Varlam Shalámov

Así camino —
a un paso de la muerte.
Cargo mi vida
en un sobre azul.

Aquella carta está escrita
hace mucho, desde el otoño.
En ella siempre la misma
pequeña palabra.

Quizás por eso
no muero,
no sé la dirección
de esa carta.

Varlam Shalámov



"¿Cómo se puede abrir un camino a través de la nieve virgen? Un hombre camina adelante, sudando y maldiciendo, apenas capaz de poner un pie delante del otro, quedando atrapado cada minuto en la nieve profunda y porosa. Este hombre recorre un largo camino, dejando un rastro de agujeros negros desiguales. Se cansa, se tumba en la nieve, enciende un cigarrillo y el humo del tabaco forma una nube azul sobre la nieve blanca brillante. Incluso cuando se ha movido, la nube de humo sigue flotando sobre su lugar de descanso. El aire helado está casi inmóvil. Los caminos siempre se hacen en días tranquilos, para que el trabajo humano no sea arrastrado por el viento. Un hombre hace sus propios puntos de referencia en este desierto nevado sin límites: una roca, un árbol alto. Dirige su cuerpo a través de la nieve como un timonel que conduce un bote a lo largo de un río, de un recodo a otro.

Las huellas estrechas e inciertas que deja son seguidas por cinco o seis hombres que caminan hombro con hombro. Rodean las huellas, no sobre ellas. Cuando llegan a un punto acordado de antemano, se dan la vuelta y retroceden para pisotear esta nieve virgen donde ningún pie humano ha pisado. Y así se abre un sendero. La gente, los convoyes de trineos, los tractores pueden usarlo."

Varlam Tíjonovich Shalámov
Poe la nieve



Dejaré la casa amada,me salvaré, apenas respirando;por la primera, nueva nievela caza es abundante.
Este mundo gritará truhán,¡timador! ¡timador!La saliva de una vieja perrase revuelve en su boca.
Este mundo de zorros con ojos rojos,con hocicos cubiertos de escarcha,donde cada uno estámuy orgulloso de su rol canino.
Y yo, las orejas juntas,voy a correr, correr,a ahogarle el alma con el corazónen la nieve que brilla.
Con el grito de los perros detrás de mí,parecido a los juegos de antaño,completaré mi camino en la tierra.

Varlam Shalámov




"El poeta se moría. Las grandes palmas de las manos hinchadas por el hambre, los dedos blancos, sin una gota de sangre, y las sucias y crecidas uñas, como cañas, reposaban sobre el pecho, sin protegerse del frío. Antes metía las manos entre la ropa, sobre la piel desnuda, pero ahora su cuerpo no conservaba el suficiente calor. Hacía tiempo que le habían robado las manoplas; para robar bastaba con no tener vergüenza, robaban a la luz del día. El mortecino sol eléctrico, cubierto de cagadas de mosca y herrado con una reja redonda, se hallaba sujeto arriba, bajo el techo. La luz caía a los pies del poeta, que yacía, como en un cajón, en la oscura profundidad de la hilera inferior de una formación compacta de literas de dos pisos. De vez en cuando los dedos de las manos se movían, chasqueaban como castañuelas, palpaban un botón, un ojal, un agujero del chaquetón, barrían alguna brizna y se detenían de nuevo. El poeta se moría tan lentamente que había dejado de comprender que se estaba muriendo. (…)"

Varlam Shalámov
Sherry-Brandy




Estoy vivo, no con mi pan
pero al frío, por la mañana,
cuando de un rincón de cielo glacial
como en un riachuelo me refresco.

Varlam Shalámov



Moscú, 20 de junio de 1965

Querida Nadezhda Yákovlevna,

La noche en que terminé de leer su manuscrito, le escribí a Natalia Ivanovna [2] una larga carta, inspirado por esa insistente necesidad mía de «dar cuenta» sin demoras, y sobre todo, por escrito. Hoy voy a repetirme un poco. Por lo demás, lo escrito y lo oral son en su principio de naturaleza diferente, cada uno tiene su vida propia. El centro de lo escrito se sitúa en una parte del cerebro muy diferente a la del lenguaje oral. Una exposición de conferenciante violenta, por esencia, la tradición del lenguaje oral, y la naturaleza de lo escrito. Dicho sea de paso.

