Carolina Bustos

AGOSTO es una fila de días largos
donde se escapa la noche.
Una cortina abierta,
una ilusión óptica en la antípoda
en la que el viento pasa,
pasa y hurga.

Carolina Bustos



El Dulce Prado 


Caperucita mintió
vendió todas sus cerezas
y se acostó a ver el atardecer
en el Jardín de las Delicias 

II 

Les contaré como ese museo de nombre ilustre, situado en un paseo elegante, era un campo de afrentas de señoras castellanas contra inmigrantes sudaKas. 

Las señoras castellanas pertenecían a la categoría de gente “blanca” y desabrida. Esa que se comunica en versión monolingüe facho dominante llamada “español” o “castellano” para otros hablantes más versados o bilingües dentro del mismo territorio. 

Nosotras éramos las sudaKas,. Esa gente morena de nariz de gancho, cadera amplia y pómulos marcados que por esta vez no éramos debutábamos como sus sirvientas;  ni vivíamos del trabajo de hacerlas bellas;  ni del cuidado de sus ancianos padres o de sus uniformados niños. Éramos las emigrantes cultas del Dulce Prado, esas que según ellas,  le  habíamos robado el currito guay a un recién egresado de la Complutense y que por obra y gracia de la misericordia o “el favor” a  algún noble estábamos allí gracias a su beneplácito. 

Ciertas señoras castellanas se ofendieron de vernos en sus puestos e hicieron pronunciar nuestras “c” sudaKas en su variante castellana, para burlarse de nuestro “seseo”. Repitiendo una y otra vez en la forma correcta la palabra: humillación. 

Luego nos miraban sorprendidas cuando alguna de nosotras, sudaKas rucias de SudaKaland, respondíamos de modo impecable en francés, inglés o alemán. 

En sus visitas de martes en la tarde, nuestras amigas perfumadas en Nenuco,  no soportaban nuestros chistes cuando las mandábamos de visita a París. Muy orondas preguntan: – ¿Dónde está la Mona Lisa? Y nosotras respondíamos con altivez: –En el Louvre, Madame. 

Ofendidas nos tiraron las audio-guías en la cara y prometieron vengarse de nuestra ofensa en nombre del rey y de la horrenda reina. Nos mandarían a las cloacas, nos quemarían vivas  y nos enviarían deportadas de regreso en sus tres caraberas. 

Las menudas señoras castellanas de Valladolor, vecinas de Chamartín, empadronadas con su DNI europeo en MadriX, camuflaban sus bolsas del Dia por las del Corte Inglés y a la Puerta de los Jerónimos exhibían sus pieles de animales muertos que colgaban del cuello. 

Burdas e ignorantes, de Goya conocían la calle, del Bosco los malos hábitos  y de Velázquez los cuerpos enanos de niñas infantas. 

Señoras castellanas, FACHA – da(S) de vestidos apretados. Falsas chulapas que jamás bailarán chotis en San Isidro; ni caminarán por las callejuelas de Lavapiés;  ni cruzarán su mirada con la de un hombre negro por Sol;  ni sabrán del dolor de un niño que llega a su ciudad después de atravesar el mar en una patera. 

Nosotras éramos las sudaKas cálidas y ardientes como la guaracha. Ellas, unas señoras castellanas de narices respingadas y litros de Botox deteniendo su tiempo de sus tardecitas de ocio en un Museo Nacional.  

III 

La Maja Desnuda
guiñó el ojo
y de su pezón
brotó la sed
que amamantó a Goya. 

IV 

El miope confunde
la escultura del Poderoso Zeus de Dresde
con una de un Moisés
de quién sabe dónde.
¿Acaso vio las tablas de la ley
inscritas en los pliegues de mármol
que cubren su sexo? 


Jugaban las Meninas ajedrez
y el perro ladraba al caballete vacío;
entre tanto Velázquez negociaba
el retrato del Benignísimo. 

Siglos más tarde vino Francis Bacon,
se hizo una paja
y pintó en cromos violentos el alarido feroz
de un farsante llamado Inocencio X.

VI 

Se ven retratos de reyes, de juglares y de cortesanos.
Mujeres decoradas con finos encajes
en la penumbra de paisajes tristes. 

Naturaleza muerta es el reflejo
de tres turistas globalizados
que coinciden en el espejo del lavabo.  

Circos son los museos
que en vez de hermosas pinturas
exponen la calamidad
de sus visitantes.

Carolina Bustos





GENTE NORMAL / GENTE BANAL

Te sientas al frente de tres chicas,
todas con el mismo ordenador gris de una manzana blanca.
Te dices que cómodas son nuestras vidas.
Afuera hace frío, aquí calor, bebemos café, nos conectamos al WIFI.
Es un momento aparentemente feliz.

Una de ellas se siente complacida,
su novio le envía mensajes, ella caritas felices y quizá él le dice una que otra cosa coquine.
Debe terminar una disertación o un TD para alguna clase de derecho en Assas
y las 5 de la tarde tomar el tren de vuelta a su casa.

