Meir Shalev

"Creo que la destrucción de instituciones, de comercios y de gasolineras es un error, porque cada vez los palestinos nos odiarán más. Ellos no son nuestro enemigo, lo es Hamás. Respecto a las bajas civiles, en esta región todos hemos sufrido miles de muertes en los últimos 100 años. Lo siento muchísimo. Pero no mueren porque queramos matarlos, sino porque hemos reaccionado con demasiada fuerza."

Meir Shalev



"El camión escaló las empinadas cuestas hasta que llegó arriba de todo. El monte Tabor se reveló en toda su redondez y, más allá y más juguetona, la colina de Hamoreh. El Bebé sintió como si su cuerpo fuera un puntito diminuto que se desplazaba por la faz de la tierra, acercándose cada vez más a su amor. El cesto se movió de repente; las palomas se movían y él tembló con ellas. Cerca de Kafr Kana, el conductor repentinamente estalló y dijo: «¡Esta es mi casa!» y se quedó callado, igual de súbitamente.
Desde el pueblo de Tabor el Bebé siguió a pie, subiéndose a los camiones que pasaban con forraje o leche y verduras. En aquellos tiempos, el mundo estaba vacío y el tráfico era lento y las distancias grandes, y esa extensión de carretera, que ahora cubro con el Behemoth en veinte minutos, le llevó medio día al Bebé. En Afula dos chicos le invitaron a un vaso de refresco y hablaron de palomas con él, y después de separarse de ellos, cuando se dirigió a la estación de trenes, descubrió que le habían robado el dinero que su tío le había dado. Se quedó sentado casi una hora en el banco de la estación, con la cesta en el regazo y el corazón latiéndole deprisa, asustado. Finalmente, decidió subirse a un tren en dirección a Haifa sin pagar el billete.
Le atraparon al instante. El revisor del tren le pidió dos palomas a cambio de dejarle seguir el viaje. El Bebé suplicó, se negó y casi se echó a llorar. El revisor del tren le agarró del cuello y amenazó con arrojarle a las vías, en las inmensas y vacías extensiones del valle de Jezreel. Estaba aterrorizado. Un poco antes había visto una banda de buitres devorando la carcasa de una vaca, y ahora temía por sí mismo. En su corazón ya había planeado que les mandaría una paloma a Miriam y a su tío para que pudieran organizar una cuadrilla de rescate. Pero entonces, una mujer extraña y forastera, una holandesa alta y de cara delgada que estaba sentada cerca de él, pintando acuarelas de estorninos y jilgueros, se apiadó de él y le pagó su billete. Le habló en un idioma que él fingió no entender, le dijo que sabía lo que llevaba en la cesta y por qué estaba de viaje.
En Haifa, el Bebé fue a casa de unos parientes, que le enviaron a un viejo ingeniero inglés, amigo suyo, que se disponía a viajar de noche hasta Tel Aviv. El hombre se disculpó porque conducía muy lentamente, y le explicó que era porque de noche no veía tan bien, y le pidió al Bebé que hablara con él para ayudarle a quedarse despierto. El Bebé temía que el hombre le preguntara por las palomas, y de hecho el viejo ingeniero así lo hizo. No solo eso, sino que demostró cierto conocimiento en dos campos peligrosos: las palomas mensajeras y el lenguaje hebreo. El Bebé no podía volver a fingir que no entendía inglés, así que le dijo al viejo que vivía en Haifa y que tenía un palomar en la azotea y que quería «mandarlas a volar» a Tel Aviv. Tuvo cuidado de no emplear la palabra «enviar»."

Meir Shalev
El chico de las palomas



"El problema lo empezamos a crear con la ocupación, y más tarde, 30 años atrás, al promover a Hamás en Gaza y a Hizbulá en el Líbano. Se nos fue de las manos y hoy estamos pagando los errores del pasado."

