Julia Wong Kcomt

Artes de toros 

Ellos practicaban magia,
sabían que su sangre se confundiría
 con los cuernos y vísceras de pulpos engendrados en Cádiz
Las mujeres bailamos en la plaza
Levantamos hacia el cielo el pubis
Las provincias españolas quedaron distantes 
asentadas bajo las gotas del sacrificio animal
Despertaban con tambores lejanos al norte del Perú.
Pregonaban otro mar con fortaleza de piedra almíbar
Nunca estuvimos en medio del ruedo
No nos habían crecido cachos para defendernos del enemigo
Las ubres se llenaban de leche tibia
Y el sol se apiadaba de nuestros cuatro estómagos
Ellos rumiaban nuestro amancebamiento y al salir del redil sagrado
Conteníamos la respiración de seres apabullados
Los toros pisaban las flores
Sin saber
Que había vida en sus pétalos.
Confiaban 
Que sus encéfalos seniles
Protegerían las estirpes jóvenes
Las terneras llenas de océano y gracia
habían agriado nuestra leche
Ya no éramos esas cuadrúpedas reproductoras
Desde su peso y enormes ojos vagabundos buscando un punto ciego.
Ellos pesaban tanto como un diluvio destructor de bosques
Nosotras nos ensanchamos como el camino que ellos humillaban 
así sucedieron días y noches estirando la lengua 
Hasta que alguna potra vecina rompió la tranca
Y todas acabamos saltando locas al mar
Nuestra domesticación había terminado.
Agua salada se llenaba de saliva almacenada por siglos
Alguna se percató en la conversión
Cuando la cabeza zambullida entre una ola y la luz de un faro
volvía al aire
 palabras de anís y frío irrumpían en la superficie 
Algo sucedía en esa heredad desconocida
La gran transformación de pieles y exigencias por alimento
Nuestra cola maternal espantando moscas
Mudó por un pelaje dorado color del sol
Nos volvimos verbo negro, nuestro peso disminuyó como espuma
                                                                                                   del cáñamo. 

No había estirpe, ni genealogía
Solo una sutura finísima
Cubría heridas de las ubres maltratadas, transparentes.
(las manos de los mercaderes de leche 
estiraban los pezones hasta hacerlos sangrar enfermaron con artritis) 

La leche era el río de una ciudad de miel y berenjena
Los libros se abrían en las páginas exactas donde el ojo de vaca leía 
 párrafo preciso para entender el camino hacia una iglesia
Un bebedero de agua dulce
O  espacio donde el mundo interior era tan venerable como la mirada 

Ninguna fue vista como un ser superior
Sino un cuerpo del que aprender. Todas éramos altar. 
Sí, después vino ese  huracán  de marzo.
Se destruyó el litoral como lo conocían los toros hasta entonces
La misma naturaleza formó surcos y escuadras para protegernos
(de cualquier vendetta). 
Supimos  que el remanso y el silencio llegarían
Donde la pezuña no patea
Algunas ubres como la mía, quedaron heridas, a otras se las cortaron por completo.

Julia Wong Kcomt




Cielo Zambo (París africano)

La rata azul es ciega
En su paseo nocturno ha calculado esta desgracia
Suma
El quipu hambriento anuda el limbo
Vino llegando trajinada de los sures olvidados
un cuerpo más, la miscelánea del topo
La multitud sedienta se incomoda
Un hueco en el tambor
Brilla el sudor
Lágrima prieta cae en la cabeza de un gendarme
El lánguido oropel se despelleja en balas
Embajadas, ritmos,
desazones,
cayeron los soldados y las sillas
la explosión inaudita del pentagrama
bataclán se acurrucó en la metonimia
habemus más dioses que grupos de rock
je sui un migrante más, soy el truco del pobre
un corolario
un texto para todos
un laberinto
no es así el horror, no es así la muerte
no es así la intensidad de la garganta atorada con claveles
es tan apático el motor de los pueblos saciados
pan
más pan vestido de glamour
los pallares
las vacas engordadas con clorofila sintética
este es el viaje de las estrellas quebradas
al corazón moro de la subasta
no, no mires para atrás no recojas las prendas
de tus hermanos suicidados
no enjuagues tus cabellos en brea y esmeraldas
este cielo es nuevo, pero está lleno de ratas
no es celeste no es sano no es materno
es un sonido caliente hiriendo
con sus brasas
cada caja registradora en los museos
es sangre que revive la flor acicalada con malicia
con perfume de café extraído al tacto
este cielo agreste de gravitación kármika
cae el mundo en mi mano y se rehace.

