Susana Silvestre

"El péndulo oscila de uino al otro lado del bohío (de la casa, del rancho, de la choza, de la cabaña: del hogar) y por alguna razón la calma porque baja la cabeza y consigue concentrarse de nuevo en la lectura; otra vez las páginas pasan velozmente, otra vez es viernes y también pasa el mozo. No es que ella lo vea pasar sino que lo oye porque él habla airadamente para que ella lo escuche y lo vea caminar con el sandwich y la coca-cola en la bandeja. El mozo dice, básicamente, lo siguiente: que habráse visto tener que servirle a ese pendejo, que está todo dado vuelta en este mundo y cualquiera se puede sentar en un bar decente y encima comerse un sandwich como la gente normal. Dice que no entiende por qué ella no le pidió una medialuna y que se la fuera a comer a la calle. Para la caridad una de grasa alcanza. El mozo no entiende esa lógica, no entiende y está desesperado porque el sandwich es el mismo. ¿Por qué hay dos sandwiches idénticos en el universo, cómo es posible? Además son los más caros. La gente no hace economía y así va el país, él trabaja mientras un vago de mierda se sienta a una mesa y él está obligado a servirlo. Curiosamente, el dueño del local no está o no dice nada o comparte la opinión del mozo. La gente mira. El chico come, tranquilo, come y no mira. Entonces La Mujer se endereza en la silla, olvidada de la novela, del viernes y de todo y le pregunta al mozo qué dijo, qué tiene que objetar, qué carajo le importa lo que ella está pidiendo para el chico. El mozo no responde. Entonces ella pide la cuenta y él se la tira sobre la mesa, toca con un dedo el importe correspondiente al sandwich del chico, baja el dedo un renglón y da dos golpes someros sobre el importe correspondiente a la coca-cola. Ella paga y sale a la calle. Hace un calor horrible."

Susana Silvestre
No te olvides de mi

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