Arturo Serrano Plaja

Ahora

Ahora que conozco la humildad de mi vida
como una gota de agua en el caudal del río
y siento mi palabra por amor bendecida
y me ofrece el recuerdo todo cuanto fue mío,


ahora que en los juegos de mis hijos encuentro
las ocultas sorpresas de mis primeras risas,
y con seguro paso firmemente me adentro
en el sencillo mundo del árbol y las brisas,


ahora que en mi pecho tengo la llaga abierta
del amor de los padres, ahora, mansamente
mi corazón se aquieta en la penumbra cierta
del destino del hombre fluyendo oscuramente,


fluyendo leve, muerto, ciego en la alternativa
de relámpago y sombra, de sonrisa y de llanto,
y aprendo que mi alma es la alondra cautiva
que ciegamente quiere liberarse en mi canto. 

Arturo Serrano Plaja



DOS CANCIONES
Para dos años de mi hijo
I
Chico, chico, chiquitillo,
hijo de mi propia sangre,
con tus dos años apenas
¡y puedes con mis pesares!

Hombrecito americano
fuerte te parió tu madre:
que recién nacido apenas,
apenas te condenaste.

¿Tanta fuerza tienes tu,
dime, chicuelo, en tu carne,
que apenas mueves los brazos
ya se me merma en quintales
la carga y la pesadumbre
de mis culpas y mis males?

Mide tu gloria, chiquillo,
mira bien que no te canses,
que son mis desdichas muchas
y mis culpas capitales,
y tus recientes manitas
se te van a lastimarse.

Chico, chico, cbiquitillo,
hijo de mi propia sangre,
con tus dos años apenas
¡y puedes con mis pesares!

II
Si te atreves, chiquillo,
con tus dos años,
descárgame de penas
y desengaños.

¿Cómo, di, te me vienes
 tú, ladronzuelo,
a robarme mi carga
de desconsuelo? 

Si te atreves, chiquillo,
con tus dos años,
descárgame de penas
y desengaños.

¿Dónde vas con el saco
 de mis pecados?
¿No ves que tus bracitos
son delicados?

Si te atreves, chiquillo,
con tus dos años,
descárgame de penas
y desengaños.

¿Dónde, di, criatura,
me has escondido
pesares y dolores
que no he podido
—mirando tus ojuelos—
saber qué ha sido?

Si te atreves, chiquillo,
con tus dos años,
descárgame de penas
y desengaños.

Arturo Serrano Plaja




El hombre y el trabajo

No hay vergüenza ninguna en el trabajo; está justamente la vergüenza en el no hacer nada.

No debes mirar con envidia y encono el bien de los demás, sino aplicarte debidamente al trabajo para asegurar tu pan; este es mi consejo.

(Hesíodo, Los trabajos y los días)

Estos son los oficios 

I

Estos son los oficios.
La voz de los trabajos es esta.
La ley de los vecinos y labores.
El síntoma del pan.
La salida del sol y del sudor cansado
y el número del hambre y de los pueblos.
Son oscuras materias las que ordenan.
Son hachas, son laureles, son olmos derribados.
Son nubes o mujeres con mantones de lana.

Son parejas de bueyes las que mueven mi lengua
y tiemblan en mi pulso lentamente.

Quiero que mis palabras sepan a esparto viejo
o a superficies pulcras de metales pulidos.
Para hablar de los hombres,
para escribir el hondo y purísimo sonido de los hombres,
quiero el triste sollozo que recorre los bosques,
quiero que mis palabras nazcan en donde nacen
los golpes de dolor que se manejan
a oscuras en la vida inapelable.

Quiero, pido, suplico palabras desgastadas
por el uso y el tiempo como los azadones,
olor resuelto a encinas
y dulce pesadumbre de músculos con sueño,
de párpados ardientes y vencidos,
para entonar dormido la voz de los arados.
Para hablar de las eras y el cemento,
para nombrar los hombres trabajando,
los hombres por su oficio,
los hombres y mujeres por sus nudos de sangre,
quiero una voz de cuerda y unas manos de pan,
para unirme al trabajo y a los besos
y al olor a cansancio merecido.

II
Primero son los bueyes.
Primero los testuces humillados y los hombres desnudos
y la tala del bosque con sonido a lamento.
Primero cierta estrella brilla más alta o baja
y las grullas anuncian las lluvias invernales
preparando la gracia en las espigas.