Este manuscrito, Nadezhda Yákovlevna, como por otra parte toda su vida, así como la vida de Anna Andréyevna [3] ocupa uno de los lugares más singulares en la historia de la poesía rusa. Es el acmeísmo en sus principios, y su supervivencia hasta nuestros días y la celebración de su medio siglo. La doctrina, los principios del acmeísmo eran tan verdaderos, tan fuertes, contenían algo tan importante para la poesía que ellos han dado fuerza y vida incluso a una muerte, a una vida heroica y a una muerte trágica.

La lista de los padres del movimiento evoca un martirologio. Osip Emilievitch murió en Kolimá… Narbout [4] murió en Kolimá, el destino de Nikolái Gumiliov es conocido, así como es conocido el sufrimiento de Ajmátova como madre. Este manuscrito consagra y saca a la luz, para fijarla de una vez para siempre, la historia de los trágicos destinos vinculados al acmeísmo, dándoles un rostro. El acmeísmo nació, se desarrolló en la lucha contra el simbolismo, contra la manía del más allá, la mística, luchó por lo viviente y la paz en este mundo. Es esencialmente lo que ha permitido que los versos de Mandelstam, de Ajmátova, de Gumiliov y de Narbout sigan vivos en la poesía rusa. Más que los versos, son los hombres que han escrito estos versos los que siguen vivos en cada uno de sus movimientos, de sus sentimientos, aunque las pruebas más crueles los hayan conducido a la muerte. Los grandes poetas buscan y siempre encuentran un sostén moral en su propios versos, en su práctica poética. Usted ha buscado, como Osip Mandelstam y Ana Andréyevna, este sostén moral durante tantos años.

Estos problemas deben ser subrayados de manera primordial entre nosotros. Es de una gran importancia para la moral pública y el comportamiento individual.

Usted no solo evoca una constante del carácter ruso: el deseo de venerar y de pedir a cada momento permiso al mandamiento supremo. Pero igualmente este conformismo que lleva el nombre de «unidad moral», «deber superior de disciplina de la sociedad». Del mismo modo, la prisa en hacer una denuncia antes de que otro la haga contra uno. La aspiración de cada uno a ser nombrado jefe, a sentirse un hombre que participa en el poder de Estado. Así como el deseo de disponer de la libertad del otro, de la vida del otro. Y sobre todo usted habla de la cobardía, de la cobardía y de la cobardía. Se dice que en la tierra hay más buenos que malvados. Es posible. Pero hay un noventa por ciento de cobardes y cada uno de ellos, después de un período de chantaje, cambia para convertirse en algo más que un simple cobarde.

A la pregunta: cuál es el pecado más grande, el manuscrito responde: odiar a los intelectuales, la superioridad del intelectual. Yo agregaré: oprimir la libre de voluntad de otro, jugar con la libertad de otro, disponer de la vida del otro.

El manuscrito muestra qué amarga fue la lucha de cada día, de cada hora, y durante tantos años, contra los soplones y los informadores de cualquier edad y de todas las categorías. Y qué grande fue también la fuerza de resistir. Esta fuerza de resistir, moral y espiritual, se la siente en cada página.

El autor de este manuscrito tiene una religión, la poesía del arte. Ella está en la base del texto, en cada línea; una religión sin ninguna mística, absolutamente terrestre, que por sus cánones estéticos traza los límites éticos, las fronteras morales.

Todos aquellos, grandes poetas rusos, para quienes la poesía era un destino: Ajmátova, Mandelstam, Tsvietáieva, Pasternak, Annenski, Kuzmín, Jodasiévich, escribieron en metros clásicos. Y la entonación de cada uno es única, pura. Las posibilidades del verso clásico son infinitas.

[Extracto de la carta a Natalia Ivanovna Stoliarova]

Este manuscrito, como toda obra literaria importante, abarca  los dominios más diversos de la vida.

