Mijaíl Shólojov

"Al mes de marcharse el hijo, llegaron los rojos. Irrumpieron como enemigos en la existencia secular cosaca y volvieron del revés la vida acostumbrada del abuelo como quien vuelve del revés un bolsillo vacío. Petró estaba al otro lado del frente, cerca del Donets, ganándose con su celo en los combates los galones de alférez mientras que, en la stanitsa, el abuelo Gavrila nutría, arrullaba y mecía -lo mismo que a Petró cuando era un chiquillo de rubia cabeza- un enconado odio profundo contra aquellos intrusos de rojos. Adrede, para que rabiaran, llevaba en el ancho pantalón de paño, abombachado sobre las botas, la distintiva franja roja3 que pespunteaba al costado con hilo negro. Se ponía el chekméñ con pasamanería de color naranjo -distintivo de las unidades de la guardia cosaca- y las huellas de las charreteras de vájmistr4 que había llevado en su tiempo. En el pecho se colgaba las medallas y las cruces que le habían merecido su celo y su lealtad en servicio al monarca. Y los domingos, camino de la iglesia, llevaba abierta la zamarra para que todos las vieran."

Mijaíl Shólojov
Sangre extraña



"Había algo de majestuoso y emotivo en el lento avanzar del regimiento destrozado, en las rítmicas pisadas de los hombres, rendidos por los combates, el calor, las noches de insomnio y las largas marchas, pero dispuestos de nuevo, en cualquier momento, a desplegar y volver a aceptar combate.
Nikolái recorrió con la mirada aquellos rostros conocidos, demacrados y renegridos. ¡Cuántos hombres había perdido el regimiento en estos cinco malditos días! Nikolái notó cómo le temblaban los labios agrietados por el calor, y se volvió rápido. Súbitamente, los sollozos entrecortados de un espasmo le aprisionaron la garganta, agachó la cabeza y se caló hasta los ojos el casco recalentado para que los camara-das no vieran sus lágrimas ...
He perdido el aguante, no valgo para nada ... Todo esto se debe al calor y al cansancio -pensó, arrastrando trabajosamente las fatigadas piernas, como fundidas de plomo,, empeñándose con todas sus fuerzas en no acortar el paso.
Ahora caminaba sin volverse, mirando torpemente a sus pies, pero ante sus ojos surgían de nuevo, como en un sueño importuno, las deshilvanadas secuencias del reciente combate que diera comienzo a este gran repliegue, y que se habían grabado en la memoria con sorprendente nitidez. Volvió a ver la horrísona avalancha de tanques alemanes que se arrastraban veloces por la ladera del monte, y los tiradores cubiertos de polvo que avanzaban con cortas carreras, y los negros embates de las explosiones, y los combatientes del batallón vecino que retrocedían en desorden, diseminados por el campo, por los trigales sin segar ... y luego, el combate con la infantería motorizada del enemigo, la salida del semicerco, el mortífero fuego desde los flancos, los girasoles cercenados por la metralla, la ametralladora con su morro estriado enterrado en un embudo poco profundo, y el ametrallador muerto, arrojado por la explosión, tendido boca arriba y cubierto todo él de dorados pétalos de girasol, fantástica y extrañamente rociados de sangre."

Mijaíl Shólojov
Lucharon por su patria



“La vida dicta a los hombres sus leyes, que no están escritas en parte alguna.”

Mijaíl Shólojov



"Las gotas caían del tejado con un tintineo cristalino, y la misma voz lenta, escurridiza como el cieno, prosiguió:
—Hoy he querido comprar un arado a Prokofievich; le he ofrecido doce rublos, pero él se ha mantenido firme. ¡No es de los que se dejan sorprender! De la parte del Don provino un rumor regular y sordo: el gorgoteo, el crepitamiento, el chapotear de los témpanos en el agua. Como si una mujer gigante, alta como un álamo, pasara cerca del pueblo sacudiendo su enorme faldamenta. A medianoche, cuando la oscuridad se cuajaba como un hielo negro, Mitka llegó en un caballo sin silla hasta el cercado de la iglesia. Echó pie a tierra, abandonó las riendas sobre la crin, dio una palmada al piafante bruto y penetró en el patio, ajustándose el ceñidor. En el atrio se quitó el gorro, abatió su cabeza de cabellos cortados en redondo y, repeliendo a las mujeres, se abrió paso hasta el altar. El rebaño negro de los cosacos se apretaba a la izquierda: a la derecha ofrecía la mezcolanza multicolor del tocado de las mujeres. Mitka advirtió entre la muchedumbre, en primera fila, a su padre, y se fue hacia él. Cogiendo por el codo a Miron Grigorievich, que alzaba el brazo para persignarse, le susurró en la oreja tupida de pelos:
—Padre, sal un momento... Mitka atravesó nuevamente la espesa cortina de olores diversos que le irritaban las narices, produciéndole náuseas: hediondez de cera quemada, emanaciones fétidas de cuerpos femeninos en transpiración, hálito sepulcral de vestidos sacados de los cofres con motivo de la fiesta, olor del cuero mojado de los calzados, exhalaciones de los estómagos vacíos de los fieles. Al llegar al atrio, Mitka apretó contra su pecho la espalda de su padre y dijo: —Natacha se está muriendo."

Mijaíl Shólojov
El don apacible


"No sólo lloran en sueños los hombre maduros, encanecidos en los años de guerra. Lloran también despiertos. En esos casos lo importante es saber volverse a tiempo. Lo principal es no herir el corazón del niño, que no vea cómo por tu mejilla corre, parca y ardiente, una lágrima de hombre."

Mijaíl Shólojov
El destino de un hombre















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