Antonio Martí­n de las Mulas

Suena una música 

Suena una suave música que llega
hasta tu corazón como una mano.
No sabes de quién es, ni por qué vive
aún en un rincón de tu memoria.
Es una mano cándida inocente
que te toca muy hondo y te conmueve
al ritmo de la música que escuchas.
¿Por qué llega hasta ti desconsolada
después de tanto tiempo malvivido?
Sus caricias alumbran los acordes,
-notas blancas, dispersas armoní­as-
que vagan por tu vida silenciosos.
¿De quién es esa mano misteriosa
que tanto daño hace y te acelera?
Te has vuelto un instrumento entre sus manos.
Y esa música suave te reclama:
una voz taciturna a media noche,
y no sabes quién es, por qué, ni a dónde.

Antonio Martí­n de las Mulas



Visita a un castillo medieval 

Estás ante la mesa de una sala de armas
de algún rey destronado de la baja edad media,
señor quizá de villas y bastas extensiones,
o acreedor de un jugoso devengo de tributos.
No quiso darle Dios la gracia de vestirse
con los trapos raí­dos de los que tienen hambre,
y quiso aprovechar su poder sobre el mundo:
¿qué decretos dictó para sus prí­ncipes?
¿qué reverencia impuso en las audiencias?
Y sin embargo, tú, después de tantos siglos,
te adentras en la sala vestido de vaqueros,
sin formas suplicantes, ni conducta de súbdito
y le devuelves por fin su condición de hombre,
su santa mortandad, su miseria legí­tima,
la verdad tan ansiada que jamás encontró;
ahora también que vives este instante de luz,
ante una mesa vieja del cuarto de un castillo
de algún lugar perdido en un rincón de España.

Antonio Martí­n de las Mulas



Visita al museo arqueológico 

Expuestas y ordenadas en vitrinas blindadas,
contemplas viejas armas de la baja edad media:
espadas oxidadas, mazas y estoques rotos…
yelmos desvencijados, rodelas inservibles…
echadas a perder por el tiempo y la guerra.
Y un maniquí­ en el centro que domina la escena
con la cota de mallas y el casco entre los brazos
representa a un muchacho que va a perder la vida.
Prosigues la visita: banderas,  y estandartes
decretos, mapas, sellos, y grandes alianzas,
coronas incrustadas con luminosas gemas,
los reyes que ordenaron tallar en sus sepulcros
emblemas y latines, motivos caprichosos,
narraciones históricas expuestas en paneles,
y unos ojos curiosos que empiezan a leer
el corazón del hombre, lo que llevamos dentro:
aquella oscura voz que confundimos siempre.

Antonio Martí­n de las Mulas
















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