Albert Sorel

"Joseph de Maisire es el reverso de un Voltaire; pero su método es el propio de Voltaire; es el Tanipode de Rousseau, que fuera incluido en su Contrato Social como en su momento hiciera en el Ensayo sobre las costumbres, el que quiebra la estadía natural. Su idea básica es que no hay tal contrato; las sociedades son fundadas por intervención directa de la Divinidad. Los legisladores surgen cuando la Providencia dedica la formación célere de una constitución. Entonces se manifiesta un hombre que sueña con un poder indefinible y que habla, obedece y escribe sin ser ningún erudito. Los grandes legisladores son impelidos por el instinto más que por el mero razonamiento. Carecen de cualquier otra vía que no sea la constatación de una cierta fuerza moral que pliega las voluntades ajenas como el viento domeña la cosecha. Sus principios son simples y sus máximas perentorias. El hecho es que la fuerza crea el derecho y la autoridad viene definida por su ejercicio. El hombre abstracto no existe y, por lo tanto, carece de derecho. Sólo existe la masa de los seres humanos, el gentío. El Estado impide que los privilegiados degeneren en la anarquía, disolviendo y desmoronando al individuo. No alberga ni contempla la libertad individual sino sólo la libertad nacional. El jefe del Estado es la conciencia viva de esta alma difusa que es la nación. Encarna la patria. La devoción a esa persona es la forma sensible de patriotismo. Representa las tradiciones, las costumbres, los instintos, las fuerzas oscuras y todas las fuerzas permanentes que manejan la historia."

Albert Sorel
Bonaparte et Hoche en 1797


"La historia de Francia es un esfuerzo perseverante por hacer coincidir la evidencia histórica con la realidad política."

Albert Sorel



"Y a pesar de su orgullo, sintiéndose hastiado de los hombres, admitirá sin denuedo que concluye la centuria, pero que no se siente en absoluto satisfecho. Cornelio expresó muy bellamente el soberano disgusto que supone la ostentación de un poder ilimitado.
La ambición desagrada cuando el espíritu se siente saciado. Deseaba el poder y lo obtuve, pero desconocía lo que subyace tras el logro del deseo...
El destino me reservó la cruel amargura de ser el Sila Montesquieu, y yo, Éucrates, nunca pude disfrutar la dicha de verme a mí mismo como maestro absoluto de Roma. Miraba a mi alrededor y no hallaba rivales ni enemigos. Sentí que, en el fondo, había sido castigado como si fuera un esclavo. El más soporífero tedio inspiró la más sorprendente de las resoluciones: renunciar a la dictadura en un tiempo en el que se consideraba que ésta era el único refugio posible. Todos los romanos acogieron su decisión con prudente silencio y de nuevo se encontró a sí mismo presa de la impaciencia y la insatisfacción. Concluyó con estas palabras:
"Me sentí muy sorprendido por los hombres, al punto de convertirme en su víctima al no lograr hallar la razón de la felicidad. Montesquieu podría seguir siendo Sila en lugar de César. No había meditado suficientemente el quid de la cuestión. Conocemos lo sucedido a Danton y Robespierre, los resucitados Gracos que lideraran la insurgencia de Roma, y de Bonaparte, el César que invadió la historia romana. La gran revolución del mundo moderno ha tergiversado todos los puntos de vista, incluso de las principales premisas y bastiones en los que asentaba el mundo antiguo. Montesquieu, que gobernó aspirando a la excelsitud de Alejandro y Carlomagno, no obstante se sintió inclinado a menospreciar a César. En lugar de aislar a César en el mundo romano, rechazó adoptar las medidas adecuadas para que la multitud no lo rechazara, inquiriendo como el Casio de Shakespeare:
"¿Quién es este César? ¿De dónde proviene su grandeza? ¿Por qué su nombre ha de ser más grande que el tuyo?"
Montesquieu reconoce que ésta habría de ser la política que liderara la incipiente República. Pero se niega ostensiblemente a ver en César un instrumento del destino, uno de esos hombres que acometen lo inevitable, pero que no son decisorios en lo que concierne a los aspectos más relevantes de todo imperio y que, en suma, no contribuyen a cambiar el decurso de la historia."

Albert Sorel
Montesquieu















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