Atila Luis Karlovich

Entrar y salir del paraí­so

en la puerta señalada
no encontrarás más que la espada extinta. 

entra, amigo, que
no hay un alma. 

en las sábanas deshechas
anidan
lagartijas doradas,
hay vasos rotos,
botellas vací­as
preñadas de las dactilares de dios,
hay desparramo de plumas,
cucarachas que corren desconsoladas,
loza sucia que se amontona en los fregaderos. 

negra
la melodí­a de un ruiseñor
insospechado
enjaula la brisa del tiempo,
entreteje
el agrio olor de la eternidad.

han saqueado el paraí­so,
hachado las famosas arboledas de edén,
y colgado del viento
el pellejo de la culebra que sabí­a el mal y el bien. 

ya no da tregua el sol tan cercano.
un calor silente aúlla por los esteros antaño nemorosos.
los ángeles que escaparon baten sus alas
como tostados espí­ritus palustres
y no tienen adónde posarse:
los aguardan
arenas movedizas,
caimanes famélicos,
el í­ndice rugoso del señor. 

huye, amigo, si puedes,
huye, si es que encuentras la puerta.

Atila Luis Karlovich




Nocturno de Polifemo enamorado

                                                            imitador undoso / de las obscuras aguas de el Leteo

                                                            Luis de Góngora y Argote 

la zampoña feroz de polifemo cegado
surca la paz
refractaria
de la trinacria.
el sol es negro y salado,
la luna un fuego violento que asoma entre nubarrones. 

hace horas que la caterva abandonó la isla:
sólo la risa burlona del polí­tropo pende
como perfume infame de un brezo. 

el sol es negro y salado,
la fiebre arde y lo sacude.
en su ciclópea llaga de niño herido
pastan y
acarician solí­citos ángeles predadores,
(ángel galatea,
ángel paloma,
ángela ángel)
asustados animalitos alados,
cocuyos
que calman hambrientos sus encendidas heridas,
que lamen ansiosos su ojo destrozado. 

caricias se apilan sobre su cuerpo
como un traje de escamas:
(lo ataja aquí­ su misterioso linaje marino,
hijo de poseidón,
navegante en furiosos cauces de lágrimas,
selacio cautivo
en atarraya rupestre).
como un traje de escamas,
como una camisa de fuerza,
como una coraza de algas viciosas se apilan, una sobre otra, las caricias
que lo hacen bramar cantos de tinieblas: 

charco de aguas negras y saladas
donde se ahogan de los que aman las negruras y los pesares.

Atila Luis Karlovich





Zafra

                                                            (Hato San Pedro, Monte Plata) 

hay que esperar la noche
con su lumbre, con su desluz,
para saber del mediodí­a, del incendio,
del viento que desmesura la luz
en los cañaverales. 

baila entonces el sol
sobre los machetes
y la caña se derrumba cansina,
cantando vientos,
ritmando sueños
de guinea, biafara remota. 

como si cargaran
con el peso del mundo
avanzan lentos
sobre los rastrojos que hierven
los bueyes esclavos
con su cornamenta grotesca
y sus nombres de novia. 

el grajo de los picadores
asciende dulce
a las narices del señor
enroscado en los cielos,
bailando cruel en la sangre,
riendo en cada machetazo,
borracho de ron. 

ahora la luna calla gorda sobre el batey llovido:
sombra palomina,
charcos, silencios de paladio
que estallan verdes en el lodo,
machetazos que relumbran de sangre. 

sombra filosa de caña,
sombra de sordos atabales,
de sufrires, de zafra, de furioso sol.

Atila Luis Karlovich



















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