Andrés Sorel

"Como escritor yo sigo la enseñanza de Kierkegaard según la cual «no vale la pena narrar una historia del pasado que no pueda convertirse en presente». En este sentido soy perfectamente consciente de que escribir una obra como «Último tango en Auschwitz» donde apelo permanentemente al lector, instándole a que sea él el que interprete, el que asuma el texto como una experiencia propia, puede generarle malestar. Pero ese malestar también tiene que ver con las leyes que rigen la literatura actualmente, donde prima la necesidad de evasión y donde todo queda sujeto a las leyes del mercado, convirtiendo la actividad literaria en una suerte de feria de vanidades donde algunos parecemos no tener cabida."

Andrés Sorel



“Hora es de volver a colocar al ser humano en el centro del universo.”

Andrés Sorel
Liberación, 1985



"Nada hay más importante que las ideas en las que se fundamenta la convivencia, ideas como las de igualdad, justicia social o equidad, no pueden quedar por debajo de ningún otro concepto. Por otra parte es mentira que haya un arte «descomprometido», como tantas veces se dice. Todo arte está comprometido, ahora bien puede estar comprometido con el poder rindiéndole pleitesía y como tal ser un arte vasallo, o con las ideas de progreso y transformación social. El matiz se encuentra ahí."

Andrés Sorel



"No cabe la frivolidad ni el reduccionismo cuando uno habla de un tema como el de Auschwitz donde lo que se cuestiona es una gran crisis de la civilización en la que se puso freno al pensamiento crítico y se llevó a extremos nunca antes explorados las técnicas de alienación colectiva. De ahí que, como te comentaba antes, se me antoja un tema absolutamente vigente.

No me refería tanto a la sensación de incomodidad que genera confrontarse con un tema como el de Auschwitz como a la que deriva del modo en que usted lo evoca en este libro: apostando por esa suerte de monólogo interior y esa estructura de párrafos continuados y casi sin signos de puntuación, algo que provoca desasosiego en el lector.

Justamente esa era mi intención, crear un lenguaje que fuera duro y agobiante, en cierto modo. Ten en cuenta que representar el espanto que se vivió allí en clave realista resulta algo imposible. De hecho muchos autores, desde Cela a Günter Grass, dijeron que después de aquello, escribir un verso, una línea de texto, se antojaba una tarea ímproba. Auschwitz es el horror en un estado tan puro, tan despojado, que ni mil cámaras que hubieran estado filmando el día a día de lo que allí aconteció hubieran recogido una imagen que hiciera justicia a la barbarie, cuanto más intentar representarla desde la palabra escrita. Por eso yo lo que he intentado es entrar en el corazón de todo aquello apelando a una estructura polifónica donde cupieran muchas voces y se fueran superponiendo, de ahí que juegue continuamente con la reiteración y apueste por la construcción de una secuencia circular de los hechos desde la que evito cualquier tentativa de narración lineal, una estructura que tiene también algo de ensoñación, de irreal, donde cabe la pregunta ¿realmente todo aquél horror existió?

Al mismo tiempo me interesaba mostrar ese entronque que hubo entre civilización y barbarie. El protagonista es un músico y es sabido que los nazis eran unos grandes amantes de la cultura y, de manera singular, muy melómanos. Entonces surgen las preguntas ¿En qué modo cabe la belleza en medio de aquél horror? ¿Puede haber salvación en el arte? Son esas interrogantes las que me empujan a escribir y no tanto el afán por facilitar respuestas al lector.

En esas preguntas está implícita la reflexión sobre la responsabilidad social de los artistas, de los intelectuales…

Normalmente los intelectuales, ante cualquier crisis, suelen quedarse sin capacidad de reacción. Ahora mismo asistimos a un silencio preocupante de buena parte de los intelectuales y de los creadores, quienes antes de alzar la voz, sopesan la repercusión que tendría para su propia posición social adoptar una actitud desafiante con el sistema. Esa colaboración de los artistas con el poder se da ahora y se dio entonces. En ciertas situaciones no cabe la equidistancia."

Andrés Sorel




"Tal vez se pregunte por qué aferrarse a la idea de continuar existiendo si el arte se ha convertido también en humo, se ha incorporado a la deshumanización, al servicio de la burocracia que domina, en la paz y en la guerra, la existencia humana. Fue Kals quien al principio de mi internamiento, cuando a su comando me designó, me ofreció las primeras palabras amables recibidas desde mi detención. Se esforzó en hacerme comprender que él había tenido suerte, mucha suerte, decía al tiempo que se ensombrecía su rostro presa de infinita pesadumbre. Mi suerte se puso en marcha, agregó, el día en que alguien depositó un violín en mis brazos, los brazos de un niño judío. Luego aprendí a tocar el piano, estudié música en el Conservatorio de Varsovia y así pude llegar a dirigir una orquesta. Pero trabajé en otras cosas, siempre relacionadas, eso sí, con la música, hasta animando películas. Y pocas semanas más tarde me confesaría: si sobrevives a esto, y no albergues muchas esperanzas, podrás decir que la música te salvó la vida, pero ignoro si la vida te devolverá la música. La música es la mayor pasión de los alemanes, sean o no cultos, quizás tengamos que revisar a partir de ahora el significado otorgado a la palabra cultura. Todo Lagerführer quiere disponer de su propia orquesta, no sólo para halagar sus oídos, sino porque considera que la música contribuye a mantener la disciplina en el campo, a debilitar la comprensión de su estado depresivo y sus padecimientos físicos, que viene a proporcionarle algo así como un consuelo espiritual. Entre los que escapamos momentáneamente a la muerte sólo existen dos tipos de condenados: los que sufren y los que colaboran en hacer sufrir, los débiles y los fuertes. Los músicos nos encontramos en el limbo: no golpeamos a los demás ni salvo en circunstancias poco frecuentes somos golpeados; no morimos por causa del hambre, la brutalidad, el frío o el rigor del trabajo, que raro es que en el Lager un internado llegue a sobrepasar los seis meses de vida, salvo que sea un prominente o un trabajador que les es útil y necesario, y los músicos nos encontramos encuadrados en este cupo. Nos encontramos igualmente entre aquellos que no se obsesionan con la llamada de las alambradas, quienes en su desesperación repiten una y otra vez: pienso irme a las alambradas, aunque sólo cuando enloquecen lo hacen, son los más enfermos, débiles o sensibles, y considero que eligen su solución final más por problemas mentales que físicos. ¿Comprendes las razones que han de llevarte a bendecir este violín y a dar gracias a Dios por tu conocimiento y entrega a la música? No es por la propia música, ni por la utilización que haces y se hace de ella. No hablamos de arte: el arte también se ha extinguido. Hablamos de muerte y de vida."

Andrés Sorel
Último tango en Auschwitz



"Yo no creo en la falsa literatura, porque no puedo, ni quiero, escribir historias intrascendentes. Siguiendo el dictado de Kafka creo que cada novela debe de ser como «una bala dirigida a la mente del lector», que le haga pensar y reflexionar, que le obligue. Un libro no debe de ser inocente, pero tampoco lo son los medios, ni los críticos, ni el mercado, que hacen lo que pueden por marginar a aquellos que no nos dejamos dominar por el pensamiento único."

Andrés Sorel






















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