimos el final de uno estos períodos. Lo que verdaderamente les falta a los hombres y mujeres de hoy es virilidad. De ahí que el Futurismo, con todas sus exageraciones, esté acertado. Para restaurar algo de virilidad en nuestras razas atrofiadas por lo femenino, tenemos que entrenarlas en masculinidad incluso hasta el punto de un salvajismo animal. Tenemos que imponer sobre cada cual, hombre y mujer igualmente débiles, un nuevo dogma de energía para llegar a un período superior de la humanidad.

Cada mujer debe poseer no solo cualidades femeninas sino también viriles, sin las cuales es simplemente una hembra. El hombre que esgrime únicamente la potestad del macho sin intuición alguna, es una bestia bruta. Sin embargo, en el período de feminidad en que estamos viviendo, solo la exageración opuesta a la feminidad es saludable: tenemos que tomar a la bestia bruta como modelo.

¡Cómo deben ser temidas por los soldados las innumerables mujeres cuyos “brazos descansan en sus senos con ramos de flores la mañana de la partida”! ¡Demasiadas mujeres perpetuando como enfermeras el dolor y la vejez, domesticando a los hombres para su placer personal o sus necesidades materiales! ¡Demasiadas mujeres que crean hijos solo para ellas mismas, evitándoles el peligro o la aventura, es decir, la alegría; evitando a la hija el amor y al hijo la guerra! ¡Demasiadas mujeres, pulpos del hogar, cuyos tentáculos sorben la sangre de los hombres y crían niños anémicos, mujeres de amor carnal que agotan cualquier deseo para que no pueda ser renovado!

Las mujeres son  Furias, Amazonas, Semiramis, Juanas de Arco, Juanas Hachettes, Judiths y Charlottes Cordays, Cleopatras y Mesalinas: mujeres combativas que luchan más ferozmente que los machos, amantes excitadas, destructoras que abaten lo más débil y ayudan a seleccionar a través del orgullo o la desesperanza, “desesperanza con la que el corazón gana su retorno completo”. Que la próxima guerra nos traiga heroínas como Catalina Sforza, la cual, durante el saqueo de su ciudad, viendo desde las almenas a sus enemigos amenazar la vida de su hijo para forzar así su rendición, señalando heroicamente sus genitales, gritó: “¡Mátenlo! ¡Aún tengo el molde para hacer uno más!”.

Sí, “la sabiduría pudre el mundo”, porque por instinto la mujer no es sabia, no es pacifista, no es buena. Puesto que carece totalmente de medida, está imposibilitada de ser realmente sabia, realmente pacifista, realmente buena durante los períodos durmientes de la humanidad. Su intuición, su imaginación son a la vez su fuerza y su debilidad.

La mujer es la individualidad entre la muchedumbre: hace cuadrarse a los héroes y, si no hay ninguno, a los imbéciles.

Según el apóstol, inspirador espiritual, la mujer, inspiradora carnal, se inmola o cría, hace correr la sangre o la contiene, es una amazona o una enfermera. Es la misma mujer que, en semejante período, según las ideas colectivas emergidas de los sucesos cotidianos,  da los pasos para evitar que los soldados vayan a la guerra o bien corre para abrazar al campeón victorioso.

Por eso la revolución no puede hacerse nunca sin ella. Por eso, en lugar de despreciarla, debemos ir a su encuentro. Ella es la más fructífera conquista, la más entusiasta, la que, en lo que le atañe, incrementará los seguidores.

Pero sin Feminismo. El Feminismo es un error político. El Feminismo es un error cerebral de la mujer, un error que su instinto acabará por reconocer.

No hay que darle a la mujer ninguno de los derechos que reclama el Feminismo. Concederle esos derechos no produciría ninguno de los desórdenes anhelados por los futuristas, sino que, por el contrario, determinaría un exceso de orden.

Imponerle obligaciones a la mujer es hacer que pierda su poder de fecundación. Los razonamientos y deducciones feministas no podrán destruir su fatalidad primordial: solo podrán falsificarla, forzándola a manifestarse por caminos errados.

