Boris Strugatski

"Anka llevaba una ballesta hecha por ella misma, con la caja de plástico negro y la cuerda de acero al cromo, que se montaba por medio de una silenciosa palanca. Antón no admitía innovaciones en estas cosas: su artefacto bélico era sólido, como el del mariscal Totz, es decir el rey Pisa I; estaba guarnecido con cobre negro, y tenía una ruedecilla a la que iba arrollado un cordón de nervio de toro. Pashka iba armado con una escopeta de aire comprimido, porque decía que las ballestas eran armas propias de la infancia de la humanidad; en realidad, si no tenía ballesta era debido a que era un vago, no poseía aptitudes para el oficio de carpintero, y ni siquiera había intentado fabricar una.
Atracaron en la orilla norte, donde el terreno, de amarilla arena, formaba un corte vertical por el que asomaban las raíces de unos pinos rectos como mástiles. Anka soltó el timón y miró a su alrededor. El sol despuntaba ya por encima del bosque, y todo a su alrededor era celeste, verde y amarillo. Celeste era la niebla que cubría el lago; verde oscuros los pinos; amarilla la playa que se veía enfrente. Y por sobre todo ello dominaba un cielo claro, azul, casi blanco.
- Allí no hay nada -dijo Pashka.
Los muchachos seguían sentados en la barca, inclinados sobre la borda, mirando lo que había bajo el agua.
- Mira que lucio tan grande -exclamó Antón.
- ¿Con una aleta así? -preguntó Pashka.
Antón no respondió. Anka también miraba el agua, pero lo único que veía era su propia imagen reflejada.
- Si pudiéramos bañarnos -dijo Pashka, metiendo un brazo en el agua-. Pero está fría.
Antón pasó a la proa y desde allí saltó a la orilla. La barca cabeceó. Después sujetó la borda y esperó a ver lo que hacía Pashka. Este se levantó, se echó el remo al hombro y, contorsionándose de cintura para abajo, empezó a cantar:
¡Viejo capitán Vitsliputslí!
¿Te has dormido, amigo mío?
Pues cuídate, que ahí vienen
Cinco tiburones fritos.
Antón, sin decir palabra, dio un empujón a la barca.
- ¡Hey! -gritó Pashka, asiéndose a la borda.
- ¿Por qué fritos? -preguntó Anka.
- ¡Y yo qué sé! -respondió Pashka, mientras saltaban a la orilla-. Pero no suena mal, ¿verdad? ¡Cinco tiburones fritos!
Vararon la barca. Sus pies se hundían en la húmeda arena, que estaba llena de piñas y agujas secas de pino. La barca era pesada y resbaladiza, pero la arrastraron hasta sacarla completamente del agua. Después descansaron a su lado, respirando agitadamente por el esfuerzo.
- Me he aplastado un pie -dijo Pashka, arreglándose el pañuelo rojo que llevaba en la cabeza. Ponía gran empeño en que el nudo le cayese exactamente sobre la oreja derecha, como a los narigudos piratas irukanos-. Pero, ¡qué importa la vida! -añadió.
Anka se chupaba un dedo.
- ¿Te has clavado una astilla? -preguntó Antón.
- No, me he hecho una desolladura. ¿Quién de vosotros es el que lleva esas uñas?
- Deja que lo vea.
Ella le mostró el dedo.
- Sí -dijo Antón-. ¡Vaya trauma! ¿Qué hacemos ahora?
- ¡Sobre el hommmmm... bro, y adelante por la orilla! -gritó Pashka.
- Entonces, ¿para qué hemos desembarcado? -preguntó Antón.
- Porque en barca hasta una gallina podría hacer este viaje -explicó Pashka-. Pero por la orilla hay precipicios, cañaverales, remolinos... Incluso lotas y siluros.
- ¡Bancos de siluros fritos! -exclamó Antón.
- ¿Has buscado alguna vez en un remolino?
- Sí.
- Nunca te he visto hacerlo.
- Hay tantas cosas que nunca me has visto hacer.
Anka les dio la espalda, levantó su ballesta y disparó sobre un pino que había a unos veinte pasos. Saltaron esquirlas de corteza.
- Magnífico -exclamó Pashka, y disparó con su escopeta. Apuntó a la flecha de Anka, pero falló el tiro-. No contuve la respiración -dijo para disculparse.
- ¿Y si lo hubieras hecho? -preguntó Antón, mirando a Anka.
Esta tiró con fuerza de la palanca y tensó la cuerda de su ballesta. Tenía unos excelentes músculos. Antón observó cómo bajo su morena piel se desplazaba la dura bola de sus bíceps.
Anka apuntó y disparó de nuevo. La segunda flecha se clavó en el árbol un poco más abajo que la primera."

