Tedi López Mills

Agua
                                             
 las últimas aguas
las aguas de la  sombra
las aguas del talón  y del hielo
las aguas fijas en un cauce por arriba
las aguas luminosas entre los bordes
del tallo y los carrizos
las aguas casi nulas por el dique
o con astillas de lumbre en la curva

dónde están
para volver tan pocas
aunque en medio del paisaje
con un pájaro sencillo
atravesado en los esquemas de una nube
nada esencial sin embargo
ni cuervo ni águila ni buitre siquiera
apenas el ala como prenda 
de un vuelo pendiente en  el monte

dónde están
tambaleantes por la bajada del barranco
con la serpiente inútil de sus residuos
las costras húmedas en el pasto
la charca repetida en los cimientos
dónde están las aguas que llamo aguas
los días que puedo
y no las pienso 

Tedi López Mills




(Canto del monje)

Y las grandes efigies taciturnas
los cuerpos poseídos en las dunas de algún reino
cuántos muertos en septiembre
cuántos vivos en noviembre…
Si le tapo la boca a mi pasajero podré enumerar la lejanía en la
pantalla entre una raya morada en Texas y otra roja en Luisiana,
concretamente.
Me dijo mi pasajero que los engendros de la soledad se quedan en los
aviones bailando el twist y los demás huyen porque se contagia a
ratos esa costumbre.
Ya no pude borrar el estribillo: cuántos muertos…cuántos vivos.
      Bailando el twist simula y disimula el circo pobre bajo un toldo
desgarrado en un pueblo tan pequeño que su imagen provoca que los
ojos se entrecierren como si la ranura fuera la norma para medir
tamaños reales o irreales.
Me indica mi pasajero entrometido
que las mujeres en un banquete donde estuvo movían las caderas al
ritmo de percusiones y que una muy meticulosa le dijo con
vehemencia crítica que en las repúblicas nacientes la voluntad se
decide desde un escaño superior y se traslada a la primera persona
de la persona por vía de una emoción fuerte, inmediata.
Pienso, amigo del perro cojo, que esto ya no corresponde a lo que
pienso.
Entonces tendré que tomar las decisiones de un sentido en contra del
otro y bajar en vez de subir como si fuera posible otra cosa.
Amigo del perro cojo: esto es para ti.

Tedi López Mills



Cuaderno de las alucinaciones
[Selección]

Día 1

Ella es una mujer abominable por natural.
Ella todavía no es yo,
por sensatez.

Día 5

La carne del pájaro en la boca de mi amigo
no cumple con la palabra de la boca de mi amigo,
no cambia los nombres de las cosas en el aire donde un retazo,
un listón verde, una figura suelta o desnuda o bailando,
recita: soy individuo.
Yo no y aplaudo la osadía,
el fantasma de Ella velado apenas por la obviedad
o el rictus que señala: uno sí estuvo,
ninguna cuerda que interrumpiera con púas la línea
que dibuja el sabio aclarando que no habla.

Día 8

El  dandy en mi cabeza no trajo a su cisne,
no trajo a ningún mercenario del estilo,
no vino con las ideas de un instante,
la presencia de una ausencia proclive al desperdicio,
la caridad de alguna imagen en su repertorio,
mantas para el hoyo blanco que se anuncia,
ni siquiera pautas para indicarme el camino,
las letras al menos: oye, si hay didáctico caos
ha de sonar como el tambor de siempre
en aquel huerto inconcluso
con los tres pastores harapientos, reiterativos,
el arroyo de plata disminuido por el bulto de una nube,
y la cacería de tordos con liga cada vez
que arrecie el tedio en el prado
o el desamor de los cuerpos distintos
por la textura que les concede un azar repentino.
Algo así que tienda a durar más que yo
en las inmediaciones de este cuartel
donde me voy encerrando
con las rejas hasta arriba,
conmigo.

Día 9

Ella me toma de la mano,
Ella me toca con la mano,
me retira el uniforme de la piel,
me promete dos o tres experiencias inmediatas,
me echa a la calle con la pancarta de un comercio,
me tilda de oportuna, me lava, me limpia,
me coloca en su granja introspectiva,
las cabras muy adentro subiendo una colina
con sus pezuñas en mi cabeza,
tirando los guijarros hacia el valle
donde Ella me lanza requiebros,
la mandolina de una ceremonia en sus costillas,
me reclama pasiva:
únicamente te quiero para mí.