Entre tanto la espío. Pongo notas, malas, buenas, regulares.
Bebo mi té con leche y jengibre y observo con tontería el mundo banal,
a través de las ventanas de internet, y de los archivos Excel
que atraviesan mis minutos de tedio.

Todo es tan apacible
cuando termina el invierno.
El sol va y viene pero nuestros cuerpos están calientes
y te preguntas si tanto confort no es un lujo.

Recuerdas que debes escribir cosas serias;
que debes ser un ser humano ejemplar;
que tienes tareas por cumplir;
y dos horas de clase delante a las que irremediablemente no puedes faltar.

Estás en un café de paso con música gringa en el centro de París.
Te sientes pender del hilo de la alegría y te asusta la gente normal.
Los minutos pasan sin darte cuenta y
te dices sin remordimiento,
por qué hacer nada es tan placentero.

Carolina Bustos



LECCIONES DE URBENIDAD
Conversación con un poeta alejandrino sobre L A Tenaz

Dijiste: “Iré a otra ciudad, iré a otro mar.
Otra ciudad ha de hallarse mejor que esta”.
La Ciudad. Poemas Canónicos (1895-1915)
CONSTANTINO CAVAFIS

Escucharon bien eso dije:
“La Tenaz, vil epopeya senil,
rastrojo de Latiendo – América de arritmia mutada”.
Ladro por La Tenaz
socavando la vista;
desterrada en una piragua;
corroída por un río infecto.
Tímido ladrillo.

Al fondo Usme, Bosa, Soacha, hermanitas feas
que arruinaron el camino florido a las orillas.
Y desde la ventana,
el cielo anuncia la tormenta.
Mis ojos calcinados por el sol agreste
desconocen la ciudad donde me revuelco contenta.

Barriada donde descienden mis mares.
Villana placidez
acariciar hormigas,
contar escarabajos volátiles,
o deambular en reversa.
Sepultarse en un laberinto borgiano
con nombre de novedad y apellido de Fe.

UrbE tenaz sin puerto para anclar velero.
Allí donde se posan mimosos los recuerdos,
agarrados tercos, a calcáreas trochas.
Áspera vitrina tropical sobre arenas movedizas.
Ranas tuertas e indigestas.
Tunjuelito mío, gris envenenado.
Sucias aguas del Arzobispo
revueltas de cadáveres anónimos. Impunidad del Virrey.

La ciudad me sigue, voy por sus calles numéricas
donde me haré vieja, arrastrada en polvo.
La estupidez de viejos amores taladrará la aurora,
igual voltearé la esquina al mes de julio.

No habrá otra cabañuela
que anunciará cuatro estaciones en un solo día.
La lluvia oscura abandonará el trigo,
los campos cubrirán de hongo las urbEnizaciones.

Las Torres Blancas serán blancas a pesar de los siglos,
las de Fenicia, las del Parque o las Gonzalo,
resistirán, me asustarán,
como si fueran el latido infame de mi corazón.

Desubicado marasmo;
Ulises contemporáneo;
tejido humano persistente.
Traiciones tatuadas
en este rincón del planeta
donde L A Tenaz habita,
me da sus lecciones.
Vil epopeya senil de herencias helénicas.

Escucharon bien eso dije:
“Otra ciudad ha de hallarse mejor que esta”.

Carolina Bustos



MARINA (UM)

Tendrán que abrir mis entrañas
y socavar en los bares clandestinos qué hoy ya no existen.
Desentrañar en la Rua de Camões que caminé de arriba abajo,
diseminar la Rua das Flores que no se extingue en el Cemitério da Lapa,
para saber cuál fue la Carolina que nació y se hizo sal
después de morir en París a los 26 años.

¡Oh puerto de sueños del Duero, de viñas y migas de pan negro!
Oh Porto de sonhos do Douro, de vinhas e migalhas do pão preto !

Cuando resucité, perdida deambulando entre un rebaño de borregos,
Pessoa tuvo la culpa.
Me alimentó de versos, de mar y de sesgada tierra.
Me llevo a su patria pero su brújula fallida me lanzó al norte de Lisboa.
La jovencita enamorada de las cartas ridículas de amor
regresaba al origen de la lengua enredada y apretada del padre poeta.

¡Yo es otra, una C en mi heterónimo, me llamo Marina!
Eu é outra, uma C no meu heterônimo, chamo-me Marina !

Y ella vio el mar y las lágrimas de agua dulce se escurrieron por un rostro brumoso.
Se entregó a las olas feroces y comprobó que el mar podía corromper la montaña.
Que la bastedad atlántica arrancaba de su piel los cerros orientales
y el cielo impresionista de las orillas del Sena.

Recordó su ser andariego y solitario que recorría el centro de Tabogo en las noches
y lo escondió por los bordes de Foz, su rastro de urbe se alienó a la arena.
Marina la renaciente ola y espuma bramó entre las rocas húmedas.
Carolina pactó con el vampiro libidinoso y se hizo hija de la Invicta para siempre.

Carolina Bustos





VENDRÁS cigarra
con tu canto constante
a disipar la noche.

Carolina Bustos














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