Antes de cualquier otra consideración sobre el manuscrito mismo, me gustaría plantear una conclusión de orden general (vinculada a la relación personal que tengo con Nadezhda Yákovlevna, a la impresión que conservo de mi encuentro con ella). Le doy mi conclusión. Un nuevo gran Hombre entró en la historia de la intelliguentsia rusa, de la literatura rusa, de la vida pública en Rusia. Lo esencial no es que sea la viuda de Mandelstam quien conserve piadosamente y nos transmita el testamento del poeta, sus pensamientos secretos, que sea ella la que nos cuente la amarga verdad sobre su terrible destino. No, eso no es lo importante, en absoluto, incluso si, desde luego, esa misión está cumplida. No es la compañera de Mandelstam la que entra en la historia de nuestra vida pública, sino un severo juez de nuestra época, una mujer que realizó y aún hoy realiza una hazaña moral de una dificultad extrema. Y pienso que no es de Mandelstam, sino de ella misma de donde el autor de este manuscrito sacó sus fuerzas morales. Nadezhda Yákovlevna sostuvo a Osip Mandelstam, día tras día, durante decena de años, y continuó viviendo con la misma fuerza de un alma heroica los veintisiete años que siguieron a la muerte del poeta, sin traicionar su memoria. Y sin traicionarse a ella misma. En realidad, no es la memoria de Osip Mandelstam lo que habría traicionado, sino a ella misma, su alma noble, aguerrida, a prueba de todo.

La mayoría de la gente tiene necesidad de estímulos, de alegrías cotidianas, incluso la gente más modesta. Las personalidades fuertes se forjan en la adversidad. Y esa personalidad fuerte entró en nuestra vida literaria, es un ejemplo a seguir, una conciencia exigente, juez de nuestra época.

Esa es mi primera conclusión, mi principal alegría.

En la literatura rusa, el manuscrito hace su entrada como una obra original, nueva. La disposición de los capítulos es de las más felices.  En el entramado cronológico se entrecruzan desarrollos históricos-filosóficos, cuadros vivos, retratos penetrantes, precisos y fieles sin sombra de amargura personal. El manuscrito entero, tal como está concebido, va más allá de la amargura personal y por esto mismo cobra una significación, una importancia mucho más considerable. Los ataques polémicos progresan hacia una tipología de la época y la serie de capítulos sobre la psicología de la creación es de un interés excepcional por su originalidad. Nadezhda Yákovlevna capta, observa, precisa los matices más sutiles del trabajo sobre la poesía. Ese milagro que es el nacimiento de una obra poética, lo más bello en este mundo, está contemplado aquí de una manera asombrosa. En este manuscrito todo alcanza un relieve mucho mayor cuanto que este estudio del trabajo poético fue hecho posible por la ausencia de libertad: la ausencia trágica de un domicilio está presente detrás de cada etapa de sus análisis, y el relato que surge de ahí nos encoge el alma. La perfecta calidad profesional de esta conversación nos hace un nudo en la garganta. Agradézcale a la autora, Natalia Ivanovna, por esta particularidad de primera importancia.

Volvamos al manuscrito. ¿Para mí, qué es lo esencial aquí? El destino de la intelliguentsia rusa. Nadezhda Yákovlevna tampoco dejó escapar a Ilf y a Petrov ni el repugnante ataque que ambos hicieron en Las doce sillas. Este libro vulgar fue lanzado con el objetivo de ensuciar lo que hay de más precioso en la sociedad rusa: la intelliguentsia; pero ella no desaparecerá, así como tampoco se apagará la vida, y menos el arte. El arte, el pensamiento, el talento son inmortales. Imposible aniquilarlos definitivamente. Nadezhda Yákovlevna supo escribir con luminosidad y precisión la tragedia de la intelliguentsia rusa. Fue justamente en los años veinte cuando empezó el terror, y la corrupción moral hizo su aparición mucho antes. Las más altas autoridades morales de Rusia, sus mejores seres murieron, generación tras generación. Pero si la intención es  matarlos, no podrán matarlos a todos.

