Antonio Soler

"En el centro de nuestras vidas hubo un verano. Un poeta que no escribió ningún verso, una piscina desde cuyo trampolín saltaba un enano con ojos de terciopelo y un hombre al que una noche se llevaron las nubes. Los días cayeron sobre nosotros como árboles cansados.
Ésta es la historia de Miguel Dávila y de su riñón derecho. Y también es la historia de mucha otra gente, de la Señorita del Casco Cartaginés, de Amadeo Nunni el Babirusa o la de Paco Frontón y aquel coche de color fresa y nata en el que se paseaba cuando su padre estaba en la cárcel. Y también es mi propia historia. Al recordar aquel tiempo voy resucitando una parte de mí mismo. Como un viejo paisajista que al pintar los ríos, las hojas de los árboles y el azul de las montañas que tiene frente a él estuviese dibujando el contorno de sus ojos, el trazo sinuoso que el tiempo ha dejado en las arrugas de su piel. Su autorretrato. No sé qué fotografía, de todas las que nos han hecho a lo largo de la vida, sería la que acabaría por definirnos. La que por encima del tiempo diría quiénes hemos sido verdaderamente. Pero sí sé que el verano en el que ocurrió la historia de Miguel Dávila es la foto que define lo que fue el germen, la verdadera esencia de nuestras vidas.
A Dávila lo vimos regresar al barrio la mañana de un día despejado de finales de mayo, cuando los jazmines de doña Úrsula empezaban a llenar la calle con su olor dulzón y los gatos que en otro tiempo había despellejado vivos Rafi Ayala maullaban con la desesperación del celo. Dávila tenía la misma figura delgada y altiva de siempre, aunque en la espalda, bajo la camisa blanca y un poco crujiente, llevaba una cicatriz de cincuenta y cuatro puntos en forma de media luna. A Dávila todo el mundo lo conocía como Miguelito. Después de la operación que sufrió aquella primavera también empezó a ser conocido como Miguelito el Poeta o, simplemente como Dávila el Loco. Bajo el brazo llevaba un libro grueso y con el borde de las hojas un poco rizadas. El símbolo de su desgracia.
(...)
Nadie supo nunca dónde estaba el padre del Babirusa. Desapareció aquella noche como si nunca hubiera existido, como si fuese uno de aquellos granos minúsculos de hielo que se derretían apenas tocar el suelo y se fundían para siempre con el agua de la lluvia. “Mi padre fue un fenómeno atmosférico”, repitió el Babirusa cada vez que se refirió a su progenitor. “Se fue como las ranas esas que se llevan las nubes y luego caen con la lluvia en otra parte, sólo que a mi padre todavía no lo han llovido”, y miraba al cielo el Babirusa, sin importarle que no hubiera el menor rastro de una nube o estuviese en mitad de una noche cuajada de estrellas. Su padre siempre estaba a punto de caer del cielo."

Antonio Soler
El camino de los ingleses



"Es un lastre enorme no dar por buena la Transición."

Antonio Soler



"Eso es lo que me ocurrió o lo que, pasado el tiempo, pensé que me ocurrió aquella tarde en casa de Tatín. Aunque lo cierto es que aquel gusano de seda siguió su trabajo con tal rapidez que cuando al llegar a mi casa intenté pensar en esa visión que no sabía si estaba dentro o fuera de mí, ya la trama de hilos se había hecho tan espesa que resultaba imposible saber qué estaban larvando los tiempos venideros, que de momento, y a modo de novedad, nos trajeron aquella inesperada relación de Tatín con los médicos. Una relación que en muy poco tiempo se hizo rutinaria y que nos habituó a todos a interrumpir los partidos y a cambiar rápidamente de portero cuando en mitad del juego aparecía la pequeña furgoneta de la tía de Tatín, la única que en medio de aquella marabunta podía reconocerse, por el cigarro que llevaba en la boca y por el modo de guiar la furgoneta, con un codo siempre asomado a la ventanilla, y nuestro amigo se iba andando hacia ella muy rápido, medio dejándose atrás las piernas y los hierros, como si fuese a parar un balón bombeado que el destino le hubiera lanzado.
Por todos lados y a todas horas veíamos la furgoneta de la tía de nuestro portero llevando de copiloto a cualquiera de las otras tías intercambiables de Tatín y al propio Tatín viajando en la parte trasera, entre herramientas y ruedas de repuesto. Por calle Mármoles, en la puerta de Serrano, subiendo por Eugenio Gross, delante del quiosco de Fortes o al volver del colegio por calle Cataluña, por todas partes nos cruzábamos con aquel vehículo itinerante que a modo de estela nos dejaba el reflejo de Tatín y su melena rubia, sus manos enmudecidas diciéndonos adiós a través de los cristales traseros. Tatín sólo nos revelaba a medias la finalidad de aquel trasiego, hablaba de análisis y de enfermeras, pero nunca aclaraba por qué había iniciado aquella peregrinación en la que le sacaban sangre, le hacían mediciones de huesos, le hurgaban en los ojos y hasta le escarbaban detrás de las orejas y en la coronilla como si su cuerpo fuese Venezuela o el Mar Negro y los médicos buscadores de petróleo. Pero a pesar de que nadie le hacía preguntas ni él aventuraba pronósticos, por su actitud todos sobrentendimos que se estaba fraguando la posibilidad de curarlo o por lo menos de mejorar su estado."

