Ángeles Santos Torroella

“De joven tenía la costumbre de regalar mis pinturas, no las vendía, ¡no sabía qué era el dinero!”

Ángeles Santos Torroella



“Dejé de pintar porque no quería sentirme extraña.”

Ángeles Santos Torroella



"Empecé a pintar flores porque decidí que no quería pintar cosas tristes. Me dije a mí misma ‘ya no pinto más cuadros estrambóticos, de ahora en adelante sólo haré cuadros del jardín."

Ángeles Santos Torroella



"Me decían que era un genio, pero nunca me lo creí."

Ángeles Santos Torroella




"Mi autorretrato lo pinté cuando tenía diecisiete años. Puse frente a mí un armario con luna y me miraba al espejo. Me retraté tal como iba habitualmente, yo solía ir muy mal vestida, hasta pensaban que podía ser una pobre. No le daba importancia ni a la ropa, ni al peinado, ni a mí. A veces me fumaba un cigarrillo. Casi ni comía por irme a toda prisa a pintar. Recuerdo ir por la calle con mi padre y que los chiquillos al verme murmuraban ‘qué rara es’."

Ángeles Santos Torroella



“Nunca pienso en agradar al público. Cuando pinto sólo pienso si me satisface a mí. Mi momento favorito es el atardecer, una vez leí que el paisaje es más bonito cuando lo acarician los últimos rayos de sol.”

Ángeles Santos Torroella



"Pinté mi autorretrato en 1928 y, si se fijan, no las tenía todas conmigo. Me llamo Ángeles Santos Torroella, soy artista, nací en Portbou, empecé con el dibujo y la pintura en el internado de las Concepcionistas en Sevilla cuando tenía catorce años, luego me instalé en Valladolid con mi familia y fue ahí donde me embarqué en un óleo inmenso que titulé ‘El mundo’. Partí de unos versos de Juan Ramón Jiménez que decían “[...] vagos ángeles malvas / apagan las verdes estrellas / Una cinta tranquila / de suaves violetas / abrazaba amorosa / a la pálida Tierra”, y dejé volar la imaginación. Y me salió un cuadro surrealista, a mí que vivía en provincias y que no sabía gran cosa de las vanguardias: esas escaleras por donde bajan corriendo mujeres con migajas de luz arrancadas al sol para convertirlas en estrellas cuando se lanzan al abismo, y aquellas otras con sus niños, como si fueran parte de un sueño, y la ciudad, sí, la ciudad abrazada por una cinta tranquila de suaves violetas. Si les digo que se fijen en el autorretrato es porque fue esa muchacha, esa joven, ¿esa niña?, la que pintó aquello. Mi rostro tiene la fijeza de alguien a la que han pillado asombrada. Estaba como muy verde, como sin saber hacia dónde, pero también conforme conmigo misma. Debía haber pintado a una chica extravagante por imaginar ese mundo mágico, pero me pinté tan sencilla y corriente como he sido siempre. Y eso que mis padres terminaron ingresándome en un psiquiátrico por habitar tan dentro de la pintura. El cuadro tuvo más suerte. Lo vieron en Madrid en el Salón de Otoño de 1929 gentes como Gómez de la Serna, Lorca, Jorge Guillén o el propio Juan Ramón, que me escribieron y fueron a conocerme a Valladolid. Y esa criatura perdida estalló: hice una exposición individual en París, participé en otras colectivas en San Sebastián, en Copenhague, en Pittsburgh, y en el 36 estuve en el pabellón español de la Bienal de Venecia. No quiero presumir, y debo decirlo con ese mismo asombro y sencillez de aquella muchacha: yo formo parte de la generación del 27, pero son muy pocos los que me conocen. Las mujeres estábamos como apartadas hacia un mundo cerrado, como pinté en ‘La tertulia’. En 1933 me instalé en Barcelona, me casé con otro artista, Eugenio Grau, tuve un hijo. La guerra nos separó, él se fue exiliado a París, yo me instalé en Huesca. Tuvieron que pasar muchos años hasta que nos reconciliáramos, pero esa ya es otra historia."

Ángeles Santos Torroella















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