Violeta Orozco

Cómo destruir una ciudad

I
Recorreré la ciudad entera llamándote y tú no vendrás. Yo lo sabré antes de que existas y nazca el dios de la ciudad que vuela y barre con sus ojos las anchas calles, abarcando en su carrera las leguas que nos separan, las lenguas que nos confunden. Porque yo, como él, soy tu ciudad, tu pérdida y tu encuentro, tu alegoría, tu babel y tu cárcel, tu ardor suicida. Soy el lindero, la muralla china. Mi ciudad muerta y viva todavía, mi herida antigua, mi espera demolida en olvidos y distancias, mi guarida temporal, mi energía latente de temporada nueva, mi amor que convalece siempre.

II
Y anduve contigo la ciudad desierta, buscando vaciar mi corazón en ti o en la noche o en cualquier otro contenedor enorme, insaciable, sin memoria.
Y anduve contigo la ciudad de piedra, tratando de ablandar al cemento con mi paso intermitente, tratando de tocarte con el pensamiento, camuflándome en las sombras soñolientas para que nada me pensara.
Y anduve contigo la ciudad despierta en la noche amueblada de luces y ventanas, anduve contigo las distancias que separaban las esquinas sin lustre de la belleza enterrada en el fondo de sus grietas.
Y anduve contigo ciudades desiertas, inventadas por nuestra ignorancia desesperada, por nuestra sed de rastros y significados.
Anduve contigo las sendas y las banquetas que nos iban encontrando.
Caminamos sin ver, sin vernos, especulando al otro en su silencio. Con la ciudad muerta alrededor de nosotros, marchábamos infatigables para reconstruir algo que nunca había sido edificado. En la era de los derrumbes y las demoliciones, caminábamos para revivirla, imaginando que podíamos pavimentar el mundo con nuestros pasos, emparejar la tierra con nuestra persistencia. Con la ciudad muerta alrededor de nosotros, caminamos la carretera sin fin como quien tiene un destino.

Violeta Orozco




Cómo leer una ciudad

Aquél que no sabe caminar sin mapas
debe aprender a leer ciudades.
Sentir antes que nada,
el llamado de ciertas avenidas
la mirada fija de ciertos callejones,
el imán extraño
de ciertas esquinas escondidas.
Porque la ciudad no es una sola
no es un sitio ni una zona
la ciudad es un espacio
que no cabe en cualquier mano,
se ajusta apenas
a ciertas premoniciones
a ciertas penas, ciertas horas
atardeceres ahogados en las nubes
impreciso hundimiento de ardores,
augurios húmedos, lluvias apagadas
que sienten los que esperan
y la llevan a cuestas
(pues aquél que sabe caminar sin mapas
necesita una ciudad para extraviarse.)

Violeta Orozco




Desde siempre 

Me tendí­ sobre mi muerte
como si fuera el manto
envolvente de la higuera.
Me tendí­ sobre mi sombra
pensando que el vací­o
no existí­a.
Y todas las imágenes
cayeron sobre mí­ como un meteoro.
Estaba todo tan lejos
que no podí­a tocarlo.
Todo era tan amplio
que no me alcanzaban los ojos
para mirar.
Sueños desterrados hemos sido.
sueños cayendo hacia su hoguera
de estrellas extenuadas.
Pero yo me tendí­ sobre mi muerte
como si fuera una piel abrigadora
porque pensé que mi muerte era un refugio
o una gran habitación sin muros
tan alta que las enredaderas llegarí­an a la nube más próxima
y podrí­an colgarse ahí­ como un columpio,
como un puente entre el estar y estar ausente.
Pero cuando me tendí­ sobre mi muerte
supe que era más grande que mi vida
y entonces tendí­ mi vida al pie de mi muerte
para volver a ganarla
y así­ pude atestiguar cómo mi muerte
rendida de ser ofrendada
se levantó del suelo y me dejó tendida
mirando la lluvia
desde el polvo constelado.

 Violeta Orozco
 

 

Desde una plataforma petrolera

Yo vi su soledad frente a la muerte.
y sus manos jugaban con las olas
como si fueran cartas
que supiera de memoria
y sus manos jugaban con la muerte
porque así­ se ganaba la vida.
y me pregunté cómo pude amar a alguien tan sólo
tan lleno de espacios
mordidos de silencios
igual que amar al mar
desierto de fatigas
abstractas e inasibles
igual que amar al viento
sin nombre y sin idioma
como si creyera que la ausencia
puede convertirse en memoria.
Yo vi su soledad frente a la muerte
y unas ganas de cantar inmensurables
se abrieron paso entre arenas movedizas
porque todo lo vací­o tiene alma,
porque todo lo invidente tiene penas.
Cayó en sus ojos
el dolor del tiempo
y se fue el dolor
y quedó el tiempo
la playa mirándose desde un acantilado
como una vasta ruina iluminada por su hallazgo.

Violeta Orozco




Ventana abierta

La ronda de la lenta onda
destila su amielada salvia
el viento del otoño tibio
busca su templo en la ronca magia
y el bajo de la sombra se maquilla
para parecer profundo a pesar de su furia.
La noche se estira entera
para parecer más larga
para ser suave marea
el tiempo recrea la danza
de la primavera.
En la ciudad abierta
florecen las luces del alba
a la angustia y a la espera
a la muerte y al deseo
a las flores de cemento
a la altura, el aislamiento
de las noches sin voz ni cimiento
a los vacuos departamentos
esperando un habitante, un momento
de constancia en los patios desiertos
de relleno en los cuencos sin lluvia
o de luna en los charcos repletos.

Violeta Orozco














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