Carlos Castillo Quintero

Ceniza del Paraíso

Con su último aliento, el amante cruzó el umbral del odio, el de la indiferencia y el olvido, hasta reencontrar a su amada en el deseo, territorio de fuego que cauterizó sus heridas y lo incitó a buscarla. Ella lo recibió con un beso, sin preguntar nada, sin explicarle nada, sació con su cuerpo el arrebato del hombre, bella y letal como siempre, le ofreció una manzana y lo invitó a compartir su mesa con la serpiente.

Carlos Castillo Quintero



"Considero que se debe escribir con las entrañas, dejando todo en el texto, pero teniendo claro que la vida de uno es una cosa y lo que escribe otra. La visión del mundo que un autor refleje en su obra, puede coincidir o no con su propia vida, eso en realidad no importa. En algunos casos es un calco (Fernando Vallejo, por ejemplo, así lo proyecta) y en otros no mucho. 

Al final —de eso trata este oficio, creo yo— el autor desaparece y queda su obra, sus personajes. Sherlock Holmes, por citar alguno, tiene carta de ciudadanía en todos los países del mundo y en casi todos los idiomas. De Arthur Conan Doyle, en cambio, se conoce muy poco. Siempre me ha llamado la atención aquella anécdota según la cual Conan Doyle es repudiado por la sociedad londinense y se gana el odio de sus lectores después de publicar “El problema final", relato en donde muere su detective. ¿Por qué perpetró semejante barbaridad? Era cierto que había creado a Sherlock, y escrito sus historias, pero eso no le daba derecho a matarlo. Hoy el agudo Holmes sigue vivo en el cine y en la televisión y muchas de sus frases, incluso las que no pronunció nunca en los libros, son patrimonio popular. ¿Cómo sucedió este milagro? Elemental, mi querido Watson. Así mismo, en Picardy Place, Edimburgo (lugar de nacimiento de Conan Doyle) hay una estatua de Sherlock Holmes, es decir del personaje y no de su autor."

Carlos Castillo Quintero




"De lo mucho que se podría decir al respecto, y que se ha dicho, me quedo con tres consejos. El primero es de Jean Genet y va dirigido a su funámbulo en un bello y doloroso libro, dice: «Cree sólo en tu alambre, en tu arte, y no regreses. Mira hacia abajo, no vale la pena». El género del cuento es así, no tolera a los aficionados, no es para escritores cansados o de fin de semana. Requiere de especialistas, gente dedicada por completo a su alambre, que vivan allí.

El segundo no es un consejo sino una confesión y la hace Truman Capote en el prefacio de Música para camaleones, dice: «Al principio escribir fue muy divertido. Dejó de serlo cuando averigüé la diferencia entre escribir bien y mal; y luego hice otro descubrimiento más alarmante todavía: la diferencia entre escribir bien y el arte verdadero; es sutil, pero brutal». El cuento es eso: un arte, y requiere de disciplina, destreza, y comprensión de la técnica. Es necesario estar en capacidad de establecer —lo dice Capote— «las diabólicas complejidades de dividir los párrafos, la puntuación, el empleo del diálogo. Por no mencionar el plan general de conjunto, el amplio y exigente arco que va del comienzo al medio y al fin». Así las cosas, tomar un taller de escritura creativa no sobra. El tercer consejo es de Juan Carlos Onetti, oro puro, dice: «Roben si es necesario. Mientan siempre». Asumo que se refería a la literatura, pero con él nunca se sabe."

Carlos Castillo Quintero




Dí­a siete 

Declaración del Capitán John Black: 

Soy el enlutado que necesita silencio, el que canta a la intemperie y de memoria. 

Soy el que ardió durante una noche completa, y ahora viste plumas de fuego y no recuerda nada de la guerra. 

Soy el rostro de arenas azules asediado por un vuelo de pájaros nómadas. 

¿Quién más podrí­a ser? 

Todaví­a conservo la huella de un cuerpo en mis manos. El final de una calle. El abismo en mi boca: Te negaré tres veces antes de que llegue el alba. 

Sé que el viento sigue soplando y que el Mar muerto sigue muerto. 

Mi casa es un montí­culo de tierra agobiado por maldiciones que se derriten como la cera.