Julia Wong Kcomt



“Creo que hay lealtades a personas que están más allá del territorio, que forman esta especie que uno dice familia; pero no creo que tenga que ver con la familia sino que son fidelidades afectivas que te proporcionan un corpus sentimental un corpus donde se arraigan las maneras de ver el mundo, incluso donde se mueve tu economía, que está más allá del territorio, de la etnia y más apegado a simpatías emocionales y a intereses en común.”

Julia Wong Kcomt



Delivery en Glovo para Mahoma

Aquí va un pedazo de Montaña Mahoma, no sé cuál fue el último estado de las cosas, si tú te acercabas o ella iba a ti. Confuso, como el cielo amoratado que te cubre, distinto al que siento sobre mí. Lima colapsa, los gatos de colorete se acicalan en sus dueñas amancebadas con softporno.

Hice varios saludos al sol. Mirando al sur. Me he entregado a la devoción al Sol, Mahoma: tú eres un profeta. Yo soy un pedazo enfermo del sur. Observa que profeta y Mahoma terminan con la letra a. Esa vocal es característica de una mujer. Devota, odiada, reina, golpeada, ama, ensimismada, enferma, confundida, espinosa. Cuerpo y enfermo, terminan en o.

Para ti que llevas el género transmutado en tu nombre, envío un pedazo de montaña.

Observa Mahoma, yo he subido esa Montaña cada día. Le he pedido que me acerque a Dios y he resbalado, aún sobre mi enojo, he gritado y vociferado, despotricado al camino por estar mutilado y no ofrecer asfalto para subir a la sima, he caído y me he vuelto a poner de pie.

En cada explanada de las plazas, he hecho venias y he rezado. He vuelto a saludar al sol, aunque estuviera escondido. ¿Por qué se llaman de armas las plazas?

Hija, mamá gallina, compañera, esposa, escritora con a, cantante, amante, fiel (se prestan la e) y actriz, pilota de avión, Viajera y pésima maestra de las piedras. Cumplir con el dogma no cura la carne, nos salió mal el trabajo. He llorado escondida y he gritado como una loca. Antes que tener una profesión, he sido una loca, perdida en la lógica del dominio y he seguido subiendo la montaña. Pero he caído, pero también me he levantado.

¿Era la montaña cicatriz / verruga de un dios perverso?, osábamos pisar su dolor bajo los pies, calmar el nuestro, o era la montaña la imposibilidad de ser, llegar tan alto que el cuerpo se destruyera al llegar, sería eminente la pérdida del deseo.

Mahoma, allí en el paquete con el ciclista de Glovo, va un pedazo de montaña.

Es el pedazo que casi me cae en la cabeza, pero alcancé agarrar con mis manos. No me ha golpeado. Dios me estaba probando, a ver si por fin me daba cuenta que él me aborrecía y quería destruirme, por subir su montaña, cuando él había dicho que tú y la montaña estaban unidos para siempre y que tú eras el elegido para subirla, yo no.

Pero verás, que yo he querido subir la montaña y descubrir porque cuando tú no vas, ella tiene que ir a ti y encontrar signos imprevistos para tocar tu tienda.

