Elisa Díaz Castelo

Acta de defunción   

Sabemos dónde acaba la vida:                      arritmia

palidez            respiración sin rumbo

danza de instrumentos                       últimos auxilios

y el corazón                una caja de metal

que se hunde en el océano.                        A las 22 horas

45 minutos                 exactamente.

Fibrilación                             paro respiratorio.

El oleaje de las sábanas       contra el costado

la colcha        continente de escarpadas montañas

el camisón blanco levantado hasta arriba

una soga al cuello

los párpados anudados sobre los ojos.

Podemos decir                                               Aquí

empezaron los latidos a dialogar con la sombra.

Aquí                            acabó tu vida.                      

Aquí el corazón oscureció

hora y minuto             cerrándose por última vez.

Mapeamos tu muerte             con nuestra sangre profunda

como una astilla caliente.

Para

detener nuestro asombro

para recordar respirar.                        Marcamos

tu muerte con su momento dado                   referimos los datos

de fallecida y fallecimiento                                   hora y minuto

como se escriben las coordenadas

de una tierra fantástica                     una isla

a la deriva

atamos un hilo al momento de tu muerte

y fuimos hacia adentro de nuestros días.

Como si se pudiera

regresar.

Adentro de tu cuerpo ya era afuera

 la sangre                                se te quedaba quieta.

El corazón había perdido su gravedad.

Y me prometiste no morir.    Vivir

es prometer no morir             amar es.

Todo el tiempo cumplimos    la ruptura de nuestras promesas.

No dijiste que no morirías

pero tomaste mi mano                                   y dibujamos juntas

caminamos     en el parque y leímos

los nombres de los árboles.

En el instante de tu muerte

cientos de pájaros se estamparon contra el vidrio

sus cuerpos redundantes                    de sangre.

En el instante de tu muerte

se doblaron las cucharas en la cocina

y se cortó la leche.

El gato dejó un canario muerto a mis pies.

Por suerte                               se encuentran asentados

los datos de la finada:                lugar

del fallecimiento

destino

del cadáver:

inhumación.

En el instante de tu muerte

me miró el Jesús que tenías colgado en la escalera.

Las conchas que coleccionabas empezaron a sangrar sal.

Masaje cardiaco         paro respiratorio.                  Midriasis.

El reloj de la sala                   se detuvo.

Y sabemos

exactamente dónde      en cuál sitio del tiempo

en qué momento del espacio                  moriste.

Si despertamos un día con la duda

podemos de esa forma despejarla.

Elisa Díaz Castelo


Credo

 Creo en los aviones, en las hormigas rojas,
en la azotea de los vecinos y en su ropa interior
que los domingos se mece, empapada,
de un hilo. Creo en los tinacos corpulentos,
negros, en el sol que los cala y en el agua
que no veo pero imagino, quieta, oscura,
calentándose.
Creo en lo que miro
en la ventana, en el vidrio
aunque sea transparente.
Creo que respiro porque en él pulsa
un puño de vapor. Creo 
en la termodinámica, en los hombres
que se quedan a dormir y amanecen
tibios como piedras que han tomado el sol
toda la noche. Creo en los condones.
Creo en la geografía móvil de las sábanas
y en la piel que ocultan. Creo en los huesos
sólo porque a Santi se le rompió el húmero
y lo miré en su arrebato blanco, astillado
por el aire y la vista como un pez
fuera del agua. Creo en el dolor
ajeno. Creo en lo que no puedo
compartir. Creo en lo que no puedo
imaginar ni entiendo. En la distancia
entre la tierra y el sol o la edad del universo.
Creo en lo que no puedo ver:
creo en los ex novios,
en los microbios y en las microondas.
Creo firmemente
en los elementos de la tabla periódica,
con sus nombres de santos,
Cadmio, Estroncio, Galio,
en su peso y en el número exacto de sus electrones.
Creo en las estrellas porque insisten en constelarse
aunque quizá estén muertas.
Creo en el azar todopoderoso, en las cosas
que pasan por ninguna razón, a santo y seña.
Creo en la aspiradora descompuesta,
en las grietas de la pared, en la entropía
que lenta nos acaba. Creo
en la vida aprisionada de la célula,
en sus membranas, núcleos, y organelos.
Creo porque las he visto en diagramas,
planeta deforme partido en dos
con sus pequeñas vísceras expuestas.
Creo en las arrugas y en los antioxidantes.
Creo en la muerte a regañadientes,
sólo porque no vuelven los perdidos,
sólo porque se me han adelantado.
Creo en lo invisible, en lo diminuto,
en lo lejano. Creo en lo que me han dicho
aunque no sepa conocerlo. Creo
en las cuatro dimensiones, ¿o eran cinco?
Creí fervientemente en el átomo indivisible;
ahora creo que puede
romperse y creo en electrones y protones,
en neutrones imparciales y hasta en quarks.
Creo, porque hay pruebas
(que nunca llegaré a entender),
en cosas tan improbables e ilógicas
como la existencia de Dios.