He olvidado el rostro de los muchachos con ojos de cristal. 

(Una anciana escupe sobre mi nombre) 

Soy el que una noche de septiembre ―sin música de violines― miró de frente las cuencas vacías de la ciudad. 

Extraño la boñiga fresca, el café al filo del amanecer, la ceniza, los dedos aprisionando la cuerda. 

No presumo de la ausencia de mi ojo izquierdo, pero sé que las estrellas llegan primero que el amanecer. 

Y sin nostalgia, repito: Te negaré tres veces antes de que llegue el alba.

Carlos Castillo Quintero




Epitafio

…………Aquí yace su cuerpo, solo.
…………Él, sigue muriendo en ella.

Carlos Castillo Quintero




Oficio de difuntos

Para Pablo Enrique,
mi hermano.

I

(Yuto, Chocó, Julio 28)

Y si recogieras tu voz cristalina para preguntarme
—madre querida— qué hay de nuevo por estos días,
tendría que contarte que como bestias seguimos arando en la niebla
preparando la tierra para la desolación.

Te diría que tu otro hijo, en una tarde desdichada
perseguido por el agua triste de los condenados
con una moneda atravesada en sus labios se fue a un país lejano
olvidando la tristeza de su corazón
que dejó extendido como una roja luna sobre la cordillera.

Y no tendría aliento para contarte
que en esta casa que hiciste con tus manos
arribamos a la noche y sin molestarnos por cambiar los tendidos
nos recostamos en el mismo lecho en donde nuestras mujeres
copulan con los asesinos.

Pero tú no preguntas
—madre querida— porque ya estás muerta,
y yo no quiero contarte para que no sufras
no te digo nada de este cielo torcido del porvenir.

II

Puede suceder que apenas acallado el combate le veas bajar
cabalgando sobre su muerte como sobre una yegua salvaje,
con su cabellera mecida por el viento montaraz
y rumor de agua resbalando en sus dedos.

Y que te salude con la fuerza del que custodia la noche,
y la luz promisoria que sólo sus ojos podrían a pesar de las lágrimas.

Quizá no comprendas entonces que sobre su piel, la irredimible tristeza,
como la salmuera oculta en los senos de las muchachas,
le ha despojado para siempre de sus afanes.

Y de seguro vas a repudiar su humilde manera de entrar en el crepúsculo
con su leve inventario de amortajado,
renunciando para siempre al hogar, al lecho, al pan,
a la herida de vivir que ya no asedia
porque para ti también todo ha terminado,
ahora, cuando apenas enmudece la sombra,
y te ves bajar por el frente de tu casa
cabalgando sobre tu muerte como sobre una yegua salvaje.

Carlos Castillo Quintero




"Para mí escribir es igual a jugar Tetris."

Carlos Castillo Quintero




Ulteriores explicaciones

Te escribo
para dejarte ver que no te vas,
no así de fácil.

Pues no basta
Con recoger la piel y partir,
No es suficiente
Acomodar abismos
Cuando todavía queda el riesgo
De un verso, una palabra que no te deje ir,
Que te ponga en letras de molde
Y no te deje mover
Para que quedes atrapada
En tu desamor.
Una palabra escrita
que quizá pueda más que el amor mismo
que no supo retenerte.
Te escribo, como trampa de ermitaño
Que le pone nombre a cada sombra
Para conversar con la ausencia,
Como con alguien conocido.

Carlos Castillo Quintero



Una promesa 

Y si por un rí­o secreto
navegan desnudos los muertos
y un barquero ciego los guí­a
y, como corresponde, se queda con el cobre prensado
que los deudos ponen en los ojos
de aquellos navegantes.
A ese rí­o,
y a ese barquero
habré de enviar
el agua taciturna que amanece en mi rostro
—la carroña— 
el canto maldito que insiste
y, si es necesario, me abriré una ventana en el pecho
para que salga lo que de sombra quede
lo que te dañe
lo que no te guste
la piel usada,
el corazón y la palabra herida
habré de condenar al fúnebre destierro
con una bolsa de monedas
de oro puro que gratifique
el triste adiós que desteje ese rí­o
y la incesante noche del ciego.

Carlos Castillo Quintero










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