Christina Stead

"Cuando no puedo llamar a mi pequeña Evie, mi Mujercitita, mi niña de bonitos ojos oscuros con una aureola sombría en ellos, ¿sabes lo que hago? Le grito: “¡Alasílvida, Alasílvida!”. (Es una palabra que me he inventado y que me recuerda a ella.) “Alasílvida, ven a hacerme masajito en la cabezita. Ella sale rodando de la cama, quejándose con dulzura, algo que me encanta oír, y entra en mi dormitorio trotando con su camisón rosa de algodón, haciendo pucheros y diciendo: “¡Papi, no me disturbes, quero dormir!”. Pero cuando le muestro mis brazos, cruza la habitación con pesadez, se sube de un salto a la almohada y mete sus suaves deditos entre mi pelo para acariciarlo. Entonces, si me duele la cabeza, el dolor desaparece. Después llamo a mi hija mayor, Louie, una niña que tiene una cabeza extraordinaria, quizá con demasiados problemas, pero que será más sabia con el devenir del tiempo. Ella es la que prepara el té matutino. Acto seguido, Ernie, los Géminis y yo, los cuatro silbando, hacemos una ronda por la casa para evaluar el trabajo de carpintería y de albañilería que haya que hacer. Wan Hoe, eso sí que es una vida feliz. Sammy se sienta, meditabundo, en el camino, dando vueltas a esos extraños y dilatados pensamientos propios de la infancia, reflexionado sobre cosas que algún día convertirá en ideas científicas. Y Saúl, sensato y sereno, va a su aire buscándole un sentido a todo y sacando sus conclusiones. Y Ernie, mi joven prodigio, que llegará a ser un gran matemático o un gran físico, aunque confío en que no me salga pedante ni intelectualoide."

Christina Stead
El hombre que amaba a los niños



"Ella era la vencedora de innumerables causas progresistas, del libre intercambio, de los derechos de minorías, servicios sociales, nacionalización de la industria. Quería llenarse la vida de servicios; pero tenía, y ellos lo sabían, otra esperanza: encontrar una causa mayor, la mejor de todas, y atar su vida a esa causa, como un cuerpo viviente se ata a una estaca."

Christina Stead
Miss Herbert



"Louie, la más involucrada de todos, estaba convirtiéndose en una persona impulsiva que se indignaba fácilmente por lo injustos que eran el uno con el otro, y, en la medida en que era víctima de aquellas injusticias, acumulaba un aluvión de sentimientos vengativos, una tempestad reprimida que pensaba desatar en algún momento indeterminado del futuro."

Christina Stead
El hombre que amaba a los niños


“Madre Tierra, te amo, amo a los hombres y a las mujeres. A los niños pequeños y a todas las cosas inocentes. Siento que soy el amor personificado… ¡Cómo pude elegir a una mujer que iba a llegar a odiarme tanto!”

Christina Stead


“Mi sistema, que he inventado yo mismo, podría denominarse Homohombre o bien Homohumanidad […] Homohombre sería el estado en que quedaría el mundo después de eliminar a los inadaptados y a los degenerados […] Esta gente sería adiestrada y estaría ansiosa por crear al nuevo hombre y, con él, al nuevo estado de la perfección social del hombre.”

Christina Stead


"Singapur es una ciudad repleta de barrios nativos, con la salvedad de pequeñas zonas cedidas casi por completo a los europeos. Las pieles oscuras y de color mostaza procedían de muchas razas venidas de la Malasia peninsular, de la India y de China, de Tanah Bugis (islas Celebes), Negeri Jawa, así como de malayos procedentes de los distritos Menangkabau de Sumatra y de nativos procedentes de Burma, Siam, Conchinchina, incluso de hombres de ojos oscuros procedentes de Turquía, Armenia, Portugal, con algunos venidos de Japón. Los británicos son quienes controlan, con la ayuda de superintendentes y jefes blancos del Imperio británico y del gobierno de América, pero los chinos también son jefes y son los que mueven la maquinaria del lugar: las cámaras de comercio chinas entrelazan Malasia.
En Singapur, el corazón de Sam parecía dilatarse con el contacto de tantísima gente extranjera, y ese sentimiento generoso, que él denominaba amor y culto a la humanidad, le había crecido como un hongo. Ponía empeño en aprender los saludos propios de cada raza, en distinguirlos, al igual que los acentos, incluso las distintas lenguas. Muy diferente era Abishegenaden, su empleado, que, al encontrarse en una situación precaria en el servicio gubernamental, como todos los burócratas, despreciaba no sólo a las demás razas, sino también a todas las clases inferiores a la suya. El afecto que sentía por Sam era transitorio, y había algo de condescendencia en ese afecto. Sam procedía de fuera del servicio oficial y de ninguna manera podía comprender los pormenores, los tabúes estrictos del servicio oficial. Había hombres fofos que venían de fuera del servicio y que constituían un tipo extraño de paleto, y por otra parte estaba el hombre blanco del Este, que estaba dentro del servicio, y del que Naden se reía: ¿qué puede saber un hombre blanco de un país de hombres blancos sobre esto? Naden se abstuvo de hacer comentarios a su superior sobre los hombres de piel oscura que vivían en América, pero pensaba para sus adentros: éste es también un hombre que —ya venga de Washington o de donde sea— no sabe nada de cómo se gobierna su propio país. Mientras subían la escalera de la casa de huéspedes en que se alojaba Sam, y donde su secretario chino seguía trabajando."

Christina Stead
El hombre que amaba a los niños



“Todo el día babeando a mi alrededor y llamando amor a eso, llenándome de niños mes tras mes y año tras año, mientras yo te odiaba y te detestaba y te gritaba al oído que te apartaras de mí, pero no me soltabas […] He tenido que aguantar tus repugnantes animales y tus colecciones idiotas y tu fertilizante orgánico apilado en el jardín y tus charlas interminables. ¡Tus charlas y charlas y más charlas, que tanto me aburrían y que me saturaban los oídos!”

Christina Stead







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