Día 22

Mi dandy me pregunta
cuál es la diferencia
entre ironía y sarcasmo
o metafóricamente
entre el frío
de un trozo de hielo
en la mano
y la escarcha tersa
que imagina
cuando revisa mapas
del polo norte o de Siberia
para provocar a sus invitados
en las reuniones
donde se discuten
temas candentes
y viajes posibles
por el mundo
mientras se toma
café o refrescos;
luego me pregunta
cuándo
vendrán por mí,
dónde están
las autoridades
que educan
a través de ejemplos,
si habrá chivo expiatorio
o víctima
que perdure
en la memoria
hasta que surja
un pleito
acerca de las fechas
dignas y el oprobio,
como si los huesos
venideros
tuvieran escrita
la leyenda
sólo por haberla
padecido.
Creo que los rumbos
concéntricos
equivalen a una metáfora
de las diferencias,
creo que la ironía
es un cable de luz
con su nudo en la penumbra,
el sarcasmo un esqueleto
bailarín o recíproco
en la sala,
que inhibe los movimientos
de las personas
en su vida espontánea
donde los errores
son siempre
tan humanos
que nadie se atreve
a señalar sus consecuencias
porque no importan
para la anécdota
que se hilvanará
en otra temporada.
Creo que hay vida
más allá
de este tiempo
estricto y circundante
con su melodía
que jala notas
hacia el ruido.
Creo que las alegorías
son títeres burdos
en un escenario
de fieltro gris
donde yo con Ella
voy tirando los desechos,
interpretándolos después
contra las migajas
que le quitan ternura
a este acto mío
contigo, dandy
o muñeco mutilado
para que el estupor
de otro estilo
genere más vertientes
y más autores
con sus letras
componiendo armonías
que podrán recitarse
en los salones
de usos múltiples
cuando la concordia
se reparta
entre el público
equitativamente.

Tedi López Mills





El peso objetivo de una experiencia

En el cuarto hay un escritorio, una pantalla, tres libreros.
En las repisas de los libreros hay fotos, plantas, una pequeña urna con cenizas, un florero con
   flores secas cubiertas de polvo, un candelabro, un coyote de madera, una taza roja.
Del lado derecho está la ventana.
Del lado izquierdo está un armario.
Debo honrar a los objetos, no a los sujetos.
El árbol que veo por la ventana no es una representación ni un símbolo ni una metáfora.
En las mañanas se llena de ardillas.
Debo pensar en lo que está aquí.
Sigo las instrucciones que me impuse anoche.
En el cuarto hay dos sillas y una mecedora.
En una caja en el piso están los documentos del Arquitecto.
Encima de la caja se apilan carpetas, sobres, papeles sueltos.
Debo pensar.
Ayer me estuve peleando con los fantasmas de mis enemigos.
Si uno extrae al sujeto de la frase tal vez en el lugar del sujeto se instale el mundo objetivo.
Se llama epifanía, según leí ayer en un ensayo contra los poemas que se regodean en el
   ensimismamiento verbal.
El mundo objetivo debe ser lo único presente en un poema, declara el autor del ensayo.
El árbol junto a la ventana.
El escritorio y la pantalla donde se reflejan mi cara y la pared detrás de mi cara.
Los cuatro gatos que entran y salen del cuarto.
Uno persigue a una mosca.
Antier leí sobre la historia de mi país entre 1846 y 1848.
Si pudiera escribir poemas agradables lo haría.
Un poema agradable sobre la luna llena o la luna menguante.
Un poema agradable sobre los pájaros a las seis de la tarde en el árbol junto a la ventana.
Un poema agradable sobre los gatos observando a las ardillas y las ardillas observando a los gatos.
Un poema agradable sobre las fotos en las repisas de los libreros.
Los poemas serían agradables no por el tema sino por cómo se desviarían hacia una experiencia
   sensorial que parecería subjetiva sin serlo.
Debo pensar sin pensar en mí.
Debo describir una experiencia que no me incluya aunque yo la atestigüe.
En el mercado la mujer sin dientes se acerca a pedir dinero.
Le dan pedazos de fruta.
La mujer se sienta en la orilla de la banqueta y se come la fruta.
Los estigmas del dinero no los tiene la fruta.
No sé si interpretar sea lo mismo que pensar.
Ayer el palo de la escoba se clavó en mi ojo.
Los actos bien planeados no garantizan que no haya accidentes.
Podría haberme quedado en el sillón en vez de meterme a la bodega para buscar el origen del olor.
Ya me puse de nuevo en lo que describo.
La moral de la ausencia tiene una austeridad convincente.
Me sustraigo.
La ley de las personas se desdibuja cuando las personas no comparecen.
Un poema agradable sobre el cielo que viene después del árbol más lejano que se asoma por la
   ventana.
Un poema agradable donde no figure el agua bajo ninguna de sus formas.
Un poema agradable sobre el paso del tiempo revelado por la brisa en la yedra y el traslado de las
   sombras.
Debo pensar sin sentimientos.
Alguien golpea los barrotes en el edificio contiguo.
La descripción y el pensamiento sólo embonan si la descripción desemboca en una sola imagen.
Lo obvio no lo es tanto cuando uno se detiene y se pregunta por qué decir “el librero es un librero”
   resulta menos fácil de lo que parece cuando uno se imagina diciéndolo.
Debo pensar en la circunstancia.
El sentido de una calle cambió a principios de la semana.
Los peatones seguimos volteando hacia el sentido anterior.
Tal es el peso objetivo de una experiencia.
Un poema agradable sobre la luz filtrada por las cortinas de gasa.
Un gato entra y otro gato sale.
Una mujer atrapó a una araña y le cortó dos patas.
Fue un experimento.
La araña se quedó inmóvil.
El compañero de la mujer encendió un cerillo y se lo acercó a la araña.
La araña se arrastró hacia la esquina del cuarto.
El experimento fue un éxito.
Se promulgan decretos todos los días.
Debo pensar en lo real y lo imaginario.
Lo real no es más tangible que lo imaginario, pero puede cotejarse con lo real de alguien más en el
   mismo momento.
Un poema agradable sobre la primavera.
Un poema agradable sobre las losetas del patio.
Debo pensar en los subterfugios.
Debo pensar en las palabras que no existen.
La tercera persona se pone en la boca y se quita como si fuera insecto, mugre, pelo.
No ocurre al revés o si ocurre es un sucedáneo y no significa nada.
Un día se habla en su nombre y al otro se borra lo que dijo.

