Alberto Rodríguez Tosca

Domingo

y llegado este día de trémulo amanecer

y llegado este día de trémulo amanecer me pregunto

a quién le importan estas monsergas lágrimas lloros

crujir de dientes cayendo a otro vacío como estrellas

y un poco quién se conmoverá con estos alaridos

de presuntuoso bailarín qué baile extraño se posa

en la ventana al alborear cuántas hojas de parra

ahítas de inútiles conjuros han desfilado por mí

en estas mañanas (a dónde se marcharon estas

mañanas que de mí nacieron y hacia mí guiaron

sus temores) cómo pude injuriar con tanto gimoteo

las palabras que amé las que me amaron cuándo

sobrevino el penúltimo naufragio a qué horas

me negué a nadar hasta la orilla quién no estaba

en la orilla (por qué tu garganta no secó

con un grito al arrogante océano) dónde puso su gran

huevo el fugitivo azar quién conspiró con la mordaza

para impedir la furia de los besos qué besos

no furiosos impidieron la mansedumbre de aquellas

manos de mujer que ayer acariciaron mi cabeza

por qué tantas caricias se fueron sin llegar por qué

tantos recuerdos llegaron sin partir por qué quién

dónde cómo cuándo y todo eso me pregunto

al filo de este día de trémulo amanecer.

Alberto Rodríguez Tosca



El extranjero

Hoy me puse mis galas de extranjero para salir a caminar. Esta ciudad no es mía. La recorro sin prisa. Dejo que me recorra como lo haría la mano de una niña abandonada en una caja de cartón ante la puerta de un prostíbulo. La ciudad ignora que yo existo. Me escurro entre portales, columnas, puentes, autos, muros, gente. Soy un fantasma aferrado a su túnica como al último madero de un bosque a punto de zozobrar entre las ruinas de un suburbio en llamas. En cada esquina me aseguro de que aún llevo la isla en peso doblada en el bolsillo. Asechan los ladrones. Los asesinos cumplen su ronda alrededor de los ensueños del paseante solitario. Despiertan exhaustos los amantes al regreso de la dura faena. Si algo le pasara a la isla en peso que llevo en el bolsillo, la lluvia que ha empezado a caer quedaría congelada en el aire y tendríamos que abrirnos paso por entre espadas de hielo. Si algo le pasara a la isla que llevo en el bolsillo. Me resguardo en la barra de un bar del barrio La Concordia y pido una cerveza y un reloj. Busco el aturdimiento en el reloj y la hora exacta en la cerveza. Escribo este poema al dorso de la carta donde me advierten que debo seis meses de alquiler. ¿Será muy tarde ya para rendirle cuentas de las derrotas de anoche a la noche de las derrotas de mañana? En la mesa contigua un hombre llora, otro habla con la sombra de un barco que navega desconsoladamente en la pared. Yo pago la cerveza y vuelvo a la intemperie de un mundo que gira a la velocidad de un lirio. Sí, esta ciudad no es mía, pero tampoco de quienes la heredaron. Es del alba, es del sueño, es de la noche. Por eso hoy todos nos pusimos las galas de extranjero para salir a caminar.

Alberto Rodríguez Tosca




Las derrotas

Aquí comienza la enumeración de mis derrotas. Las que me propiné me propinaron. Les ordeno marchar en fila india como bestias marcadas con broquetas de azufre a la vista de una horda de ángeles. Les tapo los oídos para que no se distraigan con la euforia de los triunfadores. Las beso en la boca para que se distraigan con mi beso mientras pasa la quinta columna de los hombres felices. Este lunes, mis derrotas y yo nos pusimos de acuerdo para mirarnos a los ojos. Ya nos estamos viendo, rozando con los dedos, casi amándonos a la sombra indiferente de un cielo en llamas: Amigos idos, cuerpos enfermos, espíritus en ruina, vinos baratos, endiablados alcoholes, heridas en la cara, lenguas traidoras, mujeres en fuga, puertas clausuradas, plegarias, miedos, hambres, fiebres, cansancios, filias, fobias, héroes, mártires, extravíos de fe, hojas en blanco, naves a la deriva, falsos poemas, entierros, destierros, nombres propios, recónditos adioses, mis 38 años, todas las tumbas: mi madre en una de ellas, y polvo, polvo, mucho polvo cayendo sobre la realidad como chispas de agua sin consagrar en un bautizo embrujado. Ya fueron despedidas todas las plañideras. No habrá lamentos pero habrá un gemido. Un solitario gemido de papel a la luz de dos lunas. La mía y la vieja luna del mundo sobre cuyas laderas se acuestan con la muerte todos los derrotados. Buenos días, siglo. Por fin nos encontramos. Ojalá no hayamos llegado tarde a la cita.