Durante siglos, el instinto femenino ha sido sojuzgado. Solo se han apreciado su encanto y su ternura. El hombre anémico, mezquino con su propia sangre, reclama que la mujer sea solo enfermera.

La mujer se ha dejado domesticar. Pero lánzale un nuevo mensaje, o un grito de guerra, y entonces, retomando gozosamente su instinto, caminará delante de ti hacia insospechadas conquistas. Cuando tengas que usar tus armas, ella las lustrará. Te ayudará a escogerlas. En verdad, si ella, puesto que transita por caminos trillados, no sabe cómo percibir el genio, siempre ha sabido cómo confortar al más duro, al victorioso, a aquel que triunfa con sus músculos y su coraje. No puede equivocarse en reconocer esta superioridad que se impone a sí misma de manera tan brutal.

¡Devolvámosle a la mujer su crueldad y su violencia, que la hacen encarnizarse con los vencidos porque han sido vencidos, hasta el punto de mutilarlos! ¡Dejemos ya de predicarle la justicia espiritual, que en vano se ha esforzado en conquistar! La mujer se torna sublimemente injusta una vez más, como todas las fuerzas de la naturaleza.

Liberada del control, con su instinto recuperado, tomará su lugar entre los Elementos,  una fatalidad opuesta a la humana voluntad consciente. ¡Que sea la egoísta y feroz madre, velando celosamente por sus hijos! ¡Que tenga lo que llaman privilegios y deberes hacia ellos en la medida en que necesiten físicamente su protección!

Dejemos al hombre, liberado de la familia, llevar su vida de audacia y conquista, puesto que él tiene la capacidad física para ello, más allá de ser un hijo y un padre. El hombre que siembra no se detiene en el primer surco fecundado.

En mis “Poemas del orgullo” y en “Sed de milagros”, he renunciado al Sentimentalismo como una debilidad que debe ser despreciada porque maniata y estanca la energía.

La lujuria es energía porque destruye lo débil, induce  a lo fuerte a ejercer su vigor, y así lo renueva. Las personas heroicas son sensuales. La mujer es, para ellas, el más exaltado trofeo.

La mujer debe ser madre o amante. Las verdaderas madres siempre serán mediocres amantes, y las amantes, madres insuficientes, por su exceso. Aunque ambas están en la vanguardia de la vida, estas dos mujeres se completan recíprocamente. La madre que amamanta al niño construye el futuro con el pasado; la amante confiere el deseo, que conduce al futuro.

PARA CONCLUIR:

La mujer que retiene al hombre con lágrimas y sentimentalismos es inferior a la prostituta que incita a su hombre con la sensualidad, alentándolo a mantener su dominación sobre las más hondas profundidades de las urbes, con el revólver listo. Al menos ella cultiva una energía que puede servir a las mejores causas.

¡Mujer, obnubilada durante tanto tiempo por los prejuicios, vuelve a tu sublime instinto, a la violencia, a la crueldad!  Como un fatal sacrificio de la sangre, mientras los hombres se entregan a la guerra y a las batallas, procrea, y, entre tus hijos, como un sacrificio al heroísmo, ocupa el lugar del Padre. No los críes para ti misma, es decir, para su disminución, sino mucho mejor, en una libertad total, para una completa expansión.

En lugar de reducir al hombre a la esclavitud de sus execrables y sentimentales necesidades, incita a tus hijos y a tus amantes a alzarse sobre sí mismos. Eres la única que puedes hacerlo. Tienes todo el poder sobre ellos.

Le debes a la humanidad sus héroes. ¡Hazlos!

Valentine de Saint-Point



Manifiesto futurista de la lujuria

La lujuria entendida fuera de todo concepto moral y como elemento esencial de dinamismo de la vida, es una fuerza. Para una estirpe fuerte, la lujuria, al igual que el orgullo, no es un pecado capital. Al igual que el orgullo, la lujuria es una virtud estimulante, un fuego del que se nutren las energías.

La lujuria es la expresión de un ser proyectado más allá de sí mismo; es el gozo doloroso de una carne que ha llegado al culmen, el dolor gozoso de una exuberancia; es la unión carnal, más allá de los secretos que unifican a los seres; es la síntesis sensorial y sensual de un ser que quiere hacer más libre su espíritu; es una partícula de humanidad que entra en comunicación con toda la sensualidad de la tierra; es el estremecimiento imprevisto de un fragmento de la tierra.