Tedi López Mills




Por la ruta de Creeley

Que la memoria es la caverna donde acabamos viviendo
Que tumbados boca arriba miramos el techo
Que nos vemos de tamaños distintos, en movimiento,

quietos

Que corremos hacia delante aunque nos recordemos

hacia atrás

Que la caverna tiene secretos, vetas, asperezas

impersonales

Que se puede viajar en su espacio pequeño y oscuro
Que uno puede no llegar a ninguna parte y haberse ido
Que la caverna la hizo un anfitrión griego sin luz natural
Que la fabricó hipotecando conocimientos de puertas y

ventanas

Que quiso poner a prueba nuestra atracción por el sol

minutero

Que no sirvió de nada bosquejar la salida en la idea de

recinto

Que afuera hay siempre una pared blanca donde se raya

la primera versión de la experiencia

Que subsisten algunas sombras vienen de lejos y traen

noticias

Que el recuerdo dura más cuando uno se distrae del

recuerdo

Que el mío comienza con una alberca dislocada entre

árboles

Que el agua pasó por mi oído sin retirar su última

burbuja

Que respiré sin querer la sensación del azul y vi el cielo

dividido un instante como número

Que adiviné la respuesta no hay arriba desde el agua o firmamento
donde se entreteja la perfección con el error simulado de

mi ser tan tuyo como mío

Que la caverna postula su propia caverna restituye la

alternativa de una intemperie sin doblajes

Que en el agua la memoria es pasajera se deshace

con cualquier rutina del cuerpo

Que la noticia de la sombra hoy carece de artículos no

se entiende

Que el mundo no es igual en todos los lugares allá gritan

aquí se esconden se mide el miedo con gis en mi
cabeza se distribuye en largos estambres se ahorca

Que difieren las cavernas son largas a veces estrechas

apenas cabe la memoria

Que se ajustan incluso a su inexistencia
Que me recuerdo en alguien que no es yo tumbado en

mi caverna

Que le reclamo no me pongas en esa historia no calcules

entradas por salidas algo así de banal me quedo
adentro con el techo encima

Que para eludirte propongo más cavernas mientras

recuerdo

Que la memoria es mi truco predilecto para extraviarme
Que la paradoja de la piedra negra lustrosa piedra será

otro recuerdo

Que sólo el final no tendrá principio o algo externo

el día
los árboles el manantial especulativo tu reflejo en
escorzo

Que la metáfora es infinita: caverna o cueva o gruta

ponte en mi lugar: que empiezas donde acabo.