Meir Shalev



"En los días templados, el olor suave de la leche se elevaba desde las paredes de mi casa. Las paredes estaban enlucidas y encaladas, los azulejos cubrían el suelo, pero desde los poros de las paredes y las grietas del pasillo, el olor me alcanzaba, persistente, como el ladrón de un antiguo amor. Una vez mi casa fue un establo. La casa de un alazán y su yegua y también de unas cuantas vacas lecheras. Tenía una amplia puerta de madera, atravesada por un perno de hierro, canales de hormigón, horquillas para el ganado, jarras, latas y estaciones de ordeño.
Y una mujer vivía en el establo, donde trabajaba y dormía, soñaba y lloraba. Y una estera de sacos donde dio a luz a su hija. Las palomas iban y venían sobre las tejas del techo. En las remotas esquinas se hospedaban las golondrinas sobre sus nidos de barro y el revoloteo de sus alas era tan agradable que incluso lo siento ahora, suavizando la expresión de mi rostro, alisando las arrugas de la edad y la ira hasta donde alcanza mi memoria.
Por la mañana, el sol iluminaba los cuadrados de las ventanas de las paredes y las partículas doradas por el polvo danzaban por el aire. El rocío se acumulaba sobre las tapas de las jarras y los ratones de campo se escurrían sobre los haces de paja como pequeños rayos grises.
La yegua, de acuerdo a los recuerdos que mi madre quiso inculcarme, era salvaje y muy sabia, incluso podía golpearte mientras dormía y cuando intentabas montarla, galopaba hacia la puerta, se inclinaba y pasaba por debajo de la barra del perno y si no saltabas a tiempo, la barra de hierro golpeaba tu pecho y te derribaba. La yegua también sabía cómo robarle la cebada al caballo y cómo reír en voz alta y dar golpes secos en la puerta de la casa con su pezuña para conseguir algunos dulces.
Y un poderoso árbol de eucalipto se alzaba en el patio, de ramas anchas, fragante y siempre susurrando. Nadie sabía quién lo había plantado ni que viento había esparcido sus semillas. Era más grande y añejo que todos sus hermanos en el cercano bosque de eucaliptos. Aguardó en su lugar mucho antes de que la aldea fuera fundada. A menudo trepaba sobre él porque los cuervos anidaban en la cresta y me encantaba observarles.
Pero ahora mi madre está muerta, el árbol fue cortado y el establo se convirtió en una casa, los cuervos se marcharon, aunque otros han venido, regresando para la eclosión de sus huevos. Y, sin embargo, estos cuervos y estas historias y el establo y ese eucalipto-son áncoras, eternas imágenes de mi vida."

Meir Shalev
Por amor a Judit



"Israel promovió a Hamás y ahora lo estamos pagando."

Meir Shalev



"No hemos tratado a Gaza de la forma adecuada. Pero ahora en lugar de discutir de quién es la culpa tenemos que mirar al futuro, y creo que Israel debería hablar con Hamás, es la única solución."

Meir Shalev



"Pinness nunca hablaba de "años", sólo de "figuras". Me sonreía en la oscuridad, sabiendo que vendría. A Pinness le gustaba comparar la pedagogía con la agricultura. Cuando hablaba acerca de su trabajo, solía usar expresiones como "tierra virgen", "viña sin podar" "orificios de irrigación". Sus alumnos eran árboles jóvenes. Cada figura era un surco.
-Mirkin-prosiguió emocionado- es posible que no sea un granjero, pero también siembro y cosecho. Ellos son mis viñedos, mi huerto. Sólo se necesita una manzana podrida... Él casi se ahogaba en su propia desesperación. Sí y dio uvas silvestres... ¡El problema de los caballos y la carne de los asnos!
Como todos sus alumnos, yo estaba acostumbrado a sus citas de la Biblia, pero nunca antes había escuchado versos semejantes. Involuntariamente me moví en mi cama y sentí frío de nuevo. Las tablas del entarimado crujían bajo el peso de mi cuerpo y dos de ellas permanecieron mudas durante un minuto. A la edad de quince años yo pesaba alrededor de dieciséis libras y media y podía coger un ternero grande por los cuernos y luchar con él sobre la tierra. Mi talla y fuerza eran admiradas en la aldea. Los granjeros bromeaban diciendo que el abuelo debía estar alimentándome con la primera leche que daban las vacas nodrizas.
-No tan alto. Despertarás al chico.
El chico. Fue su manera de llamarme hasta el día que murió. Mi chico. Incluso cuando brotó pelo oscuro por todo mi cuerpo. Incluso cuando me cambió la voz y mis hombros adquirieron una robustez carnosa. Mi primo Uri no podía dejar de reír cuando nuestras voces empezaron a resquebrajarse. Yo era el único chico en la aldea, dijo, cuya voz fue de barítono a bajo."

Meir Shalev
La montaña azul


"Prefiero a los escritores que tienen una historia y no una idea."

Meir Shalev
















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