Sumamente impresionantes son los cuadros que ilustran la corrupción de la sociedad. La espionitis atraviesa todo el libro, las quinientas páginas. Y es real, Natalia Ivanovna, todo esto ha existido. Ella no exagera nunca. Las denuncias motivadas por el miedo, la tendencia a exigir a cada paso una autorización que venía de arriba.

En el manuscrito se encuentran muchos rasgos significativos, como esta reflexión: «Viví toda mi vida acostada.»

Este manuscrito hace la apología de una religión, la única religión que la autora predica, la de la poesía, la del arte. El principio poético condiciona allí de manera estricta la estética, al menos sus fuentes, según los preceptos éticos del siglo diecinueve.  Este credo religioso se afirma sin exaltación mística, algo que es particularmente apreciable y convincente.

Soy un ser desprovisto de todo sentimiento religioso, incluso si reconozco su utilidad para la moral pública y privada. El manuscrito no se apoya sobre ninguna convención. Nadezhda Mandelstam conserva sólidamente los pies sobre la tierra. Por cierto es algo que le debe al acmeísmo; puesto que los acmeístas han librado un combate determinante contra los actos místicos de los simbolistas. Y Anna Andréyevna y Nadezhda Yákovlevna van, toda su vida, durante decenas de años, a defender su fe terrena. No hay palabras inútiles en este manuscrito, allí todo se dice con concisión y pertinencia. Es una voz humana la que se escucha a través de estas palabras que la autora  utiliza para hablar de eso que ella considera precioso y sagrado. Reconozco esta voz, me hace feliz.

Imagino Cherdyne, Voronezh, veo esos refugios improvisados donde vivieron Nadezhda Yákovlevna y Osip Emilievitch. El rol heroico que Nadezhda Yákovlevna tuvo en este combate con la vida es claro para mí. Algunos piensan que Osip Mandelstam, confrontado a la vida real, en lo cotidiano, se sirvió para luchar de un escudo de libros y no de una espada. No era un escudo de libros, sino el escudo de la cultura, y era incluso una espada y no un escudo. El manuscrito de Nadezhda Yákovlevna lo muestra bien. En lo que me concierne, la solución llegó de otra fuente. En el mundo que entonces era el mío, los libros no tenían un lugar. En mi actividad, me esforzaba por sobrepasar a cualquier profesional. En mi lucha personal contra los ladrones, para la cual me uní a los médicos, la poesía no podía ser una fuerza de vida: la sangre, el barro de todos los días estaban allí. Pero… los poemas no me abandonaron. Había que reservarle algún lugar a este querido trabajo antes que tener que chocar «de frente» con la vida.

Se encuentra en el manuscrito un excelente pasaje (se encuentran miles) donde todo el mundo, incluido los hombres de letras, ven a Mandelstam como un viejo. En ese momento tenía treinta años. Apenas pude arrastrarme con un gran esfuerzo sobre la tierra de Kolimá; mientras no encontraba las fuerzas para franquear un montículo insignificante, todos gritaban: «Dale, anciano.» Yo también tenía treinta años.

¿Acaso no decía Sloutski [5] que Mandelstam no trabajaba suficientemente sus versos? Qué tontería. Calificar de trabajo descuidado o inacabado un hallazgo o la búsqueda lenta de una nueva vía. Qué tontería decir eso. Las poesías de siete versos, las de trece, las otras, van más allá de los límites del verso clásico, no  se trata de un trabajo chapucero, que se hace a las apuradas. Nadezhda Yákovlevna hizo muy bien el terminar con esas especulaciones. Los «ciclos» como los «brotes gemelos», son, como siempre, el resultado de un orden. Los Cuadernos creo haberlos tenido ante mis ojos. No estoy seguro. En cualquier caso, todo lo expuesto, en lo que concierne a los cuadernos, los libros, los ciclos, puede servir de introducción al conjunto de nuestro arte poético y no solamente al arte poético de Mandelstam, de Ajmátova o de los acmeístas.

Ana Andréyevna Ajmátova tuvo un papel inmenso en la vida del autor, alentando su firmeza de espíritu, pero el papel que tuvo Nadezhda  Yákovlevna en la vida de Ajmátova fue igualmente muy importante, puesto que le dio un gran apoyo y mostró hacia una gran respeto hacia ella.