Tedi López Mills





Q

para escurrirse por la tez del mundo
hacia los ojos de los nadadores
—Héctor Viel Temperley

Son espigones a tu alcance, hábil conjeturo, o modestas rutas de cloro
para una finita brazada, hermano vagabundo, que ya ni salpica el agua
referente, ni retiene brisa el escuadrón de avionetas cuando repinta
en su extremo la imagen de este cielo, y yo, óyeme, ya ni tengo hora
para reponer el arco de arena o, rizando el rizo, la mitra alusiva entre rayos
y deslaves, ni cordel, exagerando, para el descenso, niña en trenza, ni manual
de vituperios, rostro de calle, día de días; son casi 45 las veces entonces
en que te admiro, a espaldas, hermano agorero, ¿eres o no eres?, siquiera desata
el chisme, un siglo XX de tarde, siquiera da ejemplos, estuvo
no la infancia, sino la silueta que divide un año en otro, el ego de ti,
adivino, casi la escafandra que te endiosa en otra agua fluctuante,
casi la alegoría que te explica antes de rotular el aviso: aquí se prescinde
de andamio, psicología en chusma, se renta a conciencia, se divulga charco
en traspatio, fácil traspié a orillas de tu sitio, tu finta de azul, tu lustre
en balde al amanecer como una costumbre que ya no se retoma, hermano espía,
niña tenue, vayan temiendo a los adversarios hoy, la horda
entre barda y barda, no declame ese mar de manos una consigna
que revuelva vidrio con púa, sangre con palo y hacha, no te esfumes
niña por arte de magia en mi episodio 45, sagradamente mitigo
en tu causa las rachas de letargo con una pizca de vicio, memoria de ti
en mi cristal de autorretratos, cómo esgrimo la máscara entre personaje
y gente, fútil año de utilería con la alberca a mitad de un mes incoloro
en su foto de costa pobre, de palapa en ruina, no se mira claro, háblame
hermano, tu yate en binocular algo revela de los ideales, su firme
tendencia individual que no caduca, supongo, en esta tromba,
sucedánea de alguna suerte, tormenta de lares casi por rutina,
la mía la leo: veinte veces entraré conmigo en la misma náutica trillada,
veinte más haré de río por la cintura de esa playa al sesgo y tuya
será la turbulencia cuando tiemble aquel bimotor en la casilla
de mi viento, luego yo nadaré de cinco en cinco.

Tedi López Mills



Un recuento

1.
En la historia de La tierra baldía hay numerosas fechas que conducen al gran comienzo.

El 22 de septiembre de 1914, T.S. Eliot, de 26 años, y Ezra Pound, de 29, se conocieron en Londres. Pound ya había publicado varios libros de poesía. El encuentro ocurrió en casa de Pound, quien al final de la reunión le pidió a Eliot que le enviara poemas. Eliot le mandó, entre otros, “La canción de amor de J. Alfred Prufrock” y “Retrato de una dama”. Pound le escribió rápidamente: “Es de lo mejor que he visto. Date una vuelta para que hablemos de ellos.”

El 26 de junio de 1915, el virginal Eliot se casó en Londres con Vivien Haigh-Wood. Según Peter Ackroyd, biógrafo de Eliot, Haigh-Wood era “insegura […] al grado de ser quisquillosa”; tenía voz estridente como la de un loro, apuntó algún conocido. Era enfermiza: neuralgias y dolores de cabeza constantes; bonita, audaz, vivaz. Presumía de cierto talento literario. Bertrand Russell comentó poco tiempo después de la boda que Haigh-Wood le había parecido frívola y vulgar. Al principio del matrimonio Eliot y ella practicaron una tensa y deliberada felicidad; luego se dedicaron a desquiciarse juntos. En algún momento, Haigh-Wood le dijo a Russell que se había casado con Eliot para estimularlo, pero que había fracasado. “Creo,” añadió Russell, “que pronto se cansará de él.”