Primero son los bueyes con mugidos espesos
dominando la tierra para las amapolas y el amor de mayo,
con un empuje lento de obstinadas cervices y pezuñas
ahincadas,
en medio de un silencio de espaldas sudorosas
y ensimismada soledad trabajadora.

Primero son los bueyes
y luego vendrá el pan en los oficios,
vendrá el pan y el aceite
después de haber cruzado llorando por el cielo
bandadas de gemebundas golondrinas,
vendrá el pan y la lumbre.
Vendrá el amor de invierno
muy lejos de la trilla,
muy lejos de las noches lascivas, como labios,
con olores profundos a senos fatigados,
a sudorosos vientres de verano y de amor,
vendrá el pan de los hornos,
las calientes hogazas, con sabor a tahona,
espesas o tan graves como besos de agosto.

Primero son los bueyes, las minas o los huertos,
el bar
lel barro, los andamios, las maderas distintas,
las selvas ordenadas,
el cáñamo, las rocas, los distintos talleres donde anida el
trabajo,
potente, silencioso, de anónimas arterias como enjambres
de fuerza.
Del trabajo, el descanso nace como la muerte
de nuestra vida nace. Del descanso, el amor
y del amor, las voces internas de la sangre:
la verdad, la conciencia, de estricta contextura,
la recta certidumbre de justicia
y un temblor delicado de pálida belleza

Del trabajo que nace con desprecio del llanto
brotan manos tan puras que arrancan de la tierra
campanas y martillos,
azadas, cubos, hachas,
vigas, plata y metales
en preciados lingotes.
Y el carbón de los barcos
cuyas sirenas roncan melancólicamente por los mares,
y el cemento y la cal.

Estas últimas manos construyen los albergues:
techos tan inocentes,
palpitantes paredes donde se yergue un beso,
ladrillos apilados o cándidos testigos
de una esperanza oscura con sabor a doncella,
de un llanto, de una muerte,
de un latido al galope tendido hacia otros pulsos
o de negras derrotas de pólvora y dolor.

Y más, yo no recuerdo.
Hay más trabajos puros en otras latitudes.
Hay madera de pino rezumando amor verde.
Hay caucho en unos bosques que otros ojos ignoran
y hay labores distintas donde el sol sabe a estaño.

III

Estos son los oficios.
La ley de los trabajos es esta.

Quiero nombrar ahora las diversas labores.
Quiero acoger mis versos a su sombra purísima.
Para notar mi sangre,
para encontrar mi amor y mi trabajo,
voy a hablar de los hombres en su oficio,
quiero buscar su firme resistencia en mi voz.

Federación del arte de imprimir

Los impresores

Antes que la palabra, nada.
No conozco a mi hermano ni bendigo a mi madre por
haberme parido,
no sé qué significa cierto rumor crecido de la sangre que
invade todo el pecho:
no sé cómo se llama, no puedo pronunciarlo, me faltan las
palabras.
No sé quién eres tú, ni tengo tu medida, si no puedo
llenarme de júbilo al nombrarte: mujer amada.
La palabra es amor y el amor es la vida.

A través de los siglos insiste la palabra como una estela viva
de luz inagotable.
A través de los siglos, la palabra que es luz y la luz que es
trabajo del hombre.
La fuente se ignoraba, pero el agua era cierta: y el agua es la
palabra que necesita el hombre.
El agua se transmite, perseverando pura, si tiene un puro
cauce: la palabra es el agua y el cauce sois vosotros con la
palabra escrita.

Vosotros, impresores, obreros respetables, sois vosotros el
cauce: a través de vosotros el aire se ilumina de mensaje
encendido.
Palpita en vuestra mano la historia de los hombres y tal vez
su destino.
Porque la muerte amarga y verdadera y el porvenir de
triunfo favorable llegan hasta nosotros mojados en sudor
de vuestra mano,
de vuestra noble mano solidaria del sabio y del poeta: y del
enamorado.
Y del que gime solo, sintiéndose perdido, ¡oh colaboración
del sudor y del llanto!