En cuanto a la doble vida, en cuanto a la Oda a Stalin, no quiero juzgar a nadie, incluso si, personalmente, nunca tuve el menor atisbo de verme forzado a escribir versos de ese tipo. El desliz poético de Mandelstam con su Oda a Stalin, que le probó al poeta que no podía mentir y no lo haría, y los continuos pesares de Pasternak a propósito de su «no un hombre sino una acción» me los conozco bien. Blok también lamentaba Los Doce. Aquí se pone en entredicho la naturaleza del poeta, su impulsividad. ¿Quién puede tirarles la primera piedra?

Extraño: Mandelstam escribió versos que ofendieron los oídos del verdugo y fue eliminado. Pasternak escribió una Oda a Stalin y siguió vivo.

Una simple conversación literaria era castigada con la muerte, con la muerte. Fue una suerte para Mandelstam que no llegó a la Kolimá, que haya muerto de tifus durante una cuarentena. Osip Emilievitch evitó lo más terrible, lo más degradante.  Si tuviese la oportunidad de recomenzar mi vida (y siento una gran alegría por haber vuelto y haberla encontrado, incluso si vuelve a mi memoria todo lo que tuve que sufrir), me suicidaría en alguna cala antes de llegar a Magadán.

Fue terrible todo lo que Osip Emilievitch vio y sufrió. Pero lo que le esperaba era incomparablemente más terrible. Las minas de oro de Kolimá.

Dejemos este tema tan triste.

Las observaciones de Nadezhda Yákovlevna sobre el folklore me parecen justas. Sin folklore, no hay poeta. Por cierto, no se trata de la leyenda virginal de Arina Rodianova y de su nodriza, o de aquellas de las prioras, que no son más que necedades, tonterías. El folklore desempeña un papel esencial en el complejo de las imágenes del poeta. Es el caso de Pasternak.

Es hora de que usted también ocupe el lugar que le corresponde por derecho propio, ese derecho que el nacimiento y el destino le otorgan. Poca gente supo volver de ese infierno y conservar su alma viva y fuerte, su temperamento. Ese infierno que ya dejamos detrás de nosotros es también nuestra superioridad, aquella que nos permite juzgar, apreciar, tener exigencias morales.

La presión que se ejerció sobre Nadezhda Yákovlevna en el transcurso de esos años de lucha contra los soplones fue intensa, pero grande también fue su fuerza de resistencia.

Sin embargo hay un defecto en el manuscrito que debilita un poco esta acusación. Los retratos que vamos encontrando con el correr de las páginas son muy expresivos, salvo cuando se trata de gente del pueblo. El tono mismo del relato que Nadezhda Yákovlevna hace de esta gente es un poco libresco, convencional, más bien pertenecen al siglo pasado.

Dicho esto, estoy totalmente de acuerdo con Nadezhda Yakovlevna, creo que el siglo diecinueve es el siglo de oro de la humanidad.

Está muy bien que Osip Emilievitch no haya amado la palabra «creación». En los años veinte, esta palabra no se empleaba en su sentido usual. De regreso a Moscú, después de veinte años (1937-1956), me sorprendió el progreso del lenguaje periodístico (los diarios estaban mejor escritos, la lengua era más correcta) y el brutal empobrecimiento de la lengua en las novelas y los relatos. Durante este período, la palabra «creación» empezó a usarse en las páginas de los diarios deportivos y se la puede leer casi en cada página del número del Sport soviético: «El autor del año», «el creador de la situación de gol» o «la creación de los autores de la fábrica: cojinete de rodamiento», etc.

El trabajo del poeta, la obra del poeta, pero no la creación.

La vida que llevaron Nadezhda Yákovlevna y Osip Emilievitch los privaba de toda posibilidad de escribir un diario. Por eso los poemas de Osip Emilievitch que recorren acontecimientos de la vida de ambos hacen de algún modo las veces de diario personal.

