Héctor Hernández Montecinos

[Cómo no voy a creer…]

           Cómo no voy a creer en las señales
si todo lo que existe es una señal de algo que no existe
ese era el quid de la poesía y qué mal gusto tener que escribirlo aquí
           en fin.

           Las piedritas y los pájaros
           las nubes y las boletas de la luz
           las direcciones y las fechas de vencimiento de los pasaportes
           son señales de que hay que volver a la invención del ruedo.

           Dentro de la casa todo remite a su afuera irrenunciable
y es una invitación a la miniatura de sí misma que es una maleta
           también el libro donde uno pasa la noche
tanteando las sábanas blancas que son cada página y donde nadie hay.

           O sí
           Constantino C., Fernando P., Federico G. L. y otros más en mi cama
o yo en la de ellos hasta el amanecer
           separados por los años que son las odas.

           El pulso de la mano es todo lo que uno tiene a mano en momentos como este
y es también un síntoma del olvido que somos para otras manos.

           Ciertamente las estrellas son la primera señal que uno recuerda en la cima de un árbol
o en las páginas finales del periódico
           pero sí
           todo es señal
los signos son todos de fuego y ardemos en las arrugas de nuestra desnudez que se mancha con aceite y ceniza.

           La poesía era eso
           no los poemas dentro de las galletas de la fortuna.

           Lo único que existe
           es la buena o la mala muerte
           y siempre es buena.

Héctor Hernández Montecinos




En el parque de los autores
jugamos con el poema específico
ese espécimen de la lengua
que oscila entre nuestros disfraces
como torta azucarada de cumpleaños sin visitas
las serpentinas son hilos de plata
que la amarran mientras cae. Golpe.
Nos divertimos con odio de las máquinas que escriben papel
Buscamos espejos para horrorizarnos
y están escritos:
No queremos permanencia

Héctor Hernández Montecinos





La mente es sueño (el tiempo no existe)

Para no tener que escribir yo sueño

como al cerrar los ojos tendido en mi cama

como al abrirlos en el túnel del metro.

Soñar con la profundidad de que todo no existe

ni siquiera ustedes que ahora me oyen o creen hacerlo

mientras yo los contemplo desnudos

y hago memoria de unas fotografías mentales

que perecieron en un incendio también mental.

En el principio la luz era agua seca

cayendo desde el cielo e iluminando

la sequedad de los desiertos

y los huesos convertidos en leyendas.

Seguiré soñando

creeré en las montañas

de esos mapas en blanco

creeré en esos mares

que son silencio en estado líquido

creeré en esta mano

que escribe bajo mis ojos que no tienen donde ir

lo que significa que están muertos.

Este poema va y viene como la tinta

con que es escrito antes de congelarse bajo la lluvia

o derretirse sobre las piedras mayas

que he soñado en estos momentos

para probar la falta de gravedad de las palabras

aunque nadie haya leído el Popol Vuh en el espacio

o tal vez sí

pues es más barato enseñar

que la Tierra es cuadrada

y que las personas de otros países se llaman extranjeros.

La mera neta del planeta es que no

pensando en que la ebriedad no es un estado

sino un pequeño pueblito donde se inventó el alcohol

y todos sus sinónimos

y donde hay una doble casa que es morada

rodeada de aves que sólo descansan sobre el horizonte

lleno de jirafas que recuerdan

armadillos que andan en círculos y tigres

que sueñan con la nieve que nunca han visto.

No hay un circo allí pero sí una mala noche

de ese alguien que duerme en mí mientras escribo

y murmura que le reventarán los ojos

con una espada ardiente y que la maldición egipcia

de la ceguera paulatina se extenderá hasta la eternidad.

La R es un puente

un intento de llenar el vacío que es la boca del cielo.

Héctor Hernández Montecinos




La última estación:
La fría casa de las musas muertas
para este infierno sólo tenemos velas
No es necesario el ornamento para el arte alado
Las calles anémonas sedientas de su bilis tierna
nos exige resistir las páginas en blanco
por imágenes móviles que gimen de alegría
de hermanos dióscuros amantes.

La censura institucional no es el fin para nuestro viaje.