Como indeleble torre, construyen vuestras manos,
como señal perpetua del acontecimiento lejano y victorioso,
construyen vuestra manos,
el intrincado y alto monumento de cierta tarde oscura.
Letra a letra levantan homenajes de sílabas perennes.
Letra a letra se yergue con el tiempo,
la decidida historia de la sangre merced a vuestras manos.
Letra a letra.

Y también,
letra a letra levantan vuestras manos de albañil invisible
los tiernos edificios amorosos,
la residencia lenta de las tribulaciones,
la mansión insaciable de la muerte
y el más puro refugio,
la habitación sincera y entrañable del dolor compañero.

Letra a letra, impresores.

Arturo Serrano Plaja



EL RELOJ DESCOMPUESTO

De nuevo estoy en casa, ante mi mesa.
Hace sol en París. (¿Ésta es mi casa?)
Es una tarde de París y otoño
después de vacaciones
y yo estoy en París y soy invierno.

Vuelvo a mirar mis libros,
mis cosas en desorden, aún de viaje,
con ese dejo triste de volver,
de volver otra vez,
de volver siempre
sin lograr salirse nunca de ellas mismas,
sin poder enajenarme nunca enteramente
o ensimismarme todo
para salirme por entero fuera de mí, color de ahora,
vuelvo a mirar mis libros y mis cosas
tristemente,
de vuelta.
Ya se acabó el olvido.
Un año más. Y miro
por encima de la mesa,
tristemente,
convencido de no hallar lo que busco,
lo que no sé qué es como no sea fantasma,
lo que no podrá ser ilusión o esperanza
porque sólo hay olvido.
*
Porque sólo hay olvido
lo que estaba buscando,
lo que vengo buscando de hace siglos,
desde hace ya dientes cuaternarios
encima de la mesa,
está aquí, ahora, encima de la mesa
donde poso los ojos tristemente,
porque sólo hay olvido,
y yo vengo buscando los recuerdos
desde hace friolera,
desde hace ya pulmones,
desde hace corazón precolombino. 
*
Un reloj descompuesto es un encargo
encima de la mesa.
Un reloj descompuesto es una joya,
porque sólo hay olvido,
y ahora y aquí, ya se acabó,
ya se acabó el olvido
y queda casi todo tristemente, en desorden,
de vuelta, de regreso, de retorno,
porque sólo hay olvido.
Porque sólo hay olvido, lo que busco,
lo que vengo buscando,
lo que vengo notando a mis espaldas
como una mano larga que señalase algo,
algo que no se sabe adonde amaneciese,
como el recuerdo oscuro de una palabra que tal vez no se ha dicho,
como ponerse a decir inútilmente:
—«¿Adonde fue, Dios mío?»—
lo que vengo buscando de hace ya mucha sombra
es un reloj pequeño y descompuesto
encima de la mesa. 
*
Tengo el reloj de Lelia entre mis manos
porque sólo hay olvido.
Mas no encuentro sus manos en mis manos,
pues se acabó el olvido
y volver es un encargo descompuesto. 
Tengo el tiempo de Lelia entre mis manos,

porque sólo hay olvido,
mas ya no tengo tiempo,
mas ya ni quizá Lelia tenga tiempo,
mas ya ni quizá el tiempo tenga tiempo
porque volver es un encargo descompuesto.
Y estar ante mi mesa, un relojillo
descompuesto
que le ha contado a Lelia los segundos,
que le habrá dicho a Lelia lo que pesa la espera,
que le habrá dicho a Lelia,
desesperadamente,
lo hondo que es lo hondo
y la fugacidad de los espejos,
porque sólo hay olvido.

Porque sólo hay olvido
y un reloj descompuesto encima de la mesa,
yo te recuerdo, Lelia, te recuerdo,
te bebo, te pronuncio, te respiro,
te muerdo al encenderte
ahora, encima de la mesa, como un ciprés amargo,
como un ciprés amargo es el amor,
porque sólo hay olvido,
y tú te vas ya pronto con tu color de pena
porque sólo hay olvido.