Lo que Nadezhda Yákovlevna dice de la mujer de Pasternak está muy bien. Pasternak pasó su vida encadenado. Era poco escuchado en su familia que lo trataba como un pobre de espíritu, o le imponían gente que no amaba; allí (en lo de Ivinskaia) donde se sentía más cómodo, estaba sujeto a toda clase de exigencias con fines interesados, exigencias que aceptaba en detrimento de él mismo. En cuanto a la conversación de Pasternak con Stalin, lo oí a él mismo hablar un poco de ella (a Pasternak, no a Stalin). Nadezhda Yákovlevna transcribe fielmente esta conversación, pero la frase: «Quiero hablar de la vida y de la muerte» no existió. Pasternak simplemente estaba inquieto, llamó, pero del otro lado de la línea colgaron.

En ocasión de algunos brindis al final de alguna comida, Pasternak brindó durante años a la salud de Ajmátova; Ana Andréyevna debe saberlo.

Estas líneas transcriben algunas anécdotas impresionantes como aquella en que Gorky tachó de la lista un pantalón destinado a Mandelstam, dejándole únicamente un pullover. ¿Queremos descifrar nuestra propia vida, Natalia Ivanovna? La pensión de vejez que recibía Ajmátova lo dice todo.

¿De dónde vienen todas estas discusiones sobre la forma y el fondo que dan vértigo? ¿Quién está en el origen de esta calamidad? Bielinski. Pero existe una tradición en la literatura rusa, la de renegar de Bielinski: Gogol, Dostoyevski, Apollon Grigoriev, Blok, Pasternak.

Me puso muy contento enterarme de que Mandelstam no usaba reloj y que tampoco jugaba a las cartas.

¿Se puede trabajar en el aislamiento total? ¿Qué fuerzas morales debe poseer un autor? ¿Y sobre todo su compañera?

Sobre Narbout. Es preciso que Nadezhda Yákovlevna corrija este pasaje. Le señalo el problema: el puesto de encargado que Narbout ocupaba en las letrinas del campo de tránsito, aunque horrible y degradante, era increíblemente ventajoso. Era muy difícil, casi imposible obtenerlo: era una fuente de mucho, mucho dinero. Entre los miles, las decenas de miles de personas, un solo hombre salía con su barril para deyecciones del territorio del campo, iba detrás de la alambrada de púa, fuera de la zona. Se lo sobornaba para que hiciera pasar un mendrugo de pan, y el barril era un sitio perfecto para toda clase de contrabando.

Todo eso lo conté en La Cuarentena. Ahí estaba Timofeev, un antiguo director originario de los Montes Urales. Aunque hambriento, vendía su ración y en un intercambio había obtenido una especie de valija fabricada en el extranjero a fin de tener algo que ofrecer al repartidor que le conseguiría este puesto bendito. Al cabo de una semana, pudo emborracharse y se forró en oro. Narbout, por su parte, hombre enérgico y encima privado de un brazo, pudo especular con su invalidez para obtener el puesto de encargado de las letrinas. En el campo, las escalas de valor se desplazan, todo se presenta de una manera distinta a como se presentan en el mundo normal. Conocí a Narbout en los años treinta, en ese entonces regresaba de su primera relegación (nos habíamos encontrado para hablar de la cuestión de «la poesía científica»). Era un hombre enérgico, ingenioso, no tenía inconvenientes en trabajar como encargado de las letrinas en el campo de tránsito.

Concluir que la devolución de un paquete no podía servir de prueba para comprobar la muerte de alguien es muy justo. Este tipo de bromas sanguinarias era motivo de poesía en el Comisariado del pueblo en el Ministerio de Asuntos interiores, y de diversión para los responsables del campo y no solo para ellos. La multiplicidad de tales actos prueba que era una consigna. «Los cabellos no caen de su cabeza [6]», etc. Un ejemplo: mi mujer que, en 1938, preguntaba dónde estaba yo, recibió la siguiente respuesta oficial: está muerto. Tal vez ese documento todavía existe. Las cartas que le había enviado le hicieron entender que esta respuesta solo había sido una «broma». En el relato El Apóstol Pablo, hablo de un hecho idéntico y muy conocido.

Ella señala con razón que se ha estimado más cómodo mezclar, para las estadísticas, el número de muertos en los campos y el número de muertos en la guerra. El número de muertos en los campos fue mucho más elevado.