El 12 de agosto de 1915, Pound le escribió una carta a John Quinn, abogado, mecenas y coleccionista de arte estadunidense: “Un joven llamado Eliot estará en Estados Unidos unos días. Más o menos lo he descubierto. Espero que puedas mandarle una postal y decirle dónde verte.” La excursión de Eliot a su país fue para explicarles de viva voz a sus padres los motivos de su estancia ya permanente en Europa. No le dio tiempo de conocer a Quinn. Pero el contacto epistolar quedó establecido. Quinn —cuya presencia en el modernismo angloamericano fue esencial— se encargó de los próximos desenlaces literarios y monetarios de Eliot, tanto así que, cuando en 1922 se publicó en Estados Unidos La tierra baldía, Eliot le ofreció regalarle el manuscrito entero del poema a Quinn, quien respondió que sólo lo aceptaría si a cambio Eliot le vendía los originales de “La canción de amor de J. Alfred Prufrock” y otros de los primeros poemas. Los mandó valuar y le pagó 140 dólares a Eliot. Quinn murió el 28 de julio de 1924. Los manuscritos de Eliot se encontraron hasta principios de 1950. El 4 de abril de 1958, la sobrina de Quinn se los vendió a la Biblioteca Pública de Nueva York por 18,000 dólares.

En marzo de 1917, Eliot entró a trabajar al banco Lloyds, en la sección Colonial e Internacional. Alegó años después que lo habían contratado por su fama apócrifa de políglota: hablaba francés y algo de italiano (el de Dante, según Ackroyd). Su trabajo consistía en “ordenar e interpretar los balances generales de los bancos extranjeros.” La “ciencia del dinero” le resultó fascinante; también los horarios fijos, las prestaciones que poco a poco fueron aumentando. Pero era imposible que Eliot no se quejara: su temperamento susceptible, su cansancio “metafísico”, por llamarlo de algún modo, su matrimonio histérico, lo obligaban a hacerlo. Además, la queja le servía para solapar su relativa esterilidad literaria. Por más que Pound lo deseara, Eliot no era un escritor incansable. Las distracciones, algunas dolorosas, también funcionaban como refugios y tenían un sustento real: nunca bastaba el dinero, él estaba agotado, Haigh-Wood padecía insomnio. Pound se preocupaba. Le escribía a Quinn y a otros amigos. Organizaba efímeros fideicomisos para salvar a Eliot del lúgubre trabajo cotidiano en un banco, con la prevención de que no se le mencionara nada a Eliot, quien no soportaría la humillación de la caridad. En uno de tantos episodios de rescate, Pound fundó una asociación, Bel esprit, cuyo propósito era recaudar fondos para que Eliot renunciara a su trabajo en el banco. Se propagó el rumor de que a Eliot se le habían entregado 800 dólares y que se los había embolsado sin abandonar el banco. Hubo un pequeño linchamiento en la prensa.

A finales de 1919 Eliot escribió dos cartas. La primera fue a Quinn, el 5 de noviembre: “Espero comenzar un poema que traigo en la cabeza”; la segunda, a su madre, el 18 de diciembre: su propósito de año nuevo era “escribir un largo poema que hace tiempo traigo en la cabeza.”

En septiembre de 1921, Haigh-Wood, inquieta por la salud de su marido, hizo una cita con un especialista en “nervios”. Eliot describió su situación en una carta enviada a Richard Aldington a principios de octubre:

He visto al especialista (el mejor de Londres) […] y me dijo que debo irme de inmediato, estar a solas durante tres meses, lejos de todos […] Así que el banco me ha concedido una licencia [con goce de sueldo]. Me iré en una semana.
Y en una carta posterior, también a Aldington, menciona esa región ahora mítica para los lectores de La tierra baldía:

Mañana me voy a Margate y espero quedarme ahí al menos un mes. Supuestamente debo estar solo, pero no soporto la idea de empezar este tratamiento a solas en un lugar extraño y le he pedido a mi esposa que me acompañe.
El 26 de octubre le escribió una carta a Julian Huxley desde Margate para pedirle su consejo: le interesaba más un psicólogo que un especialista en nervios. Su amiga Ottoline Morrell le había sugerido al doctor Roger Vittoz en Lausana:

Mencionó de paso que tú habías estado con él. Hay tan pocos especialistas en esta profesión que uno desea un testimonio preciso de la calidad de un hombre antes de acudir a él; sobre todo porque no puedo pagarme el viaje tan caro a Suiza sin asegurarme al menos de que el beneficio justifique el costo.
Huxley insistió en que fuera con Vittoz, y Eliot partió de Margate el 12 de noviembre. Viajó primero a Londres y luego a París, donde vivía Pound; ahí le mostró las páginas iniciales del poema que ya les había mencionado a Quinn y a su madre. Haigh-Wood se quedó en Francia para descansar en su propia clínica, en las afueras de París.