Boris Strugatski
Qué difícil es ser Dios




"Delante, veinte gargantas volvieron a gritar y la densidad de los tacos alcanzó un nivel nunca visto. Algo ocurría, Izya soltó un gemido lastimero, se agarró el vientre y se dobló por la cintura, esta vez en serio. Andrei abrió la portezuela, comenzó a asomarse y en ese momento una lata de conservas vacía le dio en la cabeza. No le dolió, pero se molestó mucho. Silva se agachó y se deslizó hasta desaparecer en la oscuridad. Andrei se protegió la cabeza y la cara, y se puso a examinar los alrededores.
No se veía nada. De detrás del montón de basura a la izquierda lanzaban latas oxidadas, pedazos de madera podrida, huesos viejos y hasta trozos de ladrillo. Se oyó el sonido de cristales que se rompían. Un feroz bramido de indignación brotó de la fila de camiones.
—¡¿Quiénes son los canallas que andan divirtiéndose ahí?! —gritaban, casi a coro.
Rugían los motores y se encendían los faros. Algunos camiones comenzaron a moverse hacia atrás y hacia adelante. Al parecer, los choferes intentaban moverlos de manera que se pudieran iluminar las colinas de desperdicios, desde donde ya llegaban volando ladrillos enteros y botellas vacías. Varios hombres imitaron a Silva, se agacharon y desaparecieron corriendo en la oscuridad.
De reojo, Andrei percibió cómo Izya se retorcía junto al neumático posterior, con el rostro contraído en una mueca de dolor, y se palpaba el vientre. Entonces, volvió a la cabina y sacó la pesada barra de hierro de debajo del asiento. ¡Por la cabeza, canallas, por la cabeza! Se veía a una decena de basureros que subían a toda prisa, a cuatro patas, agarrándose de cualquier cosa. Alguien había logrado girar el camión, de tal manera que los faros alumbraban la cima de las colinas, erizadas de restos de muebles viejos, trapos y trozos de papel, brillantes por los trozos de cristal. Por encima de los desperdicios se veía, muy alto, la pala de la excavadora sobre el fondo del cielo totalmente negro. Y algo se movía en la pala, algo grande y gris, con tonos plateados. Andrei quedó paralizado, mirando. En ese mismo instante, un grito desesperado se sobrepuso a todas las voces.
—¡Son diablos! ¡Diablos! ¡Sálvese quien pueda!
Y en ese mismo momento varias personas comenzaron a caer colina abajo, de cabeza, dando vueltas, levantando columnas de polvo y remolinos de trapos y papeles viejos, con ojos enloquecidos, bocas abiertas y manos que se sacudían espasmódicamente. Uno de ellos, con las manos alrededor de la cabeza que protegía entre los codos bien apretados, continuaba chillando de pánico y pasó junto a Andrei, resbaló en la rodera, cayó, se levantó de un salto y siguió corriendo con todas sus fuerzas en dirección a la ciudad. Otro, respirando a ronquidos, se metió entre el radiador del camión de Andrei y la cama del camión que lo precedía, se atascó, intentó soltarse y también se puso a gritar con voz enloquecida. De repente se hizo el silencio, sólo quedó el zumbido de los motores, y en ese instante, como si alguien agitara un látigo, se oyeron disparos. Y Andrei vio sobre la cima, a la luz azulada de los faros, a un hombre alto y muy delgado que estaba de espaldas a los camiones, y disparaba hacia algún punto en la oscuridad, al otro lado de la colina, con una pistola que sostenía con ambas manos.
Disparó cinco o seis veces en un silencio total, y después brotó de la oscuridad un alarido no humano sino de mil voces, rabioso, lleno de angustia y maullante, como si veinte mil gatos en celo gritaran a la vez por altavoces, y el hombre delgado retrocedió, hizo un gesto absurdo con los brazos y bajó la colina deslizándose sobre la espalda. Andrei también retrocedió, presintiendo algo insoportablemente terrorífico, y entonces vio cómo la cima de la colina comenzaba a moverse.
Unos fantasmas de color gris plateado, increíbles, de una fealdad monstruosa, estaban de repente allí de pie, con miles de ojos brillantes, inyectados de sangre, mostrando los destellos de miles de colmillos y agitando un bosque de largos brazos peludos. A la luz de los faros se levantó una enorme cortina de polvo, y un alud de restos, piedras, botellas y pedazos de basura cayó sobre los camiones.
Andrei no resistió más. Se metió en la cabina, se escondió en el rincón más oscuro y levantó la barra metálica. Se quedó quieto, como en una pesadilla. No se daba cuenta de nada, y cuando un cuerpo oscuro hizo sombra en la portezuela abierta, gritó sin oír su propia voz y se puso a pinchar con la barra aquello blando, horrible, que se resistía y trataba de acercarse a él, y siguió haciéndolo hasta el momento en que un grito lastimero lo hizo volver en sí."