Como un ciprés amargo no te quiero,
porque sólo hay olvido.
Y un reloj descompuesto
es no quererte corno un ciprés amargo,
triste de mí,
amargo, cipresísimo de mí,
que tanto pude amarte cierta tarde de sol,
cierta tarde de Dios
cuando me diste un beso y yo te merecía
sin saber que eras tú
y en tiempo descompuesto.
Porque sólo hay olvido
y un reloj descompuesto,
una tarde de sol,
una tarde de Dios que yo me merecía,
en una guerra mía que yo me merecía,
eras la muerte mía, que yo me merecía,
viniendo a darme un beso que yo me merecía
—y luego te alejabas
porque sólo hay olvido,
porque no era mi hora en tu reloj de arena,
en tu ciprés de pena,
en mi soledad color de ayer,
porque sólo hay olvido—. 
*
Porque sólo hay olvido
cayeron tantos hombres
que ya ni Dios recuerda,
cayeron tantos años,
cayeron tantos tiempos
con peso de avalancha,
cayeron tantas cosas
con tiempo descompuesto
que al fin te hallé otra tarde —que no me merecía—
hermosa, frívola y temible
como la muerte entre mis manos,
como la misma muerte con una abuela india,
para darme otro beso
una noche de alcohol.
Porque sólo hay olvido
tú te vas tras el mar.
Porque tú eres mi muerte —con una abuela india—
y ya te alejas
dejándome un encargo descompuesto,
está aquí tu reloj encima de la mesa,
como algo que se busca y no se encuentra,
como el tiempo de no tener ya tiempo,
como el triste momento de decir:

¡Para qué,
si ya es tarde,
amargamente tarde,
apresamente tarde?
¿Para que digo: «Lelia»
si ya es tarde
para querer a Lelia
para amargar a Leha,
para decirle a Lelia con su color de pena
que allá, cuando Dios quiso,
mi muerte, la del beso, la muerte merecida,
tenía color de pena, como Lelia
tenía una abuela india, como Lelia
y cola de caballo, como Lelia?

Porque sólo hay olvido
y Yegua que es mi muerte me dio un beso,
aquí está tu reloj, lo que buscaba,
lo que venía buscando,
lo que vengo buscando hace tinieblas,
aquí está tu reloj equivocado
y aquí estoy recordando,
porque sólo hay olvido,
aquí estoy esperando a pesar mío,
como si no supiera que te vas,
como si no te conociera,
como si no fueras hermosa hasta rajarme de hermosura en un planeta,
como si no fueras hermosa como un cacho de hermoso planeta,
como si no supiera yo
que eres mi muerte hermosa
— con una abuela india—
que ya me has dado un beso y que te vas
porque sólo hay olvido.

Arturo Serrano Plaja




Ese rostro

Ahora está anocheciendo en Buenos Aires…
—Ese rostro, la vida, ¿a quién parece?
¿qué mira esa pupila? ¿qué se crece?—.
Ahora está anocheciendo en Buenos Aires…

—La quiero conocer. No sé de dónde
recuerdo yo esa cara, esa pupila—.
Tal vez en el pasado que se esconde
o acaso es el destino que se afila.

O tal vez es fantasma que responde
a nuestro propio sueño, que vigila.
Ahora está anocheciendo en Buenos Aires…

—La vida, ese pasado que me escuece,
tiene labios de alcohol, mueca de trece—.
Ahora está amaneciendo en Buenos Aires.

Arturo Serrano Plaja




GALOPE DE LA SUERTE

A veces el sendero que nos queda
son leguas carreteras a la muerte
corridas al galope de la suerte
—corcel que de su afán hace vereda—

A veces el sendero se liquida
y, cauce desbordado, en su apretura
el lecho de la muerte se figura
que sale ya de madre hasta la vida.

*
A veces a los hombros se encarama,
fanega de mortaja, pesadumbre,
el peso de la vida con su azumbre
de pena que en la espalda se derrama.

Ni así pesa la carga del destino
ni tanto los quintales de los años,
ni son de su escalera los peldaños
tan graves al zurrón del peregrino.

Gravoso saco roto ya sin dueño
estanque de agua parda que se vierte
tristísimo arpillera, nos convierte
en mozos de cordel de nuestro sueño.

Este costal cabe cuanto sobra,
con ese fardo a cuestas no podemos
y andamos tropezando, nos caemos
de bruces en la cuenta que nos cobra.

Y entonces la talega de pesares,
nublada como un buey en pleno invierno,
nos tira de los pies hacia el infierno,
nos urde con su trama en sus telares.

Quisiéramos llegar, mas ya no importa
ni el sitio de morir ni la manera.
A bordo de la nave pasajera
quisiéramos llegar, mas ya no importa.