En Lausana Eliot pudo ponerle nombre a su malestar: abulia. A su hermano Henry le dio detalles de su curación en una carta del 13 de diciembre:

Lo que estoy tratando de aprender es a usar mi energía sin desperdiciarla, mantenerme tranquilo cuando no hay nada que ganar con preocuparse y concentrarme sin esfuerzos […] Estoy mucho mejor aquí y ya no sufro […] De hecho estoy lo suficientemente bien como para estar trabajando en un poema.
A principios de enero de 1922, Eliot viajó a París y le dejó a Pound el manuscrito de La tierra baldía. Regresó a Londres para integrarse a su vida de siempre.

El 24 de enero, Pound le escribió a Eliot: “Complimenti, perra. Me carcomen las siete envidias.” El 21 de febrero, en una carta a Quinn, afirmó: “El poema de Eliot es como para que todos dejemos de ejercer el oficio.” Y más adelante, en la misma carta, anotó la frase que definió el destino de La tierra baldía: “El asunto comienza ahora con Abril y llega hasta shantih, sin ninguna interrupción.”

Y así fue.

2.
Según mis pesquisas hay por lo menos dieciocho traducciones de The Waste Land al español. Dilucidar las razones de esta cantidad me llevaría a barajar frases pomposas: la contundencia clásica del poema, el escollo insuperable del original, el hecho de que ninguna traducción acaba por calcarlo y cancelar la necesidad de una nueva tentativa; o a formular una paradoja inútil: el poema es tan contemporáneo que siempre hace falta volver a ponerlo al día.

Lo curioso es que las versiones varían poco. Revisé diez. Transcribiré a continuación los primeros siete versos de La tierra baldía en inglés junto a sus sucedáneos en español. No los voy a calificar; sería presuntuoso a estas alturas del partido. Pondré el título del poema en los casos en que los traductores hayan introducido un cambio. Las fechas corresponden al año de publicación.

The Waste Land
April is the cruellest month, breeding
Lilacs out of the dead land, mixing
Memory and desire, stirring
Dull roots with spring rain.
Winter kept us warm, covering
Earth in forgetful snow, feeding
A little life with dried tubers.

Enrique Munguía Jr. (1930)

El páramo
Abril es el mes más cruel: arbustos de lilas engendra sobre yermos muertos, mezcla el deseo con el recuerdo, agita incoloras raíces con las lluvias de primavera. Nos abrigó invierno cubriendo la tierra con un manto de nieve lleno de olvido, nutriendo un poco de vida con tubérculos disecados.

(En el prólogo a su traducción, Munguía Jr. explica enigmáticamente que hizo una versión en prosa “por no existir la equivalencia prosódica en nuestro idioma del blank verse”. La declaración resulta extraña. En una obra reciente, A Little Book on Form, el poeta estadunidense Robert Hass da la siguiente definición del blank verse: “Porque no rima y no propone una longitud de estrofa, considero que el blank verse se convirtió en el modelo implícito, o en un modelo implícito, para escribir verso libre.” Su origen es antiguo; se introdujo en la poesía inglesa en el siglo XVI.)
Ángel Flores (1930)
Abril es el mes más cruel: engendra
Lilas de la tierra muerta, mezcla
Memorias y anhelos, remueve
Raíces perezosas con lluvias primaverales.
El invierno nos mantuvo cálidos, cubriendo
La tierra con olvidadiza nieve, nutriendo
Una pequeña vida con tubérculos secos.

Agustí Bartra (1952)
Abril es el mes más cruel: engendra
lilas de la tierra muerta, mezcla
recuerdos y anhelos, despierta
inertes raíces con lluvias primaverales.
El invierno nos mantuvo cálidos, cubriendo
la tierra con nieve olvidadiza, nutriendo
una pequeña vida con tubérculos secos.