Antonio Soler
Las bailarinas muertas



" Hay que saber medir los sucesos históricos en función del momento en que ocurrieron."

Antonio Soler





"La literatura que verdaderamente indaga el ser humano no siempre es complaciente."

Antonio Soler



"Lo que me lleva a indagar es el hecho sencillo de no aburrirme. Me parecería ser un mecanógrafo, el estar construyendo una historia del modo tradicional. Después de treinta y tantos años se supone que debo de tener oficio, y contar eso me aburriría enormemente, transitar por un camino que ya conozco donde lo único que varía es el argumento de la historia, sin explorar, sin desviarme, sin equivocarme... Hace poco leí algo de Joyce, una conversación que él tiene con un amigo, y que me lo voy a tatuar en el pecho: le dice que el escritor moderno tiene que escribir peligrosamente. Claro que él lo dice en 1923 o 1924, hace un siglo, pero me parece que es un lema que tenemos que asumir todos los que nos dedicamos a esto de un modo más o menos con intención de seriedad. Eso significa que te puedes caer del trapecio, pero me parece que es una obligación."

Antonio Soler



"Lo que quiero es escribir peligrosamente."

Antonio Soler



"Lo que siempre procuro eludir en todo lo que escribo es emitir un juicio. A mí lo que me interesaba era explorar esa personalidad tan contradictoria. Hipólito es como una especie de Jekyll & Mr. Hyde; porque a la luz del día es un ser maravilloso que se va ocupando de los desvalidos, de los huérfanos, de los necesitados, y en la oscuridad, manipula, abusa."

Antonio Soler



"Los novelistas tratamos de comprender a los personajes que no nos gustan."

Antonio Soler




"Mataban los policías corruptos, mataban los obreros, mataban los miembros del Somatén, mataban las amas de casa, los miembros del sindicato blanco, los pistoleros de la patronal, los anarquistas desengañados, los utópicos, los desesperados, los extranjeros llegados en busca de fortuna, los hijos de la burguesía y los del hambre. Y también todos ellos morían, unos a manos de otros, en un sistema que desafiaba las leyes de la combinatoria.

Durante el final de la segunda década del siglo XX y el inicio de la tercera, Barcelona se convirtió en un imponente escenario del terror. Los habitantes de la ciudad convivieron con los atentados de un modo natural, lo cual no quiere decir que lo hicieran sin dramatismo o dolor, sin miedo ni odio. Simplemente, se habituaron a la muerte, se habituaron a encontrarse con ella a la vuelta de cualquier esquina. El precio de la vida cotizaba a la par de la calderilla. La violencia era y es el mejor alimento para la violencia. Aquello que años después la pacifista Germaine Tillion definiría como “los enemigos complementarios” al hablar de la guerra de Argelia se produjo hasta sus últimos detalles en Barcelona. Una situación en la que todos legitiman la violencia propia en la del otro. El terrorismo como justificación de la tortura y las ejecuciones arbitrarias y estas como justificación del terrorismo. Un bucle interminable.

El origen: político. Y el origen del origen: económico. El intento de una clase social por mantener a toda costa sus privilegios históricos, y el de otra por alcanzar un estado de dignidad y justicia que los resarciera de la opresión. El viento de las nuevas ideologías impulsaba la lucha. Al fin un resplandor ilusionante brillaba en el horizonte. La hora de la equidad parecía haber llegado. La revolución. El rompeolas de la Historia. Uno de ellos. Y cada individuo tomando una posición ante ese desafío. Cada uno entendiendo dónde y de qué modo debían alcanzarse sus derechos, y los de su clase, y en el lado contrario cada cual entendiendo a su manera de qué modo debía defender sus privilegios, o hasta qué punto ceder. En esa multiplicidad de visiones radica la riqueza de caracteres que aparecen en aquel momento y en aquel lugar.

