Carta que una amiga escribió a Harriet Beecher Stowe

Querida señora Stowe:

Anoche me quedé levantada hasta mucho después de la una de la mañana para terminar de leer La cabaña del tío Tom. No pude abandonarlo, como no hubiera podido abandonar a un niño agonizante; ni pude contener los sollozos casi histéricos que se prolongaron durante una hora tras apoyar la cabeza en la almohada. Creía ser una consumada abolicionista, pero su libro me ha provocado tal indignación y tal compasión, que ahora tengo la impresión de no haber sentido nada. Pero ¿qué podemos hacer? ¡Ay!

¡Ay! ¿Qué podemos hacer? Toda la noche he sentido que esta tormenta de sentimientos ardía rabiosamente como una llama en mis huesos, y durante toda la mañana me ha seguido persiguiendo en mis quehaceres; no puedo desprenderme de ella. De buen grado habría salido al aire libre en medio de la tormenta de anoche y, como el viejo y bendito mártir, dejarme lapi-dar hasta morir, si con ello hubiera podido rescatar a estos seres oprimidos y afligidos. Pero no habría solucionado nada. ¿Y qué hago ahora? Lo más estúpido del mundo. Escribirle a usted, que no necesita incitación alguna; a usted, que ha tejido con el hilo de sus propias entrañas este tapiz de agonía y de verdades; pues sé, siento, que aquí se concentran ardientes gotas de la mejor sangre de su corazón. A usted, que no necesita mi estímulo ni mi simpatía y a quien no osaría insultar con alabanzas. ¡Demasiado elevada es su eminencia para el elogio! Pero me imagino las plegarias de los pobres y las bendiciones de los moribundos como nubes a su alrededor y formando un halo en torno a su amada cabeza. Y seguramente las tiernas y compasivas lágrimas de niño que sobre tantos hogares cristianos se vierten a causa de los agravios y las crueldades que tan conmovedoramente describe usted, regarán la hierba y brotarán como flores brillantes a sus pies.

Mejor aún, sé, veo, en la mejilla sonrojada, el puño apretado y la mirada indignada del joven que arroja el libro y va y viene por la habitación para ocultar las lágrimas, demasiado orgulloso para mostrarlas y demasiado impotente para reprimirlas, que está usted sembrando semillas que brotarán para mayor gloria de Dios, para bien de los pobres esclavos, para la liberación de nuestro país, querido pero culpable.

Carta que una amiga escribió a Harriet Beecher Stowe des pués de leer La cabaña del tío Tom
Tomada del libro de Richard Tarnas Cosmos y Psique, página 461












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