Adalbert Stifter

“A menudo hay cosas y relaciones en la vida del hombre que no nos quedan claras de inmediato, y cuyas razones no somos capaces de extraer con prontitud. En ese caso influyen por lo general con un cierto aliciente bello y suave de lo misterioso en nuestra alma. En la cara de un feo hay a menudo para nosotros una belleza interior que no somos capaces de derivar en el acto de su valor, mientras que a menudo nos resultan fríos y vacíos los rasgos de otros de los que todos dicen que poseen la mayor belleza. Del mismo modo nos sentimos a veces atraídos hacia uno que en realidad no conocemos en absoluto, nos gustan sus movimientos, nos gusta su manera, nos afligimos cuando nos ha abandonado y tenemos una cierta nostalgia y hasta un amor por él, cuando a menudo en años posteriores de él nos acordamos: mientras que no sabemos a qué atenernos con otro cuyo valor se nos presenta en muchos hechos, incluso cuando hemos tratado con él durante años. Que en último término hay razones morales que barrunta el corazón, es indudable, sólo que no siempre podemos destacarlas con la balanza de la consciencia y el cálculo y contemplarlas. La psicología ha iluminado y aclarado algo, mas mucho le ha quedado oscuro y a una gran distancia. Creemos por lo tanto que no es excesivo si decimos que hay para nosotros un abismo sereno e inconmensurable en que deambulan Dios y los espíritus. El alma lo sobrevuela a menudo en momentos de embeleso, el arte poética lo airea en ocasiones; pero la ciencia, con su escuadra y cartabón, queda frecuentemente sólo al margen, y puede que aun en muchos casos ni siquiera se haya puesto a ello.”

Adalbert Stifter




"Así sería, por ejemplo, en el caso de un torrente que se precipitara con estrépito en el espejo plateado del agua y en el que un niño cayese: el agua se arremolinaría luego dulcemente en torno a él sobre sus rubios rizos; el niño desaparecería y, de nuevo, reaparecería el tranquilo espejo del agua en la naturaleza. O, también, en el caso de un beduino que cabalgase bajo las oscuras nubes de su cielo y sobre la dorada arena de su desierto y le cayese un rayo luminoso sobre su cabeza, sintiendo en su cuerpo una sacudida eléctrica y escuchando todavía —ya casi inconsciente— los truenos y, luego, nada más.
En primera instancia, estos son hechos fatídicos y terribles, el último eslabón de lo que puede acontecer. Para nosotros, se trata del destino y, por tanto, de algo que se nos impone; ante todo esto, la persona noble se somete con actitud resignada, mientras que la plebe se deja arrastrar cuando sucede lo más trágico, o lo toma en vano y entonces comete una suerte de delito. Pero, en realidad, lo que se produce no es ni el hado ni el destino, sino más bien una alegre y florida cadena que circunda todo el Universo: una cadena de causas y efectos. En el cerebro del ser humano ha sido arrojada la más bella de estas flores, que es la razón."

Adalbert Stifter
Abdías



"Casi con recelo siguió el camino descendente que le había indicado el muchacho. Las montañas se sumergían paulatinamente en el bosque, los árboles volvían a acogerle. A su izquierda podía ir contemplando —tal como el muchacho le había anunciado— el agua entre las ramas más bajas. Al igual que a la subida había creído que la montaña no tendría fin, así caminó cuesta abajo sin parar y con parsimonia. El lago, a su izquierda, le contemplaba tentador como si lo incitara a que sumergiera su mano en él, pero nunca dejara que alcanzase su superficie.
Finalmente dejó atrás el último de los árboles y se encontró en el lugar donde el lago se retiraba y el agua se lanzaba valle abajo a través de un arrecife perpendicular a la ladera, que mostraba un borde de apenas un palmo de ancho que habría resultado perfecto para trazar un camino para excursionistas. Víctor creía hallarse a cien millas de distancia por lo menos de Attmaning, tanta era la soledad en que se encontraba. En aquel lugar no había nada; solo él y el agua, que se derramaba rugiendo en dirección a Attmaning.
A su espalda se hallaba el verde y silencioso bosque y, delante, la cambiante llanura, cercada por un bosque azulado que parecía prolongarse profundamente en la humedad. La única obra debida a la mano del hombre era el sendero trazado sobre el terreno y los pasos de metal alzados sobre la superficie del lago, por los que habría de caminar. Avanzó lentamente por el sendero y el perro, mudo y tembloroso, fue tras él. Más allá, junto a unas rocas, había una zona de césped. Pronto pudo reconocer el lugar del que le hablara el muchacho: pudo ver una cantidad considerable de piedras caídas en desorden alrededor de la orilla y sumergiéndose en el lago. Víctor dedujo que probablemente ello era debido a que se había producido algún tipo de desprendimiento en la montaña. Giró entonces por un agudo recodo de la montaña e inmediatamente se encontró a las puertas de Hul; no eran más que cinco o seis grises chozas que se encontraban a cierta distancia de las orillas del lago, rodeadas de árboles. También el lago, que había permanecido oculto a su vista por las últimas estribaciones de la montaña, se prolongaba aquí, abismado por todas las cumbres y vertientes que él había divisado antes desde el collado. Para Víctor aquel era un mundo extraño y completamente nuevo al que tendría que habituarse."

