Damián Salguero

Detener el poema significa detener la vida

Mira Damián, esto en realidad puede sonar encantador, pero es absurdo. 

¡¡¡Cauca en llamas!!! He gritado como loco mientras llovía, todos pensaron que andaba con la voz quemada, con los días repletos de universos borrachos con guarapo, tenía miedo de volverme otro y cuando fuera otro volver a ser el que siempre fui, volver y olvidar los paisajes guámbianos, olvidar el macizo, olvidarlo todo. Este mundo es una carnicería de montañas. 

¡¡¡Cauca en llamas!!! Y mi poema es sólo el resultado de un atardecer dejado a medias mientras me reclutaban en un camión del ejército y me enviaban a una esquina del valle de las papas donde no vería a mis amigos ebrios caer sobre las calles de diciembre. No sé si pueda funcionar la experiencia personal y la ficción dentro de un poema, verás esas son herramientas propias de la narrativa. 

Mamá lloró mi ausencia, yo lloré la suya mientras el viento del macizo disipaba los recuerdos, los Nasa Yuwe solí­an caminar con maderos al hombro, los campesinos solí­an saludarme con miedo y respeto. Nunca pude detener mi marcha. Mi brigada, solí­a todas las tardes de ocio hacer cí­rculos y practicar boxeo, y lances de cuchillo recordando los viejos tiempos del barrio. Al llegar el cabo todos se quedan callados. 

Mira, en serio, esta necesidad de experimentación es caduca, lo que está imperando en la estética nacional es ser moderado, si me entiendes, la poesí­a colombiana necesita la mesura del lenguaje, el poema corto, el bello refinamiento japonés, el legado de una poesí­a norteamericana que supo con el silencio crear la poesí­a. Estamos cansados de la estridencia. 

Los paisajes de Valencia, Cauca eran infinitas flores incendiándolo todo, cuando me tocaba ir a prestar guardia entre los arboles soñaba con alguna mujer morena que tuviera tetas grandes y me dijera mi amor, que supiera alucinar, al llegar a la laguna de Cusi Yaco, soy un niño moreno, con los cachetes colorados, mirando el Cauca y el Huila y soñando una nación indí­gena fabricada con colores, luego el teniente me llama y me dice que me apure, que hay mucho por hacer. 

Creo sin duda, que la poesía debe ser una manifestación metafísica del lenguaje, por ello que el poema tenga vocablos usados en las hablas coloquiales resta su valor estético. Me mandaron de Valencia a Piamonte. En el escuadrón anti-guerrilla al que pertenecía estaba conformado por chicos que soñaban con volver a casa, que no sabían distinguir el honor del hambre, que no entendían la diferencia entre fe o ganar dinero, aun así, cuando podíamos cantar en medio de la nada cantábamos, o bailábamos o gritábamos, o nos enloquecíamos imaginándonos serpientes escondidas bajos las piedras. Atravesamos un bosque entre dos montañas, la guerrilla empezó a disparar, me escondí bajo las piedras, entonces no valía la pena pensar en el hambre o el dinero, en la mujer que siempre buscaba, el deseo deja de ser una palabra y se vuelve un instinto, ¡Dios mío sálvanos! se escucha entre las estructuras de las piedras las risas de un Dios enfermo.

Me tengo que ir, pero así­, la poesí­a es, deja de ser, entonces me voy, me vuelvo aire metafí­sico (carros, la ciudad, la cafeterí­a, le digo, la poesí­a es vida, es la voz de todos los hombres y los dioses, se rí­e y dice la poesí­a es poesí­a nada más, es un lenguaje que afecta el lenguaje. Yo quedo pasmado). 

Cuando cargaron los cadáveres de mis compañeras, me enviaron al Patí­a, ya no sentí­a nada, mi corazón era un tatuco explotando de tristeza, era la sombra de las ráfagas de metralla, el recuerdo infantil de un soldado triste bajo un sol de agosto, de las calles colombianas, de los parceros que lo único que esperaban de la vida era ser felices y a lo máximo que llegaron fue a soñar y tener fe, y hacer amigos en las colas de los hospitales. En el camión solí­a pensar, ojalá dios no me olvide y tienda su mano para rescatarme de este diluvio. Luego me quedé sin palabras cuando vi el Patí­a, Ardiendo. 

