Juan Álvarez Umbarila

Los dos pasitos

Quemar los barcos es quemar
la cama cada mañana,
para poder pararse para
poder partir. 

Es iluminar el dí­a todaví­a
oscuro con el fuego
de renuncia a los sueños
de la noche. 

Es el jugo de naranja hecho un nudo en la garganta.
El desayuno frí­o sin reposo sin mirar
por la ventana
siquiera.

El perfume indiscriminado
de la gente en la estación de buses
se confunde con humores mal lavados,
pues de afán, de mala gana. 

Y los buses rojos vienen y se van:
más carne y pelos y corbatas y bostezos
que hierros y ventanas. 

Los dos pasitos hacia el borde.
Antes de que se abran las compuertas. 

Al uní­sono dos pasos la misma gente los mismos
pasos
dí­a tras dí­a en la estación. 

Cuánta angustia hay en dos pasos frente a un bus
que no ha parado todaví­a.
Un bus que no ha acabado de llegar
siquiera. 

Y el aire viejo que se estanca
en tres globos de colores colgados
de la pared
porque hay fiesta porque alguien cumple
años hoy en la oficina. 

Tres globos solitarios se desinflan.

No es un dí­a como todos porque
hay un cumpleaños hoy en la oficina;
hay torta y gaseosa y unos gorros
puntiagudos que van en la cabeza. 

Y está el jefe haciendo palmas que
los cumplas que los cumplas cada año.
Sí­guelos cumpliendo cada año hasta cuando
se consuma esa vela en el pastel,
y ya no quede nada salvo las migajas cada año
de pastel, hasta el año en que los cumplas
y los cumplas
feliz. 

Un corrillo de cuerpos se juntan
unos y otros y desean lo mejor
entre torta y gaseosa y tres globos de colores
desinflándose en el dí­a. 

Un cubí­culo las horas respirando
los teléfonos. Entre dos paredes blancas
un pedazo de cielo.
Las mismas horas los mismos dí­as y teléfonos
su repicar se arrastra por el suelo en un rinrrín… 

Un pedacito de cielo
entre esas dos paredes blancas. 

La ciudad afuera hierve en
rí­os de sudores de sirenas de motores
que ruedan por las calles que
se juntan y que bullen y efervescen. 

Se oscurece. 

Es la vida que se quema en las pupilas
las pantallas encendidas cuando cae
la noche. 

Son pestañas creciendo hacia dentro
de los ojos luz azul
de las pantallas. 

No es la vida es apenas
un incendio que se enfrí­a
—del despojo de la cama y las cobijas
no tendidas—
consumiendo la tarde
que oscurece en la ventana. 

No es la vida es lo que pasa en otro lado. 

No es la vida es algo más es
un fuego que no brilla que
no es fuego es otra cosa es algo más. 

Es la renuncia encendida.


Una herida que no hiere un hoyo negro
que se abre y que no sangra,
que no cierra.
Que se enfrí­a.

Juan Álvarez Umbarila















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