La lujuria es la búsqueda carnal de lo desconocido, como la cerebralidad es la búsqueda espiritual. La lujuria es el gesto de crear, y es la creación.

La carne crea, como crea el espíritu. Ante el Universo, su creación es igual. Una no es superior a la otra. Y la creación espiritual depende de la creación carnal.
Nosotros tenemos un cuerpo y un espíritu. Reprimir uno para expandir el otro es prueba de debilidad, y un error. Un ser fuerte debe realizar todas sus posibilidades carnales y espirituales. La lujuria es un tributo a los conquistadores. Tras una batalla en la que han muerto hombres, es normal que los victoriosos, seleccionados por la guerra, se vean impelidos, en la tierra conquistada, hasta el estupro para recrear la vida.

Después de las batallas, los soldados aman la voluptuosidad, en la que se relajan, para renovarse, las energías en continuo asalto. El héroe moderno, no importa en qué campo actúe, siente el mismo deseo y el mismo placer. El artista, gran médium universal, tiene la misma necesidad.
El arte y la guerra son las grandes manifestaciones de la sensualidad; de ellas florece la lujuria.

Un pueblo exclusivamente espiritual y un pueblo exclusivamente lujurioso caerían igualmente en la esterilidad.

La lujuria estimula las energías y desencadena las fuerzas. Ella empujaba implacablemente a los hombres primitivos a la victoria, por el orgullo de llevar a la mujer los trofeos de los vencidos. Ella empuja hoy a los grandes hombres de negocios que gobiernan la banca, la prensa y los tráficos internacionales a multiplicar el oro, creando núcleos, utilizando energías, exaltando a las multitudes para adornar, enriquecer y magnificar el objeto de su lujuria.

Estos hombres, sobrecargados de obligaciones pero fuertes, encuentran tiempo para la lujuria, motor principal de sus acciones y de las consiguientes reacciones que repercuten sobre una pluralidad de gentes y de mundos.

También en los pueblos nuevos, cuya lujuria todavía no se ha liberado ni se ha declarado abiertamente, que no poseen la brutalidad primitiva ni el refinamiento de las civilizaciones antiguas, la mujer es la gran promotora, a la que todo se ofrece. El culto discreto que el hombre le tributa no es más que el impulso aún inconsciente de una lujuria adormecida. En estos pueblos, como también, por diferentes motivos, en los pueblos nórdicos, la lujuria es casi exclusivamente procreadora. Pero se definan como se definan, normales o anormales, los aspectos bajo los que se manifiesta, la lujuria es siempre la suprema incitadora.

La vida brutal, la vida enérgica, la vida espiritual, llega en un momento en que exigen una tregua. El esfuerzo por el esfuerzo acaba derivando en el esfuerzo del placer. Lejos de hacerse daño mutuamente, realizan plenamente un ser completo.

Para los héroes, para los creadores espirituales, para los dominadores de cualquier campo, la lujuria es la exaltación magnífica de su fuerza: para todo ser, es una motivación a superarse, con el simple intento de emerger, de ser notado, de ser escogido, de ser elegido.

Sólo la moral cristiana, tomando el lugar de la pagana, fue desventuradamente inducida a considerar la lujuria como una debilidad. De este gozo sano que es la plena exuberancia de una carne potente ella ha hecho una vergüenza que hay que esconder, un vicio del que hay que renegar.

La ha cubierto de hipocresía; y de ese modo la ha convertido en pecado.
Dejemos de burlarnos del deseo, esta atracción, sutil y brutal al mismo tiempo, de dos carnes, no importa el sexo que sean, de dos carnes que se desean, que tienden a ser una sola. Dejemos de burlarnos del deseo disfrazándolo bajo los lamentables y piadosos despojos de la vieja y estéril sentimentalidad. No es la lujuria la que desagrega, disuelve y aniquila, sino las hipnotizantes complicaciones del sentimentalismo, los celos artificiosos, las palabras que embriagan y engañan, el patetismo de las separaciones y de las fidelidades eternas, las nostalgias literarias; todo el histrionismo del amor.

