Joaquín E. de La Torre

babel

en los besos de esa mujer
se vuelve a erguir la torre perdida
de babel/ sólo la ruina quizá
qué nos hace qué nos deshace
tiempo y viento
cayeron sobre nosotros
y poco a poco nos sepultaron
y nos guardaron cálidos y secretos
nada puede acabarnos ni hacernos arena
por entre las piedras quebradas de un camino
creceremos como la hierba
lenta y dulce/ tierna y humilde
frágiles desde los escombros/ últimos
gérmenes de todo el mundo
dios no nos verá llegar

Joaquín E. de La Torre



Botella de vino

Aunque la indomable arena guarde votos
condenados, imposibles
incluso para el misterio del mar,
también cede a la caricia del fuego
por la tentación de la belleza eterna
y se torna en delicado cristal
para resguardar una flor
frágil, como cualquier crepúsculo, tan frágil,
que se proyecta por la ventana de la cocina.

En la mesa del hogar, días más tarde,
la flor —otra promesa fugaz— se marchita
y la vanidosa arena se quiebra a su lado
cuando ambas llegan al fondo del basurero.

Entonces, por la noche, fragmentada,
y sin éxito, pretende volver
a su forma indomable.
Cela, en ese instante de fracaso,
al hombre que la desechó:
su don de tornar al polvo,
su envase capaz de ser tierra
una vez más: frasco vacío,
sin derrotas a cuesta,
remordimiento, ni promesas truncas.

Joaquín E. de La Torre



Limosna

Se detuvo el metro a mitad del túnel.
Pensó que alguien se había arrojado a las vías
y envidió sus agallas. Sobre todo

al recordar los besos y caricias
al fondo del vagón.
Ahora procura los asientos
a un lado de la ventana
para contemplar la oscuridad del túnel:
es su forma de soslayar el vacío

al volver la mirada
sobre su hombro. El silencio
durante los viajes se ha vuelto

otra manera de guardarle su espacio
frente al rumor cotidiano,
contra las voces desconocidas:
es un intento por alejarse de mundos imposibles.

Más tarde, en el transbordo,
de regreso hacia su casa,
justo antes de que el vagón se abra
y un tufo de humanidad lo atropelle,
sopesa sus bolsillos y considera
si no sería mejor arrojarse a las vías del tren
para entorpecer el camino de dos enamorados,
dos jóvenes ansiosos
por llegar quién sabe a dónde.
Después de perder esa media vida
de tranvías y camiones,
piensa en brindarles
ese par de minutos que trae sueltos en la bolsa.

Joaquín E. de La Torre



















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