Juan Camilo Lee

ANZUELO O EL PEZ CAE POR LA BOCA

Con la punta del anzuelo sobresaliendo entre sus dos ojos
como un colmillo descomunal o un cuerno
el pez sufre
dos dolores esenciales:
el físico
y el de ver traicionada su inocencia.
El pez tiembla.
Su aleta convulsiva
y la pulsión
que lo recorre desde adentro
halándolo
hacia algún lugar que no duela,
tensionan el nylon de la caña.
Definitivamente
el anzuelo no cumple
las expectativas nutricias del pescado.
Así como un anzuelo el poema, lector.
Las imágenes, la belleza,
que al fin de cuentas te dejan igual que antes,
o algunas veces anhelando lo imposible,
te atrapan.
La inocencia queda violada, es cierto, pero el pez nunca la pierde.
Lo demuestran sus ojos de vaca,
su incomprensión de la trampa, su desmemoria.
Lo demuestra el hecho simple de que, desde hace siglos,
estúpidos como peces,
sigamos mordiendo
el filo
de todas las palabras.

Juan Camilo Lee



Arte poética

I

Los poemas crecen como techos
sobre nuestras cabezas.
O mejor:
crecen como grietas en las paredes mientras
la casa se viene abajo.
O incluso:
el cielo estrellado se estremece
cuando escribes un poema
porque en tu cabeza sólo cabe
la agrietada luz
de las palabras.


II

Mi casa
es un corazón despojado. Mi corazón
es un camino entre dos
intemperies. La intemperie
que me amenaza
lame mi mano en las noches
                                     como un perro
después de leerle un poema.
El poema
se sienta a mi lado
a contemplar las estrellas.
En silencio, lo acaricio.
     En el silencio
nada importa.

El perro
se va, y lo oigo ladrar a lo lejos. Esa
distancia,
ese eco,
            ese eco
es lo único que escribo.


III

La escritura
me convierte en intemperie
para los otros.

A mí,
que no tengo casa.

Juan Camilo Lee




GAVIOTAS

Las gaviotas,
mientras planean,
saben cómo impulsarse
con las diferentes direcciones del viento
-inmóviles o apenas inclinando
la línea que forman sus alas extendidas-
y disfrutan de la libertad
en la amplia tarde.
De cuando en cuando,
sin esfuerzo,
como eslabones de una cadena,
se reúnen en una sola línea y bajan
y una
tras
otra
rozan
la superficie del mar,
tal vez para refrescarse o simplemente jugando,
y luego se elevan otra vez,
hundiéndose en el cielo.
Sin embargo, de repente, volando en aun fila, después de haber
/ tocado
el agua salada
del mar
una de ellas
se deja caer como si estuviera muerta,
se rinde a la gravedad
y su pico señala hacia el centro de la tierra:
Voces de casa
ya veloz no es pájaro
sino
-mortal para un pez-
una lanza.

Juan Camilo Lee




I

Como mancha de humedad,
como aureola de hongo verde en el techo,
las palabras crecen, a través de los años,
cumpliendo su tarea
de descomposición y olvido:
Se acumulan como el polvo en las casas viejas,
olvido tras olvido,
como los cuerpos que cargan el día que ha pasado:
costal
repleto
con cosas inútiles.
Y el amor, esa urgencia de olvidar el olvido,
atenuándolo,
sosteniéndolo,
perpetuándolo:
dándole vida.
Las palabras son los cajones vacíos en donde se acumula la
suciedad de los días.

Juan Camilo Lee




IV

En las habitaciones de la casa que recuerdo
el sol forma cuadrados o rectángulos de luz en el piso mientras partí­culas de polvo flotan y se mueven en el halo dorado que entra por la ventana.
Nadie ha descrito el movimiento de esas geometrí­as solares a través de un solo dí­a sobre la madera de las casas gastadas.
Aún hay algo entonces que no se está pudriendo en el abandono,
algo mí­nimo que dí­a a dí­a se repite intacto, invisible y lumí­nico,
transparentando la invasión de los seres del polvo,
mientras el olvido y el silencio nos conservan ese rincón brillante
como única verdad.
La vida es igual para todo lo que vive:
en los jardines abandonados
también transcurre la savia,
también zumba el insecto,
también se oscurecen las baldosas:
 se borran nuestros pasos.

Juan Camilo Lee




Lectores-Palomas

Habría que decir algo sobre las palomas. Están
Poblando el cielo de repente, hundidas en su palomidad
Tal vez mirándonos, más inútilmente de lo que nosotros
Hacemos con lo que llamamos naturaleza: nos contemplan.
Distraídas y con su cabecita rotando tan extrañamente, con una
Pertenencia exclusiva a su sistema nervioso, vuelan,
Se hunden en la tercera dimensión, que nosotros apenas
Dibujamos (o filmamos, que es lo mismo). Al fondo
El atardecer, que no pertenece ni a los animales ni a Dios
Sino a quien escribe. A quien contempla imaginando palomas
Contempladoras. Yo, parte de los colores del mundo, distinto
En su humanidad a las palomas. Ellas, distintas a las estrellas
En su luminosidad, al sol en su radicalidad de padre de todo.
Tan comunes, tan cercanas. Ubicuas y prestas a desaparecer
En cuanto nos acercamos, como rumores sobre nuestro talento.
Como ustedes, lectores, que después de estos dos versos
Volarán, y quiero imaginar que estarán en todos lados,
contemplando
Este atardecer para siempre, lectores, ustedes, palomitas.

Juan Camilo Lee




Piedra en la mano
Se ha dejado levantar del lugar fijo
y no lo supo.
Abre entonces secos sus dos ojos.
Siente
el infinito conflicto de ser cosa
y al menos un instante
haber mirado.
Cierra
para siempre sus dos ojos
y es arrojada de nuevo
a su camino.
Ella no entiende nada. Y obedece.

Juan Camilo Lee




VII

La memoria tiene mucho que ver con el sol:
ilumina y enceguece al presente.
Las imágenes de la memoria
son vitrales que se superponen unos a otros,
que oscurecen la luz que podría atravesarlos
para hacer visibles sus figuras.
Es por eso que lo único innegable es el silencio y la
transparencia
de quien,
hundido en una bocanada de tabaco,
de repente
recuerda.

Juan Camilo Lee






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