Martín Solares

"Cuando alguien está muy deprimido hay que recomendarle algo de Roald Dahl, de Rubem Fonseca o de Ray Bradbury; si alguien necesita poesía, algo de Sabines. Si no regresa el libro es una pena, pero insisto en que se habrá salvado una vida."

Martín Solares



“El cuento es un género que cree en el destino, la novela, no.”

Martín Solares



"El libro favorito es aquel que hace que me desvele, que no me dé cuenta de que el tiempo está pasando, que hace que me interese más por la suerte de los personajes que pueblan ese libro que por la suerte de los trabajos que yo esté llevando a cabo ese mismo día. Puedo decir que entre mis favoritos están El guardián entre el centeno; La Ilíada; Pasado negro, de Rubem Fonseca; La trilogía de los gemelos, de Agota Kristof; Unos caballos muy lindos, de Cormac McCarthy; La conjura de los necios, de John Kennedy Toole; cualquier novela de Emmanuel Carrére, de El adversario en adelante; Yo recibiría las peores noticias de tus lindos labios, de Marçial Aquino; El arte de perdurar, de Hugo Hiriart; las cartas de Fernando del Paso a Juan Rulfo. En poesía, lo que sea de José Eugenio Sánchez, Francisco Hernández y Tedi López Mills."

Martín Solares



"La imagen que a veces nos generamos de la literatura infantil o de los niños suele ser muy equívoca. En realidad, no hay que escribir para niños, sino para el adulto que llevan los niños dentro. Hay que escribir para alguien exigente, alguien que no quiere que le den una papilla, sino un filete, que no quiere que le den el trabajo hecho, sino que le planteen misterios, enigmas y acertijos que él tenga que resolver sobre la marcha. No hago ninguna concesión cuando escribo para niños. Me interesa que las personas que me han seguido y leído mis otros libros lo disfruten."

Martín Solares




"No soy un coleccionista sino un lector."

Martín Solares




"Oír a lo lejos balaceras, granadazos, tiros aislados o ráfagas largas al caer de la tarde se había vuelto normal en el puerto, tan normal como la palabra extorsión o la palabra secuestro. Al ver el gesto de preocupación del cónsul, Valentín Bustamante, alias el Bus, el jefe de guardaespaldas del señor De León, salió a la terraza a mirar por el telescopio del empresario. El gordo de bigotito delgado movió su metro noventa de estatura y su enorme volumen con una agilidad impensable para alguien tan grande, como si las leyes de gravedad no existieran, y apuntó el instrumento hacia el barrio contiguo. Al verlo allí, inclinado, con ese rostro pequeño y redondo, de rasgos infantiles, subrayados por ese bigotito ridículo, se diría que no tocaba a una mosca, lo cual era cierto siempre y cuando la mosca midiera menos de un metro y no amenazara al señor De León. Mientras tanto Rodolfo Guadalupe Moreno, el segundo guarura en la línea de mando, un hombre serio como la muerte, con sus cejas densas y su barba de candado, sus botas vaqueras y su chamarra de piel negra, fue a ocupar la posición que su colega dejó vacante junto a la puerta y se cruzó de brazos allí.
Durante algunos segundos sólo se oyó cómo se cimbraban las copas de las palmeras. Se acercaba uno de esos vientos venidos del norte, que siempre rondan el Golfo, que pueden durar diez o doce horas y tumban las casas y árboles más viejos o endebles. Un brazo del ventarrón llegó y se instaló junto a la cafetera, a fin de agitar con la punta de los dedos un puñado de servilletas de papel, que durante un instante parecieron cobrar vida, como si quisieran transmitir un mensaje. Estaban en la mansión del señor De León, sin duda la quinta más grande en esa zona del puerto, un barrio de millonarios, ubicado junto a la barranca en que se asentaban las colonias populares, de este costado del río. Se trataba de una quinta inspirada en el estilo colonial de California, de tres pisos de alto, con ventanales inmensos y terrazas adornadas con hierro forjado y cantera labrada. Se hallaba en el centro de un jardín que incluía unos cuantos hoyos de golf, una piscina y un ojo de agua, y sólo se podía visitar si te permitían cruzar la barda principal y sus enredaderas y guardaespaldas. Por las ventanas se veía la laguna de La Eternidad, sin duda el sitio más bello del puerto —pero no se encontraban ahí para hablar de belleza."

Martín Solares
No manden flores












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