Henry Alexander Gómez

21 de septiembre

Es verdad que mi boca
le ha dado
   una larga bienvenida a la vigilia, 

pero aún toco el piano.

El hilo
   de mi voz
que trepa hoy
hacia la madrugada

te acompañará siempre
        como una antigua amante.

Henry Alexander Gómez




Adentro 

En la quietud de la piedra
respira todo el movimiento
del universo. 

Como el árbol
dentro del hacha
y la vida
mucho más adentro. 

Como la ruina
que comprende la nostalgia, 

o todo hombre
que se busca
entre los pliegues
de un dios dormido. 

Cuando el frío
se acumula
en el revés de la piel, 

cuando ver
se convierte en desesperanza.

Henry Alexander Gómez



Casa giratoria

Paul Klee / Madrid, Museo Thyssen-Bornemisz

Le jalé una hebra a un pedazo de la noche y la cubrí con un poco de cera. Mis manos moldearon una vela que alumbró la habitación. Miré la llama por horas y logré entender el reflejo de su luz en la pupila de cada hombre o mujer que alguna vez ha encendido un fuego; supe también cómo la llama me observaba.

Esa flama, esa gota de estrella que me abraza con mi yo primitivo, es un ringlete que rueda por el tiempo, una veleta de fuego movida por el corazón de todos los hombres.

Henry Alexander Gómez



Eddie Van Halen

El tiempo para los animales pequeños corre mucho más lento. Igual para las teclas del piano, astillas domésticas que naufragan en el aire como las páginas de un libro antiguo arrancadas por el viento.  

Pero cada pedazo de tiempo le da un espacio justo al universo. Una habitación secreta para allanarla a voluntad, siempre a un volumen distinto. 

Dejemos que la música refleje el paso discontinuo de las horas. 

Henry Alexander Gómez



En el lomo de la vaca el viento revuelto en un sudario de espumas

 
Eran las mañanas y las tardes. Solía acompañar a mi abuela Ana
a llevar y traer las vacas, del establo al potrero y del potrero al establo.

Íbamos por la mitad del pueblo arreando las vacas
que eran como dedos gordos de Dios. 

Yo y mis cinco años y la rama de un árbol haciendo de fusta. 

El sol trepaba por las manchas azules de las vacas y en su paso torpe
un aliento desconocido empozaba la sílaba del sueño.

Las piedras, las crestas de los árboles, un puñado de maderos y sus cercas. 

Verlas pastar era echar boca adentro toda la paciencia del aire,
como hundir una luna en un enredo de hierba. 

Y en los ojos de las vacas un vacío de luz, un misterio lerdo que latía en cenizas
sobre el corazón lento del día.

Mis cinco años, mi abuela Ana y las moscas abriendo huecos
en las primeras sombras de la tarde. 

Entonces la vaca Golondrina se fue de bruces al río.
El hechizo del agua le llegó como una soga que halaba su carne
en una cadencia sin tiempo.

Era de ver su júbilo corriendo entre las formas del torrente. Mugía y su voz era un tambor que trenzaba mi garganta.

Un fósil nacido en lo más hondo de la vocal del mundo. 

Corría la vaca por el río y mi abuela la seguía desde la orilla,
entre los pastos largos y mojados,

llamando desesperadamente su bovino. Cuidado de no ahogarse la vaca loca. 

Mis cinco años arreando el sueño de loco de mi abuela Ana. En el lomo de la vaca el viento revuelto en un sudario de espumas.

Hará tiempo de aquello. El río arrastrando esqueletos húmedos de hojas y trastos vegetales, llevándose consigo mis cinco años y las alas invisibles de la vaca Golondrina,

en una ceremonia de bocas abiertas a los muslos de la nada. Navegaba ahora
hechizado el ocaso en una brisa de peces muertos. 

Dicen que las vacas
se parecen a los sueños de los hombres tristes, no dejan de rumiar su soledad
en cualquier balcón desvencijado de la vida. En el mañana
o en el ayer, es floración la noche cerrada. 

A la orilla, sobre la piedra molida, boquea todavía la vaca Golondrina 

tragando tajos de luz. Muge mientras puede.

Henry Alexander Gómez




Horizonte 

Un relámpago
                   llama al asombro. 

Se cierra el sonido
                   y algo
                   se abre adentro de nosotros. 

Entre la luz y la resonancia
                   un suspiro, un nacimiento, un dolor, 

                   la vida.

Henry Alexander Gómez




Mujer sentada con la pierna izquierda levantada

Egon Schiele / Praga, Galería Nacional

Fue ella quien tomó mi lápiz y mis acuarelas para dibujarse a sí misma. Aún no sé qué desea o qué deseo yo de esta mujer. El silencio le pertenece a Dios aunque seduce incomprensiblemente a los amantes. Quizá solo quiero estar cerca, oír su mudez que es igual al ruido que dejan los trenes en la madrugada, caminar en su mirada como quien cruza tarde el auditorio cuando está próxima a iniciar la música.

Ella ahora borra mi realidad, pinta con colores oscuros la casa, me desdibuja cuando se levanta y anuncia una despedida.

Henry Alexander Gómez



Mujeres negras

Marianne von Werefkin / Hannover, Museo Sprengel

Esa niebla negra por donde ahora avanza una mujer que lleva en su alforja el nombre de cada mujer sobre la tierra:

la mujer que se levanta a la madrugada y en silencio atiza la mañana con la estufa de carbón; la que se crucifica cada noche en el Gólgota y muerde con rabia sus pecados; la que hizo llover y sustentó la cosecha; la que degolló un gallo con su piel y alimentó el sexo de Jesucristo; la que ilumina el sol mirando las estrellas; la que guarda en su corazón las piedras con las que se hacen los muros de las cárceles; la que abre las piernas para volver a ser niña; la que lleva en su rostro el rostro de todos sus muertos; la que escribe poemas en la oscuridad y la que teje la leve risa del aire. 

Van, por la orilla del alba, bajo la niebla negra, fundando la tierra.

Henry Alexander Gómez




Restos 

La casa de mis bisabuelos hoy no es más que barro seco,
un puñado de polvo en la hojarasca de los dí­as.

Un pulso primitivo nace al tocar los muros caí­dos,
la tierra,
quizás un viento antiguo que me trae el ruido de los pasos,
la lumbre serena que escribió batallas y duelos,
la queja,

                    la duda,
                    el amor,

palabras en desuso que me atan y me sueñan la vida,
como una estrella que cae y se clava directa en mi espalda. 

No tienen la dignidad de la ruinas de Grecia
o el profundo misterio de la piedra en El Cairo,
pero la hierba y el aire,
                                            la casa,

pero un oscuro alfabeto brota de su cauce,
pero una lluvia inasible canta en los escombros,
pero hay allí­ una historia más humana que Dios.

Henry Alexander Gómez












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