Aplaudo a Nadezhda Yákovlevna por lo que dice de Romain Rolland «el humanista». Igualmente de Marchak. Marchak ocupa en mi espíritu un lugar decididamente negativo.

Sobre la miseria y todo lo que la acompaña, qué tono severo y trágico.

Sobre la Biblioteca del poeta [7], que publica todo salvo lo que le que serviría para los jóvenes y los historiadores de la literatura. Hay que renovar todo en esta editorial que ha envejecido mucho. Le puso fin a la primacía de la lírica rusa, le cerró a los jóvenes el acceso a Biély, Blok, Mandelstam, Kuzmín, Tsvietáieva, Ajmátova, Pasternak, Ánnienski, Kliúyev, Yesenin, Balmont, Severianine, Gumiliev, Voloshin, Jlébnikov, Pavel Vassiliev. En mi alma candorosa, Natalia Ivanovna, estimo que los versos de Ana Andreievna ocupan en la poesía rusa un lugar más importante que los de Gumiliev, poeta de la escuela de Briusov, al que este último pervirtió. También podemos incluir a Maiakovski. No es un poeta menor. Podemos emparentarlo con Vassili Kamenski quien, por otra parte, es uno de los más grandes innovadores. A Nadezhda Yákovlevna no le gusta, lo sé, esta división por «orden de grandeza». No se trata de «orden de grandeza», sino de defender a un ser contra poetas de segundo orden. Tal vez efectivamente no existan los poetas, sino como decía Tsvietáieva, un único gran poeta. Tal vez.

La referencia a Berdiaev parece un poco fuera de contexto en el manuscrito, ¿no le parece?

Tenemos aquí un documento psicológico de primer orden. Me quedé muy impresionado por la libertad interior que demostró Nadezhda Yákovlevna durante toda su vida, por el sentimiento que tiene de su derecho, que subyace en cada uno de los capítulos.

Es verdad que los poetas no pueden permanecer indiferentes al bien y al mal (la naturaleza tampoco, es un secreto que le entrego).

                Pero tú el artista cree firmemente

                En los orígenes y en los fines. Entérate

                El infierno y el paraíso nos acechan [8]

El capítulo «Mandelstam y Dante» es excelente. Por supuesto que todo lo que dije y escribí no agota ni de lejos las cualidades del manuscrito. Ya soy un hombre maduro, sin embargo pienso mucho en todo esto, encontré en este manuscrito muchos elementos importantes para mí mismo, nuevos, convincentes o que confirman con una fuerza sorprendente observaciones que había dejado en la sombra y que hoy la fuerza del talento de Nadezhda Yákovlevna y de Osip Emilievitch sacan a la luz. Natalia Ivanovna, felicite de mi parte a Nadezhda Yákovlevna. El documento que concibió es digno de la intelliguentsia rusa. Supera por su honestidad espiritual todo lo que conozco en lengua rusa. Es de una inmensa utilidad. Si bien muchos van a criticar algunas observaciones, algunas conclusiones, estos serán poco numerosos y, de cualquier modo, el pensamiento que el autor expresa es honesto, sin a priori y de una independencia de espíritu total.

Por cierto, su independencia de carácter, su profundidad, su altura espiritual se me revelaron desde nuestro primer encuentro. Pero estas páginas asombrosas superaron mi expectativa por su alcance, su fineza, su profundidad. Nadezhda Yákovlevna vuelve a poner en su lugar, en su verdadero lugar a mucha gente que cruzó en su vida, pero sobre todo es a ella misma a quien le vuelve a dar su verdadero lugar.

Permítame agradecerle, Natalia Ivanovna, la atención que siempre me ha otorgado y este nuevo regalo que me ha hecho.

                                                                       Su Varlam Shalamov

Traducción del francés de: Hugo Savino

Ph / Nadezhda Mandelstam

[1] Esta carta fue traducida de la edición francesa de Correspondance avec Alexandre Soljenitsyne y Nadejda Mandelstam (Correspondencia con Alexandre Solzhenitsyn y Nadezhda Mandelstam), traducido por Francine Andreieff y editado por Verdier en 1995. Algunos nombres rusos los he dejado con la grafía francesa. (N.d.T)

[2] Natalia Ivanovna Stolianova (1912-1984) traductora. Obtuvo un diploma de la Sorbona en 1934, fue secretaria de Ehremburg. Víctima de la represión fue detenida en 1937 y liberada en 1946. (Nota de la traductora francesa).