Nuestras madres han dibujado un desfile 
en los desiertos patianos, 
esperando a que nazca de la tierra 
cristos de maí­z.

 Damián Salguero




Narcotoxicopata

Yo que olí pegante mientras 

limpiaba parabrisas en una ciudad enferma y desenfrenada 

con el cielo lleno de cicatrices e hilos quirúrgicos.



Yo que me le paré a un parche de diez hijueputas 

que no saben nada de la vida.



A mí que me rompieron la piel para sembrar el óxido, 

a mí que me rompieron los huesos 

para construir altos edificios de moho.



Yo que vi a mis amigos transformarse en ángeles de bazuco

que escribían poemas desde su condenada vida de proletario mental 

que sueña ser un alto burgués.



Yo que sacrifiqué mi talento para lamer las orillas del sol 

y cortarme con el humo de los carros,

Que vengo de lejos, que voy pa lejos 

que invento un sindicato entero de dinosaurios 

para satisfacer mi hambre de porvenir, 

y acallar los largos años de esta adultez que se me niega.



No tengo nada, así de sencillo, 

solo un talento brillante para escribir en las paredes 

el destino de las palomas. 



Ser una poeta colombiana que se resiste a tener patria 

porque la poesía no tiene patria. 

Porque el hambre no tiene patria, 

porque el sol da cáncer sin importar la patria.



Miro a la gente mientras vendo dulces en un bus, 

o en un semáforo y nadie existe. Nada existe. 

Destrúyelo todo. 

Este mundo es una caricatura del hombre. 

La sombra del sol es costosa 

y no está hecha para el hombre que trabaja para el hombre.



Yo que metí bazuco con mis amigos para desdentarnos. 

Me enloquecí pensando en algún viejo hotel de paredes carcomidas.

Paredes manchadas de pegante, 

de semen de algún viejo desconocido. 



Me pregunto si alguien llegará mañana a curarme las heridas. 

Pero solo llegan de nuevo mis ansias barrocas de masturbarme en solitario 

en algún baño público imaginando ser otra en otra piel 

mientras cada ladrillo que se rompe soy yo masturbándome en un baño.



Yo que nací en una época en la que pensar es un acto criminal. 

En la que las dictaduras son discretas y encantadoras. 



Demasiado política. Muy circunstancial, 

pero cada pájaro de algún poema de poeta 

a la larga no es más que una cadena 

que se alarga en los lugares comunes 

de todos esos poetas de tinta y suaves pieles 

que desconocen la mirada del sol. 



Díganme que lo mejor es imaginar la salida de la caverna, 

porque salir al sol da cáncer.



Ardo de ganas de decir: yo que viví mi época, 

me quedé sin dientes por perseguir una letra. 



Sabes, 

dime que nadie leerá mis largos poemas 

porque esta época es de cosas fugaces, 

y olvidas que el tiempo 

es un sicario que no perdona. 



Tengo ganas de decir yo que caminé las ciudades y yo miro a lo lejos los cerros... 

Puedo decir, puedo callar, puedo crear imágenes que crecen entre los tréboles 

y luego les arranco los ojos para que no vean la procesión 

de un grupo de hombres sin patria. 



Qué más da. Qué importan los poetas, o los lectores, 

o los caminos que trazo con este canto semiótico, 

todo da igual porque

mientras lees este poema ha muerto mucha gente de manera injusta, 

mientras lees este poema los poderosos se han hecho más poderosos, 

mientras lees este poema un niño muere de hambre soñando 

ser un ángel sin huesos retorciéndose en la risa de dios, 

mientras lees este poema la guerra ha arrasado la tierra, 

mientras lees este poema un niño que ríe 

deja de reír porque descubrió la vida,

mientras lees este poema una mujer está siendo 

violada infinitas veces y su grito es silenciado por el cielo mismo, 

mientras lees este poema un hombre se alegra de la muerte de otro hombre. 