Adalbert Stifter
El solterón


"Corresponde al género humano esa cosa admirable que es la belleza. A todos nos atrae la dulzura del fenómeno, y no siempre podemos decir dónde reside el encanto. Está en el universo, está en unos ojos, mas luego no está en rasgos cuya forma sigue todas las reglas de los juiciosos. A menudo no se ve la belleza porque está en el desierto, o porque no ha llegado el ojo adecuado.
[...]
A menudo hay cosas y relaciones en la vida del hombre que no nos quedan claras de inmediato, y cuyas razones no somos capaces de extraer con prontitud. En ese caso influyen por lo general con un cierto aliciente bello y suave de lo misterioso en nuestra alma. En la cara de un feo hay a menudo para nosotros una belleza interior que no somos capaces de derivar en el acto de su valor, mientras que a menudo nos resultan fríos y vacíos los rasgos de otros de los que todos dicen que poseen la mayor belleza. Del mismo modo nos sentimos a veces atraídos hacia uno que en realidad no conocemos en absoluto, nos gustan sus movimientos, nos gusta su manera, nos afligimos cuando nos ha abandonado y tenemos una cierta nostalgia y hasta un amor por él, cuando a menudo en años posteriores de él nos acordamos: mientras que no sabemos a qué atenernos con otro cuyo valor se nos presenta en muchos hechos, incluso cuando hemos tratado con él durante años. Que en último término hay razones morales que barrunta el corazón, es indudable, sólo que no siempre podemos destacarlas con la balanza de la consciencia y el cálculo y contemplarlas. La psicología ha iluminado y aclarado algo, mas mucho le ha quedado oscuro y a una gran distancia. Creemos por lo tanto que no es excesivo si decimos que hay para nosotros un abismo sereno e inconmensurable en que deambulan Dios y los espíritus. El alma lo sobrevuela a menudo en momentos de embeleso, el arte poética lo airea en ocasiones; pero la ciencia, con su escuadra y cartabón, queda frecuentemente sólo al margen, y puede que aun en muchos casos ni siquiera se haya puesto a ello."

Adalbert Stifter
Brigitta



"El corazón de una madre es el más hermoso lugar para un hijo y el único que no puede perder. En todo el espacio del universo, solo hay un corazón como éste."

Adalbert Stifter





"El mundo se hacía cada vez más grande y luminoso, las miles de criaturas jubilosas estaban por todas partes. Sin embargo, Víctor iba de montaña en montaña, de valle en valle con su gran tristeza de niño en el corazón y los ojos llenos de frescura y asombro. Cada día que lo alejaba de su hogar lo hacía más firme y valeroso. La inconmensurable vastedad del aire rozaba sus rizos castaños; las nubes blancas, relucientes como la nieve, se elevaban en el cielo exactamente como en su valle natal; sus hermosas mejillas ya estaban más morenas; con el saco de viaje a la espalda avanzaba con el bastón en la mano. La única criatura que lo unía todavía a su tierra natal era el viejo Spitz, que corría a su lado terriblemente flaco. Tres días después de su partida, sin saber cómo ni por qué, el perro lo había alcanzado. Muy temprano en el frescor de una mañana, Víctor trepaba por un bosque grande y húmedo; mientras lo cruzaba se detuvo para mirar a su alrededor -como lo hacía a menudo para gozar del brillo de las ramas de pino húmedas- y vio algo que se movía, que incluso parecía precipitarse hacia él. ¡Cuál no sería su asombro cuando la bola negra que había visto se acercó, se puso a saltar contra él y resultó ser el viejo y fiel Spitz, el perro de su madre adoptiva! ¡Pero en qué condiciones estaba! Tenía los pelos todos pegados por el barro y sucios hasta la piel debido al polvo blancuzco del camino sus ojos estaban rojos e inflamados. Quería ladrar de alegría, pero no lo lograba; su voz había enronquecido y a medida que intentaba saltar de alegría, tropezó con las patas traseras y cayó en un foso.
-Mi pobre viejo, Spitz -dijo Víctor mientras se agachaba a su lado-, ¿te das cuenta, vieja carcasa, de la locura que acabas de hacer?
Pero al oír esas palabras, el perro movió la cola como si acabara de recibir el más grande de los elogios.
Lo primero que hizo Víctor fue limpiarlo con un trapo para que se viera mejor. Luego, tomó dos panes que había echado a su saco en caso de encontrarse con un mendigo, se sentó en una piedra y comenzó a dárselos a Spitz, trozo a trozo. El perro se los trababa de inmediato de hambriento que estaba. Finalmente, se quedó mirando las manos del joven, pero éstas estaban vacías."