[3] Ana Ajmátova.

[4] Vladimir Narbout (1888-1944), poeta, cofundador del acmeísmo. Víctima de la represión, rehabilitado a título póstumo. (Nota de la traductora francesa).

[5] Boris Sloutski (1919-1986), poeta y traductor soviético.

[6] Proverbio ruso utilizado con frecuencia y con diferentes variantes. Una de ellas: «Una vez  cortada la cabeza, para qué sirven los cabellos» era utilizada a menudo en las prisiones y campos. (Nota de la traductora francesa).

[7] La Biblioteca del poeta: editorial fundada por Gorky en 1931. (Nota de la traductora francesa).

[8] Alexandre Blok (1880-1921). Estos versos corresponden a su largo poema Castigo, de 1914. (Nota de la traductora francesa).

Varlam Shalámov




"No es del arte, no es de la ciencia de donde el hombre extrae sus escasísimas cualidades positivas. Algo distinto les proporciona a los seres humanos su fuerza moral, no su profesión ni su talento. Me he pasado la vida observando el espíritu servil, rastrero y humillado de la intelectualidad; de las demás capas de la población más vale ni hablar...Yo conozco el secreto de los hombres que se hallan junto al estribo. Es uno de los secretos que me llevaré a la tumba. No lo contaré. Lo sé y no lo contaré.
(…)
Un campo es una escuela negativa de la vida, en forma total y absoluta. Nadie obtiene de allí algo positivo, necesario: ni el prisionero mismo, ni su líder, ni su guardia, ni los testigos involuntarios (ingenieros, geólogos, doctores), ni los superiores, ni los subordinados. Cada minuto de vida en el campo es un minuto lleno de veneno.
(…)
No se mostraba el termómetro a los trabajadores, era además completamente inútil. Había que salir con cualquier temperatura. Los más viejos se pasaban el termómetro, si hay neblina, hace cuarenta grados bajo cero; si respiramos sin mayor dificultad, pero el aire se exhala acompañado de ruido, quiere decir que hace menos de cuarenta y cinco; y si la respiración es ruidosa y está acompañada de una agitación visible, hace menos cincuenta.
(…)
Hoy no querría regresar con los míos. En casa nunca me entenderían, no me podrán entender. Lo que a ellos les parece importante yo sé que es una tontería. Y lo que es importante para mí, lo poco que me queda de importante, ellos no podrían entenderlo ni sentirlo. Además les traeré nuevos miedos, un miedo más, sumado a los miles de miedos que inundan sus vidas. Lo que yo he visto, un hombre no lo ha de ver, ni siquiera lo ha de conocer."

Varlam Shalámov
Relatos de Kolyma



Romperé el círculo de los arbustos,
saldré del claro.
Las ramas ciegas me golpean la cara, 
dejan heridas.

El rocío helado corre
por la piel caliente,
pero no puede enfriar
mi tibia boca.

Toda la vida marché sin senderos,
casi sin luz.
En el bosque mis caminos son
imperceptibles y ciegos.

¿Llorar? No es necesario decidir
esta pregunta.
Como caudales de amargas lágrimas
corren todos los ríos del infierno.

Varlam Shalámov



Soy pobre, solitario, desnudo,
estoy privado de fuego.
Alrededor de mí,
la oscuridad lila polar.
Le confío mis poemas
a la pálida oscuridad.
Mis pecados
apenas rozan su mente.
El frío arranca mis pulmones,
reduce mi boca.
Las lágrimas y el sudor helado
son como piedras.
Pronuncio mis poemas,
los grito.
Los árboles, desnudos y sordos,
terribles un poco.
Solo el eco de las montañas lejanas
silba en los oídos,
y es fácil respirar de nuevo
con el pecho lleno.

Varlam Shalámov














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