Boris Strugatski
Ciudad condenada



“¡La esencial del nuevo Estado serán sus propias instituciones, en las cuales se fundamentará! Estas brillan por su simplicidad, y sólo son tres: la fe ciega en la infalibilidad de las leyes, el sometimiento total a ellas y la vigilancia infatigable de cada ciudadano por parte de los demás.” 

Arkadi y Borís Strugatski
Qué difícil es ser Dios



"- No, espera -dijo Noonan. De alguna manera se sentía engañado. Pero si tú ignoras incluso lo más simple... Muy bien. Qué Dios te bendiga con la fuerza de la razón. Vemos aquí que el diablo se romperá una pierna. Pero, ¿qué sucede con la visitación? (se refiere a la visita a la zona especial)
- ¿Qué piensas acerca de la visitación?
- Por favor, dijo Valentine. Imagina un pícnic...
Noonan sintió un escalofrío.
- ¿Qué has dicho?
- Un pícnic. Imagina un bosque, un camino rural, un prado. El coche aparca sobre el césped. Hay hombres jóvenes, botellines, cestas de comida, chicas, aparatos de música, cámaras fotográficas y videograbadoras... Encienden un fuego, levantan tiendas de campaña y escuchan música. Por la mañana se van. Los animales, aves e insectos que a lo largo de toda la noche vieron con estupefacción lo que sucedía, se arrastran fuera de sus escondites. ¿Y qué es lo que ven? Derramados sobre la hierba combustible, filtros de aceite, velas, una bombilla de luz e incluso alguien dejó caer una llave. La suciedad restante emanada por una desconocida ciénaga. Ya sabes, trozos de manzana, envolturas de caramelo, latas, botellas vacías, un pañuelo, un cortaplumas, periódicos viejos, monedas, flores marchitas de otros campos...
- Comprendo -dijo Noonan. Un pícnic junto al camino.
- Exactamente. Un pícnic junto al camino. Pero imagina que se tratara de una carretera especial. Y tú me preguntas: ¿Regresarán o no?
- Dame un cigarrillo, -dijo Noonan. Maldita sea tu pseudoconciencia. Lo había imaginado de otra manera."

Boris Strugatski
Picnic junto al camino



“Si bien el lugar [NICASO] brindaba posibilidades ilimitadas para transformar a los hombres en magos, era implacable con los renegados e infalible en señalarlos. Bastaba con que un trabajador se entregase siquiera una hora a actividades egoístas e instintivas (a veces sólo a pensamientos) para que se percatara con horror de que se le espesaba el vello de las orejas.” 

Arkadi y Borís Strugatski
El lunes empieza el sábado


“Sin arte y, en general, sin cultura, el estado perdía su capacidad de autocrítica, se dedicaba a estimular tendencias erróneas, engendraba sin cesar hipócritas y desechos, promovía en los ciudadanos el consumismo y la presunción y, en definitiva, se convertía en víctima propiciatoria de vecinos más sensatos.”

Arkadi y Borís Strugatski
Qué difícil es ser Dios



“Todas las personas tienen alma de mago, pero sólo se convierten en uno cuando dejan de pensar tanto en sí mismas y empiezan a pensar en los demás, cuando trabajar les resulta más interesante que distraerse en el sentido originario de la palabra.” 

Arkadi y Borís Strugatski
El lunes empieza el sábado












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