Allí está la montaña Mahoma, afuera de tu carpa urbana, esperando que la reconozcas y así pueda contarte de mí escalada. Aunque estaba prohibido: yo subí. Y las piernas me sangraron y perdí los dientes y enfermé de amor.

Muchos me dijeron que era un castigo.

Pero no es castigo Mahoma, yo estoy poseída por esta luz sin nombre que te persigue y te busca, cuando tu no vas a ella, yo pido un Delivery y voy hacia ti.

Julia Wong Kcomt



El ocaso de los mistis  II

Perú también tiene volcanes.
Las mujeres que se sientan en la oscuridad a la orilla del precipicio
han cambiado de horizonte muchas veces.
Los hombres ya no se interesan en ellas,
ellas hacen excesivas preguntas sobre la noche 
tendidas cerca al vacío que provoca una náusea constante.
Los hombres prefieren juegos más previsibles
donde la almohada asegure albergar el peso del cráneo, 
no pueden inventar una conjetura más para sobrevivir rutinas impuestas.
Los volcanes peruanos ajustan su propulsión 
hasta el borde,
los nervios envueltos en hojas de plátano
(Casi como tamales que renuevan su propio condimento)
El eclipse contempla el ojo de los hombres
los empuja a la pregunta final sobre la yuxtaposición de una verdad natural
el toro se yergue 
el cóndor cae por el precipicio
la luna roja habla de la soledad del alma
el alma ruge como un león-volcán que no teme el vuelo
en medio de cuarentraitrés cadáveres sopla un viento nuevo
y la radio sigue encendida, como si alguien estuviera escuchando.

Julia Wong Kcomt




“Las grandes diferencias culturales y económicas en el Perú es algo que duele.”

Julia Wong Kcomt



Profanación

Cuando fuimos niños
Pudimos subir hasta la guaca y mirar el fondo sin asustarnos
El sinsabor del aire seco sabía ser compañero y traidor. Siempre van juntos. No lo olvides.
Sabíamos que no podíamos permanecer en ese estado de contemplación .
Subimos las peñas
y matamos algunas lagartijas
Callamos mientras escuchábamos un llanto casi inaudible
Callamos mientras pelamos fruta
Escupimos un poco de manzana vieja.
No pensamos que había más allá de las paredes de adobe.
Escribimos con saliva en el suelo de tierra.
Nuestro cuerpos en edad de nutrición eran flexibles
y pretendían empinarse.
Éramos pretenciosos frente a la Acequia de Pacanga y al algarrobo.
Ronald era un chico alto y muy , muy indio
El más indio de la clase. Cuando sonreía parecía que las garzas venían a su carpeta.
Y salían de su boca.
La chacra te hace puente y amigo de todos. En mi colegio había algo de eso, de hacernos a todos garzas.
Después vinieron otras palabras. Esa honda vergüenza por vivir en la calle Lima, o ser hija de chinos.
(O comprarse una blusa en la tienda Maruy).Pero siempre sentí que Ronald y yo hablábamos con las garzas.
Después que entramos a la guaca y rompimos las vasijas viejas supimos que ya nada sería lo mismo
El ritual de sentarnos al sol y meter  las chaquiras en pomitos viejos llenos de aceite.
Compartimos una piedra, compartimos la luz marrón del desierto,
ese cuento de los extraterrestres posándose glorioso en la falda del cerro.
Hablamos muchas cosas sin sentido, solo queríamos saber que podíamos hilvanaban las palabras una tras otra, una tras otra como un collar de chaquiras
y también nos preguntamos si nos podíamos hilvanar los tres, tan diferentes de todos los demás chicos, tan indios, tan chinos, tan negros, pero tan poco creyentes.
Ese misterio de poder estar allí, los tres en silencio y luego escuchar decir cosas que nunca recordaríamos
Es lo único que nos conmueve año a año y nos pide mirar los pomitos con aceite, las chaquiras raquiticas sobreviviendo al tiempo.
Cuando rompimos la vasija, nos agarramos de la mano.
Uno de nosotros dijo, 
-Dios no existe-
Yo te dije que moriríamos de algo terrible,
que pronunciamos  algo que estaba prohibido en la montaña.
Daniel susurró  que tendríamos que cantar toda la vida para sobrevivir los tres juntos
y Lito dijo que él se dedicaría a hacer dinero limpio para protegernos.
Esa fue la última vez que nos vieron. 
Luego Ronald se elevó como las garzas y yo me quedé mirando la carpeta vacía.