Elisa Díaz Castelo




"Es buen momento para crear cánones alternativos en la poesía."

Elisa Díaz Castelo






La medida de lo posible

Cada mañana es la misma: trastes sucios y pájaros
que se rompen de tanto canto y canto. La misma
hora hueca y sin esquinas. Las cosas siguen iguales,

yo soy otra, totalmente distinta. Olvido
cómo verme al espejo, pero sé de memoria
cómo cambian las sombras sobre los adoquines.

Me lavo las manos veinte veces al día, con reducción
de cloro sanitizo las cosas que toco con frecuencia.
Años en cuarentena, salvándome la vida sin vivir

o casi. Cerraron las fronteras, cerraron las casas,
nos encerramos a piedra y lodo y alcohol,
algunas veces whisky, y nuestros días apestan

a detergente. Cuando nos preguntan cómo estamos
respondemos que bien, en la medida
de lo posible. Ahora existimos en esa salvedad,

a esa altura. ¿Cuánto mide lo posible? ¿Dónde
queda? Por la tarde: estadísticas y horas ruido,
minutos sin manecillas y hambre en soledad.

Hace unos días entrelacé mi mano izquierda
con la derecha por miedo a olvidar cómo se siente
tocar y ser tocada. A veces no tengo sombra.

El sol de la mañana me lastima. Tengo sus cortes.
Los días pasan como cachorros ciegos. Alguien
me llama y vuelvo, no hay nadie.

La noche es una tumba mal sellada. Mientras tanto
en la pared el perfil de mis ancestros ríe
y cada uno corresponde al amor del otro con olvido.

Me equivoco en el recuerdo de lo más importante
y al final confirmo que nadie en ningún sitio, nadie
nunca. Soy un animal que se pudre y sigue.

Cumplí años y pliegues, cumplí noches y noches
de índice categórico. Vivo en la medida de lo posible.

Elisa Díaz Castelo




Lázaro XI

Ayer por fin dejé de suicidarme.

Heiner Müller

Quise morir. Es cierto. Estaba exhausta
de tanto despertar a contracuerpo y en mi piel
siempre la mitad de la noche.
No había lugar en mi vida
para nada que no fuera la muerte.
Todo era demasiado y me dolía
el más mínimo acorde, el color rojo.
Quise morir, aunque mi cuerpo
no quisiera, quise, a pesar de la sangre
que insiste en recorrerme, a pesar
del crecimiento de mis uñas
y considerando, incluso, que el cuerpo
respira por sí solo cada noche.

Mi nombre hacía agua, sabía a tierra.

Y hay en la vida ese qué será de mampostería
y mamparas, de escenario vacío
que culmina en su ausencia.

Me dolía la saliva de mis niños,
sus noches de cuatro horas,
su procenio. Su llanto que rompe anaranjado
como soles que sangran y coagulan.

Son las veinticuatro horas abiertas,
sus corredores encendidos,
es la moneda inestable del afecto,
el reciclaje de la ternura.
Es saber que estamos regresando
hacia ningún lugar y no volvemos
a encontrarnos con los que ya se han ido.
Es saber que todo el tiempo que me queda
no vale lo que un instante gris en la ventana
turbia de hace años. Es la vigilia descaminada
de los que mueren de sueño
y no pueden dormir.

Preferí la muerte, ese común denominador.
Quise esta muerte descastada, esta averiada muerte.
Quise morir. He dicho. Quise.
Eso es suficiente a veces: querer algo.
Quise morir y dejé el nombre de mis niños
en la sala de estar, caminé de espaldas
y cerré la puerta. Quise vaciar mi deuda con la vida,
desvestirme de la sangre, ese vestido rojo
que me abriga por dentro. Quise romper el límite
entre el cuerpo y su sombra.

Quise morir. No pude. Qué fracaso.
Y me estorba la voz con la que he vuelto.
Mi voz, este lugar absuelto.
Voz encanecida con su registro de naves incendiadas,
voz digital, trasplantada voz de raíz roja.
Me cansa mi voz
siniestra de palomas
que aletean su ruido en las iglesias,
voz que es algo porque no enmarca nada
más que un vacío de cúpulas y atrios.
A falta de Él hablo hasta por los codos.
Porque fui al otro lado y Dios estaba muerto.
Todos los dioses: muertos o cansados,
descalabrados dioses de estatuillas.
Sólo tengo mi voz que me acompaña,
su ablación malherida y oraciones
desprovistas de nadie.