Alberto Rodríguez Tosca




Las vidas tranquilas del dolor

Vienen y van como cometas perdidos en una galaxia enemiga. Arden en la fragancia de los trinos y no se comprometen si no con sus propias estelas de agua. Son las vidas tranquilas del dolor. La calma chicha de la sangre agujereada por alfileres de seda. La fuente. El puente. Una estación para sembrar pequeños botones de bocas cerradas. El silencio no es humano. Lo alquilan en la tierra para falsificar la gloria de los dioses. Pero si callas hoy mañana te será dado un reino de noches sin culpas y devuelta la devoción por la música de los desiertos. No soy digno de decir lo que digo. Pero la madrugada será larga y nadie llamará para decir que no soy digno de decir lo que digo. Una cerveza, un ánfora, una foto, un perro, un vaso, un puerto, una tumba de más, una conversación con las estrellas y un país. Así transcurren las vidas tranquilas del dolor. Entre un cuerpo que tiembla y una ventana por donde alguna vez se fugó el día.

Alberto Rodríguez Tosca



Los cobardes

Y si sobre los cobardes no se ha escrito nada se va a escribir ahora. Y se va
a escribir por ejemplo que soy cobarde. Tan cobarde que ayer no lo pudiera haber escrito. Esto es un arranque de valor, un instante de relativa lucidez,
y si me da vergüenza es por la cobardía de no haberlo gritado antes. Los engañé a todos. Les hice creer un cuento y era otro. Y si me da vergüenza
es porque nunca me engañé yo mismo, siempre tuve conciencia de mis
disfraces, con ellos evadí infinitos campos de batallas y seguí recibiendo las mismas ganancias que en la Victoria. Que nadie me perdone ni me diga lo
que tengo que hacer (…) Lo peor de todo era escribirlo, y ya está escrito.

Alberto Rodríguez Tosca




Mi sombra y yo

No estamos para nadie mi sombra y yo. No estamos para el cobrador de impuestos, la prostituta, el argonauta, el ministro, el alienígena, el banquero, el bibliotecario, la viuda alegre, la monja, el cura, el pastor cuáquero, el hijo pródigo, el aprendiz de brujo ni para el último de los Mohicanos. No estamos para el Señor de los Anillos, el Corsario Negro, el dueño de las nubes, el cazador solitario, la voz de la conciencia, la mejor usanza, los días de guardar, el Ángel de la Jiribilla, los ratones de Hamelin, el Cardenal Masarino, Rómulo y Remo, Hansel y Gretel, Tristán e Isolda, Jonás y su ballena, San Jorge y su dragón. No estamos para el coleccionista de mariposas, el general de cinco estrellas, el soldado desconocido, el vendedor de Biblias, la niña, el parapléjico, el suicida, el borracho, el proxeneta, el médico de guardia, el terrorista talibán, el falso amigo, el jugador de póker, el corredor de bolsa, el contrabandista de huracanes. No estamos ni para Dios si llega con sus perros a llevarse mi sombra.

Alberto Rodríguez Tosca



"No vivimos la vida: sucedemos en ella."

Alberto Rodríguez Tosca



Viéndolas llegar a la Universidad

Cuántas de estas muchachas

amanecieron hoy en brazos de otro,

después de haber hecho el amor una

y otra vez en el largo delirio de la infancia

crecida. Cuántas reventaron de fiebre

esta mañana mientras yo convalecía de mí

y me abrazaba a mis sudores como un náufrago

se abraza a un tronco para soñar con una orilla.

Con cuántas orillas y frutas y veranos soñaron

estas muchachas hoy al final de la ruda faena.

Yo las veo subir las escaleras de la Universidad

y se me parte el alma. ¡Cómo envidio a ese otro

que esta mañana deambuló en sus senos, se ahogó

en sus labios y murió en sus caderas! Cuántas

de estas muchachas imaginan que en la ciudad

un hombre se muere por ellas y madruga sólo

para verlas subir y deletrear con letras ciegas

las habilidades de sus cuerpos desnudos

contoneándose al ritmo del tic tac de un reloj.

¡Si supieran estas muchachas lo que vaga ese hombre

al verlas pasar con el pelo aún mojado y la sonrisa

del placer todavía desarmándose en sus bocas! Si

lo supieran, dejarían de subir las escaleras y correrían

a comprar una cuerda para llegar a su balcón y secarle

esa lágrima que corre sólo por ellas que amanecieron

hoy en brazos de otro haciendo el amor una y otra vez

en el largo delirio de la infancia crecida.

Alberto Rodríguez Tosca










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