Si ves, poeta, si ven, lectores, solo queda el deseo, 

dejar la metafísica para adentrarse en las calles... 

Yo que lo probé todo, 

incluso sonreírle a la miseria 

me he quedado con las manos vacías

  Damián Salguero



Las Salvajes Procesiones

(Madres con los pies heridos caminan los Andes)


Ya soy un joven que promete. La belleza colombiana estaba dentro de mí, era mi locura

Fernando González


Soñé con tu cuerpo iluminado
las hormigas te cargaban 
te metían en un socavón
y adiós, ni un beso de despedida.

Miguel Tejada Sánchez


(la palabra) se formará como cosa verdadera.

Hipólito Candre


Yo no sé lo que busco, pero es algo 
que perdí no sé cuándo y que no encuentro
aun cuando que invisible habita 
en todo cuanto toco y cuando veo.

Rosalía de Castro

 
1

Con los ojos desorbitados 

miraste el fragmento de noche que depositaste en mis uñas, 

y cargaste la historia nacional 

de un grupo de pequeños países móviles.



No hay metáfora para que me crezcan alas 

o para que crezcan las amapolas bajo el granizo.



Quieres ser silencio, solo eso, 

un silencio transformado en adjetivo de algún espacio 

en el que alzamos la mirada 

y vemos las formas en los Andes caucanos 

bajo el riguroso verano 

vemos los helicópteros 

y los niños que miran los helicópteros 

y desconocen el beso presente en la pólvora, 

siempre presente el pálpito 

de madres caminando trocha arriba con velas en sus manos, 

buscan el rastro de sus padres en la desaparición de sus hijos, 

y madres en procesión cantando el color de sus hijos.

Madres preguntan a los Andes caucanos 

que significa el Cauca 

y el Cauca siendo volcán apagado responde 

que es una madre más que mira los helicópteros 

y piensa en sus hijos

las madres lloran a sus hijos, al fuego del recuerdo

las madres besan los ríos 

y construyen altares preguntando por sus padres, 

ellas transforman sus voces de lámparas en voz del silencio, 

pero la ciudad nunca calla y sigue su ritmo de disparo.



Largas hileras de personas caminan por los barrancos 

y dejan que la lluvia devore las flores de este amplio valle.



Azucenas sintácticas miran a madres preguntar al río 

el sabor de los muertos 

y azucenas se compadecen de las fuertes mujeres 

que navegan la historia de esta nación sin territorio.



Largas caravanas que han perdido su cuerpo 

siguen el bestial sonido de las luciérnagas y los barranqueros, 

nadie llega a ninguna esquina, 

este mundo en forma de baile no conoce 

las geometrías naturales ni la esperanza.



En los patios rurales cuelgan ropas raídas y sucias, 

cuelgan niños con los pies al aire 

desean que sus pies se alarguen y sean raíz y selva, 



el mundo es ese difuso concepto 

en el que nos desvelamos en la búsqueda de no ser, 

sino de germinar infinitos, 

ser sangre y hierro en tierra 

y abandonar las distancias que habitan 

en las grandes ciudades donde el tiempo 

es un sicario con cara de niño triste.



2

Dos o tres niños con los pulmones cargados de vicio se preguntan; 

¿qué hay más allá de las montañas? 

La ciudad para callarlos abres sus manos chamuscadas 

y les brinda la sombra del bazuco.



Desmayados de ausencias 

niños de ladrillo acarician las largas procesiones andinas. 



Ellos quisieran madres dulces de mango 

que cubran sus huesos con carnes de amor, 

que abracen sus pechos 

y retengan un poco el calor arrebatado en un tiempo sin piel.



Los niños no pueden formar una imagen exacta del mundo, 

no puede imaginarse a ellos mismos naciendo en un mundo feliz, 

no imaginan un mundo donde comen pastel en una fiesta, 

nacer sin madre, 

nacer sin patria, 

nacer con la violencia insertada en las manos 

y con cuchillos de asfaltos rasgar la piel de las calles colombianas. 