Elisa Díaz Castelo




"No sé si creo en el poeta o en la poeta como un ser visionario, pero a veces los textos, incluso a pesar de la poeta o el poeta que los escriben, pueden llegar a ser visionarios."

Elisa Díaz Castelo





Orfelia visita al médico 

Todos los dioses usan batas blancas. Mañana es tarde. A esto te referías cuando me dijiste que las tiendas están abiertas las veinticuatro horas. A esto te referías cuando me dijiste que había que ir muy lejos. Mi voz es un animal todavía tibio. El lugar donde aquí. La paciente muestra pocos signos de lucidez. Escúchenme. Mi dolor está en otro idioma. Quiero decir que necesito regresar, que me lo devuelvan. Los doctores son cadáveres de plumas, silenciosas corcheas y sobre la tierra los semáforos ya me han olvidado. La doctora come ávidamente una granada. Su cuerpo es limpio como una radiografía. A veces hay que abrir más la incisión para que sane.

Elisa Díaz Castelo



"Para mí, la poesía es lenguaje que se mira a sí mismo en el espejo, es un lenguaje que está consciente de serlo, que no aparece simplemente como algo transparente que señala el significado, sino como materia y sonido en sí mismo; cómo vuelve la aparente transparencia del lenguaje opaca y nos hace conscientes de la palabra. Por tanto, muchísimos textos pueden participar de lo poético, incluso si no están escritos en verso, si no contienen metáforas o las características que solemos identificar con lo poético. Pueden participar de lo poético siempre y cuando haya una conciencia en el lenguaje."

Elisa Díaz Castelo




"Probablemente la poesía no está tan viva en ningún sitio como en la música; las letras de canciones las conocemos millones de personas. Eso difícilmente puede suceder con poemas, incluso con muy buenos. Sin duda sí confío en el poder de la música para hacer una nueva manifestación de la palabra poética, como ha sido desde un inicio. La poesía se solía cantar, hay un nexo entre música y poesía."

Elisa Díaz Castelo




"Sin duda ser poeta mujer en México —y tal vez en todo el mundo— significa tener una relación ambigua con el canon. Por un lado, hay poetas hombres que son maravillosos; pero, por otro lado, a veces tengo la sensación que no tenemos un canon alternativo hecho de mujeres, y es necesario irlo creando. No pienso que no hubiera mujeres poetas, sino que no fueron reconocidas, o que muchas mujeres con mucho talento no tuvieron la posibilidad de escribir. Sin embargo, es buen momento para ir creando un canon alternativo que rescate estas otras voces y que altere, o que se cree una serie de cánones alternativos, y no pensar que el canon es monolítico e intocable, sino que puede haber muchos distintos cánones, muchas distintas tradiciones e influencias, por un lado. Y, por otro lado, en relación con la poesía mexicana actual, algo que me da muchísima confianza y alegría es que hay muchísimas escritoras jóvenes muy, muy talentosas, y que están comenzando una carrera literaria muy fuerte."

Elisa Díaz Castelo



"Siempre quise escribir poesía. Cuando empezaba a escribir algo, lo que me nacía eran poemas. Aunque he pensado mucho sobre los géneros literarios y estoy muy a favor de desdibujarlos, hibridizarlos y hacer textos que no pertenezcan necesariamente a ningún género en particular."

Elisa Díaz Castelo




Vida media 

Redondeo su nombre: tres o cuatro recuerdos.
Un número que tiende a oscurecerse.
Nombre de borde y empeño, nombre de fondo,
canción que de tanto escucharse se desgasta.
Dios ha hecho su mudanza. Aquí no vive.
Cielo, tierra, hemos sido demasiado lentos:
ya se acabó la cuenta regresiva de la infancia
y no me acuerdo del nombre de su perro
ni de qué traía puesto cuando nos empapamos
bajo la lluvia tibia de Querétaro.
Nuestros nombres eran
innumerables abejas, un enjambre o manada,
multitud de sonidos, ni siquiera
el cauce o la desembocadura, ni siquiera el agua.
Recuerdo obstinado, elemento
que al atravesar el tiempo se desgasta.
Ésta es la vida media. Con los siglos
hasta los elementos cambian,
se pierden por partes, se vuelven otros
más comunes, más estables. Casi todos
terminan convertidos en plomo.
Hay que decirle al alquimista: dale tiempo.
Queda la vida a contrapelo y esta calle lejana
en la que vivo, quedan las frutas maduras
que esperan de madrugada en sus cajas
frente al mercado vacío. El presente
es punto ciego, ese momento
de la noche a medias donde no se sabe
si las cosas terminaron o están a punto de empezar
de nuevo, todavía. Queda la palabra de su nombre:
un cuchillo de carnicero tantas veces afilado
que casi ya no existe.

Elisa Díaz Castelo








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