Alberto Girri (1988)
La tierra yerma
Abril es el mes más cruel, criando
lilas de la tierra muerta, mezclando
memoria y deseo, removiendo
turbias raíces con lluvia de primavera.
El invierno nos mantenía calientes; cubriendo
tierra con nieve olvidadiza, nutriendo
un poco de vida con tubérculos secos.

José Luis Rivas (1990)
Abril, el más cruel entre los meses,
Injerta lilas en la tierra inerte,
Cruza memorias con anhelos, remueve
Raíces perezosas con lluvias vernales.
Nos abrigó el invierno, cobijando la tierra
Con olvidadiza nieve, alimentando
Una brizna de vida con tubérculos secos.

Juan Malpartida y Jordi Doce (2001)
Abril es el mes más cruel, hace brotar
lilas en tierra muerta, mezcla
memoria y deseo, remueve
lentas raíces con lluvia primaveral.
El invierno nos tuvo cobijados, cubriendo
de nieve olvidadiza la tierra, alimentando
una pequeña vida con tubérculos secos.

Haroldo Alvarado Tenorio (2005)
Abril es el más cruel de los meses,
levantando lilas en tierra muerta,
confundiendo memoria y deseo,
revolviendo mustias raíces con lluvias de primavera.
El invierno nos calentaba,
cubriendo la tierra con nieve olvidadiza,
abonando un poco de vida con secos tubérculos.

Manuel Núñez Nava (2008)
Tierra yerma
Abril es el mes más cruel: engendra
Lilas de la tierra muerta, mezcla
Memoria y deseo, con lluvia de primavera
Sacude raíces soñolientas.
Calor nos dio el invierno, cubriendo
La tierra con el olvido de la nieve, nutriendo
Una pequeña vida con tubérculos secos.

Andreu Jaume (2015)
Abril es el más cruel de los meses, pues engendra
lilas en el campo muerto, confunde
memoria y deseo, revive
yertas raíces con lluvia de primavera.
El invierno nos dio calor, cubriendo
la tierra con nieve sin memoria, alimentando
un hilo de vida con tubérculos secos.

Gabriel Bernal Granados (2018)
Abril es el mes más cruel, consiente
Lilas de la tierra muerta, mezcla
Memoria y deseo, y agita
Raíces mustias con la lluvia de la primavera.
El invierno nos mantuvo cálidos, cubriendo
La tierra de nieve olvidadiza, alimentando
Una pequeña vida con tubérculos secos.

Supongo que cada traductor considera que su versión supera las anteriores. Bernal Granados confiesa que tradujo “La tierra baldía como si fuera la primera vez […]”. La apuesta no es mala; ante tantas traducciones puede ocurrir que el vínculo o el pleito se entable más bien con las precedentes y no con el poema original; que el propósito consista en recalcar las diferencias, sin aceptar la inevitabilidad de las semejanzas. Llama la atención, sin embargo, que en su tabula rasa Bernal Granados haya convertido breeding en “consiente”. También llama la atención que tres de los traductores —Rivas, Alvarado Tenorio y Jaume— hayan reconfigurado el apotegma de April is the cruellest month. Son las únicas instancias en que, por un lado, hay una alteración del sentido —“consiente” sería allows en inglés— y, por el otro, un matiz que desacomoda levemente el orden de los factores; Eliot pudo haber escrito: April, the cruellest amongst all months o April is the cruellest of all months, pero no lo hizo. Con los verbos salen a flote pequeñas disparidades:

breeding— engendra o criando o injerta o hace brotar o levantando o consiente;
mixing — mezcla o mezclando o cruza o confundiendo o confunde;
stirring — agita o remueve o despierta o removiendo o revolviendo o sacude o revive;
covering — cubriendo o cobijando;
feeding — nutriendo o alimentando o abonando.
Malpartida y Doce afirman en su prólogo que “traducir bien es crear nuevos poemas en la propia lengua sin dejar de ser fiel a los poemas de los que se parte.” Sería el mejor de los propósitos. Pero la libertad del traductor —recalca Perogrullo— es una falacia. En cambio, los lectores sí la poseen. Entre estas diez versiones del comienzo de The Waste Land quizás hallen alguna que se ajuste a la horma ideal del poema o quizá, recombinando palabras, reconstruyan una Tierra baldía casi equivalente a la original. Seguramente está por ahí.

Tedi López Mills











No hay comentarios: