Elio Aristides

"Además, otras molestias indecibles me incomodaban... Fue entonces cuando, por primera vez, el Salvador empezó a hacerme sus revelaciones. Me ordenó que caminara descalzo, y yo gritaba en el sueño como si fuera vigilia y la orden ya se hubiera cumplido:
“¡Grande es Asclepio! Se ha cumplido su orden”. Soñaba que estaba gritando así mientras caminaba. Tras esto vino la llamada de Dios y la partida de Esmirna con destino a Pérgamo para mi buena fortuna."

Elio Aristides



"Hasta ese momento me había mantenido cuidando de la salud de los otros no menos que de la mía, pero después mi enfermedad se agravó e hizo presa en mí un terrible ardor de toda clase de bilis que me molestaba constantemente, día y noche. Estaba cerrado a todo alimento y mis fuerzas menguaron. Los médicos renunciaban y, dándome por terminado, desistían por completo; anunciaron que pronto habría de morir...
Estando así las cosas, me encontraba vuelto hacia el interior de la cama y me pareció que estaba en un sueño. Esto fue precisamente el fin. Soñé que estaba al final de una tragedia, que me quitaba los coturnos trágicos y me ponía, a cambio, los zapatos de mi padre. Y mientras que estaba en este punto, el Salvador Asclepio, súbitamente, me dio la vuelta hacia el lado exterior de la cama. A continuación, no mucho después, se me apareció Atenea con la égida, y su belleza, tamaño y actitud eran las mismas que las de la estatua de Fidias en Atenas. Exhalaba la égida un olor muy agradable y era semejante a un
trozo de cera..."

Elio Aristides
















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