Adalbert Stifter
El hombre sin posteridad



"En las altas montañas de nuestro país hay un pueblecito pequeño con un campanario pequeño pero muy puntiagudo que se destaca entre el verde de nuestros árboles frutales gracias al color rojo con el que están pintadas las ripias de su tejado, y que gracias a este color rojo se hace visible a lo lejos entre vaporosas sombras azuladas de la montaña. El pueblecito está justo en medio de un valle bastante amplio que casi tiene la forma de un círculo alargado. Además de la iglesia tiene una escuela, una casa consistorial y varias casas buenas que forman una plaza con cuatro lados en cuyo centro hay una cruz de piedra. Esas casas no son simples casas de labranza, sino que albergan también aquellos oficios artesanales imprescindibles al género humano y que están destinados a cubrir la única demanda de ese tipo de productos que tienen los habitantes de las montañas. En el valle y alrededor de las montañas hay aún muchas cabañas dispersas, como suele suceder en los pueblos de montaña, y que no sólo pertenecen a la iglesia y a la escuela, sino que también pagan su tributo a aquellos artesanos de los que hemos hablado con la compra de sus productos. Al pueblo pertenecen algunas palabras más, que es imposible divisar desde el valle, aún más escondidas en las montañas; sus habitantes rara vez salen a visitar a sus vecinos, y en invierno con frecuencia se ven obligados a conservar sus muertos para llevarlos a enterrar una vez que se derritan las nieves."

Adalbert Stifter
La cresta de la roca




"En nuestro país hay un castillo igual que los que se encuentran en muchas regiones, rodeado de un ancho foso, de manera que parece como si se levantara de la isla de un pequeño lago. Es corriente que los castillos situados en llanuras estén rodeados de estos medios defensivos, es decir, que utilicen el agua para su defensa, pero en cambio carecen de esos otros medios que poseen sus orgullosas hermanas, las fortalezas construidas sobre elevadas montañas y escarpadas rocas. Además, la precaria seguridad que ofrece un foso aún tienen que pagarla con la humedad del aire, el croar de las ranas y los insectos voladores, mientras que sus distinguidas hermanas añaden un aire puro y un amplia perspectiva a la mayor seguridad de las elevadas rocas. En cambio los primeros pueden resguardarse de las tormentas invernales con todo un lecho de árboles, mientras que las otras están tan expuestas al ataque del viento como un guijarro del arroyo al eterno pulido del agua. Pero desde que el género humano ha ido renunciando al arnés, y desde que se ha inventado la pólvora, frente a la que nada pueden ni un foso ni un elevado risco, los poderosos se han retirado de las montañas y de los lagos, dejando las ruinas en sus antiguos emplazamientos, igual que un vestido desgarrado y desechado."

Adalbert Stifter
Cresta Blanca


"He coleccionado esos libros -dijo- no porque los entienda todos; porque la lengua de muchos de ellos me es perfectamente desconocida; pero en el transcurso de mi vida he aprendido que los poetas, cuando lo son en el verdadero sentido de la palabra, deben ser incluidos entre los más grandes benefactores de la humanidad. Son los sacerdotes de lo bello y, dado el cambio continuo de opiniones sobre el mundo, sobre la vocación y el destino del hombre, e incluso sobre las cosas divinas, ellos nos transmiten lo que permanece siempre en nosotros y lo que procura una felicidad perenne. Nos lo dan revestido de ese encanto que nunca envejece, que se limita a estar ahí y que no quiere juzgar ni condenar. Y aunque todos los artistas aportan el elemento divino en esa forma exquisita, están ligados a una materia que ha de proporcionar esa forma: la música al sonido y al timbre, la pintura a las líneas y al color, el arte escultórica a la piedra, al metal y cosas parejas, la arquitectura a las grandes masas de elementos telúricos, todos han de bregar más o menos con esa materia; sólo el arte de la poesía carece casi por completo de materia, su materia es el pensamiento en su más amplia acepción, la palabra no es materia, es solo la transmisora del pensamiento, del mismo modo que el aire lleva el sonido a nuestros oídos. Por eso, el arte de la poesía es la más pura y excelsa de las artes."

Adalbert Stifter
Verano tardío































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