Andrzej Szczeklik

"Al poco tiempo de regresar a Inglaterra, Charles Darwin adquirió una casa con jardín en Down, en el condado de Kent. Podemos imaginar su día a día allí durante aquellos años, paseando por el sendero de tierra del jardín mientras reflexionaba sobre la evolución. Reúne y escribe en sus cuadernos abundantes pruebas de su existencia y autenticidad; en las pausas cría palomas y prueba cruces, escribe perspicaces tratados de zoología que le asegurarán el reconocimiento en los círculos de especialistas y una alta posición como científico. En el otoño de 1838 llega a sus manos la sexta edición del afamado Ensayo sobre el principio de la población del profesor de economía política británico Thomas Malthus, en el que lee que pese a que el crecimiento natural de los seres humanos y otros mamíferos tiene lugar en progresión geométrica, la cantidad de individuos adultos en la población se mantiene en un nivel estable, y que ello está condicionado por el acceso limitado a alimentos, la muerte a manos de sus depredadores, las guerras o las epidemias. De ese modo Darwin encuentra los ingredientes esenciales de su teoría sobre los mecanismos de la evolución: la lucha por la supervivencia entre individuos de la misma especie, como resultado de la cual sobreviven los que están mejor adaptados. A raíz de la lectura de Malthus esbozó esas ideas y las desarrolló con mayor detalle en un cuaderno fechado en 1842 y que reservó para sí mismo.
Dio a conocer los resultados de sus investigaciones y reflexiones apenas a un puñado de personas, sabedor como era de que los críticos lo devorarían en caso de no presentar debidamente documentada la obra de su vida. Y precisamente ése fue el destino que encontró el libro que difundía la idea de la evolución, publicado con el seudónimo de Robert Chambers. Por encima de todo sintió que, si anunciaba su teoría, rompería el orden de la Inglaterra victoriana, la estabilidad de un mundo que hasta ese momento se había fundamentado en el libro bíblico del Génesis, en pocas palabras: actuaría en contra de las verdades de la religión. Por ese motivo, en una carta a su amigo el botánico Joseph Hooker, en la que presentaba los fundamentos de la teoría de la evolución y la selección natural, se refirió a ella como «la confesión de un asesinato». Darwin esperó veinte años y probablemente la teoría no habría visto la luz hasta su fallecimiento si no hubiera sido por una carta que recibió desde las antípodas en junio del año 1858 de forma completamente inesperada. Su autor era Alfred Russel Wallace, y adjuntaba a la carta un breve manuscrito del que Darwin afirmó que era el mejor resumen imaginable de mi teoría."

Andrzej Szczeklik
Core




"Cuando yo era un médico novato y los inviernos del siglo dejaban aterida a la ciudad de Wroclaw, a eso de las tres de la madrugada trajeron al hospital a un hombre congelado. Lo habían encontrado a orillas del Oder, donde las temperaturas habían descendido hasta los 35 grados bajo cero. Estaba yerto y frío como un carámbano, no respiraba, su corazón no latía, el electrocardiógrafo dibujaba una línea plana, horizontal. La reanimación era por aquel entonces una gran novedad, y no disponíamos de aparatos de ningún tipo. Éramos dos, una enfermera y yo. Empecé a hacerle un masaje cardíaco, mientras ella le practicaba el boca a boca. Con cada soplo, el recinto se llenaba de vahos de alcohol de quemar. El corazón volvió a funcionar aproximadamente al cabo de una hora, e hicieron falta dos más para que el paciente recuperara la respiración. Al día siguiente, abandonó el hospital por su propio pie sin olvidarse de echarnos una bronca monumental al no encontrar su paquete de cigarrillos Ekstramocne. Asombrados, mandamos una descripción del caso a la revista Lancet, aunque no supimos responder a la pregunta del redactor acerca de la temperatura corporal del reanimado. Más de un cuarto de siglo después, en la misma revista se publicó la descripción de un accidente que había sufrido en el lejano norte una corredora de fondo noruega. Se había caído por una brecha en el hielo. La sacaron dos horas después, sin vida y con una temperatura corporal de 13,7° C, y la transportaron a Tromsø en un avión de rescate. Su corazón se puso en marcha tras varias horas de calentamiento con sangre a través de un sistema de circulación extracorporal. La paciente tuvo que permanecer hospitalizada durante los cinco meses que duró la rehabilitación. Accidentes como éste han sugerido hace poco la idea de utilizar mantas refrigerantes en las unidades de cuidados intensivos que reciben víctimas de accidentes de tráfico. La disminución de la temperatura corporal—por lo menos algunos grados—ofrece esperanzas de retrasar las lesiones cerebrales irreversibles y facilita la recuperación del pulso y la restauración del funcionamiento del corazón.
Hay unos cuantos miles de americanos a los que resulta imposible tomarles el pulso o medirles la tensión arterial, aunque por lo menos algunos de ellos hacen una vida relativamente normal. Llevan incorporadas al corazón unas pequeñas bombas que refuerzan de forma continua, no pulsante, la circulación de la sangre entre el ventrículo izquierdo y la aorta. También viven en el mundo algunos enfermos a quienes se les ha extraído el corazón para sustituirlo por un artilugio del tamaño de un pomelo, hecho de titanio y plástico, que «representa la tecnología más avanzada que el hombre jamás haya llevado dentro de su cuerpo». Los marcapasos eléctricos son de uso común, y el abanico de fármacos contra las arritmias es muy amplio y no para de crecer. Pero a veces ocurre que, donde las medicinas más potentes fallan, las palabras ayudan. "

Andrzej Szczeklik
Catarsis



"El deber más importante de un médico hoy es dar esperanza; el sistema nervioso y el inmunológico están conectados, si bien aún no lo sabemos todo; por eso no me importa que mis pacientes se vayan a ver a un curandero si no hay contraindicación. Si la medicina clásica no sabe ayudar al paciente y éste tiene fe en que aquello le puede curar, por mí, adelante; lo que es vital es mantener su fe."

Andrzej Szczeklik



"El paciente debe notar que alguien tiene interés por su infortunio..."

Andrzej Szczeklik



"He escrito este libro (Catarsis. Sobre el poder curativo de la naturaleza y el arte) para mirar de cerca la profesión a la que me dedico y tal vez con la esperanza de despertar el interés del lector, ya que trata temas como la enfermedad y el sufrimiento que, tarde o temprano, nos afectarán a todos. El libro habla del arte de la medicina, es decir, de la capacidad de reconocer las enfermedades y del don de prever o pronosticar su desarrollo. A menudo, el texto hace incursiones en el terreno de la poesía y de la música, lo que obedece a la convicción del autor de que la medicina y el arte tienen un origen común en la magia, puesto que las principales preguntas de ambas derivan de los mitos—esos sueños eternos—, sobre todo de los mitos griegos, y la misteriosa purificación a la que alude el título está presente tanto en la historia de la medicina como en la de la estética, cuyos fundamentos crearon Pitágoras y Aristóteles."

Andrzej Szczeklik



"Volver a las buenas prácticas de la medicina, no todo han de ser TAC y resonancias. Muchas enfermedades no son nada importante: hablando, escuchando y recetando cosas básicas y sencillas darían el mismo resultado y se rebajarían costes."

Andrzej Szczeklik






















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