¡Destruyamos las siniestras baratijas románticas, las margaritas deshojadas, los dúos bajo la luna, los falsos pudores hipócritas! Que los seres aproximados por una atracción física, en lugar de hablar exclusivamente de sus frágiles corazones, osen expresar sus deseos, las preferencias de sus cuerpos, preguntando las posibilidades de gozo o de ilusión de su futura unión carnal.
El pudor físico, por su naturaleza variable según los tiempos y los países, tiene sólo el efímero valor de una virtud social.

Es preciso ser conscientes ante la lujuria. Es preciso hacer de la lujuria lo que un ser inteligente y refinado hace de sí mismo y de su propia vida. Es preciso hacer de la lujuria una obra de arte.

Fingir inconsciencia o desfallecimiento para explicar un gesto de amor es hipocresía, debilidad o estupidez. Es preciso desear conscientemente una carne, como se desea cualquier otra cosa.

En lugar de darse y tomarse (por flechazo, delirio o inconsciencia) como seres multiplicados por las inevitables desilusiones del imprevisible mañana, es necesario escoger sobriamente. Es necesario, guiados por la intuición y la voluntad, valorar las sensibilidades y las sensualidades, emparejando y culminando sólo aquellas que pueden completarse y exaltarse. Con la misma conciencia y la misma voluntad directora, es necesario llevar el gozo de este emparejamiento a su paroxismo, desarrollar todas sus posibilidades y hacer florecer plenamente el germen de las carnes unidas. Es necesario transformar la lujuria en una obra de arte, hecha, como toda obra de arte, de instinto y de consciencia.

Es preciso despojar a la lujuria de todas las veladuras sentimentales que la deforman. Sólo por la vileza se la ha cubierto con todos estos velos, puesto que la sentimentalidad estática colma: en ella reposamos y nos envilecemos.

En un ser sano y joven, siempre que la lujuria se contrapone a la sentimentalidad, es la lujuria la que prevalece. Las convenciones sentimentales siguen las modas, la lujuria es perenne. La lujuria triunfa porque es la exaltación gozosa que empuja al individuo más allá de sí mismo, es el gozo de la posesión y del dominio, la victoria perpetua de la que renace la perpetua batalla, el deseo de la conquista más embriagadora y más cierta. Y esta conquista cierta y temporal vuelve a empezar sin pausa.

La lujuria es una fuerza porque afina el espíritu purificando con el fuego las turbulencias de la carne. De una carne sana y fuerte, purificada por las caricias, el espíritu mana lúcido y claro. Sólo los débiles y los enfermos se engatusan y envilecen con ella.

La lujuria es una fuerza, porque mata a los débiles y exalta a los fuertes, favoreciendo la selección.

La lujuria es una fuerza, por último, porque no conduce nunca a la miseria de las cosas seguras y definitivas, prodigada por la tranquilizante sentimentalidad. La lujuria es una perpetua batalla nunca del todo ganada. Tras el triunfo pasajero, en el mismo efímero triunfo, aparece la renacida insatisfacción que, en una voluntad orgiástica, empuja al ser a abrirse, a superarse.

La lujuria es para el cuerpo lo que el ideal es para el espíritu: la magnífica quimera, eternamente abrazada y nunca capturada, la que los seres jóvenes y ávidos, de ella embriagados, persiguen sin tregua. La lujuria es una fuerza.

Valentine de Saint-Point



“No es la lujuria la que desune, disuelve y aniquila. Son más bien las fascinantes complicaciones del sentimentalismo, los celos artificiales, las palabras que embriagan y engañan, la retórica de la despedida y las fidelidades eternas, la nostalgia literaria: todo el histrionismo del amor.”

Valentine de Saint-Point



"Todos los héroes, por muy épicos que sean, todos los genios, por muy poderosos que sean, son la expresión prodigiosa de una raza y de una época sólo cuando están compuestos, a la vez, de elementos femeninos y masculinos, de feminidad y de masculinidad: es decir, que son seres completos."

Valentine de Saint-Point













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