Si acercamos mínimamente el foco nos encontraremos con toda la gama de los grises para pintar héroes, miserables, traidores, visionarios, mártires y renegados. Hubo de todo eso, y lo hubo con todos los matices posibles. De modo que, en paralelo al interés histórico de ese momento que ya empieza a anunciar la Guerra Civil, nos encontramos con el interés literario como soporte o explicación de esa infinita sucesión de registros. Porque el arco va desde esa especie de santo laico que fue Ángel Pestaña a alguien como Martínez Anido, un individuo empeñado en erigirse como una caricatura valleinclanesca del mal. Entre uno y otro cabe todo un tratado sobre la conducta humana. Y caben todos los grandes temas de la literatura. La ambición, el poder, la dignidad, la valentía, la traición, la cobardía, la crueldad, la avaricia.

El dilema de Maquiavelo sobre el fin y los medios es una constante en cualquier organización o individuo que se decidan a emplear la violencia para conseguir sus objetivos. Un conflicto que va más allá de lo político y alcanza de lleno el terreno de la conciencia. En ese sentido, la Barcelona de aquel tiempo fue un laboratorio único. Y muchos de sus protagonistas, queriéndolo o sin quererlo, se convirtieron en prototipos y en víctimas del dilema maquiavélico."

Antonio Soler
Los pistoleros y el dilema


"Mauri, los días que no le correspondía hacer la excursión, nos acompañaba hasta la parada del autobús. Y se quedaba allí, un poco retirado, con Ernestito y conmigo, comentando todas las ventajas que tenía no ir ese día a la playa.
A mí siempre me tocaba el peor día. Me lo explicaba Mauri con mucho detenimiento en la parada del autobús o incluso me lo hacía ver el día anterior. Si era el día en que yo iba, ese día no había amanecido con temperatura suficiente y además ya estaba casi gastado, el gran día era mañana, cuando yo me quedaría solo en la calle, rondando la explanada trasera de los bloques o acercándome hasta los Pabellones Militares mientras Mauri se zambullía en el agua. Si era él quien se marchaba estaba claro que el presente era lo único que valía, no había más que verlo en la expresión radiante de Mauri, en su felicidad inmediata, todo lo demás era futuro, una nebulosa llena de improbabilidades.
Resultaba imposible verlo desde otro punto de vista. Mauri me lo exponía con mucha claridad. Y Ernestito asentía vagamente, desde la distancia que le daba su ensimismamiento natural y la certeza de que ocurriera lo que ocurriese él siempre estaría allí, en la playa, cogiendo autobuses, deambulando por la arena con una toalla sobre los hombros, siguiendo la estela del gorrito amarillo de su madre mar adentro.
Doña Julia era como un avión en el cielo.
Un punto lejano, una insignificancia de color limón en medio de una inmensidad dejando tras de sí un rastro blancuzco que poco a poco se iba deshaciendo. Y tal como sucedía con el avión, resultaba difícil creer que bajo aquella cabeza de alfiler de color amarillo hubiera algo de humano. Que hubiera personas en aquel punto brillante, metálico, del avión. Que fuese una persona, con sentimientos, casa, muebles, risas, familia, quien impulsaba mecánicamente, incansablemente, aquella insignificancia amarilla a través del agua.
Supongo que a doña Julia le gustaría ver la orilla, las casas, las personas que allí había, desde lejos, como si nada de eso tuviera que ver con su vida. Como si todos fuésemos lejanos puntos amarillos.
Eso era lo terrible del asunto."

Antonio Soler
Una historia violenta




"Ver que te vas como viniste. Que no has estado en otra parte, pero ni en esta tampoco, en ningún lado, como una planta a la que le ha dado el viento, el sol, y ya está. Que ayer abriste los ojos y mañana los vas a cerrar sin haber visto nada, nada de verdad. La tierra en la que tienes metidos los pies. Y tampoco."

Antonio Soler
El espiritista melancólico




"Yo me exijo dar el máximo en cada momento, no dar por bueno algo que me parece endeble. Yo fui atleta de competición y, siempre que salía a correr, sabía que no iba a romper el récord del mundo. Pero corría como si lo fuese a romper. Y ese es el mismo intento que me lleva a escribir. Siempre dar lo máximo y corregir lo que hago y no dar por bueno algo que ha salido fácil, sino volver a revisarlo. Un amigo editor me dijo que una chica que quería ser editora le estuvo haciendo preguntas sobre el oficio y él le dijo que había diferentes tipos de autores: están los que les puedes tocar cosas del texto y los que, si les tocas algo, se cae todo. Y al decir esto, le contó sobre mis libros. Pues… sí: es lo yo que intento."

Antonio Soler








































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