D. E. Stevenson

"A pesar de todo, suspiró profundamente al cerrar la carta y al entregársela al jardinero, que esperaba la respuesta. Después de las nobles aspiraciones que había alimentado, tenía que ponerse a enseñar latín e historia a una niña. Le parecía muy degradante.
Hasta el momento no se ha dicho gran cosa de las ambiciones de Ernest Hathaway ni del motivo que lo impulsó a aceptar la vicaría de Silverstream, que en realidad era un pueblo sin importancia y siempre había sido destino de vicarios de avanzada edad o sin ambiciones. Ernest no era anciano ni carecía de ambición, pero le apetecía reflexionar una temporada sobre los conocimientos que había adquirido y dedicarse a leer y a meditar, y después, cuando hubiera ordenado el caos de sus ideas, escribir un libro.
Qué duda cabe de que en Silverstream la vida transcurría con tranquilidad, hasta el punto de que ahora, que pasaba las noches solo en el caserón de la vicaría, le parecía incluso inquietante. A veces creía oír ruidos raros y entonces, pertrechado con un palo y una linterna, recorría las habitaciones en busca de intrusos, aunque todavía no había sorprendido a ninguno. No era más que el crujir de la vieja casa, que hablaba consigo misma de cuanto había visto en la vida, de las familias alegres y numerosas que había cobijado y que se habían dispersado por el mundo.
Un tiempo después dejó los paseos nocturnos. Le hacían perder el tiempo y aumentaban la sensación de soledad; además, bien pensado, era improbable que un ladrón en su sano juicio eligiera la vicaría para sus nefastos propósitos, habida cuenta de lo desprovista que estaba y del poco valor de lo que contenía. En todo caso, era mucho más plausible que un ladrón se dejara tentar por la plata reluciente de Las Jarcias o por la valiosa colección de cajas de rapé del siglo XVIII de la que tanto se jactaban en Los Abetos. Visto lo cual, dejó de prestar atención a los extraños ruidos nocturnos y poco después dejó de oírlos."

D. E. Stevenson o Dorothy Emily Stevenson
El libro de la señorita Buncle


"Caroline descorrió las cortinas y la luz gris del amanecer entró en el pequeño dormitorio; todo estaba ordenado. Sue se encontraba en la cama profundamente dormida, con el pelo esparcido sobre la almohada en húmedos mechones; la recién nacida, envuelta en mantillas, dormía en un moisés. Era el átomo de humanidad más diminuto que Caroline había visto en su vida… Alarmaba lo pequeña que era (o eso le parecía), pero el doctor Wrench estaba satisfecho y ella confiaba plenamente en su criterio. Le había inspirado confianza desde el primer momento y, a medida que transcurría la noche, más confiaba en él, y ahora, además, lo admiraba profundamente; jamás habría creído que alguien pudiera tener tanta paciencia, tanta seguridad y tanta pericia. Era dominante, sin la menor duda, pero eso a ella le daba igual: se alegraba de ser dominada.
El médico se reunió con ella junto a la ventana y se quedaron contemplando la fría mañana gris. La niebla se había disipado, pero la blanca helada se había posado hasta en la última ramita y en la última hoja de hierba: era como si hubieran delineado el mundo entero con un lápiz blanco y puro."

D. E. Stevenson
Villa Vitoria



"Era miércoles por la tarde (el día de mercado en Wandlebury) y, aunque el mercado no era más que una sombra de sí mismo, todavía generaba algo de movimiento. Archie había acudido temprano con algunos productos. Comió en el Apolo y Bota y se encontró con muchos amigos (granjeros con los que trataba de negocios en tiempos mejores): charlaron, se quejaron de la situación y lamentaron el plan de racionamiento de los huevos, que parecía ir de mal en peor. Al principio, cuando Archie empezó a trabajar las tierras, los granjeros de los alrededores lo miraban con malos ojos: algunos lo trataban con verdadera hostilidad, otros se reían de él a su espalda y le auguraban desastres de todas clases, pero Archie tenía un carácter cordial, no alardeaba de nada y poco a poco fue derribando las barreras de los prejuicios. Ahora lo apreciaban, reconocían sus progresos y tenían en cuenta sus opiniones.
Después de comer fue al salón y se sentó junto a la ventana. Se sentó allí porque quería ver la plaza de Wandlebury, no porque le apeteciera charlar con el viejo señor Brown de Fairfarm, al que tenía enfrente. Cogió un periódico y se puso a leer, pero no le entraba en el cerebro ni una sola palabra. Daba la casualidad de que era el día en que Jane Watt tenía que ir al dentista; el dentista tenía su temido consultorio en la plaza de Wandlebury y Archie se había propuesto interceptarla y hablar con ella una vez más mientras esperaba su turno.
La sala de espera era un lugar insólito para hablar con Jane, pero no tenía alternativa: ella se iba de Wandlebury casi inmediatamente después de la visita y no tendría más ocasiones de verla a solas. Si iba a Ganthorne, habría mucha más gente, como de costumbre, y Jerry estaba empeñada en emparejarlo con Melanie. En cierto modo, no le molestaba tanto que Jerry tuviera ese empeño en particular, porque lo que no quería por nada del mundo es que lo echara en brazos de Jane (eso lo estropearía todo), pero le fastidiaba no poder disfrutar de ningún momento con ella. Quería hablarle, no para declararse otra vez, sino simplemente para estar con ella, que lo viera, que se acostumbrara a su presencia. Porque, sin duda, él la conocía mucho mejor que ella a él. La conocía por sus libros. Por eso le sacaba ventaja en ese aspecto: ella no había avanzado tanto. Le quería, desde luego (prácticamente lo había reconocido), pero no veía (como lo veía él) que estaban hechos el uno para el otro, no se imaginaba el futuro. Estaba dispuesto a darle el tiempo que necesitara. Se le había declarado dos veces y ella lo había rechazado, pero Archie no se rendía fácilmente. La dejaría ir a Foxstead, que estuviera tranquila una temporadita, quince días o así, y después iría a verla y se declararía por tercera vez. Podía ser que la cosa saliera mal, desde luego. Tal vez tuviera que esperar más y repetir la operación cinco o seis veces, hasta que consintiera; pero al final le daría el sí y todo se arreglaría."

D. E. Stevenson
Las dos señoras Abbott



“Hay aventuras del espíritu y uno puede viajar en libros e interesarse por las personas y los asuntos. Uno nunca tiene por qué aburrirse mientras tenga amigos que le ayuden, jardines que disfrutar y libros en las largas tardes de invierno.”

D. E. Stevenson



“… ¡Qué tonto era el público! Era exactamente un rebaño de ovejas —pensó, adormilado—. Van uno detrás de otro como tontos, no reparan en tal libro, pero compran el de al lado solo porque lo compran los demás, aunque no hay manera de saber qué ven en el uno o dejan de ver en el otro. Pero este libro… éste tiene que salir. Hay que publicarlo.”

D. E. Stevenson



"Se puso a recordar buscando el momento exacto en que la amistad se había trocado en amor. Una actividad inútil, sin duda, e infructuosa, porque ahora le parecía que lo quería desde siempre."

D. E. Stevenson



“-Tío Arthur, el autor de este libro es un genio o es un imbécil.”

D. E. Stevenson









No hay comentarios: