Ana Marí­a Enciso

A Melissa 

Hay formas del horror que sólo encuentran su nombre luego, mucho después
de que la luz por la que se proyectaban
se ha ido.
Una sombra se cierne sobre la voluntad sorprendida,
inactiva, congelada.
Una voluntad ausente.
El tiempo detenido,
el silencio distorsionado por la neblina espesa,
la luz rajada por el zumbido de la estática.
Se deambula en el extrañamiento,
en el rechazo de un cuerpo desconocido,
enajenado de sí­ mismo.
La creación se entrega generosa a una mirada extraviada
que contempla el aparecer de las tristezas
en la superficie turbia del mundo.
La sombra del horror espera agazapada
a ser nombrada.

Ana Marí­a Enciso



Al que ya no duele 

Un hilo rojo se ondula en el vací­o
que nos encuentra a los dos.
Hecho éter intento plegarte
y llevarte de nuevo a tu hogar.
Tu casa es la nada que me habita,
no el mundo burdo de afuera.
En ella resuenan los ecos del mundo que caminas.
Un mundo hueco y roto,
de objetos vací­os como Dios,
sin medio ni modo,
sin fin ni fondo.
En tu casa de músicas calladas,
sin luz ni sombra,
vací­a de agua y aire,
vací­a de ti,
recorres la nada que me habita
vací­a como Dios,
sin medio ni modo,
sin fin ni fondo.
En tu ausencia me igualo a Él.

Ana Marí­a Enciso




Tu nombre
un murmullo,
no es tu nombre.
En la noche oscura
me he rendido
y te he nombrado
para llamarte.
Pero el nombre
sólo es niebla,
un manto
para intentar mirarte de soslayo.

Ana Marí­a Enciso












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