Sara Uribe

"Hay noches en que te sueño más flaco que nunca. Puedo ver tus costillas. No traes camisa y andas descalzo. Puedo ver tus ojeras y tu cansancio de días. Andas solo por ahí en las noches, recorriendo calles de ciudades desconocidas. Andas rastreándome, Tadeo, como quien se aferra a algo incierto, como quien aún en la zozobra guarda un poco de cordura y busca la salida de emergencia. Andas buscándome en la oscuridad y a tientas porque de algún modo intuyes que voy tras de ti. Por eso te pienso todos los días, porque a veces creo que si te olvido, un solo día bastará para que te desvanezcas."

Sara Uribe
De Antígona González




Poema en que la enunciante parafrasea, para refutar por falsas, una serie de estulticias en torno al origen y naturaleza flagelantes de la poesía

Si te dicen que sólo
puedes escribir poesía
si has sufrido
si estás sufriendo
si sabes inequívocamente que sufrirás.
Que toda escritura
debe partir de La Herida.
Créeme
te están mintiendo.
Ni lo de abandonar esperanza alguna. Ni lo de fallar como un idiota. Ni los infiernos de lava en los cuales arder. No, tampoco lo de arrojarse de las bordas. Ni lo de las veintiséis reencarnaciones para poder redactar como el vate fantoche de sombrero y moño que recita sus poemas de memoria para impresionar.
Créeme,
no lo necesitas.
No somos loros
y la declamación es una técnica
afortunadamente
en desuso.
Lo siento, lo de las cantinas y el lodo, el cigarro entre los dedos, la barba de días, la torrecita de marfil, la erudición y la pureza de tu voz. No, la sabiduría tampoco. Lo de tener que haber vivido para poder escribir. Lo de pulir un poema durante seis años. Lo del tiempo de respiración del poema. Lo del poema fundacional. 
Créeme
es pura
construcción
de personaje.

Sara Uribe




Un fila inmensa. Esta mañana. Llegamos arrastrando los pies tras la zozobra del viaje, tras la intemperie, tras el cansancio infinito desde el miedo hasta la morgue.

[¿No hay un sol de los muertos?
Este sol ya no es el mío]

Aquí todos llegamos solos.

Somos un número que va en aumento. Una extensa línea que no avanza, que no retrocede. Algo que permanece agazapado, latente. Esa punzada que se instala con firmeza en el vientre, que se aloja en los músculos, en cada bombeo de sangre, en el corazón y las sienes.

[¿No hay un sol de los muertos?
Este sol ya no es el tuyo]

Somos lo que deshabita desde la memoria. Tropel.
Estampida. Inmersión. Diáspora. Un agujero en el bolsillo. Un fantasma que se niega a abandonarte.
Nosotros somos esa invasión. Un cuerpo hecho de murmullos. Un cuerpo que no aparece, que nadie quiere nombrar.

Aquí todos somos limbo.

[¿No hay un sol de los muertos?
Este sol ya no es el nuestro]

Entre los pasos a seguir para buscar a un desaparecido hay que ver un álbum de fotografías de cadáveres.

Este dolor también es mío. Esta sed.

La tarea de reconocer un cuerpo. Ése que tocamos para sabernos reales. Ése que nos cobijó con su abrazo. Ése que recorrimos con el tacto o la memoria.

¿Cómo se reconoce un cuerpo? ¿Cómo saber cuál es el propio si bajo tierra y apilados? Si la penumbra. Si las cenizas. Si este lodo espeso va cubriéndolo todo ¿Cómo reclamarte, Tadeo, si aquí los cuerpos son sólo escombro?

Este dolor también es mío. Este ayuno.

La absurda, la extenuante, la impostergable labor de desenterrar un cuerpo para volver a enterrarlo. Para
confirmar en voz alta lo tan temido, lo tan deseado: sí, señor agente, sí, señor forense, sí, señor policía, este cuerpo es mío.

Hay quienes por sus tatuajes. Otros más las cicatrices.

Quienes por la ropa que llevaban el último día que fueron vistos, quienes por su dentadura y los sólo por adn reconocibles.

Los que antes de atisbar el umbral se desmayan, como si sus ojos estuvieran impedidos para identificar lo amado en la materia informe.

Los hay quienes indagan como una forma de rehusarse a permanecer en el silencio al que han sido conminados.

Los hay quienes inquieren una y otra vez a modo de encarar el infortunio.

Sara Uribe






Uno, las fechas, como los nombres, son lo más
importante. El nombre por encima del calibre de
las balas. 

Dos, sentarse frente a un monitor. Buscar la nota
roja de todos los periódicos en línea. Mantener la
memoria de quienes han muerto. 

Tres, contar inocentes y culpables, sicarios, niños,
militares, civiles, presidentes municipales, migrantes,
vendedores, secuestradores, policías. 

Contarlos a todos. 

Nombrarlos a todos para decir: este cuerpo podría
ser el mío. 

El cuerpo de uno de los míos. 

Para no olvidar que todos los cuerpos sin nombre
son nuestros cuerpos perdidos. 

Me llamo Antígona González y busco entre los
muertos el cadáver de mi hermano.

Sara Uribe





Use el cojín del asiento para flotar 

¿Es cierto que podríamos dormir sobre las nubes?
Diez mil pies de altura es la distancia exacta para qué, para quiénes.
¿Somos nosotros mismos mientras viajamos en esos minúsculos asientos,
sentados sobre cojines, que en caso de caer no servirían para flotar?
Para flotar qué mar.
Para flotar qué turbulencia.
No, no somos nosotros los que por las ventanillas miran.
Nuestros cuerpos nada saben de nadar, de nubes.
Las nubes son agua
sobre polvo
caída
a veces
el último
recuerdo
de cosas perdidas.
Soñamos que volamos
pero es humo.

Sara Uribe









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