El triste recoveco de ese día
destruye el paradero imaginado:
el pie de cierto pino está vedado,
la patria es una cáscara vacía.

Importa descansar en la frontera,
dejar el equipaje en la aduana,
decir adiós a Dios una mañana
y terminar el viaje y la carrera.

Buenos Aires, 1945.

Arturo Serrano Plaja




La muerte es española

«Hoy como ayer, gitana, muerte mía
qué bien contigo a solas.»
MACHADO

La Muerte es española
como su nombre indica:
La Muerte ¡Viva España!

La vida, ya sabéis, ese fandango,
es ir pasando tragos fandangueros.
Así que el ir viviendo es ir danzando.

Cuando menos se piensa,
cuando menos se piensa
¡y ole!
salta la Muerte.

Salta con su mantilla madroñera
peineta de carey, jacarandosa,
clavada en su pelona calavera,
salta la Muerte.
salta la Muerte
¡y ole!
que sale, como el sol, por Antequera
con quiebros de fandango vitalicio
saliéndose por negras peteneras.

Se mueve con un garbo de esqueleto
que se muere de risa de pensarlo.
Y sus huesos alegres como castañuelas
piden verdes guitarras y jaleo.

La Muerte es española
como su nombre indica.
Empieza acompañando un fandanguillo
y acaba rematando, farolera,
sólo por soledades. 
*
Ahí está. Miradla. Ésa es su hora.
Menea los pinceles
—chinelas de tacón de hueso puro—
con garbo de guitarra y de claveles.

Mentira, no es guadaña.
Son las alas de plata
de una dulce paloma que se cría en España.
Ni digáis que es sudario su capote escarlata.
¿Quién dice que se ensaña?
Su verónica estricta a su tiempo remata
la vida, el fandangueo, la cucaña
y el trago de verdad que nos retrata.

¿No veis cómo se ríe?
¿No veis cómo nos mira ron sus ojos profundos?
Pálidos metacarpios jaléanse rotundos,
baten palmas de hueso y un ole que se engríe,
un pasmo que se crece con ritmo de otro mundo
y dando un quiebro al aire que en aire se confíe,
sale por peteneras que baila Segismundo.
sale por peteneras españolas,
sigue por bulerías,
se quiebra en seguidillas
—¡la Muerte es española, madre mía!—
y viene resonando en caracolas
¡alegrías!
Ia Muerte rematando en soledades
¡ay, ay, ay, alegrías!
¡ay, ay, ay, soledades!
¡ay, ay, ay!
¡qué española es la Muerte, madre mía!

París, 1953. 

Arturo Serrano Plaja




Los poetas

«Mas la fama, a su vez, es también una diosa…»
(Hesíodo)

Entre las negras nubes se adelanta
un nubarrón más negro y más sombrío.
Las cuatro de la tarde. Un carretero
mirando al cielo y blasfemando pasa.

Saluda torvamente y en el fondo
del carro, unas mujeres como un eco
repiten sus dogmáticas palabras.
Se mezclan en sus ojos la sospecha

y un oscuro temor de campesinos
al temporal espeso de noviembre
mirando al caminante solo y mudo.
La sombra en los viñedos crece, triste.

La soledad vastísima del monte
en medio del silencio se ha cerrado
con un rumor monótono de lluvia
cuyas gotas finísimas golpean

la enternecida plata en los olivos.
Ya solo, el caminante solitario
se queda en el camino con su sombra.
Atónitas alondras a su paso

Arturo Serrano Plaja




Primavera

Por los puentes del Sena,
en una primavera desterrada,
me siento viejo y solo con mi pena,
me siento la cadena
de tanta libertad dilapidada.


Y siendo tronco añoso y carcomido
en muelles descuajados e invernales,
llegan a mis ramales,
a mi tronco de olvido,
ligeros los gorriones matinales
que preparan su nido.


Y siendo puente viejo,
raudales de memoria derretida,
como nieve fundida
por este sol bermejo,
me pasan por los ojos, en crecida,
y en mí queda el reflejo
como una luz brillante en el espejo. 

Arturo Serrano Plaja



"Sólo quiero quererte porque quiero llevarte, desvalido de la mano hacia el oscuro llanto que mereces."

Arturo Serrano Plaja




















No hay comentarios: