Daniela Camacho

: ritual de la desobediencia 

Parto el peyote en dos para buscar mi estrella, mi niño dormido, los ojos de mi animal yéndose de un mundo a otro mundo. 

Algo (podrí­a ser un hombre cubierto de plumas) me habla con la voz de lo invisible. No me castiga. Posee el don de la memoria y la videncia, tiene dos cuerpos, dos soledades, una gramática para curar: 

—Deja que un sol mental dore la piel de la mujer en ti y luego huye. Deja que tu gemela interior, tu propio diablo o culebra haga sangrar a la flecha. Cuando caiga la noche dormirás contra ti y cavarás un hoyo profundo en la arena.

Daniela Camacho




[ALGO ESTÁ EN VÍAS DE APARECER] 

Me quedaré siniestra y temblando a mitad de este desierto / esperando la llegada de mi hombre / mujer verdadero.

 Daniela Camacho




CARTA DE LOS ARDIENTES [ella luce un collar hecho de nieve y besa al hombre suyo, amamantado por la lumbre de las copas]

Todo lo intercambiamos, devorándonos

Enrique Lihn

No se lo diremos a nadie. Jamás. Hay una ciudad detrás de la cortina, hay también un puerto. La nieve cubre ahora los tejados y las barcas. Hace cuatro noches que soñamos con serpientes: es la marea en esta galería de espejos, la prolongación del contoneo. A cierta hora, a cierta temperatura, algo en nuestros cuerpos se animala. Hemos aprendido a devorarnos sin estremecer a los que duermen. En otro país, en otra celda, a ras de suelo. Con la boca toda alcohol y desmontados, una nueva parada nupcial nos devuelve a los trabajos de la carne; cometemos, entonces, un crimen más hermoso. Bramar, decimos, languidecer. La sangre de los ciervos aún corre y nos mantiene tibios: no comprenderemos nunca el lenguaje del invierno, aun cuando la nieve, puntual en su caída, suspenda en nuestros ojos la violenta geometría de los palacios.

A cambio, ataviados con la piel de los mamíferos, acercaremos a la costa la flama prometida por la luz de las antorchas.

Daniela Camacho





[EL SOL SURGE DE SU PLACENTA] 

Hay una casa en el aire adonde van a estallar los tigres y los escorpiones. Su sangre vertical advierte el sacrificio. La música de fondo recuerda ciclos menstruales. Muy pronto habremos nacido dos veces, y seremos y no la leche derramada, la osamenta caliente del venado, la cruz de madera hecha polvo entre las ancas del caballo.

Daniela Camacho



[FUEGO] 

El animal que adoramos está suspendido en su reino de flores. Su esqueleto será el instrumento que ordene la tierra. Ahora que estamos a oscuras, ha llegado la hora de ver.

 Daniela Camacho


 

[LA PALABRA SE HACE POSIBLE] 

El hombre cubierto de plumas destruye una flor dentada en su pecho (canta) y de esa manera emborracha a las hembras, un viento les coge la mano para llevarlas al sueño y los ojos en blanco. Oyen al sembrador de semillas, lo siguen y rezan para embarazarse. Llevan su calavera embrujada, van cambiando de nombre a todos los cuerpos, confunden los aviones del cielo con aves grandiosas.

Daniela Camacho



[morir de paraíso]

I
 
Tu silencio es el lenguaje de la mujer que espera. Buscas un nombre. Una voz que al germinar no se rompa. Hurgas en el sueño de tu amante y con manos insalubres arrebatas frutos de la adormidera. Sobre tus labios, negras semillas recuerdan a los tábanos que enjambran en espera de sus hembras. Poco a poco, la temperatura de tu cuerpo se condensa; sobre tu lenguaje, se desata el aguacero.

La lengua se bifurca. Dice lluvia y crece una amapola en el desierto. De sus pétalos, el té para aliviar el frío, el hambre.

                     Tengo miedo de nombrar la arena, de escanciar el vino en la copa equivocada. Tal vez sería más dulce pronunciar la sed, interrumpir el vuelo de libélulas que van hacia tus ojos,
                                            heridas de mis ojos.

 Pero es un designio lo que en mí se agrieta.

 Mientras te espere

                    seré del precipicio.

 II
 
Escucha. Hay una sonata para oboe pudriéndose en el río. Es silencio y no. Lo ángel de tus ojos ordena los acordes sobre el agua. En tu corazón, un niño mudo ahoga una canción enferma. Aprendes a decir la noche con sus árboles envejeciendo. El aroma de los frutos, afilado, taja el cuerpo de la niebla. Al amanecer, la nota más violenta en el silbido de las oropéndolas predice la llovizna.

Te sueño bálsamo. Gota que desciende en la resquebrajada corteza del almendro. Ámbar lágrima de Dios o roja sangre en el costado de la bestia.

                           Yo construyo para ti un lenguaje, una parva de cristales tan sanguíneos que semejan flores de cobalto.

                              Digo para ti la transparencia, cincelo el paraíso.

En la desmesura del verano brillarán las hojas, el vocablo que al calor se deletrea.

Nublado y turbulento, sólo tú podrás instrumentar mi silabario.
   
III
 
Lavarás tu cuerpo poseída por la sombra. Al primer golpe de agua, la piel arrancará de tajo un nombre a la memoria. Querrás decir Leteo, canción del tenebroso, diamela, pero estarás muda de espanto. En la espera del que tañe mirlos en el aire, te descubrirás distinta a las demás hijas de Eva y hablarás por los desnudos.

 Soy la que flota en el río, la despojada. Polvo de la madre extraída a su niña en trance.

 La desnuda

                         dicen ellos

                                                la bestia descarriada. 
 
¿A qué tanto ropaje si en la piel se me calcina un nombre?

¿Para  qué vestir de nube, aturquesada, si de arder me estoy muriendo?
 
Busco acordes en la niebla que apacigüen mi silencio. Me abandono en el lenguaje de las barcas. Del ciprés soñado por amantes solos nace una canción de cuna para las muchachas tristes. 
 
En las ramas del almendro, madura el corazón del oboísta.

 IV
 
Vuelves del jardín de los quemados con una magnolia humeante en el lugar del corazón. Se escucha en tu vestido el crepitar de los gladiolos, el trágico gemido de las rosas. Oscuros tulipanes mecen tus cabellos. Ya muertos, despiden un olor a bestias devorándose. Hace tiempo te esperaba un tormento de flores. Ahora es otra la mujer que escribe el bosque, para que tú te pierdas.
 
Quería verlos frutecer en la ceniza. 
                                                Árboles despavoridos. 
                                                                 Abiertas bocas negras.

 
Quería apagar la flama enrareciendo el vuelo de los pájaros. Hacer callar al violinista.

 
Pero ya desde mi cuerpo algo agitaba sus pañuelos blancos: 
                                                                                 era la nieve.

Caía de mi boca la palabra amor muerta de frío.

Daniela Camacho




Plegaria de mujer sin lengua 

un golpe del alba en las flores
me abandona ebria de nada y de luz lila
ebria de inmovilidad y de certeza

Alejandra Pizarnik 

Ebria que no, que de la luz no. Ebria y sal­modiada por la noche no. Los pájaros más ne­gros de mi boca y los cuchillos no, que de la muerte no. Todo el silencio y el gemir de oboes, la muchacha prostituta en mi ventana, el mus­go entre los dientes no. El canto tremebundo de cigarras no, la hondura no. Yo arrastro este muñón de lengua entre palabras mudas que ya no, que lloran porque no. Y es ésta mi ple­garia, ésta mi más dulce imprecación: la del dolor que no.

Daniela Camacho
















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