Alexandra Espinosa

Después de la vida 

Quiero moverme muy despacio hasta olvidar todo esto. 

No quiero olvidarlo porque sea doloroso, quiero olvidarlo solamente porque es demasiado frí­o. 

Obtuve un empleo luego de un aneurisma cerebral prolongado. Compré un par de zapatos rojos. Durante seis semanas limpié cada uno de los cristales de aquel lugar de manera tan perfecta que algunas veces dejé de ver los cristales, y la gente dejó de ver los cristales chocando en repetidas ocasiones con ellos. La velocidad en mi cabeza aumentó, mis arterias se expandí­an y los dí­as pasaban como una pelicula en la que aparentemente no ocurre nada, pero de repente una chica aparece durante 8 horas seguidas seis dí­as a la semana limpiando un cristal hasta hacerlo desaparecer en la oscuridad, pero no una oscuridad como si la vida fuera experimentada a traves de los ojos de un ciego, porque no se trata de los ojos de un ciego sino de su cara respirando, se trata de un ciego que camina hacia el mar y lo entiende, se trata de las olas chocando contra la cara de aquel ciego que solo puede sentir la brisa como un enorme cristal pegado a su boca. Cuando el dí­a laborable terminaba la chica se poní­a en pie, cerraba una enorme puerta roja y se alejaba caminando. 

Cuando cierro los ojos veo mi rostro distendido, no hay valium, no hay una idea, solo la imagen del polvo volando por la habitación entre la luz, la alianza inofensiva, la incomodidad de no lograr pensar en el hecho mismo de tener algún pensamiento. Una cara sudorosa y húmeda. Trato de no dejar de respirar, las luces son muy bajas y da la impresión de que hace frí­o en la habitación. Tengo fiebre,  el viento recorre solamente una zona de mi espalda,  no veo mi cuerpo, solo veo mi cara azul en medio de la habitación oscura y sé que el resto de lo que soy, o era, o podrí­a ser, eso, eso solamente se balancea incomprensiblemente de izquierda a derecha, y luego adelante y atrás ecolalicamente, vaivén. 

La calle en la que la chica se pierde caminando se prolonga, no hay neblina, solamente luces amarillas y postes eléctricos. Ruido pequeño como de cama averiada, adelante y atrás, tan despacio que podrí­a pensar en ti de nuevo y no darme cuenta jamás. Tan despacio que puedo amar cada cristal y su sombra. No hay maldad en un dí­a laborable, pero a veces hay frí­o.

Alexandra Espinosa




La habitación de Roda

Todos los niños rí­en como en los grabados de Roda,
Y los hombres miran con los ojos de Roda,
Y los dioses señalan como en los autorretratos de Roda. 

El museo cae de repente, se quiebra,
A Roda francamente no le importa,
hace once años está muerto.
_Tu boca aprieta la punta de los senos
De una desconocida 

y empujas con fuerza,
A ella en el fondo le duele,
Pero no dice nada
Porque te ama_ 

_Tú le besas los pies,
Y ella chilla,
¿Has visto alguna vez las lágrimas de un animal?
Son iguales a las de tu mujer:

La habitación se encoge,
otra vez hemos amado demasiado,
no hay puertas ni ventanas,
solamente un hombre de pie, observando el único cuadro de la galerí­a,
un cuadro en el que todo cae y una habitación se encoge
hasta que dentro de ella solo
cabe un hombre que piensa en el llanto de un animal
y mira con atención un cuadro
cuya realidad verdaderamente lo lastima.

Alexandra Espinosa



Un lugar 

No siempre puedo hablar de esa habitación,
Pero cuando tenga que volver sobre ella,
Entrar ahí­
Hablar sobre la fe, entonces
Describiré mi ánimo
Como un viaje rápido
Del que no recuerdo nada, salvo
Un ave entrando al mar de cabeza
Y a toda velocidad.

No podrí­a Justificarme
Pero todo sigue inmóvil,
Nada ha sido tocado: la ropa sigue en su sitio,
La luz no enciende,
La persiana está abierta hasta la mitad,
Las cobijas no han sido sacudidas ni una sola vez,
El remolino de pelo se mantiene,
El olor de la humedad,
Los chicos deformes por la pubertad. 

Y cuando entre de nuevo
La cima,
Arriba,
Siempre la cima,
Perfectamente inalcanzable,
Fabricada justo a mi medida.

Alexandra Espinosa























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