UNIDOS EN LA GLORIA Y EN LA MUERTE

Héctor Hernández Montecinos




[Qué canten los muertos…]

           Qué canten los muertos su eterno silencio
           que sean ellos los que publiquen libros y sean invitados a nuevos países con honorarios comprometidos
           que les hagan entrevistas y las transmitan en las radios viejas de las personas que no escuchan el ruido aceitoso de hoy
           que les den becas y residencias para que la inmortalidad deje de tener valor exclusivamente económico
           que alguien suba a las redes sus perfiles y que cada sobreviviente sea su seguidor hasta el final
           que en los recitales nadie hable y escuchemos el pulso de nuestras arterias al ritmo del cosmos que palpita en el corazón de las gallinas.

           Donde no hay palabras ocurre la belleza y la muerte que son lo mismo
           donde ningún sí y ningún no detendrán el irremediable vuelo de la mariposa sobre los continentes de la historia.

            Los ancestros lloran con nosotros cada vez que nos marchamos con la cabeza gacha
           los suicidas reiteran sus últimos estertores en los pasos que hacemos ebrios al centro de la pista de baile
           la enfermedad es una invitación a dejarlo todo
           dejar todo lo que no tiene la dignidad de una flor.

Hay que volver a los cementerios y saltar de tumba en tumba con una sonrisa que sea el resumen de todas las conjugaciones.

           Algo hay más allá
           el mundo se habla a sí mismo a través del propio mundo
           el cuerpo es la metáfora de su desaparición
           el lenguaje es aire de una atmósfera con averías.

           Cómo no decir
           Cómo no
           Cómo.

Héctor Hernández Montecinos




[Se viaja para no morir…]

           Se viaja para no morir
para no morirse en el agujero negro que es la propia historia del universo
           uno toma un bolso y se mira al espejo antes de salir de casa
como si esa fuera la última pose para una fotografía que nadie tomará
           que nadie recordará aunque la imagen en la ventanilla durante horas
sea ese mismo rostro y esas mismas lágrimas en el interior de los planetas
donde uno es cada una de las esporas que también viajan para no morir.

            Tampoco se regresa ni se llega a ningún lugar
nos vamos de un tiempo para volver a uno anterior que no se recuerda
y por eso siempre estamos de paso recobrando un porvenir que nunca vendrá
            que nadie escuchará salvo los cientos de fantasmas que viajan junto a ti
y que también extrañan el cadáver que fueron
           los gusanos del hermoso jardín de su descomposición en partículas elementales
que son cada una de las despedidas que no fueron dichas.

           Alguien llora, alguien se abraza, alguien hace un dibujito en un vidrio empañado
alguien amó, alguien murió, alguien pide perdón.

            Alguien camina sin mirar atrás, alguien toma un taxi, alguien se tira en una cama
alguien se desnuda y se masturba para no seguir llorando por los ojos
que se deshacen en los colores de su propio viaje.

            No se llega a ningún lugar
es cierto 
           todo sigue aquí partiendo por uno mismo
todo permanece incrustado y sólo hay esquirlas en la boca
           envidiamos a los muertos porque no pueden regresar  
la locura es una forma de ese retorno
           eterno es todo lo que debe quedar atrás
y todo debe quedar atrás.

Héctor Hernández Montecinos




[Todos los poemas son sobre el mar…]

           Todos los poemas son sobre el mar aunque lo nieguen
no hay otro canto que el de las gaviotas sobre las olas que rompen contra las rocas
           entre esta brisa y los próximos océanos de cualquier mundo ocurre todo lo que vale esta pena.

Los pedacitos salados de sol sobre el horizonte buscan la profundidad donde no existe ni el oxígeno ni la luz ni nada que se recuerde
           buscan el origen de la muerte ahora que todo quiere vivir toda la eternidad.

           Es el desierto
se cierne sobre el mundo y no son los relojes de arena sobre los que la gente broncea sus bonitas llagas.

           Es el desierto
el polvo en forma de ruido que se acumula en las estatuas que somos nosotros mismos para nosotros mismos.

           Es el desierto
en pantallas con filtro ultravioleta donde la única luz es la del vecino que también se amanece contemplando sus pixeles.

           En el principio el caos reinaba sobre las aguas y ese caos era el amor.  

Héctor Hernández Montecinos















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