Julia Wong Kcomt



Réquiem para mi cuñada

A Uba o la reproducción del amor bajo los puentes  imposibles

Las tempestades no esperan para ser nombradas
nada es tan terrible como cuando el viento se propone robar a un niño
la fuerza con la que el mar levanta las veredas
exprime verdades mojadas por gaseosa
nada como  un  aullido casi seco 
una mortaja está esperando  tras las rocas
cuando menos te das cuenta…
Ella tenía una letra escarlata en el pecho,  la llevó con humildad y pericia
sus hijos amamantados por la destrucción
escuchando la gotas agrias que escupían contra su caminar erguido
Nadie comprendía su acidez
sus minotauros
más generosa que el amanecer cuando rompe el cielo / el mar  desgarrado en colores cálidos, hasta que se note cuan herido….
amplia, ensanchada como una bitácora escrita en el lomo de un elefante inoportuno.
Los nombres aparecen en la boca del viento cuando crees que son innecesarios
la fuerza  que traen los vendavales solo es previsible cuando empieza arrasando  lo que encuentra a su paso
(las calderas son  antiguas, la tradicional vajilla china traída de otro mar)
Ella quiso orinar sobre las estatuas mohosas de nuestras idolatrías.
como un caballo ciego
Sí, como el año lunar que la escudó los cincuentaitantos años que fue militante del amor.
Irrumpió huracanada
con sus mechas negras de Zaña y sus manos de sal cocinando potajes alumbrando 
una casa llena de chinos dolidos, murientes, llenos de normas que se quebraban como tazas  vieja
y si parir era su oficio, se presentó como una puerta a la alegría
tanto cobarde que anda suelto
tanta gente que teme medir sus deseos
tantos pueblos como el nuestro
llenos de burros cagando en las esquinas
lentos como nuestros pensamientos provincianos llenos de prejuicios.
Ella arrasó sin  nombre, solo con su vientre y sus artefactos domésticos antiguos
azafrán, sazón, ají colorado
peces muertos en las piedras métricas de las cocinas interminables
las chacras sagradas de los terratenientes, como mi viejo, que tuvieron que huir de las botas de Velazco
y ella tranquila hizo niños, cada vez más bellos, dio amor y cocinó culebras, papayas, mató gallinas
embrujó nuestros estómagos  y nuestras palabras vacías de Perú
Cuando el huracán llega, no avisa. Invade los espacios naturales como olas condimentadas de infierno
de azúcar negra.
Ella habitó  entre nosotros, mostrando más fuerza que cualquier hombre que camina sobre las aguas, porque ella caminaba entre gritos, malestar, mal humor y letras escarlatas…
Letras de odio, entre chismes y la eterna mortaja expectante eligiendo
su próxima víctima
Imperceptible ella sigue allí, sabrosa, llena de azul y silicio
como piedras rugosas para limar talones
acompañando su prole, su marido,  sus dinosaurios africanos
Nunca dio un paso atrás.
la tormenta sigue buscándole un nombre, por encima de los navegantes griegos y las madres corajes, sean de Rusia o de Argentina.
Nunca pidió nada que su útero no hubieran merecido .

Julia Wong Kcomt



“Tendemos a creernos semidioses porque se nos dio cierto talento en la escritura, pero nada que ver.”

Julia Wong Kcomt














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