Procesión dispersa de adultos niños con la ropa sucia 

y sin el don de las lenguas 

con el don de la noche asesinada, 

con un amanecer que nunca termina en día, 

sino que desemboca en hambre.



3

Ahora es fácil decir que no existes, 

que tus manos ya no acarician 

la lumínica piel de mi presente.



Fácil decir que duele la distancia entre muerte y muerte 

cuando ya no hay memoria 

y queda una irremediable

 lengua desgastada sobre nuestras tumbas.



Sé que no tienes cuerpo, 

que bajaste a la sombra tierra 

y saboreaste por última vez el sol 

al recordar una jauría de madres tristes 



que cargan un cáliz fabricado con lagunas 

y lo levantan a estos áridos cielos amorosos.



Ya no habitas la sangre de mi presente, 

ni habitas las calles de las ciudades colombianas, 



abrazas el fracaso de caer hacia las raíces 

de un pueblo homicida 

que carece de manos para sembrar la historia 

y ver retoñar la sincera historia de un país de musgo.



Inútil me sentí cuando 

tu nombre eran todos los nombres de las listas.



Y te llamabas Juan cuando perdiste el horizonte.

Y te llamabas Eduardo cuando te quitaron la cabeza 

y la reemplazaron por raíces.

Y te llamabas Alberto cuando te despediste de tus hijos 

sin saber que nunca los verás naciendo de nuevo en las esquinas del amanecer.

Y te llamabas Antonio cuando escuchaste que tus manos 

nunca tocarían de nuevo la piel ligera de tu amor colombiano.

Y te llamabas Jorge cuando pudiste arrepentirte de ser un criminal 

más en medio de los sicarios.

Y te llamabas Raúl cuando extrañaste mis besos en las esquinas adolescentes.

Y te llamabas Carlos cuando, al morir de vida, recordaste a tu madre vieja 

llorando tu ausencia.

Y te llamabas Cauca, cuando al morir de plomo, al vivir de amor 

destilando sangre, sonreíste el disparo y gritaste con la garganta hecha tierra:


Cansada estoy de este perfecto castellano que bien sabe disfrazar las masacres, cansada de mi tradición de olvidar la semilla y llorar la hoja que inevitable muere en la risa de agosto, y este, mi perfecto castellano, entierra la sangre y da nacimiento a una historia sin muertos, pero todos mis muertos alegres bajo los guayacanes bailan.


y Cauca, bajo las fosas canta, ríe furiosa, esperando de nuevo un sol histórico que bese a los muertos para que nazcan en las floridas praderas.

  Damián Salguero


 

Poema tres

Cambio de topos, ahora, en Palmira escribo: 

Soy un zorro geométrico nadando en un lago.

Llueve.

La liviandad de la vida, mi sonrisa vacua,
mis sueños todos raros encegueciendo el alba
cantando a todo pulmón un ritual antiguo y cristiano
mi cuerpo en la danza del sol
arde con todo la alegrí­a
geo-sintáctica de las cordilleras.

El ardor de cavar el hueso para enterrar la lengua,
el dolor de saber que tengo un corazón hospitalario
lleno de enfermos con dinamita en sus dientes
acostados sobre camillas gráficas,
todos los enfermos me cuentan
sobre el mar que conocieron,
y me ven,
desde dentro de mi corazón
siendo un zorro escarbando en la arena,
perdido entre los guamales,
amando los cafetales,
me ven solo,
con mi piel insolada,
con mi pelaje floral,
mirando el piso
y sembrando cada folí­culo en el suelo,
y digo cada planta es mi pelaje... 

II

Los enfermos de mi corazón se embriagan
y yo me pongo todo risas
para que nadie sufra la muerte celular del pasado.
Reí­mos, todos, recordando la vida y pensando,
nunca amaremos dos veces de la misma manera.

Nada ha pasado, todo sigue vivo, y todos los enfermos rí­en.
Me gustarí­a adentrarme en mi corazón de zorro
y reí­r con esos enfermos que mañana no amanecerán.

Damián Salguero
















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