Nélida Cañas

Agosto

Hay silencio en la casa
Afuera el viento se deshace/ entre las hojas
El frío de agosto/ toca/ raspa
Todavía quedan/ algunos matojos/ de narcisos amarillos/ en el patio
Escucho tu voz diciendo/ como todos los años:/ Hay que pasar agosto…
-Agosto/ agostado/ angostura/ angustia
palabras reunidas que asolaron tu alma-

Ay, padre mío,/ qué poco que supimos/ el uno del otro
Aunque yo te miraba/ pastor de lejanías
en aquella escalera/ que daba a la puesta del sol
¿Y vos, me mirabas/ en el rincón de la cocina
con el cuaderno/ y la tinta china negra
dibujando geografías imposibles?

¿Qué fue de nosotros, padre?
Vos te fuiste en agosto/ poblado de silencios
Yo persisto entre signos/ tratando de alcanzar
la geografía de tu alma
Hay que pasar agosto…/ me digo en un susurro
y miro
los matojos amarillos
en el patio.

Nélida Cañas




Algo se ofrece como una oscura dicha

Cuando despertó se sintió libre del dolor que la sometía.Liviana. Con los huesos huecos y con pozos de aire como los pájaros. No supo dónde estaba, pero una puerta se abría al final de un largo pasillo. A medida que avanzaba la puerta se desdoblaba en otras puertas. Pero ella, cada vez más ingrávida, no dejaba de acercarse. Solo quería mirar del otro lado.

Nélida Cañas




Aprendizaje

Cuando era pequeña
miraba llover
en los ojos de los caballos
No se parece a nada
a ninguna otra tristeza
sobre la tierra
Creo que entonces
en esa lluvia incesante
aprendí
la melancolía
su vago hechizo
su lento desolar

Nélida Cañas



Coleccionistas

El coleccionista busca el secreto del universo. Aquel detalle que "lo explica o contiene". Nunca encuentra la última pieza del infinito puzzle. Fracasa. Pero ese fracaso incentiva la busca. Sabe que aunque la colección nunca se complete deberá seguir con la convicción de revelar a los mortales el secreto escondido del universo. Al igual que el poeta que busca esa  palabra que descifre el misterio.

Nélida Cañas



Conspiración

En las tardes de otoño se me pega una llovizna gris en todo el cuerpo. Aunque no llovizne. De solo estar escucho un adagio tristísimo. Un solo de violonchelo. Siempre viene una palomita del monte, de esas de oscuras y veloces con patitas rojas, hasta el borde del mantel para picotear migajas. Si quisiera podría tocarla. Pero no lo hago. Me gusta mirarla e imaginar dónde se refugia por las noches. Me gustaría seguirla para descubrir el refugio elegido. Lejos de los gatos. Me aterran esos días en los que encuentro montoncitos de plumas desmigajados en el patio. Sé que ellos acechan. Necesito una manera de alejarlos de sus presas. Por las noches mientras miro la oscuridad voy urdiendo conspiraciones para que nadie se entere qué pasó con los gatos.

Nélida Cañas



Contemplar, nombrar, comprender…

Nací en la plenitud de la llanura, al sur de la provincia de Córdoba. La llanura preparó mi espíritu en la contemplación. Fue mi templo. Mi lugar de observación señalado por el augur, como dice Denise Levertov. Ahí desarrollé esa capacidad para alcanzar un estado de meditación, que significa la posibilidad de mantener la mente en la contemplación. Lograr un estado de vigilia, de máxima atención para el descubrimiento. Porque aquella niña, sigilosa y callada que yo era, debe haber creído sin saberlo que dios habita en los detalles. Creo también que mis verdaderas lecturas comenzaron cuando no tenía libros y la trama del mundo que me rodeaba era un texto para ser leído. En los días de la infancia el mundo me hablaba de cosas que no entendía. Aún lo hace. El lenguaje de los seres y las cosas me era inasible. Intentaba, sin embargo, balbucir algo. Algo en la indigencia. Algo ante el silencio y la soledad. Intentaba arrancar las cosas de su mutismo. Acaso comprender.

Nélida Cañas



Escribir

Escribir contra toda esperanza
con eso que nos corroe
como a una vieja lámpara
cuyo pabilo titila todavía.
Escribir sin pensar
con esa emoción desbaratada
entre el esternón
y
las costillas.
Trazar signos
como estrellas fugaces
en la noche del alma
y no aferrarse a nada,
dejarse ir
sin bordes,   sin orillas,
hambrientos de infinito
sin una sola nube
que nos salve.

Nélida Cañas



Mujeres

Mujer-crisálida

En su cápsula de hojas la pequeña crisálida no supo si aquel desprendimiento era algo que llegaba o se marchaba de su cuerpo. Un ramalazo de luz la cegó por un momento. No quería moverse. Quería permanecer ahí. De ese modo. Libre del vértigo del vuelo. Mujer-crisálida. Olvidada de sí plegó sus alas.

Mujer-sombra

Una sombra esquiva se desdibujó entre los árboles. Aquello no le pesaba en el cuerpo como si se hubiera desprendido unos centímetros del suelo y planeara en lo ingrávido. Sintió un extraño estremecimiento como el de una pajarita de papel arrojada al vacío o un pétalo en la corriente del agua. 

Nélida Cañas
















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